La Bruja


https://youtu.be/7syaug30S08

Abrir los ojos.

Al parecer, en algún momento, los cerré y ahí fue donde la bruja usó mis recuerdos en mi contra. Eran tan vívidos que no pude determinar que no eran reales.

—¿Cómo puedo darme cuenta de que los tengo cerrados?

—Busca las anomalías. El clima, la ubicación, la posición del sol o el color del cielo, por ejemplo. O en el caso de tu hija, ¿habla como ella? ¿Emplea los mismos términos? Ya la recuerdas, ¿no?

—¡Sí! ¡Lo recuerdo todo! —exclamo emocionada.

No puedo creer que haya podido olvidarla. ¿Es posible que pueda escapar de la bruja y quedarme con mis recuerdos? No tengo porqué enfrentarla. Puedo seguir mi camino hasta Kaenpolus...

—Seguirán contigo mientras estés en su zona de influencia. —Mi cara lo tiene que decir todo para que Erenz ponga una mano sobre mi hombro, en señal de consuelo—. Tienes que vencerla. Sólo así esos recuerdos serán verdaderamente tuyos.

Tengo ganas de llorar. Me siento perdida y sobrepasada por las circunstancias. Lo peor de todo es que no tengo la opción de rendirme. La vida de mi hija depende de ello. Los dioses son más fuertes de lo que pensaba. La intención y el deseo no me hacen más poderosa. Querer no es poder. Ahora me doy cuenta de que me va a costar muchísimo más de lo que esperaba.

—¿Cómo puedo hacer algo así? N-no soy más que una instructora. Mi estado físico no va a salvarme. ¡Ellos son dioses!

—Has cometido el error de no venir preparada.

—¡No tenía tiempo, Erenz! Cada minuto perdido es un minuto tarde que llego.

—No puedes recurrir a mí siempre.

—Está en tus intereses ayudarme. Ojalá no te necesitara. Boyr Thelos! Si tengo que hacer un trato con Lavos para salvar a Ricca, lo haré. Por eso mismo acepté que me salvaras, sin saber lo que me pedirás hacer. Así que déjate de tonterías. Si me matan, perderás esa oportunidad y dudo que quieras que eso pase.

Es hora de tomar el control de la situación. No le voy a pedir a Erenz que me diga qué es realidad o no. Lo que no es de recibo es que yo mate a todos los dioses, jugándome el cuello mientras él no arriesga nada. Cierto es que ya me salvó la vida en dos ocasiones y, en otras circunstancias, habría estado en deuda con él. Ahora mismo, no es suficiente.

—Necesitamos el uno del otro. Dejaste todas mis armas cuando luché contra el tronco partido ese, por si no lo recuerdas. Si no me las restituyes, vas a tener que pelear a mi lado. O ¿pretendes que luche con mis manos desnudas? En definitiva, ¡es tu culpa que tengas que ayudarme! —reprocho.

—Desde luego que eres inigualable. Ni hombres ni mujeres en el pasado se atrevieron a hablarme de esa manera. No sé si es la desesperación o tal vez es tu carácter. Impetuosa, valiente y atrevida —dice, entre la sorpresa y la satisfacción—. Sabes que si no hubieras llevado las prendas de Aleis ya estarías muerta. Ellas absorbieron la potencia de los golpes. Pero no voy a discutir contigo. En un punto tienes razón: no me puedo permitir el lujo de esperar a otro loco que tenga motivos para luchar contra los dioses.

Abre su larga chaqueta y veo como saca de su vaina una daga de una hoja de no más de veinte centímetros y, aparentemente, muy afilada. Su empuñadura reluce con el extraño juego de luces del bosque —parece de algún extraño metal ennegrecido. Me la ofrece y al sujetarla me sorprende su liviandad.

—¿Qué se supone que debo hacer con eso? ¿Cosquillas a la bruja?

—Deberías saber que el tamaño de ciertas cosas varía, si la situación lo requiere —dice, con una pícara sonrisa—. Querida Zhora, los eremaven no sólo somos asesinos sanguinarios. Éramos unos maestros creando armas mágicas. El infortunio quiso que yo sea él último y muchos de esos conocimientos se han perdido. Pero, al menos, me queda un buen arsenal a mi favor y esta, Yserd Foges, es una de ellas.

Llevarla me provoca una sensación extraña. Es como si alguna extraña clase de energía recorriera mi cuerpo. No estoy segura si me está revitalizando o tan sólo invadiendo y tomando control de mí. Lo que sé es que tengo unas irrefrenables ganas de buscar a esa maldita bruja y destrozarla.

—Di su nombre —pide Erenz.

Yserd Foges.

La hoja triplica su tamaño, pero su peso no varía. No sé qué decir. Pensé que la magia no era más que una invención de los libros, aunque, si existen los eremaven y los dioses del bosque, ¿por qué no podrían ser reales esos poderes? Tengo que reconsiderar mi conjunto de creencias. No me queda duda de que han sido cimentadas en falsos conceptos y hechos.

Si regreso viva de esta aventura, mi vida no podrá continuar en la rutina establecida. Ni Orph ni mi familia son las personas que creía conocer. Lo mismo pasa con Dëkifass. ¿Cómo es posible seguir viviendo en un lugar en donde se sacrifican personas cada veintisiete años para no ser destruidos por los dioses? ¡Todas las vidas importan! ¿Quiénes somos nosotros para jugar a ser dioses?

—Ricca ha sido secuestrada para ser sacrificada por Dëkifass —resuelvo. No es una pregunta, es la constatación de un hecho que no puedo negar—. Voy a encontrar al responsable de esto y lo mataré.

—Como te dije antes, no puedo asegurarte ni una cosa ni otra, pero la fecha coincide con el noveno sacrificio necesario para que tu pueblo siga en pie. Las respuestas te esperan con tu hija.

Me doy vuelta y me interno de nuevo en la espesura. Tengo que encontrar a Benfers Romtheris. Tengo que matarla y seguir mi camino. ¡Ricca me necesita! No quiero ni pensar de que pueda estar muerta.

Aquello hace que me hierva la sangre. Es una furia que no puedo aplacar. Esta es la promesa que hago, aquí y ahora, ante los dioses del bosque: mataré a todos y cada uno de los implicados.

Freno en seco al recalar en otro claro, en donde me encuentro a Orph armado.

—O-Orph... ¿Eres de verdad tú? —pregunto mientras agarro con más fuerza el mango.

—Claro que soy yo, mi amor. No podía dejar que vinieras sola a por Ricca. Tardé demasiado, pero tenía que estar bien preparado para...

Por medio de dos saltos me sitúo a un metro de él y trato de darle un espadazo. Orph dijo por activa y por pasiva que no se involucraría en aquella búsqueda. Él no es un guerrero a pesar de que entrene todos los días en el MEF. Él no es más que un maldito administrativo que deja el trabajo sucio a otros.

—Perdiste tu ventaja. Muestra tu maldita cara.

Sonríe y se lleva la mano hacia su rostro y veo como clava las uñas en su carne y lo arranca dejando a la vista, los músculos, globos oculares y sus mandíbulas sin labios. ¡Sigo con mis malditos ojos cerrados!

Me esfuerzo por abrirlos y es cuando me encuentro ante mí a un ser estilizado, con una máscara lisa, de color blanco, sin orificios por rostro. Tiene seis brazos que llevan las caras de gente que conozco: Ricca, Erenz, Orph, mi padre, Jeone —el instructor jefe— y mi hermana Welorys. Su cuerpo está cubierto por una tela que parece confeccionada en humo, disolviéndose en sus bordes.

—¿Con qué cara quieres que te mate? ¿Tu padre? ¿Orph? ¿O tal vez debería intentarlo de nuevo con Ricca?

—¡No te atrevas a decir su nombre! —exclamo a la vez que hago un movimiento horizontal que Benfers esquiva.

Su contrataque no se hace esperar. Me golpea con una de las máscaras que me hace un feo corte en el costado derecho y prosigue con sus restantes brazos. Escapo de ellos tirándome al suelo y rodando. Me levanto como un resorte.

Benfers sigue delante de mí...

Siento como algo me atraviesa el vientre. Pe-pero ella no se movió...

Me separo de un salto. Abro los ojos de nuevo y la veo frente a mí. La herida sangra mucho y abro la camisa y veo que el corte no es tan grave.

—La prenda de na'phelgö te salvó la vida. —Su voz es perturbadora. Es una amalgama de las máscaras que lleva. Incluso está el de mi hija ahí. Me duele que alguien la emplee para hacerme daño.

No puedo parpadear siquiera. ¿Debería cortarme los párpados? S-sin ellos no habría forma de confundirme.

Recurro a una solución menos dolorosa, plegándolos. Es incómodo, extraño y siento que mis ojos se secan y me duelen. No me queda otra. Tengo que vencerla si no quiero arrastrar secuelas.

—Muy valiente, pero ¿será suficiente? —dice mientras se pone la máscara de Welorys y toma su voz, aunque no su forma—. Al final, Zhora, no eres más que la vergüenza de la familia. He tratado de quererte y ser tu amiga, pero, hermana mayor, tienes que reconocer que ni siquiera eres capaz de aceptar el camino que debes recorrer junto a Orph. Liderar Dëkifass es un honor que estás rechazando por ser instructora. ¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? ¡Instructora en vez de líder! ¿Quién en su sano juicio haría algo así?

No puedo entender por qué Welorys, la menor de las tres, es quién me reprocha mis aspiraciones. Esa es una actitud más propia de Tarine —quien me desprecia por no poner mis miras en los puestos políticos que tanto ella ha anhelado. A ella le habría gustado ser la primogénita y más de una vez la escuché cuchicheando con mi madre sobre eso. Nunca lograré entender cómo eso puede condicionar su vida y separarla de mí. En Welorys encontré el apoyo que no tuve de Tarine.

Que la bruja ponga una voz —equivocada en este caso— a mis emociones me molesta y entristece. Son numerosas las veces que no me he sentido querida. Ser una persona humilde parece ser un problema muy grave en Dëkifass —y las revelaciones de Erenz no me invitan a ser muy optimista sobre hasta qué punto llegaría mi familia por ostentar el poder.

Ser la compañera de Orph me obliga a rechazar quien soy y mis sueños. Si hubiera sabido esto al principio, me lo habría pensado. La evidencia muestra que me casé con un hombre cobarde y ambicioso —no en vano soy yo la que me estoy enfrentando a esta maldita bruja, mientras él estará sentado en su despacho de mierda decidiendo el futuro de un pueblo que no debería de existir.

No respondo a las palabras de Benfers, pero sí me abalanzo sobre ella y, en un ataque inesperado logro quebrar una de sus máscaras.

La bruja grita tan fuerte que me tengo que tapar los oídos para que mis tímpanos no se rompan. Creo que ni cortándole un brazo le habría provocado tanto dolor.

Aquello me anima y encadeno una serie de golpes que la bruja esquiva a duras penas. Ella no es una diosa fuerte, tal vez ágil. Juega con sus malas artes para atacar a sus víctimas por medio de ilusiones. Destruyo otra de sus máscaras y aprieto los dientes, haciendo un vacuo intento por ignorar sus alaridos. Repito el movimiento por dos veces hasta que Benfers no le quedan más que un par de ellas.

Parece exhausta. Ya no tiene ese porte señorial. Eso me da fuerzas. No quiero pecar de confiada y ser sorprendida. Bien podría estar engañándome. Con estos dioses, cualquier cosa es posible.

Me aseguro de que mis ojos se encuentran abiertos. ¡Vamos, Zhora! ¡Ya es tuya!

Con otro golpe de Yserd Foges quiebro la penúltima máscara. Benfers Romtheris cae sobre sus rodillas en una postura suplicante. Debería atacar y terminar con todo eso, pero la única máscara que le queda es la de Ricca. No soy capaz de atacar nada que lleve su cara. Benfers probablemente lo sabe y esa puede ser su oportunidad para contratacarme.

—Déjame vivir y te devuelvo tus recuerdos —pide mientras se pone la máscara de Ricca.

—¿Cómo puedo creerte? —pregunto.

—Porque yo no quiero morir. ¡Es más! Te daré un regalo para que puedas encontrar a tu hija en Kaenpolus. Sin él, tu camino será más difícil. Podrás ver a los espíritus del bosque antes de que te sorprendan y sus ilusiones no te afectarán —asegura.

Benfers se quita la máscara que pierde las facciones de Ricca y se convierte en una simple máscara de fiesta de color negro que sólo cubre los ojos y que me ofrece. No quiere morir. Posiblemente recupere sus poderes con el tiempo y me está dando un arma para no volver a caer en su trampa. También conoce mis recuerdos, sabe de lo que soy capaz y que aceptaré su oferta.

—Podría matarte, sin importarme tu máscara. Al final, no soy más que una invasora.

—Podrías, pero no lo harás. Tú no eres como los galameth que alguna vez horadaron con sus pasos estas tierras. En ti todavía hay bondad.

Me gustaría pensar eso mismo. Que todo el mal que estoy sufriendo no deje mella y destruya lo que fui. Preservar la vida de Benfers puede servir para recordar quien soy. Y, si esa muestra de misericordia pudiera ayudarme en el futuro a salvar a Ricca, vale la pena arriesgarse.

Agarro el regalo de la bruja y, tal como ocurrió con la espada de Erenz, siento una extraña energía recorrer mi cuerpo. El sangrado de mi vientre y del costado cesan. No entiendo qué clase de magia puede sanar heridas.

—Gracias. —Escuchar la voz real de Benfers me provoca un escalofrío. Es muy aguda, como el chillido de una anciana—. Las ilusiones del bosque no te afectarán, pero seguirás vulnerable a su magia.

—¿Está mi hija viva?

—No soy yo quien puede darte esa respuesta. Y el eremav...

—¿Qué pasa con Erenz?

—No confíes en él.

Dicho eso, Benfers se da la vuelta y sedesvanece en el aire.

El enfrentamiento contra Benfers Romtheris ha terminado mucho mejor de lo esperado. 

Poco a poco Zhora va superando los desafíos y, al mismo tiempo, recibe los medios y la experiencia para encontrar a Ricca.

Ahora bien, ¿qué os parece el aviso de Benfers? ¿Le pide que no confíe en Erenz sólo porque quiere generar discordia? O ¿puede ser un aviso legítimo?

Los siguientes capis nos darán las respuestas.

¡Gracias por leerme!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top