Capítulo 16
No volvió a tener señales de los Redes ni los Del Valle por el resto de la semana.
Una mañana, cuando Leya se presentó en la comisaría, la oficial Cherry la interceptó.
—No entres a la oficina del jefe —le advirtió preocupada.
—¿Pasó algo?
—Apenas llegó encendió su computadora y empezó a maldecirte. Dijo que fueras a verlo en el momento que aparecieras. ¿Qué hiciste?
La detective tragó saliva. La noche anterior había redactado un informe con los avances de su investigación, sabiendo que se contradecirían con el deseo de todos de cerrar el caso como un simple accidente.
¿Qué pasaría ahora?
Su teniente nunca la había presionado para que abandonara un caso cuando los descubrimientos entraban en terreno pantanoso. Su unidad anterior había resuelto crímenes que implicaban a políticos o empresarios poderosos, capaces de utilizar el soborno o el chantaje para forzar al Departamento a destruir evidencia.
Pero la teniente Vázquez nunca cedía a la presión e incentivaba a sus detectives a cavar más profundo. «Si lo que estamos cavando son nuestras tumbas, nos aseguraremos de arrastrarlos al pozo con nosotros», solía decirles cuando volvía de ser amenazada por sus superiores.
Su teniente... Leya la extrañaba. Era su mentora, su guía. ¿Por qué la había enviado lejos? ¡¿Por qué no conseguía quitarse esta sensación de abandono?!
—Leya, ¿estás bien? —Las manos de Cherry en sus hombros la regresaron al presente—. Te has puesto pálida. ¿Quieres que le diga al jefe que tuviste una urgencia y no podrás ir?
La detective llevó una mano a su estómago, al dolor que se estaba volviendo familiar cada vez que debía enfrentarse a un dilema.
—Descuida, Cherry. Gracias por tu preocupación pero puedo con esto.
La oficial la miró como un siervo frente a los faros de un auto.
—Si sales viva de esa oficina... —Compuso una sonrisa sutil—. Este sábado vamos a ir a un bar con los otros. ¿Te gustaría unirte?
Leya parpadeó desconcertada por la invitación. Su negación automática escapó antes de que pudiera considerar la oferta.
—No se me dan bien las fiestas o eventos sociales...
—No eres la única. Es la primera vez que voy a un lugar así. —Cherry se llevó una mano al flequillo, sus ojos melancólicos—. En mi adolescencia no salía mucho de casa, todos hemos pasado por alguna experiencia difícil que nos ha hecho aislarnos. Esta es una buena oportunidad para ambas —Compuso una brillante sonrisa—, dicen que habrá karaoke y cena. ¡Vamos, será divertido!
—Bueno... Le daré una oportunidad —aceptó con reticencia, ya imaginando la batalla interna que tendría contra su ansiedad social—. Debo enfrentarme al dragón ahora.
—Fuerza, detective. Te veo luego.
Con los hombros rectos y la mirada al frente, Leya caminó hasta la oficina de su superior. Golpeó la puerta maciza y aguardó con las muñecas cruzadas en su espalda.
—Adelante —oyó una voz del otro lado.
Tomó aire y entró. La sonrisa bonachona de su jefe había desaparecido, en su lugar estaba un sargento rígido de expresión furiosa que dirigía la única comisaría de Bosques Silvestres. No dijo una palabra, algo que llenó de incertidumbre el estómago de la recién llegada, aunque su rostro no la delató.
Leya conocía el poder del silencio. Había pasado toda su niñez en almuerzos fríos y solitarios, sin siquiera el televisor o la radio encendidos para poder llenar ese vacío. Sus padres siempre comían sin hacer contacto visual o encontraban excusas para no compartir la mesa. El trabajo, alguna reunión, un evento... cualquier cosa era suficiente con tal de no quedarse en casa soportando la presencia el uno del otro.
Y Leya se había acostumbrado a verlos marcharse cada uno por su lado mientras se quedaba en casa mirando por la ventana.
Así que era inmune a la presión psicológica que ejercía el silencio de su jefe en ese momento. Ella permanecía de pie delante del escritorio, sus hombros derechos y las manos entrelazadas a su espalda.
—Tienes valor. Te concedo eso, detective Hunter —soltó cuando la tercera aguja del reloj de pared dio tres vueltas—. ¿Cuál es tu objetivo?
—Solo intento hacer mi trabajo, señor —respondió con tanta serenidad como los nervios bajo su piel le permitían.
—Tu trabajo era registrar un accidente. No desentrañar un complot que implica la muerte de los Redes Reyes y el intento de homicidio a una adolescente. ¿Qué demonios es esto? —Giró la pantalla de su computadora y señaló con desdén. Leya vio que tenía abierto su informe—. ¿Drogaron al alce que provocó el accidente de los padres de Candelaria hace diez años? Y ahora… ¿El doctor fue envenenado y los niños recibieron mensajes para que nadie pudiera ayudarla cuando fue atacada por ese lobo? ¿Una planta mágica que atrae animales salvajes? ¿Te das cuenta de lo absurdo que suena todo?
Leya se sintió como una niña frente a la devolución negativa de un examen. Pero no podía disculparse, eso iría en contra de los ideales que le había inculcado su teniente.
—Tendrá más sentido cuando encuentre al culpable.
—¿Y si no existe tal persona? ¿Qué harás si al final descubres que perdiste el tiempo persiguiendo humo?
—Estaré satisfecha al saber que di lo mejor de mí.
—Escucha, Hunter —Su superior apoyó los codos en el escritorio y entrelazó los dedos—. Conocí a los padres de Candelaria, eran gente trabajadora y honesta. Famosos por administrar La Enredadera, el principal sitio turístico de Bosques Silvestres en esa época. Su muerte fue un golpe duro para todos. Candelaria se volvió la niña del pueblo, esa criatura alegre que iluminaba cada rincón por donde pasaba. Es querida por todos. ¿Cómo crees que reaccionará el pueblo si descubre que alguien asesinó a los Redes Reyes y volvió diez años después para llevarse a la última descendiente?
Ella tragó saliva. Caminaba por terreno minado y estaba a punto de aplastar la siguiente bomba con los ojos abiertos.
—Candelaria no será la última, señor.
Los hombros del hombre se pusieron rígidos.
—¿Qué has dicho?
La detective enderezó la espalda y levantó la barbilla. No había marcha atrás.
—Si lo ignoro y archivo este caso, ese psicópata se cobrará otra vida más temprano que tarde. ¿Quién dice que no irá tras los Redes Hidalgo o por la misma Victoria, una vez que termine con Candelaria Redes Reyes? —Su voz se aceleró, la pasión despertando en sus palabras—. Alguien tiene que atraparlo, lleva más de diez años oculto entre la gente. Seguramente ha comprado en el mismo mercado que usted, ha aplaudido en los actos escolares, lo ha saludado con una sonrisa en algún festival... ¡Está disfrutando de su libertad mientras una familia yace en su tumba y una niña con el corazón roto lucha por su vida!
Su respiración era inestable cuando terminó de hablar, su pecho subía y bajaba mientras su jefe la miraba fijamente como si se hubiera vuelto loca. Quizá tenía razón. Se llevó una mano a los labios cuando comprendió la insolencia que acaba de dejar salir. ¡Ella no era así!, era un androide eficiente que respetaba al pie de la letra el reglamento, la clase de criatura inhumana que leía los términos y condiciones antes de aceptar un contrato.
Su superior soltó una carcajada que la sorprendió. La muchacha guardó silencio hasta que él volvió a calmarse.
—Berenice me advirtió del fuego que había en tu espíritu, aunque no pude verlo cuando llegaste al pueblo hace unos meses.
—¿Berenice? ¿Mi... la teniente Vázquez?
—La misma. Eres muy importante para ella, fue pensando en tu bien que te envió conmigo —asintió con un rastro de orgullo en su voz. Las palabras parecían haberla abandonado—. Berenice adivinó que esto pasaría, ¿sabes? Me dijo que verías la quinta pata a un gato en algún momento, y serías capaz de demostrar que no hablabas de su cola.
—Lo siento, no estoy muy familiarizada con las metáforas rurales.
El hombre mostró los dientes en una enorme sonrisa. Esta desapareció en favor de una mirada seria cuando volvió a hablar.
—Puedes seguir en el caso, pero si esto llega a saberse en el pueblo nos comerán vivos, así que sé discreta. Y manténme al tanto de todo.
—Sí, señor —Leya no pudo reprimir un suspiro de alivio, algo que despertó otra vez la risa sorda de su jefe—. Gracias por esta oportunidad, tiene mi palabra de que llegaré al fondo del asunto.
—Vuelve al trabajo —ordenó. Ella asintió y abrió la puerta para marcharse cuando las palabras a su espalda la congelaron—. Por cierto, ¿ya supiste las buenas nuevas?
Leya miró por sobre su hombro, sus ojos inteligentes esperando más detalles.
—¿A qué se refiere, sargento?
—Candelaria... —comenzó con una sonrisa cálida— despertó.
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