Capítulo 23

«Empiezo a comprender a qué te referías cuando me pedías que compartiera mis momentos, Fabiola», meditó Leya mientras sus ojos seguían el espectáculo de la pareja de policías que, más que cantar, parecía aullar en pleno escenario. 

Era una escena que había presenciado algunas veces en fiestas de los Hunter o los Solís, desde la distancia. En los escasos eventos familiares a los que había asistido, siempre buscaba algún rincón aislado en el patio y se quedaba contemplando las nubes o las estrellas hasta que se hiciera el momento oportuno para marcharse. 

Desde esa oscuridad, podía oír las risas y los zapatos golpeteando contra el suelo durante el baile. A veces escuchaba su nombre y alguien intentaba buscarla, pero desistía a los pocos minutos.

«¿Cuándo te convertiste en ese fantasma, Leya?», se preguntaba.

Esa misma mañana había recibido una invitación a la fiesta de cumpleaños del hijo que su padre había tenido con su segunda esposa, hacía ya diecinueve años. Era imposible imaginar su desconcierto al ver que el remitente era su propia madre. En el mensaje explicaba que sería una fiesta única porque asistirían ambas familias. Vería por primera vez en su vida a los Hunter y a los Solís compartiendo misma la mesa.

¿Cuántos años llevaba aislada de las dos mitades que conformaban su familia, como para no notar esos avances? ¿De verdad sus padres habían superado el rencor de tantos años de incomodidad, y ahora se invitaban mutuamente a las reuniones?

Leya se preguntaba si lo habrían hecho por el bien de ella, como si eso pretendiera curar las heridas invisibles que se habían abierto durante su infancia. 

No les guardaba rencor, era consciente de lo afortunada que había sido al nacer en una familia de clase media. Gracias a sus padres, pudo centrarse en sus estudios y no tuvo necesidad de trabajar para sobrevivir sino hasta después de graduarse. No les guardaba resentimiento, no tenía ningún derecho a ese sentimiento... pero acercarse solo lograba que esa herida que tanto de esforzaba por ignorar punzara.

«¿Debería haber respondido la invitación al instante?», se preguntaba entonces.

Ignorar el mensaje había sido lo único que se le ocurrió hacer, pero ese asunto pendiente regresaba a su mente en ese momento en plena celebración con sus nuevos colegas.

Soltó un suspiro de melancolía para volver a enterrar esa historia en su caja mental de asuntos pendientes. Tenía los codos apoyados sobre la gran mesa y la barbilla descansando en sus manos. Mantenía la bombilla de su enorme vaso entre sus labios, y de vez en cuando daba un sorbo. 

Aunque hablaba muy poquito, las risas de sus compañeros, la música suave a media luz y los abrazos ocasionales que le daba una achispada Cherry inundaban de calidez a su corazón.

—Así que... voy a escribir un libro sobre una psíquica sin control de sus poderes y un brujo desastroso —balbuceaba Cherry, apoyando un brazo sobre los hombros de Leya y recargando su peso en ella— porque me gustan los superpoderes pero mi único don es la torpeza social y sobrevivir a ser atropellada por conductores imbéciles. Y usaré de inspiración al loco de Gene.

Leya soltó una risa sin seguir realmente el hilo de la conversación. Ya comenzaba a sentir un placentero mareo. Eso explicaría por qué estaba disfrutando del medio abrazo, teniendo en cuenta que nunca había sido dada a las demostraciones de afecto.

—¿Quién es Gene?

—Tu cuñado.

—¿Mi... qué?

—El hermano menor de Blaise —Soltó una risita intercalada a un hipo—. Magalí Solei es una máquina de producir bellezas, pero se lució con el menor. Lástima que sea un tsundere, pero bueno, todos los Del Valle Solei están un poco locos.

—¿Un tsunami? —repitió confundida Leya, dando un trago a su bebida. 

—Tsundere. No los confundas con los yandere, esos sí están enfermos. ¡Ay, no! —Se apartó y enterró el rostro entre sus manos, avergonzada—. Me está saliendo lo otaku, ¡deja de preguntar o empezaré a hablar sin control y te darás cuenta de que soy muy rara cuando entro en confianza!

—Creo que la brecha generacional entre ambas empieza a notarse —comentó Leya entre risas al no comprender la jerga de la joven oficial.

—Nah, hay otakus de todas las edades. Aún eres joven, ¡estás a tiempo de entrar a ese oscuro mundo!

Considerando que Cherry acaba de salir de la academia, debía ser por lo menos cinco años más joven.

Por algún motivo, le recordó a Fabiola y su amor por personajes ficticios de los que hablaba descaradamente todo el tiempo. «Unos años más y Cherry perderá el temor a hablar de sus gustos», predijo.

—¡Suban al micrófono las bellezas de la comisaría! —gritó una de las oficiales femeninas en medio del escenario, estirando una mano en dirección a Leya y Cherry.

—Los sacrificios que debo hacer por ser bello —suspiró uno de los policías que se jubilaría ese año, aplastando las palmas contra el mesón para ponerse de pie.

El equipo soltó una carcajada tan fuerte que hizo temblar la mesa.

—Qué más da, estamos de fiesta —La oficial se encogió de hombros bajo su delgado vestido—. Sube, viejo López. Leya y Cherry, queremos escuchar también sus voces. Ya todos hemos hecho el ridículo, nadie se salvará esta noche.

—No puedo creer que me parezca una buena idea, ¿cómo me puse ebria tan pronto? —chilló Cherry escondiendo el rostro entre sus dedos—. Debo resistir, ¡mi desastrosa pronunciación invocaría a un demonio por accidente!

—No tengo ningún talento artístico —agregó Leya, incapaz de controlar una risita. Levantó un dedo, las palabras salían sin su autorización—. Como detective, mi deber es observar sin involucrarme. Solo finjamos que acabo de desarrollar el don de la invisibilidad.

El grupo de policías con quién compartía mesón le sonrió con malicia.

—Ustedes atrapen a Paulina —Señaló la locutora improvisada—. Los de la derecha vayan por Leya.

—¿Quién es Paulina? —preguntó con cautela la detective al ver que el grupo se ponía de pie y las acorralaba.

—Oficial Paulina Paredes —se presentó Cherry entre carcajadas al sentir que la empujaban hacia el escenario—, ya que vas a quedarte en Bosques Silvestres apuesto que también te darán un apodo frutal.

Quizá por la bebida o la vergüenza de estar en el foco, pero de repente Leya tenía mucho calor. De forma distraída, se llevó una mano a la cabeza y se quitó la traba que apresaba su cabellera. 

No fue consciente de que la arrastraban con sutileza hasta que se encontró con un grupo de chicas y el anciano frente al micrófono. La melodía de una canción lenta de los noventa comenzó a sonar mientras la letra pasaba por una pantalla gigante en la pared de enfrente.

Sin darse cuenta, se vio arrastrada por esa locura y comenzó a hacer de coro.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top