Epílogo
https://youtu.be/9EGnrB6Qt7I
El ferry está llegando a las costas de Hidria. No puedo creer estar viendo el puerto aparecer tras el horizonte neblinoso de la mañana. Lumbareth Pertea, el Puerto de las Luces, nos recibe tan imponente como siempre. Su alto faro restaurado, que gobierna la costa desde hace milenios, guía los barcos desde tiempos anteriores a la llegada de Eber Galam. No en vano, ya en Hidria habitaban los primeros habitantes de Tie-Galam que, según ellos, descendían de Nâtar.
Todos y cada uno de los edificios de la isla son blancos. Pueden tener ribetes y adornos del resto de colores, pero el que reina sobre todos es el blanco. Eso no ha cambiado desde su fundación. Aquí es imposible hallar las modernas edificaciones acristaladas y de acero de Valehn, la capital del país. Yo lo agradezco. Quiero estar en un lugar que se parezca lo menos posible a Dëkifass y al resto de ciudades de Nemravros.
El olor a sal del mar, de los orpheth saltar acompañando al barco, me ayudan a escapar de esos lúgubres pensamientos. El muir brilla con fuerza en el cielo de un azul intenso. Son los últimos de Sesem y en el sur todavía es más fuerte el sol. Quiero pensar que mi tono de piel oscuro —característico de todo hédrerin que se precie— no se verá tan afectado como la de Ri-ri, quien no para de juguetear con todos los niños que también están viajando a la isla de vacaciones con sus padres.
Dejar Efast Droth nos llevó un par de días. Viajamos al sur, hacia su linde más cercana a Valehn, por un camino en casi su totalidad cubierto de hierba y tierra por su desuso. Fuimos acompañadas por el Rey Demonio la primera fracción del camino, hasta que nos encontramos con una aparente galame. La mujer, cuyos rasgos me eran familiares, resultó ser Benfers Romtheris, quien nos escoltó en el tramo final de nuestro viaje.
Conforme nos alejábamos de Gherökestl y de Kaenpolus, nos sentíamos más fuertes. Ricca jugaba con Benfers, ignorante de su naturaleza. Es más, ella era incapaz de ver al Rey Demonio más que como un niño de unos diez años, mientras que yo sí era consciente de su apariencia. ¡Era tan extraño todo! Por momentos me sentí parte del bosque. Es posible que... No. Efast Droth es parte de nosotras y, aunque yo espero con todas mis fuerzas no volver nunca aquí, algo me dice que veré estos árboles de nuevo.
—Themegherö Qinand jamás hizo nada parecido por nadie —dijo Benfers, para mi sorpresa. Fue muy curioso establecer una especie de relación amistosa con ella. Me contaba cosas del bosque y yo de la que había sido mi vida hasta entonces. Para los espíritus somos tan curiosos como ellos para nosotros—. Me pidió que os acompañara y os cuidara hasta salir de Efast Droth. No es que nada os vaya a ocurrir. En el bosque todos saben quiénes sois: Zhora y Ricca Efastmandeth.
Hijas del bosque. Casi que podría aceptar esa nueva identidad. Nos favorece e identifica.
—¿Por qué todos estos favores? —pregunto—. No creo que matar a Erenz y entregar a mi gente haya sido suficiente.
—Conociéndolo como lo conozco, una vez muerto el eremav, todos habríais sido eliminados en un abrir y cerrar de ojos. El Rey lee los corazones y conoce las intenciones de todo ser que se adentra en sus dominios. Mostrar clemencia por mi vida y luchar contra nosotros por recuperar a tu hija, sin más ambición, ha sido lo que os ha salvado la vida. Dudó cuando volviste acompañando a Erenz, pero supiste elegir el camino adecuado.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo al descubrir cuán cerca de la destrucción había estado. Al final, la bondad que tanto criticaba me salvó la vida.
—Sabes que, para evitar todo tipo de represalias, todos los habitantes de Dëkifass tenían que morir.
—¿Y qué dirá el resto del país? No pueden desaparecer más de cinco mil galameth sin que haya preguntas.
—¿Sentiste el temblor de la tierra la noche que recuperaste a tu hija? Los cuerpos de todos los fassi fueron retornados a sus hogares, donde un terremoto dio cuenta de ellos. Si volvieras, verías una población destruida y consumida por el fuego.
—¿Tan grande es el poder del Rey?
—Es el hijo de dos dioses —Aquella respuesta era más que suficiente.
En la linde sur del bosque nos despedimos. Ricca le dio un abrazo como si de Menys se tratara. Esta pequeñaja es tan cariñosa e inocente, que es muy posible que no se haya dado cuenta de que estuvo jugando, hablando y conviviendo con seres muy poderosos.
—Te echadé de menoz, tita Benfez. —¡Esta niña es increíble!—. ¿Noz volvedemoz a ved?
—No lo descartes —dijo, mientras revolvía sus cabellos. Se volvió a mí, inclinó su cabeza y se despidió—. Ckerunâtar.
Asentí, agarré la mano de Ricca y dejé el bosque. Sí, no quiero decirlo en voz muy alta, pero estoy segura de que esta no será la última vez que veré Efast Droth. Tan sólo espero que sea, muy, muy tarde.
El ferry inicia las maniobras de atraque en el puerto. Minutos después, cuando la pasarela está extendida, podemos dejar el barco y poner pie en tierra hédrerin.
—¡Qué bonito! —exclama Ricca, boquiabierta de ver el puerto tan ordenado, tan limpio y distinto a todo lo que ella conocía.
Había una infinidad de tiendas que hervían de actividad con turistas siendo atendidos por los tenderos, que les ofrecían todo tipo de regalos y souvenirs hechos con estrellas de mar, conchas y corales. Ricca corrió hacia uno de ellos y miró un collar realizado con cuentas blancas de madera del remartre —el árbol del mar, un tipo muy característico de la isla de tronco blanco— y una estrellita de mar naranja como medalla.
—¿Me compaz uno?
—Sólo uno, que mientras encontramos casa, vamos a gastar mucho dinero.
Ricca asiente. La pobrecita no entiende de lo que le hablo, es demasiado pequeña, pero se conforma con ese regalo. Apenas ha pedido algo y tampoco ha preguntado por su padre. En algún momento tendré que hablar con ella de eso. No puedo retrasarlo. Tenemos que enfrentar esa situación en algún momento. No creo que no recuerde los sucesos de esa noche. De lo contrario estaría aterrorizada y tendría una pesadilla tras otra.
Creo que no pudo ser más feliz que cuando le dije que no volveríamos a casa, sino que conoceríamos la isla de nuestros antepasados. Ni siquiera preguntó por su amiga Celenis ni por Menys y mucho menos por Welorys. ¿Es posible que su estancia en el bosque le otorgara ese conocimiento? Es tan extraño todo. Lo que sí sabe es que no quiere recorrer esos nefastos capítulos de su tan breve vida.
—¡Gaciaz! —exclama, contenta cuando me ve pagar por el collar.
No me hago esperar. Me acuclillo y se lo pongo.
—Le queda muy bonito —dice una voz conocida a mi espalda.
No logro identificarla. Me doy la vuelta y el corazón me da un vuelco cuando veo ante mí a Alexis Galam en persona, ataviada con un hermoso vestido de tirantes por encima de las rodillas, de color blanco y ribetes azules y una pamela a juego.
—A-Alexis... ¿Qué haces aquí?
Aquella arrebatadora sonrisa dibuja su rostro con unas pecas que no recuerdo. Hace casi diez años de nuestra separación.
—Eso mismo podría preguntarte yo. Pero no me voy a hacer desear. Estoy de vacaciones.
—No sabía que la gente importante tenía el derecho a ellas —comento mordaz—. ¿Viniste sola? ¿Está por aquí tu consorte? Aprobado por tus padres, espero.
—¡No sabes cómo extrañaba tu delicioso sarcasmo!
—No puedes extrañar lo que no tenías —espeto—. Igual no te acostumbres. Este repentino encuentro no se repetirá.
La expresión de su rostro se tornó a otra más sombría.
—Te juro que no esperaba ver a ningún fassi con vida después del desastre de la ciudad. Pensé que estaríais todos muertos.
—La providencia quiso que estuviera bien lejos cuando pasó eso.
—Lo que más me intriga, es que recibimos mensajes muy extraños, que desaparecieron sin dejar rastro, que hablaban de una invasión de eremaven. Y, curiosamente, te nombraban a ti como responsable de que escaparan de Efasthereth. ¿Qué de cierto hay en eso?
—Se han dicho muchas cosas y eso no las hace más ciertas.
—¡No me vengas con eso!
—¡Tú tampoco juegues conmigo, Alexis! Este encuentro no ha sido fortuito. ¿Qué probabilidades hay de que algo así ocurra?
—Tu travesía por Valehn no pasó inadvertida.
—Tus espías trabajan bien.
—No lo suficientemente bien como para detenerte allí.
—Por tu bien, y no es una amenaza sino un consejo, olvídate de que me viste, de que existió un lugar llamado Dëkifass y regresa a tu palacio y sigue gobernando.
—No puedo dejar que en mi país ocurran cosas como estas.
—No tienes ni idea de a lo que te enfrentas —digo, mientras agarro la mano de Ricca, quien mira fijamente a Alexis—. Te lo pido... No. Te lo ruego: no sigas los mismos pasos que Orph, que sus padres o que Meur Glarfeld. Los Galam siempre os habéis jactado de no tener su ciega ambición.
—¿Cómo puedo frenar entonces a tus tíos políticos? Están todo el día insistiendo en que investigue más a fondo lo que pasó. Me acusan de ocultar información vital del caso. Si no hago algo, me costará el gobierno y Nuir Glarfeld será elegido mi sucesor. Te aseguro que él sí hará lo que yo no hice. Esto es imparable.
—Yo no puedo responder, ni responsabilizarme por lo que vosotros hagáis. Eso queda fuera de mis capacidades. No puedo más que tratar de reconvenirte. En Efast Droth viven seres que van más allá de vuestra comprensión y conocimiento.
—¿Efast Droth lo llamaste?
—Haced lo que quieras —expreso, hastiada de esta conversación—. No digas que no te advertí.
—¿Y si te ofreciera un lugar a mi lado? Hace no tanto tiempo, era lo que querías.
Aquellas palabras me entristecen más de lo que podía expresar.
—Nunca me importó tu trono, Alexis. Me importabas tú, la persona y no los títulos. Al final, no erais tan distintos Orph y tú.
Aquella noche descansamos en un hotel humilde, sin más pretensiones que la de tener una cama cómoda y un ventilador que condujera la fresca brisa portuaria al interior del dormitorio.
Habíamos cenado en un asador a la vuelta de la esquina. Devoramos el pescado a las brasas y nos hinchamos de bebida de frutas, la preferida de Ricca.
Estábamos tiradas sobre el mullido colchón, cuando Ricca me abraza y empieza a llorar.
—Eztaño a papá —gimotea.
—Yo también, mi amor.
—¿Pod qué fue malo con laz doz? —Aquello me quiebra y trato de luchar contra unas lágrimas, más poderosas que el bosque.
—Él era así. Lo hicieron así. —Suspiro mientras pienso qué decir para no herirla más—. Ahora nosotras tenemos que ser libres de ese dolor, pequeñita. Tenemos que perdonarlo y seguir adelante.
—¿Cómo ze pedona?
¡Qué pregunta! ¿Cómo le puedo explicar a una niña que es el perdón para que lo entienda, lo aplique y sus consecuencias no la persigan por los restos?
—Perdonar es aceptar que una persona nos hizo daño y que ese dolor no se puede deshacer. Nos costará olvidarlo, posiblemente, no lo hagamos nunca; aun así, eso no nos puede frenar ni condicionar nuestra vida.
—Zuena difícil.
—Lo es, Ri-ri. Mucho. Cada día nos toca perdonar un poquito, hasta que llega un día en el que todo lo que pasó, no sea más que un recuerdo sin poder. Nosotras seremos libre y tu padre también lo será.
—¡Qué bonito!
Sonrío y acaricio sus cabellos.
Pasan unos pocos minutos y se queda dormida sobre mi pecho. Yo todavía no puedo conciliar el sueño. La aparición de Alexis reabre unas heridas demasiado recientes, y me recuerda que, por mucho que luche, Efast Droth nos perseguirá o hasta que muramos o hasta que los espíritus del bosque decidan marcharse y dejar esta tierra que no los merece.
No hemos aprendido nada de la historia.
En lo que a mí me respecta, seguiré con mis planes de establecerme cerca de un pueblo que hay en el centro de Hidria, al lado del Templo de Nâtar. Mi deseo de vivir en paz con Ricca no ha cambiado ni cambiará. Siempre que Themegherö Qinand no me lo demande. No en vano, le debo a él nuestras vidas y, si algo he aprendido durante mi estancia en el bosque, es que necesitamos más la existencia de los espíritus del bosque, que la de cualquier henyêri.
—Alön.
Orph(eth): Del galame, delfín(es).
Ckerunâtar: Del galame, Nâtar te guarde.
Alön: Así sea.
¡Hola! Llega el final de esta historia... o no. Está claro que algo va a pasar y, de momento, no tengo en mis planes continuar la historia. Es muy difícil que escriba algo que tenga un punto y final. Soy un autor conocido por querer ampliar absolutamente todo lo que hago, sea relato corto o no. Y me falta tiempo para continuar todo lo que inicio. Aunque tiempo al tiempo...
Han pasado tres años desde que marqué como completa esta historia, me lancé como un loco a los Wattys y no estuve entre los finalistas (como era esperable). La novela necesitaba una buena revisión y ahora sí se parece a la historia que quería escribir.
Ahora, hablando del final, la desaparición de Dëkifass no podía quedar en el olvido, ni quedar sin consecuencias. Ahora bien, ¿la investigación de Alexis la llevará a combatir contra los espíritus del bosque? O, ¿seguirá el consejo de Zhora y se olvidará de lo que pasó y quedará todo como un desastre natural? Como dije, algún día pueda ser que tengamos esas respuestas.
¿Qué te ha parecido? Me encantaría conocer vuestra opinión sobre Zhora, Erenz y los demás personajes. ¿Os intriga también el galame antiguo? Es un idioma que llevo tiempo también creando.
Llega momento del hasta luego, porque no habrá una despedida. Si os puedo decir, que la historia que tanto le gustaba a Zhora (La Rosa Negra) tiene un bosquejo escrito hace muchos años atrás. Creo que tengo unas cien páginas y algún día me atreveré a escribirla.
¡Gracias por leerme y por vuestra compañía! :)
HJP.
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