Capítulo 17
A lo largo del día, Leya intentó llamar a Blaise una y otra vez, pero su teléfono daba apagado. Por eso al caer la tarde tomó el primer colectivo que la dejaría en la Plaza de las Hadas.
De pie bajo la sombra de un sauce, titubeó antes de cruzar la calle que la llevaría a la puerta de la herboristería.
¿Estaba siendo demasiado invasiva? ¿Cuál era el límite entre lo personal y lo profesional en los pueblos pequeños? ¿En qué lado de la línea estaban dos personas cuando una de ellas te decía que le importabas?
Soltó el aire con frustración. ¿Cuándo aprendería a dejar de usar el trabajo como excusa para acercarse a las personas?
Ella necesitaba una fuente que le informara del estado de Candelaria ahora que había comenzado a despertar después de tres semanas en coma, era cierto. Pero la verdad con más peso era que deseaba hablar con alguien de sus descubrimientos, compartir distintas teorías.
Como una niña en su primer día de clases, se había aferrado a la primera persona que se sentó a su lado.
En cierta forma, Fabiola había ocupado ese rol cuando vivía en la capital. La detective Rodríguez era un genio detrás de ese humor peculiar y fantasías románticas. Podía estar distraída fangirleando sobre personajes de telenovelas juveniles en cada reunión, pero al momento en que la teniente Vázquez le ordenaba hablar del perfil de algún sospechoso, salía a relucir esa inteligencia afilada que la había convertido en la mejor detective de la unidad.
Leya cerró los ojos, de pie a un lado de la plaza.
«¿Qué estará haciendo Fabiola en este momento?», se preguntó. «¿Alguna vez... pensará en mí?».
—¡Leya! —le gritó una voz femenina del otro lado de la calle.
Sentada en un grueso tronco ante la vidriera de la herboristería, Madeleine agitaba su brazo como una bandera. La detective devolvió el saludo junto a una sonrisa débil, y cerró la distancia que las separaba. Se sentó en el tronco con cuidado de no clavarse alguna astilla, propia preocupación de una chica de ciudad.
—Buenos días, Madele...
—Dime Mady —la interrumpió hablando a toda velocidad—. ¡No vas a creer lo que pasó! Quería contártelo antes pero Blaise se resiste a darme tu número, dice que seré una mala influencia para ti. ¡¿Puedes creerlo?! Dijo eso de mí, que estuve aquí apoyándolo cuando decidió abrir su tienda. ¿Sabes...? Lo recuerdo como si fuera ayer. Él planeaba hacer todo solo. Yo necesitaba un trabajo. Se me daba terrible la organización pero soy buena con los números y la atención al cliente. Hemos aprendido a disimular nuestro instinto asesino cuando entra algún cliente idiota que hace preguntas pendejas. Solo fue cuestión de obligarlo a contratarme...
—Mady —cortó la verborragia con una sonrisa de disculpa—. ¿Qué es lo que querías contarme?
—Ay, me fui por las ramas, lo siento. Esto me ocurre cuando paso más de tres días sin ver a Blaise. Los demás dicen que les provoco dolor de cabeza, él es el único con tolerancia a mi charlatanería. Aunque sospecho que pasados cinco minutos su oído se apaga y se limita a ofrecerme esa sonrisa condescendiente.
—¿Por qué —Leya aprovechó la pausa que la muchacha hizo para respirar— has pasado tanto tiempo sin verlo?
Madeleine bajó el volumen con los ojos brillando de emoción.
—Pasa todo el día cuidando a Cande, incluso se queda a dormir en el hospital. Apenas ayer vino a almorzar y buscar una muda de ropa limpia. —Se llevó a los labios una botella con un líquido rosado y medias rodajas de naranja flotando, y le dio un trago—. Lo seguí hasta su baño, aunque me cerró la puerta en la cara, y me contó todo esto mientras se duchaba.
—¿Qué fue lo que te dijo?
—No teníamos mucho tiempo y él tiende a hablar tan lento y paciente que es frustrante.
«¿Sería demasiado descortés repetir mi pregunta por tercera vez?». Empezó a valorar las respuestas directas del herbolario, casi había olvidado que lo normal en los pueblos pequeños era dar un rodeo antes de escuchar algo útil.
—Tengo entendido que eso es lo normal en los pueblos... ¿Qué te dijo? —insistió.
—¿Sabías que Candelaria despertó?
—Sí.
—¿Ya has ido a verla?
—Prefiero esperar un par de días a que esté del todo consciente y pueda recibir visitas.
—Ya lo está.
—¿Cómo?
—Cande está débil, pero completamente despierta, y ya puede recibir visitas.
Leya hizo una mueca.
—Imposible. Ningún doctor en su sano juicio expondría a su paciente recién salido de un coma de tres semanas a eso. Aunque los análisis muestren que no hubo daño cerebral o interno, le tomará semanas o meses recuperarse de la atrofia muscular y...
—Ese es el secreto. Blaise me hizo jurar que no se lo contaría a nadie. Tú eres una excepción porque, ya sabes, con la relación entre ustedes tarde o temprano te lo dirá —Madeleine la tomó de las manos, casi temblando de emoción por un jugoso chisme. Acercó su frente a la de su interlocutora y habló muy bajo—. Cande despertó hace más de una semana, pero su abuela lo mantuvo en secreto.
La detective parpadeó con incredulidad. Recordó las palabras de Félix Hidalgo sobre Victoria Redes, cómo la anciana no abandonaba la habitación de Candelaria ni dejaba entrar a otro que no fuera del equipo médico.
—¿Se lo ocultó también al resto de la familia?
—A todos —Asintió con la cabeza—. Blaise lo descubrió hace tres días, los Redes Hidalgo se enteraron anoche y... bueno, la noticia se vendió como pan caliente.
El misterio que representaba Victoria se hacía más profundo. ¿Qué clase de persona era la matriarca de la familia Redes? ¿Acaso sospechaba que había más que un accidente tras el ataque a su nieta, o estaba involucrada de alguna forma?
—¿Por qué mantener en secreto una noticia que alegraría a todos?
—Ella dijo que para protegerla mientras hacía el tratamiento de recuperación. Parece que Cande está muy débil. Y tiene mucho miedo, no ha dicho ni una palabra. ¡Lo bueno es que en un par de días podrá regresar a casa! Hasta entonces, Blaise y Victoria se turnan para cuidarla.
Pensativa, Leya enderezó la columna y contempló la plaza ante sí. El cerezo bajo el que se sentó aquella noche dejaba caer sus hojas rojizas que volaban como palomas por los aires. Sus dedos acariciaron la rugosa corteza del tronco sobre el que estaban sentadas.
—¿Victoria... —musitó reflexiva— realmente confía más en Blaise que en su propia familia?
—Blaise es de su familia, aunque no haya una gota de sangre en común. Comprenderías si hubieras estado cuando murió Mateo, el hermano de Cande —Madeleine bajó la vista a su abultado vientre, sus ojos se humedecieron como si el recuerdo aún doliera—. Blaise no dijo ni una palabra durante el funeral, ni el entierro. Sus ojos se mantenían muy abiertos y vacíos. Fue recién cuando volvimos a la casa de los Redes Reyes para ayudar a Victoria a ordenar unas cosas cuando él se quebró. Lo encontramos en el suelo del dormitorio de Mateo, cubriendo sus oídos y gritando como si lo estuvieran desgarrando por dentro. Candelaria era muy pequeña, pero de alguna forma supo lo que necesitaba y lo abrazó entre lágrimas. Solo entonces él consiguió recuperar la calma.
Madeleine cerró los ojos y se limpió una lágrima solitaria. Y otra. Y otra, hasta que estas manaron libremente.
Leya le ofreció un pañuelo descartable que sacó de su bolsillo.
—Lo siento —la herbolaria levantó la barbilla temblorosa— estoy tan hormonal que lloro viendo las películas de Disney que me sé de memoria. En cualquier momento mi jefe me obligará a tomar licencia por maternidad, pero temo volverme loca encerrada en mi casa.
—No es ese el motivo por el que no quieres irte —señaló la detective con suavidad.
Su interlocutora se limpió la nariz y soltó una risa entre lágrimas.
—Me atrapaste. No quiero dejarlo solo en un momento así, cuando los recuerdos de la pesadilla de hace diez años vuelven a despertarse.
—Él no estará solo... Mady.
—Es cierto, ahora te tiene a ti. —Se llevó una mano al pecho, las lágrimas ahora reemplazadas por la alegría en un cambio tan repentino que Leya parpadeó—. ¿Has visto cómo te mira cuando le das la espalda? Como si fueras algo precioso que estuvo años esperando…
—Estás exagerando un poco. ¡No me refería a mí! —Leya levantó ambas manos, intentando explicarse—. Hablaba de Victoria, el doctor Daniels, los Redes Hidalgo...
—Estás en la etapa de negación, me pasó cuando conocí a mi amor. Iba a mudarme a la ciudad a buscar diversión, pero me hizo descubrir que podía vivir la mayor aventura con él a mi lado en este bosque salvaje. —Se llevó las manos a sus mejillas, un suspiro encantado escapó de sus labios. Entonces se aclaró la garganta—. Eso fue demasiado cursi hasta para mí, en mi defensa diré que estoy hormonal. Volviendo a tu brujo, aunque esté loco por ti apuesto que no ha contestado tus llamadas. Cuando está estresado apaga su celular por unas horas, es esa clase de monstruo sin temor a la muerte. Magalí suele hacer algo así como un retiro espiritual varias veces al año, se va al medio de la nada con un grupo de videntes y quedan incomunicadas por días. Vuelven cuando se sienten recargadas. Lo normal, ya sabes.
—¿Normal? —murmuró la detective con ironía—. El nombre Magalí me suena.
—Nuestra querida Magalí Solei era la bruja del pueblo, ahora está leyendo las cartas en la ciudad. También es tu... futura... —Levantó los dedos como garras, una sonrisa maliciosa dibujándose en sus labios— suegra.
Leya no pudo evitar soltar una risa ante los absurdos giros que tomaban las conversaciones con Madeleine. Era tan fácil acercarse, dejarse abrumar por su buen humor y seguirle el juego aunque fuera un instante.
—¿Ella predijo mi llegada a Bosques Silvestres?
—Obvio. Oye, sería lindo que fueras a ver a Blaise al hospital. El horario de visita... —Levantó la vista al cielo, a los escasos rayos de sol que se filtraban por entre las ramas del dosel forestal— ya debe estar terminando. Me pregunto cómo le habrá ido a Violeta.
—¿Violeta?
Por algún motivo, las alarmas se dispararon en su mente paranoica.
—Ella y sus compañeros se reunieron en la hacienda para organizar la bienvenida a Cande. Iban a visitarla al hospital y llevarle regalos caseros.
—¿Muchas visitas? ¿Regalos... caseros?
—Sí, vinieron a la herboristería muy temprano para comprar ciertas flores secas y esencias de...
Leya dejó de oír, su corazón parecía latir en los oídos. Su mente lógica imaginaba a la multitud como el lugar perfecto para el ataque sutil de un lobo camuflado. Saltó de su asiento, sus ojos buscando algún medio de transporte.
—Debo irme. ¿Dónde puedo conseguir un taxi?
—Si sigues derecho por esta calle, en la otra esquina de la plaza...
Madeleine no alcanzó a terminar la frase. Leya ya estaba corriendo, deseando que al entrar al hospital todo estuviera en calma.
Pidió descubrir que solo era la cazadora de un lobo imaginario.
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