🌸02🌸

En los últimos tres años Tobirama ha regresado con frecuencia al umbral del bosque para escuchar la melodía que proviene de su interior.

La naturaleza mística del bosque de los cerezos ha cautivado la curiosidad del albino, atormentándolo durante su tiempo libre e insistiéndole en buscar los orígenes benevolentes o siniestros de la tonada que parece poseer la habilidad de detener el tiempo a su alrededor, erizarle la piel e hipnotizarlo con una sensación de paz, respeto y deseo de veneración.

- ¿serás tan peligrosa como hermosa eres? – se preguntó a sí mismo. Con el sol en el punto más alto del cielo es el único momento en el día que Tobirama se permite merodear por el bosque.

Tobirama era miembro de una familia noble, de la cual han salido guerreros formidables en batallas, comandantes que ganaron numerosas batallas para su señor feudal, y monjes, hombres honorables, sabios, devotos y temerosos a los dioses que dedicaron sus vidas a liberarse de los males mundanos para proteger a los inocentes de los horrores de las sombras. De buena gana Tobirama se uniría a un monasterio, pero su padre decidió que debía ser el consejero de Hashirama en la administración del clan, a si mismo, formarse como general al servicio del señor feudal.

A marcha rítmica Tobirama guiaba su caballo en línea recta a través del bosque a la vez que marcaba los árboles con un cuchillo para evitar desorientarse, en los últimos años ha recorrido casi cuatro kilómetros en línea recta en un intento de conocer algunos de los misterios que esconde, siempre vigilando el sol para evitar quedarse en las penumbras de las sombras malignas del lugar.

Esa tarde de expedición encontró algo hermoso. Tobirama detuvo el andar de su caballo y observo detalladamente el claro que emerge entre los frondosos arboles a sus ojos, una circunferencia perfecta de al menos 150 metros, creada por arboles de cerezo de 30 metros de altura con flores silvestres como alfombra sobre el suelo, iluminadas por los rayos de sol que caen en picada directa sobre el lugar.

El viento ajito las ramas de los árboles, provocando que los pétalos con aun gotas del roció del amanecer se desprendieran, refractando la luz del sol en los colores del arcoíris. Perplejo, Tobirama alzo la vista a la copa de los árboles y parpadeo por molestia al recibir de lleno la luz del sol en sus pupilas.

Absorto en la lluvia rosa ignoraba la presencia de alguien más.

- ¿Quién eres y que haces aquí? – Tobirama se sobresaltó y bajo su vista nublada por el sol al suelo. Después de parpadear un par de veces logro que sus ojos se acostumbraran a la iluminación tenue del bosque. Observo detalladamente a la persona a unos metros de distancia. Quizás no estaba tan adentrado en el bosque como lo supuso, quizás el joven a unos metros sea hijo de alguna curandera que merodea el lugar, o tal vez se trate del hijo de una bruja, el pupilo de un monje.

- ¿Quién eres tú?

- Regresa a tu pueblo, las personas que se adentran al bosque se desorientan y terminan perdidos.

- No me has contestado ¿Quién eres?

- Quien soy no es relevante, regresa a tu pueblo antes del anochecer. – Tobirama noto que el joven carga en un brazo un puñado de ramas secas, supuso que simplemente estaba ahí para recoger leña para el fuego de la noche.

- Si yo debo salir del bosque tu también debes hacerlo, regresemos juntos al pueblo.

- Estoy en mi hogar. Ya te lo he dicho, regresa a tu pueblo antes del anochecer.

- Te acompañare a tu casa.

Tobirama sentía curiosidad por el origen del desconocido, si era verdad que él vivía ahí, quizás ha escuchado con anterioridad la melodía, tal vez el bosque no es tan misterioso, ni escalofriante como las historias de las nanas, cazadores y monjes lo han hecho ver.

El azabache observo de pie a cabeza al joven albino mientras en su rostro se formaba una mueca de molestia por la insistencia del forastero.

- ¿acaso no has escuchado las advertencias de los ancianos? ¿Por qué has cruzado la roca de los caídos? - Tobirama abrió grande los ojos por la sorpresa, si lo que decía el joven era verdad, debe haber unos siete kilómetros de distancia del umbral del bosque.

- Intentas engañarme, nadie vive tan adentro del bosque de los cerezos. – el joven azabache rodo los ojos por la insistencia de las preguntas del albino.

- Es la ultima vez que lo diré, regresa a tu pueblo, aun estas a tiempo. – el azabache le dio la espalda a Tobirama y empezó a caminar en dirección contrario, adentrándose aún más en el bosque.

- ¿espera? ¿Cuál es tu nombre? – Tobirama siguió al azabache con su caballo y se detuvo a un par de metros cuando el otro paro de caminar.

- Seria una pena que no lograras salir del bosque antes del anochecer. Los espíritus malignos son más aterradores de lo que creen.

- ¿Por qué tu no le temes? ¿acaso eres un espíritu maligno? – el azabache suspiro profundo se encogió de hombros antes de girarse para ver cara a cara al albino.

Tobirama observo detalladamente al joven azabache, un adolescente quizás un par de años menor que el, de cabello lacio y largo hasta su espalda baja, al albino le pareció curioso que las ropas del menor no estuvieran sucias, rasgadas o viejas, dadas las condiciones de alguien que vive en una parte profunda del bosque.

El menor llevaba un yukata de tono azul oscuro con un logo en la espalda, uno que estaba seguro que ha visto antes en el pueblo, también usaba una hakama negra, toda su ropa limpia y pulcra, incluso su calzado. Parecían ropas de un noble. Sospechoso, concluyo Tobirama.

- Mi nombre es Izuna, yo también le temo a los yokais, pero tengo un deber importante en este lugar y es lo que me protege de ellos. Ahora regresa a casa antes del anochecer y si escuchas una melodía no la sigas.

- ¿has escuchado antes la melodía, que o quien la produce?

- ¡Tú eres tonto! Sal del bosque y nunca sigas la melodía. – la expresión en el rostro del joven azabache inquieto al albino. – una cosa más, después de unas horas las marcas en los arboles desaparecerán.

- Bien, me retirare, ten una buena noche. – Tobirama movió las riendas de su caballo para que este diera vuelta.

Alrededor de tres horas Tobirama hizo que su caballo galopara a gran velocidad, fue aterrador para el descubrir que Izuna decía la verdad respecto a las marcas que dejaba en los arboles y se recrimino el no haberse dado cuenta de ese detalle en sus expediciones anteriores.

Justo cuando llego al umbral del bosque escucho que la melodía de la flauta iniciaba, estaba agotado, su caballo apenas se mantenía de pie.

Tobirama sintió miedo, el viento del atardecer le erizo toda la piel del cuerpo y el primer pensamiento que tuvo fue regresar al claro del bosque a buscar al azabache.

Seguramente el también estará asustado, indefenso ante lo maligno que oculta en su interior el bosque.

El miedo por el escalofriante ambiente que se creo alrededor de su entorno le impidió a Tobirama razonar o procesar su conversación con el azabache y sus acciones en el bosque, lo único que podía sentir era el instinto gritándole que debería ponerse a salvo así mismo y al joven de contextura delgada y pálida.

Intento que su caballo galopara de regreso al claro del bosque, pero el animal se negó y relincho parándose sobre sus patas traseras, tal acción desequilibro al albino y cayo del caballo.

Al caer del caballo Tobirama se golpeo con fuerza su brazo izquierdo, escucho que un crujió. Aturdido por el dolor se quedó seminconsciente tirado en el suelo. 

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