Capítulo 9
Conforme el sol caía, la Plaza de las Hadas comenzaba a llenarse de vida. A la iluminación habitual se le habían sumado farolas colgadas entre los árboles como luces de Navidad. La música suave se mezclaba con las risas de los organizadores que acababan de llegar. Los vendedores de cada stand se encargaban de instalar sus tiendas para armar sus puestos.
Leya había sido presentada como miembro de la policía de Bosques Silvestres y llevaba una tarjeta colgando al cuello que la identificaba como tal, aunque su cargo de detective le permitía vestir de civil.
Era un atardecer cálido, la luna se elevaba en el firmamento y una brisa suave se llevaba a volar las hojas que caían de los árboles. Ese clima la había convencido de dejar su estilo formal en favor de un vestido veraniego holgado que se ajustaba en su cintura y flotaba hasta sus tobillos. Pensativa, tomó entre sus dedos un mechón de su cabello suelto. Hacía tanto tiempo que no se lo soltaba ni se maquillaba con esmero que le costó reconocer a la mujer en el espejo. Los habitantes del pueblo no habían pasado por alto el cambio. Aunque no se tratara de una belleza llamativa, atraía más de una sonrisa al pasar.
En ese momento su superior acababa de ordenarle rondar los puestos y ofrecer su asistencia a las autoridades de cualquier stand. Cuando vio a tres adolescentes intentando desplegar un gazebo con mucha dificultad, se acercó.
—¿Puedo ayudarles?
—Sí, por favor —respondió agotado uno de los chicos, que estaba luchando contra la lona que iba en el techo.
—¿La tela va antes o después? —preguntó un segundo joven.
—Durante —respondió la tercera que intentaba descifrar un mapa con las instrucciones.
—Primero debemos extender la estructura y subir los tubos de las cuatro esquinas —explicó la detective—. Posiciónense uno en cada una. Cuando esté a una altura media, suben la lona y después la atan.
Los adolescentes obedecieron y entre los cuatro pudieron armarlo.
—Muchas gracias —le dijeron los tres.
—Es la primera vez que trabajamos en uno de los puestos —agregó el primer muchacho, sus ojos resplandeciendo de ilusión—. Nuestro jefe dijo que si lo hacemos bien nos volverá a llamar o nos contratará a tiempo parcial.
—¿Los tres son mayores de edad? —fue la pregunta automática de la detective.
—Ellos dos sí. Yo voy a cumplir dieciocho la semana que viene.
—En ese caso, les deseo suerte —sonrió Leya.
En ese momento escuchó un crujido y todo el gazebo se vino abajo sobre sus cabezas. Su primer instinto fue levantar ambas manos para recibir la estructura ligera y evitar que dañara a los adolescentes, pero un brazo atrapó su cintura y la jaló hacia atrás contra un cuerpo cálido y sólido. En ese inesperado abrazo aspiró la esencia de las profundidades del bosque.
—¿Están todos bien? —preguntó una voz masculina a su espalda, aflojando su brazo sin soltarla del todo.
Los tres adolescentes habían saltado fuera del gazebo y tropezado con las cajas que estaban alrededor en ese momento, por lo que asintieron efusivamente desde el suelo de césped.
—Parece que solo se derrumbó en tres esquinas. Nunca olviden asegurarlas, deben extender los caños hasta que escuchen un clic.
—Sí, señor —respondieron avergonzados y se pusieron manos a la obra al instante.
—Otra cosa —La mano en su cintura la dejó libre. Hablaba tan cerca que Leya sintió un cosquilleo en su oreja—. Mady vendrá a ayudarnos más tarde. Sean cuidadosos. —Su voz parecía salir a través de los dientes apretados—. Si ella recibe un solo rasguño, hablaré con sus padres personalmente y les enviaré información sobre una excelente academia militar en la capital.
—Sí... señor —murmuraron los tres, tragando saliva.
«¿Quién es Mady?», fue lo primero que se preguntó la detective.
—Espero que se encuentre bien, señorita... —la voz gentil del hombre cambió cuando la joven se volvió para quedar frente a frente. Sus ojos se abrieron con apreciación masculina y una sonrisa se fue formando en su boca— ¿Leya Hunter?
—Buenas tardes, Blaise.
—Parece que nos volvemos a encontrar. ¿Cree en el destino, señorita Hunter? —preguntó avanzando un paso hacia ella y capturando una de sus manos entre las suyas.
El contacto le despertó un sutil cosquilleo bajo la piel que subió por todo su brazo.
—Creo en el libre albedrío —replicó con soltura, levantando la barbilla para no perder de vista sus ojos. Por algún motivo sentía una sonrisa nacer en sus labios y no deseaba apartarse— y en que todo plan cuidadosamente trazado por quien sea, puede ser saboteado con una buena investigación.
El hombre soltó una risa ante esa sutil muralla que la joven levantaba entre ambos. Ella notó que estudiaba con atención algo en su cabeza, así que se llevó la mano libre al cabello. No había ninguna hoja entre las hebras.
—Acabo de descubrir que es pelirroja —explicó el hombre en un tono que le hizo creer que guardaba alguna broma privada.
Leya negó con firmeza, aunque había notado que el sol del pueblo estaba destiñendo su caoba natural en algo algún tipo de cobre oscuro.
—No tengo el alma de una pelirroja, solo soy una inofensiva castaña.
—¿Inofensiva? Escuché que tuvo una discusión con la señora Margarita en la verdulería ayer.
—Siguiendo sus consejos, intenté incluirme en la conversación afirmando que es una fruta si tiene semillas y la señora me amenazó con un pimiento al grito de: ¡Prepárese una ensalada de frutas con esto, mocosa insolente!
—Me alegra oír qué se está adaptando a Bosques Silvestres.
—He redoblado mis esfuerzos. A propósito, quería preguntarle... ¿Es consciente de que mi reputación se está arruinando por su proximidad?
Blaise se llevó la mano que nunca le había soltado a los labios. Leya esperaba que no notara la forma en que su pulso se aceleró.
—Tanto como usted es consciente de que los rumores que la relacionan conmigo le abren puertas que necesitará cruzar para su investigación.
Él la estaba ayudando pero ¿qué es lo que pretendía exactamente? ¿De verdad creía en su teoría de un ataque intencional y buscaba justicia? Su alma desconfiada temía que solo deseara permanecer cerca para sabotearla, pero no podía cortar toda interacción con él porque era su único nexo a la gente del pueblo.
Cuando el hombre dejó ir su mano, Leya aún sentía una calidez en los dedos y el inexplicable deseo de acercarse más. Su lado lógico no confiaba en Blaise, pero estaba dispuesta a aceptar su ayuda con la cautela de quien recibía explosivos desactivados. Ante una sola señal de peligro, aún estaba a tiempo de retroceder.
—Si es así, ¿tiene la llave a la puerta de Victoria o Francesca Redes? —preguntó la detective por lo bajo.
No conseguía contactarlas. Las pocas veces que había podido interceptarlas, la rechazaban y se marchaban bajo la excusa de que tenían prisa.
—Francesca es una mujer distante. No invita fácilmente a un desconocido a su casa... pero yo no soy un extraño. En cuanto a Victoria, debería renunciar.
—¿No tienen muy buena relación?
—Por el contrario, siempre he sido un nieto más para ella. Tengo las llaves de su casa, literalmente.
Esa sonrisa amable de labios sellados estaba de regreso. Leya estaba descubriendo que algunas paredes se construían con una sonrisa gentil y palabras suaves. Para llegar a Victoria, debía atravesar al hombre que tenía justo en frente.
—No tengo intención de hacerle daño o acusarla de atacar a Candelaria, Blaise. Solo necesito hacerle unas preguntas, seré cuidadosa.
—Victoria es inteligente, comprenderá que algo va mal apenas la vea entrar. En el momento en que rompa la seguridad de que lo de Cande fue un accidente, sacudirá su mundo.
—Me agradecerá por sacudirla si su seguridad es solo una ilusión.
—¿De verdad? —Algo oscuro apareció en su semblante. Levantó una mano y tomó un mechón de cabello de Leya en un gesto que la sorprendió tanto que no supo reaccionar—. ¿Estará tan agradecida como yo por las noches, cuando me despierto de una pesadilla recurrente en dónde estoy rodeado de ovejas que son masacradas por un lobo de rostro humano?
Cualquier rastro de humor se desvaneció del rostro de Leya. Sus labios no podían articular palabra, demasiado aturdida por esa confesión. Por primera vez, descubría las sombras bajo los ojos de su interlocutor. En sus encuentros le había parecido tan tranquilo, tan confiado, que olvidó considerar sus sentimientos. Después de todo, ella estaba sacudiendo la paz de su pueblo y le exigía una información que dejaría expuestos a sus seres queridos.
—Blaise, ¿de qué sabor son estas garrapiñadas de semillas? —interrumpió uno de los adolescentes que sostenía dos frascos.
El herbolario se alejó un paso de la detective para tomar los envases, los abrió y acercó una tapa a la vez a su nariz.
—Pimienta y ají. Menta y eucalipto —Colocó las tapas de vuelta y las devolvió al chico—. Mantenlos a mano, son muestras para regalar.
Entonces regresó su mirada a la detective. La joven soltó el aire que no sabía que estaba conteniendo.
—Blaise, no fue mi intención decir algo que lo ofendiera.
—Eso suena tan sincero de su parte como sus condolencias esa noche en el hospital.
—No soy muy buena tratando con los sentimientos de los demás.
—¿Me creería si dijera que jamás lo habría imaginado? Si me permite, señorita Hunter —Con rigidez, tomó la primera caja que encontró—, tengo trabajo que hacer.
—Espere —La detective lo sujetó del brazo. El hombre enarcó una ceja al ver que era la primera vez que ella establecía el contacto—. Tenemos un acuerdo.
—De hecho, no lo tenemos.
«Él tiene razón», se lamentó la joven. Nunca establecieron reglas en esta singular asociación, solo era ella haciendo demasiadas preguntas que lo ponían en un dilema.
El herbolario apoyó, con más fuerza de la necesaria, la caja en el mostrador que los adolescentes habían instalado dentro del gazebo y la abrió. De su interior sacó frascos grandes con distintas etiquetas de condimentos.
Leya sintió que se acababa de crear un abismo entre ambos. Aunque no lo conocía tanto, esa ruptura trajo un nudo a su abdomen.
—Disfrute la feria, señorita Hunter. —Su voz subió a un volumen que cualquiera podría oír ahora. Solo ella fue consciente de la furia fría que masticaba con cada palabra—. La noche es joven y bella, tan llena de misterios como los sentimientos humanos.
Con esa despedida, rodeó la tienda y se alejó para guiar a sus empleados.
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