La Muerte de la Inocencia

https://youtu.be/AUSYML0hXo0

Levanté la camisa y hallé un conjunto de heridas superficiales. El sangrado era aparatoso, pero para nada grave. Las prendas de na'phelgö me habían salvado la vida, junto con la resistencia eremaven.

La puerta se abrió y por ella salió Orph cargando una escopeta con la que no dejó de apuntarme ni un segundo. Aquella era la última de sus traiciones. Su rostro reflejaba miedo, nerviosismo y sorpresa, sobre todo, sorpresa.

—¿Te pensabas que no volvería? —pregunté.

Orph sujetó con más firmeza su arma y aquello lo entendí como una clara invitación a no moverme.

—¡Por qué tuviste que ir, Zhora! —bramó dolido. Jamás lo había visto en esa situación tan vulnerable, tan destrozado—. No sólo tuve que sacrificar a Ricca, ¡sino que ahora tú también tienes que morir!

—¿Por qué ella? ¿Por qué yo? ¿Por qué no elegiste a Tarine, por ejemplo? Ella habría sido una mejor mujer para ti. —De verdad lo sentía así. No sé por qué, pero creo que ella sí habría sido capaz de ceder a esa ambición sin importarle el coste.

—Todavía no lo entiendes. ¿Qué vas a saber si vivías en tu maldito mundo de fantasías jugando a ser entrenadora? —Aquellas palabras me dolieron más de lo que ya podía sentir—. ¿Te crees que si hubiera podido elegir a Tarine o Welorys habría estado contigo?

—¿De qué mhasit estás hablando?

—Tiene que haber un primogénito en la pareja que entregue al suyo al bosque.

—Y tú, ¿no lo eres?

—¡No, estúpida! ¡Ese fue mi hermano Vancen Glarfeld! ¿Cómo diablos piensas que mis padres llegaron al poder si no?

Aquella revelación se sintió como una nueva bofetada. Orph había tenido un hermano... Por eso quería ponerle Vancen a nuestro bebé de haber sido un varón. Él por sí sólo no servía para alcanzar la gobernación de Dëkifass. Me necesitaba a mí. Al salir conmigo, me había sentenciado a sufrir la pérdida de nuestra primogénita sin importar lo que pasara.

—Sabiendo todo esto, ¿aún decidiste seguir conmigo? ¿No había otra chica estúpida a la que le gustara vuestro mundo de mentiras?

—La pobre e inocente Zhora arrastrada a un mundo de ambiciones... ¿Por qué no les preguntas a tus padres? ¿O a tus hermanas? Los matrimonios de conveniencia son los que han movido Dëkifass desde su fundación. Tus padres acordaron nuestra unión a cambio de una embajada en Selmek.

—¿Có-cómo? —Aquella era la primera noticia que tenía de eso. Ni siquiera me expresaron su deseo de ir allí de vacaciones. ¿Cómo podría haber sido posible?

—Las embajadas dan mucho dinero y poder. Tarine heredaría el Ministerio de Educación Física, salvo que Rearn la quisiera junto a ella en el Ministerio de Comercio. Y Welorys tendría lo que se merece. ¡Todos felices! Menos tú. La santa, la pesada con el jureki ejercicio físico que, para lo único que te ha servido era para parir.

»Para ti el poder y tener aspiraciones era un pecado. ¡Por eso te dejaron todos fuera de su mundo! Al final, ¡no eras más que un estorbo! No se podía hablar contigo. ¡Te teníamos que ocultar la verdad! Ha sido un suplicio esperar al Lagelnei Edy. Si de mí hubiera dependido, habría estado con cualquier otra chica primogénita y evitar poner la cara de estúpido delante de ti. ¡No tienes ni idea lo que es vivir esperando ese día y que tu pareja odie todo lo que supone, todo lo que debo ser, todo a lo que debo llegar por continuar con el legado de mi familia! —Orph hizo una pausa y suspiró profundamente para después quebrarse.

—¿Qué te han hecho, Orph? —pregunté. Aquel chico estaba derrumbándose—. ¿Cómo es posible que hayas cargado tanto tiempo con eso tú sólo?

—¡Encima tienes la cara de reclamarme algo! Te crees que podía contarte a ti que, desde chico, he sido enseñado por mis padres que el poder conlleva grandes sacrificios. O que desterrar a las fuerzas del bosque requiere hacer cosas execrables con tal de que, en un día no muy lejano, repetir la victoria de Meur, pero esta vez de forma definitiva.

—¿Victoria dices? Jamás pensé que Sumenon y Fanir pudieran lavarte el cerebro de esa manera. O ¿es que realmente crees que sacrificar a tu primogénito es una victoria? Pero todo sea por controlar Tempros, Dëkifass y Kaenpolus. —Orph abrió los ojos ante la mención de aquellos lugares—. Sí, sé de eso. Aprendí mucho en Efasthereth, perdí mucho también —dije, a la vez que levantaba la mano derecha mostrando los dos dedos que me faltaban—. Encontré a Ricca, Orph. La encontré en el mismo altar en el que la mataste. ¿Qué clase de monstruo eres como para matar a tu hija?

—¿Monstruo yo? No tienes ni idea de lo solo que he estado y lo mal que lo he pasado. Si no hubiera sido por Welorys, creo que me habría vuelto loco.

—¿Qué diablos tiene que ver ella con todo esto?

Welorys, mi hermana menor, la que más jugaba con Ricca... No. Ella no podía avalar esto. De Tarine podría haberlo esperado. No de Welorys.

—Yo he sido quien lo consoló mientras tú jugabas a las superheroínas.

De la oscuridad del interior de mi casa surgió la susodicha y se echó sobre Orph. Sacudió la cabeza e hizo un chasquido con la lengua. Su fría mirada —más típica de Tarine— me dejó helada.

—¿Desde cuándo lleva pasando esto?

—A partir de mañana, cuando oficiaríamos tu funeral simbólico, yo empezaría a acercarme a mi pobre y viudo cuñado. Se iniciaría una emotiva historia de amor y de sanación que sería digna de un libro. Y, ¡quién sabe si de una película! —exclamó emocionada—. Pero respondiendo a tu pregunta, desde hace unos... nueve meses. Poquito antes de mi décimo octavo cumpleaños.

Me guiñó un ojo como tantas veces hacía, mientras su rostro inocente se vestía con su radiante sonrisa. Aquella niña era una psicópata.

¡Nueve meses! Orph me ha estado engañando durante nueve jureki meses. ¿Cómo no he sido capaz de ver nada de esto? ¿Tan desatendido los he tenido a todos como para que esto haya pasado? ¿Tan importante para mí era mi trabajo y mi hija como para no ver todo lo que pasaba delante de mis malditas narices?

—¿Por qué no moriste en Efasthereth, Zhora? —dijo Welorys, sin apenas variar el tono—. Todo habría sido más fácil.

—¡Ya era suficiente con tener que sacrificar a mi hija como para que ahora te tenga matar a ti también! —reclamó Orph.

—¿Viste en la situación en la que nos pones? Como hermana mayor, ¿no deberías ser consciente de tus responsabilidades en la familia? Aunque, esto podemos usarlo en nuestro favor. Si matamos al monstruo que vino del bosque, seremos héroes. —Welorys tomó la escopeta de las manos de Orph y no le temblaron las manos cuando me apuntó con ella.

—¿No habría sido mejor no tener que matar a ninguna de las dos? —Aquel era un reclamo estúpido. Ellos estaban dispuestos a todo—. Podríais haber roto ese bucle...

—¿Para que los dioses nos atacaran? —cortó Orph.

—Te puedo asegurar que sería mejor que lo le espera ahora a Dëkifass.

—¿Qué has hecho, Zhora?

Nunca había visto a Orph tan asustado. Ver, también, cómo se borraba la sonrisa condescendiente de Welorys, me devolvió la sonrisa.

—Tengo que reconocer que han pasado muchas cosas en mi cara y no fui capaz de verlas, pero vosotros no os habéis dado cuenta de que yo estoy aquí y los gritos se siguen sucediendo por toda la ciudad —me mofé.

La pareja se calló y ambos se miraron atemorizados cuando repararon en el clamor que recorría las calles de Dëkifass.

—¿Qué has hecho? —repitió Welorys, esta vez mientras acercaba el cañón de la escopeta a mi cara—. ¿Qué es eso...? Boyr Thelos!

La mirada de Welorys estaba fija en el mordisco de Erenz en mi cuello.

—¡Es una jureki un eremav! —exclamó Orph—. ¡Dispara!

Antes de que terminara la orden, yo ya me había levantado, agarrado el cañón apartándolo de mi cara. La detonación reverberó en la calle, mientras los proyectiles se estrellaban en el muro que recorría nuestro terreno. Giré sobre mi eje y cargué una patada que impactó en el costado izquierdo de Welorys. El crujido de sus costillas quebrarse fue acompañado por el grito de mi hermanita, quien se desplomó al suelo por el dolor.

—Aunque no os lo creáis, voy a disfrutar esto —expresé con una fingida lástima.

—Zh-Zhora... ¡Por favor! —rogó Orph, quien retrocedió y escapó al interior de nuestra casa.

¡Maldito estúpido! Me dio asco verlo acobardado ante mí. Sin un arma no era tan valiente.

—¿Qué te pasa, Orph? ¡No eres capaz de matar a otra cosa que no sea a niñas indefensas de tres años! —exclamé.

Antes de seguirlo, le pateé la cabeza a Welorys, dejándola inconsciente. No quería que me sorprendiera por la espalda.

—Ya volveré a por ti.

Agudicé mis sentidos y capté su olor en el piso superior. El sonido de sus pasos amortiguados confirmaba que el iluso esperaba encontrar algún tipo de protección arriba —que es posible contara con algún otro arma, además de la escopeta, de la cual no sabía nada. A bote pronto, sólo podía recordar una espada —que supuestamente perteneció al bueno de Meur— que decoraba nuestro salón. Tras un rápido vistazo, vi que había desaparecido.

—Amorcito, ¿dónde estás? —pregunté.

Me sentía con ganas de jugar con él. ¿Sería acaso que la conversión en eremav estaría completa? Mis sentidos estaban más afinados y había una extraña sensación que hormigueaba en mi estómago. No sé si tenía que haberlo llamado emoción o hambre. La cosa es que estaba esperando tenerlo frente a mí.

Llegué al primer piso y avancé por el corredor hasta que llegué al punto en donde encontré la rama, pobremente escondida. La epifanía fue instantánea: todo eso había estado preparado —podía parecer una perogrullada, pero no había tenido tiempo de pensar en todos los sucesos. La versión oficial habría sido que el bosque había reclamado la vida de Ricca. Yo debería de haberla aceptado y haberme derrumbado por el dolor y el miedo por las fuerzas que se ocultaban en Efasthereth. Probablemente orquestarían alguna especie de partida de búsqueda o encontrarían algo de Ricca que desechara la posibilidad de que estuviera viva. Se cancelaría todo y tendríamos que pasar página. Nos habríamos ganado la simpatía de Dëkifass, posiblemente de todo Tie-Galam...

Un reflejo me sorprendió, pero no fui lo suficientemente rápida para reaccionar a Orph atravesando mi vientre con la espada de Meur, que clavó hasta la guarda.

—¡Muere ya, nelise! —exclamó.

Aquel dolor era intenso, aunque no tan intenso como la tortura que sufrí con los ruostandeth. Tosí sangre que cayó sobre su rostro.

Me dolió verlo tan feliz sabiendo que me estaba haciendo un daño mortal. ¿Me amó en algún momento de nuestros seis años de relación? Puedo llegar a entender el desamor; creer que, por no ser parte de su círculo de ambiciones, se haya ido decepcionando conmigo; que también, a pesar de que lo nuestro empezara desde la conveniencia, hubiera aprendido a amarme, a valorarme. ¡Era tan triste todo! Me destrozaba más que lo que la espada hacía.

Orph la extrajo provocando que un río de sangre brotara de la herida.

—Tendría que haberte dado una dosis mayor del narcótico la noche que me llevé a Ricca. ¡Tu muerte habría sido muy apropiada con los sucesos!

—P-por eso no escuché nada... —resolví—. No había forma de que yo no hubiera escuchado la puerta abrirse o cerrarse. Ricca no era especialmente silenciosa tampoco. Su voz me habría despertado.

—No te preocupes, te vas a reunir ahora con ella.

La mera amenaza fría, sin sentir un jureki cargo de conciencia, me encolerizó. ¿Cómo podía hacer referencias al asesinato de su hija...?

Detuve el corte lateral con el que esperaba decapitarme. No había mostrado duda, ni reparos en hacerlo. Yo no era nada para él. ¡Por qué mhasit me seguía refrenando! ¿Tanto significaba Orph en mi vida? No podía olvidar cuánto lo había amado... ¿Y qué? Ese nemand no se merece mi amor, ni mi respeto, ¡ni mucho menos mi piedad!

Yo iba con la intención de matarlo —como hice con Caahn y su escuadrón. Es posible que, al verlo, esperase que ese maldito tópico de que todo fuera una mala pesadilla se cumpliera. Y no lo era. Estaba bien despierta.

Habría deseado que ese reencuentro hubiera sido distinto: regresando con Ricca, después de salvarla de las garras de los dioses que habían atentado contra nuestra familia. Podría haber perdonado la cobardía de Orph. Todos tenemos derecho a tener miedo y no saber procesarlo. Mientras me apoyara... No podría exigirle más. Habría hecho todo lo que pudo.

Quien estaba frente a mí, no obstante, era una persona a la que nunca conocí. Él me había mostrado una cara ficticia. Si recorriera nuestra historia, encontraría esas incongruencias; esos momentos en los que, con el conocimiento actual, habría resuelto que él no me amaba. La aventura con Welorys terminaba confirmándolo todo.

—Si yo no hubiera ido a Efasthereth, ¿cómo habría seguido lo nuestro? ¿Me habrías dejado antes de ser el gobernador?

—Esperábamos que enloquecieras. Habría sido un buen momento para repudiarte. No se supera la muerte de una hija. Y, en el peor de los casos, te habríamos envenenado.

—¿Ese era el valor que tenía para vosotros? —No sé por qué seguía manteniendo esa conversación. Cada palabra era una nueva puñalada—. ¿Mis padres estaban de acuerdo con todo eso?

—Ellos sabían de mi relación con tu hermana. Los primeros días trataron de reconvenirnos, de que yo luchara por lo nuestro. Conforme vieron el abismo que nos separaba, reconocieron que, de una forma u otra, nuestra unión se quebraría. El sacrificio de Ricca sería ese suceso que lo terminaría todo.

—El asesinato de tu hija, querrás decir.

—¿Ves? Somos dos personas totalmente distintas. Tú todavía crees que la bondad y los buenos deseos mueven el mundo. Es todo lo contrario. ¡Despierta Zhora! Para lograr algo en la vida, ¡tienes que estar dispuesto a matar si se tercia!

Orph se calló después de aquel estúpido discurso y me miró preocupado.

—¿Por qué no has muerto todavía? Cualquier otra persona ya lo estaría después de los disparos y del espadazo.

—Primero: llevo puesta prendas de na'phelgö que frenaron los proyectiles. Segundo: Ya no soy cualquier persona. Pueda ser la sangre de ruostandeth circulando por mis venas o que tal vez ya me convertí en eremav. —Aquellas palabras lo dejaron lívido—. Aunque hay una sola forma de comprobarlo.

Me abalancé sobre el cuello de Orph y lo mordí con tantas ganas que sentí como rasgaba cada tejido, cada músculo y cada capilar que casi hicieron quebrar mis propios dientes. Saborear su sangre provocó un placer similar al que sentí cuando Erenz me había mordido.

Mi rostro ensangrentado y sonriente debería de ser muy atemorizante, para ver a Orph orinarse encima.

—No te preocupes, mi amor. Welorys se unirá contigo en el inpher'i, muy, muy pronto.

Volví a tirarme sobre su cuello y esta vez sentí como mis colmillos crecían y se introducían en su arteria. Saboreé cada gota de su sangre hasta que no hubo nada más que extraer.

El cuerpo inerte de Orph se desplomó en elsuelo. Suspiré hastiada y rompí a llorar ante aquella imagen. Con él, habíanmuerto todos mis sueños, toda mi inocencia y lo poco bueno que quedaba de mí.

Lagelnei Edy: Día del Sacrificio

Nelise: Del galame, Perra (lit. mala mujer).

Como dije, todavía no estamos libre de sorpresas y en este capi nos encontramos con una de ellas: la traición de Welorys, que ha sido una de las más dolorosas para Zhora (sin contar con la de Orph, por supuesto).

Pero no todo está dicho, esperan muchas revelaciones en los siguientes. ¡Todavía queda mucho por conocer!

¡Gracias por leerme!

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