La Cabaña
Los recuerdos empiezan a contrastarse ante la información de Erenz. A lo largo de los años tuve muchas preguntas que nadie pudo —o quiso— responder. Las revelaciones del eremav son tan lógicas —dentro de esa corriente de pensamiento—, que me da miedo despertarme en una realidad que yo ignoraba por completo.
¿Es posible que el secuestro no haya sido tal? ¿Dejaron que Ricca fuera llevada para perpetuar aquel pacto ominoso por una ciudad que nunca debería haber sido refundada? Por eso mi familia y Orph no movieron un dedo para evitarlo. Por eso mandaron a Tomeus y al pelotón de Dames Caahn a por mí. No estaban preocupados por mí, sino que pudiera reventar el pacto con los dioses.
No sé cómo aceptar eso. Trato de pensarlo y creo que todavía hay algo que me estoy perdiendo. ¿Tanto valía Daudëki, la postrer Togash, como para condenar sus almas, sacrificar a sus primogénitos?
Tengo que estar uniendo mal las piezas de este rompecabezas. Mi razonamiento es plausible, aunque erróneo. Los Lumbard y los Glarfeld siempre han sido ambiciosos. Hay muchas historias de ellos en donde se cuentan las numerosas conspiraciones en las que han estado involucrados —incluso en mi novela favorita.
¿Sería eso la razón de tantos cuchicheos entre mi madre y mis hermanas? ¿La razón por la que Tarine ni se molestaba en relacionarse con su sobrina? ¿Para qué encariñarse con ella si su destino era morir sacrificada? ¿Y mis padres o Welorys? ¿Cómo podían tratarla con ese supuesto cariño si sabían que habría de morir llegado el momento? ¿Estuve rodeada de psicópatas y no me di cuenta? ¿Cómo pueden disponer de la vida de niños, de personas, de esa forma? Esto ya no es política. Son asesinatos premeditados. Infanticidios. Boyr Thelos! Espero que esté delirando por culpa de mis miedos. No puedo comprender que Orph le haya hecho eso a su hija. Los demás sí, ¡incluso mi madre! Pero él... no. ¡Orph no puede estar involucrado en un despropósito como este!
—¿Es cierto todo lo que me dijiste de los sacrificios? —pregunto. Necesito saber si eso es verdad—. Estas dudas me están matando.
Empiezo a llorar de nuevo. La incertidumbre, la impotencia de no haber sido capaz de prever esta escena me están envenenando. Estoy sintiendo cosas muy oscuras y tengo miedo.
—Lo es. No puedo determinar la intencionalidad de tu familia, si es lo que me pides. Sé que a tu hija la trajeron aquí. No fue secuestrada. ¿Quién lo hizo? No te lo puedo decir, porque no estaba yo ahí, pero sí conozco su olor. Lo que sí te puedo confirmar es que era un hombre. Su perfume, el aroma de su piel y sus hormonas así me lo aseguran. Los dioses no tienen la necesidad de secuestrar. Somos seres muy inferiores a sus ojos y sus necesidades no las podremos suplir nunca.
—Y ¿entonces por qué ese pacto?
—Es un castigo, Zhora, por osar rebelarnos contra el orden natural de las cosas. Y, si estábamos dispuestos a dar la vida de todos nuestros hombres por lograr un fin, pagaremos por mantenerlo. En mi caso con la más eterna de las soledades y vosotros con la vida de vuestros hijos cada veintisiete años. Al final, no somos tan distintos —sentencia—. Nosotros desestimamos la vida humana para alimentarnos de ella o convertirlos en eremaven, según la necesidad, y vosotros la despreciáis por una ambición. Es cierto eso que dicen que Lavos nos creó a partir de vosotros.
—Me desmoraliza ver lo ignorante que pude estar ante esta realidad. Odio la política y sus juegos de poder...
—Por mucho que la odies, ella te afecta lo quieras o no. Es la política lo que define cómo vives y lo que es correcto o no. Tu ignorancia y desidia nos da mucho poder a los manipuladores. Explotamos el desconocimiento, la desgana y la necesidad a nuestro favor.
—No sé quién me da más asco ahora mismo, todos esos desgraciados de Dëkifass o tú.
—A mí me puedes achacar muchas cosas, querida Zhora, pero no de que me vista de santo. Yo sé la clase de ser que soy y no me sirve de nada ocultarlo. ¿Para qué, si los galameth odiáis a todos los eremaven por igual?
—Vale, señor sinceridad, ¿dónde estabas cuando pasó todo?
—Volvía de pasear por la zona de Efasthereth cercana a la región del Lieo. El clima es mucho mejor allí. Las noches del norte son más fresquitas y tenía ganas de dormir sin taparme.
—¿Tan lejos? ¿Cómo llegaste hasta mí tan rápido?
—¿Qué clase de educación os dan en Dëkifass? ¿Tengo que darte una clase de anatomía eremav? Somos ágiles y veloces.
—Perdona que sea insistente, ¿viniste porque me sentiste a mí? ¿Por qué no hiciste lo mismo para con mi hija y quien la secuestrara?
—Porque sabía que se trataba de un sacrificio. Era el día y se cumplía el plazo. Siempre son dos los que van y sólo uno regresa.
Hay un pensamiento que se repite de forma constante. Un miedo que trato de sepultar en lo más profundo de mí. Las palabras de Erenz no hacen más que desenterrarlo, a pesar de mis denodados esfuerzos por retrasar su resurgimiento. No estoy preparada para enfrentarme a esa respuesta. Al mismo tiempo, no puedo dejar que la incertidumbre me envenene.
—¿Está viva? —pregunto al final.
—No puedo responder a esa pregunta.
—¿No la puedes oler? Si sabes que eran dos y su sexo, no debería ser difícil s-si...
—No te lo puedo confirmar, pero yo no tendría muchas esperanzas.
—¿Cuánto queda para Kaenpolus? —pregunto, en un vacuo intento por escapar de esta desagradable cadena de pensamientos. No quiero pensar en eso o voy a desesperar.
—Para tu fortuna, estamos a una jornada de camino. Y, por lo visto, no le estás interesando a los dioses. La máscara de Benfers ha resultado ser muy útil.
—No sirve para ocultarme de ellos, si no para que los vea —digo, no más. No necesito que Erenz sepa de todos los beneficios del regalo de la bruja. Algo me dice que esa ventaja puede serme útil en el futuro—. Será que tu compañía los disuade de atacarme...
Escucho un rumor de fondo.
—¿Oyes eso? —pregunto, mientras freno a mi acompañante.
—Parece la voz de una niña cantando —indica Erenz.
—¡Ricca! —exclamo y echo a correr.
Mis ojos se abren de par en par a causa de la adrenalina que recorre mis venas. ¿Puede ser que la haya encontrado al final? Que, de alguna forma, Ricca haya escapado de sus captores y esté vagando por el bosque, ignorante de los peligros que la rodean.
Una canción resuena entre los troncos, llevada por el viento y filtrándose por las copas de hojas grises. Puedo escuchar el coro de una canción que Ricca y sus amigas solían cantar en la sala infantil:
Cientos de aves vuelan en el cielo,
Cantan y danzan, tienen muchos sueños,
Agarran ramitas y hojas para sus nidos,
Comidas ricas llevan a sus hijos...
Retomo la carrera. Necesito encontrarla. Abrazarla y sentir que esta pesadilla puede terminar. ¡Ricca está cerca! Boyr, Thelos! ¡La puedo sentir!
Me encuentro con una casa en ruinas, construida en madera y piedra, que se camufla entre el mar de árboles del bosque. No tiene ventanas, ni puertas y su techo está derruido. Una especie musgo anaranjado y líquenes negros cubren toda la superficie. Parece haber sido absorbida por el bosque. Y-y mi hija está dentro. ¡Tiene que estar adentro!
Atravieso la puerta y el alma se me cae al pisocon lo que me encuentro en su interior.
Sí, sé que es un capi corto y os dejo con la miel en los labios. Tengo que preparar el ambiente y sembrar la intriga y tensión (me gusta ver el mundo arder).
¿Quién será la niña que cante esa canción? ¿Será Ricca? O ¿es posible que sea una nueva trampa de los dioses?
Gracias por vuestra compañía. :)
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