La Desolación


https://youtu.be/ViMW7ZytdSI

Medespierto con un terrible dolor de cabeza en una estancia oscura en dondeapenas se filtra la luz, con un insoportable olor a suciedad, a sudor ydesperdicios humanos. Estoy de rodillas con los brazos abiertos y sujetos enalguna estructura irregular —tal vez un tronco— pero firme. No es una situaciónpara nada halagüeña.

De alguna manera he llegado a la zona de la que me alertaba Erenz. Esto me plantea dos preguntas. Primera: ¿he caminado tanto como para llegar tan lejos? Segunda: ¿por qué mi querido eremav no ha vuelto todavía?

Si lo que me dijo es cierto, me desvié lo suficiente para introducirme en esa zona de la que me alertó antes de irse con Celenis.

Escucho pasos afuera que se aproximan. Cuando una mano corre la tela que hace de puerta, la luz de una hoguera invade la oscuridad, cegándome unos pocos segundos. Dos figuras se introducen en la tienda. Al estar a contraluz no soy capaz de distinguir sus rasgos. No parecen dioses, sino personas.

—¿Quiénes sois? —pregunto, sin recibir más que un par de gruñidos por respuesta—. N-no soy un peligro para vosotros. Sólo busco a mi hija Ricca.

Los desconocidos me ignoran y me liberan de mis ataduras. Me sacan de la tienda a rastras. Tengo las piernas entumecidas y las rodillas doloridas por estar en esa posición, Thelos sabrá cuánto.

Parpadeo varias veces para acostumbrarme a estas condiciones lumínicas...

—¡Oh, Thelos! —exclamo, nada más verme rodeada de veintisiete hombres de piel cenicienta sobre los cuerpos más delgados y cicatrizados que he visto en mi vida. Aquellos rostros no tenían ni párpados, ni labios y sus narices y orejas parecían haber sido arrancadas a mordiscos.

Lucho por liberarme de su agarre...

—¡Agh! —exclamo, nada más recibir un fuerte puñetazo en el vientre. Tengo que agradecer, de nuevo, que mis prendas hayan absorbido gran parte de la energía del golpe.

Na'phelgö zeideth —dice uno de ellos con la voz más grave que jamás escuché.

¿Qué son? ¿Galameth? ¿Otros seres de Efasthereth?

Ese mismo que habló me abre la camisa y con la ayuda de sus compañeros me la quita, también el pantalón, las botas y la máscara, haciendo pedazos a esta última. De nuevo me quedo sólo vestida con mi ropa interior deportiva. Me encantaría poder deducir qué pretenden de mí, pero sus ojos no muestran más que esa desencajada mirada llena de odio y locura.

Fassi lön. Rutoreth mandis.

Sulore or maru. Lö dinde ön ifirea.

Öth dinde felientle vec cernet.

Saben que soy madre. No estoy segura si eso puede suponer un poco de esperanza o, de lo contrario, los anima a-a... no puedo ni decirlo.

Me revuelvo otra vez.

Nearé!

A la exclamación le sigue una bofetada con el revés de la mano que me tira al suelo, compuesto de una especie de alfombra rudimentaria de pieles, hojas y fibras vegetales.

Wa-waefor... —ruego en lo poco que sé de galame.

Me vuelven a tomar de los brazos y me llevan a una estructura con forma de T a pocos pies de una hoguera de llama verde que dota de unos reflejos tenebrosos a las tiendas sucias que ilumina.

Sujeta en el madero, uno de ellos pasa su rasposa lengua por mi vientre. Sonríe como si fuera un niño saboreando un dulce, salvo que, su boca sin labios ofrece una imagen más atemorizante si cabe.

Maru sare veros.

Un par de ellos, saltan sobre mí y siguen el ejemplo de su compañero lamiendo mis piernas, en un extraño éxtasis.

Waefor! Waefor! —repito entre lágrimas, sin que ello suponga un cambio.

Los restantes hombres se acercan queriendo su parte.

Nearé!

El que me pegó los detiene. Es posible que este será su caudillo. No tiene ningún rasgo que lo distinga. Todos tienen la cabeza sin pelo, el mismo tipo de cicatrices, la misma constitución. Este pudiera ser un poquito más alto.

La calma me dura apenas unos segundos cuando veo en su mano un cuchillo de filo deteriorado y muy antiguo. Distingo en su mango un grabado que reza: Glarfeld Jaremty. N-no es posible que tengan esa arma.

El Ejército de Glarfeld era el nombre que se le dio a quienes decidieron luchar junto a Meur por la recuperación de Dëkifass. Es posible que estos hombres se hayan hecho con uno de ellos. Lo habrán encontrado tras batalla en los cuerpos de los caídos y se lo habrán quedado. Esa explicación es más lógica que pensar que pudieran ser los mismos soldados.

Ön Glarfeld weith.

Revelo mi condición de esposa de un miembro de esa familia. Es posible que eso...

Aquel hombre da dos saltos y sin mediar palabra me clava el cuchillo en el costado derecho, a la misma altura que los cortes de la lucha contra el primer dios.

—N-no... —digo costosamente mientras escupo sangre por la boca.

¡No puedo morir aquí! No sin encontrar a Ricca. E-estoy tan cerca de ella...

Joek-nep. Felientlo! —exclama mi agresor mientras es él quien pasa su lengua por mi herida y saborea mi sangre.

En otro fugaz movimiento agarra mi mano y...

—¡Aaah!

E-ese malnacido me mira mientras mastica mi dedo meñique, seccionado. E-esto tiene que ser una pesadilla. No puedo morir así. No quiero ver cómo me comen parte a parte y se burlan de mi sufrimiento. Boyr Thelos!

Me doy de bruces con la realidad de que ¡mi hija va a morir porque no fui capaz de llegar a tiempo!

¡Todo esto es culpa Orph! ¡De mi maldita familia! ¡De todos estos nelisemandeth que llevan jugando con vidas ajenas como si fueran los mismos dioses!

Si pudiera los mataría a todos. A estos monstruos, a los que están en Dëkifass y en el resto de Tie-Galam. Al final, son todos iguales. Orph, mis padres, los suyos, Alexys. ¡Todos son unos manipuladores que sólo ven por sus intereses! ¡Ellos propiciaron que Ricca terminara aquí y me arrastraron a este jureki bosque!

La bestia del cuchillo, no contento con mi dolor, rompe con su cuchillo mi ropa interior dejándome totalmente desnuda frente a sus babeantes compañeros. Pactaría con Thelos, Nâtar o Lavos si me dieran la oportunidad de devolverles esta vergüenza, este miedo y este sufrimiento. O, al menos, que pudiera fulminarlos. No me merezco esto. ¡No lo merezco! Jurek!

—¡Aaah!

El ser del cuchillo me corta el dedo anular derecho mientras se lo ofrece a una de esas bestias que lo acepta emocionado. Alrededor mía se congrega el grupo esperando su parte. Unos cuantos están lamiendo mis heridas, mis piernas, mi vientre, mientras me arañan, tira de mis pelos o me aprietan cualquier parte de mi cuerpo.

Esta es la desesperanza sobre la que tanto he leído, pero jamás pensé vivir. La sensación de abandono, con la certeza de que nadie va a aparecer para salvarme, es devastadora. Siento un dolor tan nocivo, tan venenoso, por verme cara a cara con las mentiras de la gente que supuestamente me quería, que me asusto. Tengo miedo en lo que me puedo convertir, si salgo viva de esta.

Uno de ellos me da finalmente un bocado en el muslo y se lleva con él lo poco que me queda de esperanza de que pudiera escapar de este suplicio. Elevo mis ojos al cielo, ahora más negro que rojo, esperando que me libre de este sufrimiento.

—Zhora.

Esa voz...

—E-Erenz —nombro, con mis ojos llenos de lágrimas.

¡Vaya forma de terminar! Hago honor a mi adicción de dejaros deseando el siguiente capi con un buen gancho.

Este capítulo es un poco más oscuro, cortito e intenso. Zhora está experimentando sentimientos más negativos y destructivos. ¿Serán irreversibles?

Preparaos que este es el inicio de una narrativa que incrementa su intensidad y que dan fe de su calificación adulta.

¡Gracias por leerme!


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