Capítulo 10
Mientras bebía un batido de frutas para aquietar su estómago, sentada al borde de una colorida fuente, Leya observaba a las doce niñas en vestidos largos que giraban y saltaban en el centro de la plaza. Antes de comenzar, una joven las había presentado como estudiantes de último grado de primaria del Colegio Artístico de Bosques Silvestres.
—Candelaria fue al mismo colegio, pero el baile se le daba fatal. Al final eligió los talleres de cocina porque su abuela la consolaba de esa forma, haciendo galletas juntas —comentó una voz cantarina mientras se sentaba despacio a su lado.
Leya centró su atención en ella. Se trataba de una mujer que debía rondar el final de la veintena o principios de los treinta, de ojos sonrientes con sus manos reposando en un vientre abultado.
—Disculpe, ¿me habla a mí? —preguntó Leya.
—Por supuesto. Eres Leya Hunter, ¿verdad? —La sonrisa que le dirigió iluminó su rostro en forma de corazón—. He querido conocerte desde la semana pasada. Blaise me ha hablado mucho de ti pero se niega a presentarnos así que vine personalmente.
—¿Su nombre es...?
—Soy Madeleine, Mady para los amigos. Y este retoño es Sol —dijo tocando su vientre con amor—, recién podrás conocerla en cuatro meses.
—Es un... placer.
—¿Querías saber de los Redes? No soy tan unida como Blaise pero puedo ayudarte.
La detective entornó los ojos con cautela.
—¿A qué se refiere?
—Descuida, Blaise me lo contó todo, puedes hablar con confianza. Veamos... ¿por dónde empiezo? Ah, sí. No conozco mucho a Francesca, nunca viene a la herboristería.
Leya iba a seguir preguntando quién era exactamente Madeleine y qué tanto sabía, pero esa última pizca de información la distrajo.
—¿Por qué no?
—Hiperosmia. Tiene un olfato más sensible de lo normal —explicó ante la mirada de confusión de la detective—. Es peor en primavera, por tantas flores en el aire, ya sabes. A mí también me pasó durante los primeros tres meses de embarazo, ¡cualquier perfume me daba náuseas! Ahora que comenzó el verano se le debe estar pasando. Está acostumbrada al aroma de la hacienda, los caballos, el estiércol, los árboles y el barro, pero no soporta los perfumes intensos, los condimentos y ciertas hierbas. Le producen una migraña terrible, así que vemos seguido a cualquier miembro de su familia menos a ella.
—Migraña... —La voz del doctor Daniels resonó en su cabeza. Los ojos de la detective se abrieron con sorpresa—. Ella es la paciente a la que el doctor Daniels fue a ver la última semana antes de... el ataque a Candelaria.
Si Francesca no hubiera enfermado, el doctor no habría tenido que ir a su casa, por lo tanto jamás le habrían convidado el budín que le provocó una reacción alérgica... Si Francesca no hubiera llamado al doctor, él habría estado disponible para ayudar a Candelaria.
—¿Ah, sí? Su dolor debió haber sido fuerte esta temporada, ella no suele llamar al tío Josh. Tienen una pequeña enfermería en la hacienda, un doctor y un enfermero disponibles por si algo le pasa a los turistas.
—¿Por qué no llevaron a Candelaria con ellos esa noche?
Mady hizo una mueca pensativa.
—¿Qué día pasó el ataque?
—Sábado por la noche, domingo a la madrugada.
—Ahí lo tienes. La Enredadera no abre sus puertas los domingos, así que sábado a la tarde ya podemos ver a esos médicos regresando a su casa en la ciudad. Hacen más de dos horas de viaje todos los demás días para llegar al trabajo en la hacienda.
—Así que esos doctores tampoco estaban disponibles... —reflexionó la detective—. Es como si el lobo hubiera esperado el momento perfecto para que, en caso de que su víctima sobreviviera, nadie pudiera ayudarla.
Mady la miró fijamente. Parpadeó.
—Ese lobo no contaba con nuestro Blaise y sus instintos sobrenaturales. Ay, ¡me fui por las ramas! ¿En qué estaba? Francesca... La verdad no sé qué más decirte sobre ella.
—¿Cómo puedo acordar una reunión con ella?
La mujer inclinó la cabeza hasta que su frente casi rozó la de Leya. Sus ojos estaban entornados con malicia.
—Usa a los hombres.
—¿Disculpa?
—No en ese sentido —Soltó una risita—. Félix es más flexible. Puedes hacer que Blaise le hable y consiga que lo invite a almorzar, entonces le pides que te lleve como su acompañante y listo. ¡Infiltración exitosa en la casa de los Redes Hidalgo! En medio de la ensalada dejas caer un sutil «¿Dónde estaban ustedes entre las veinte de la noche y las cuatro de la mañana del día sábado y domingo pasados, bastardos?». Si clavas el cuchillo en la servilleta será más digno.
Los labios de Leya temblaron ante la soltura con la que hablaba su interlocutora.
—¿Crees que Blaise estará dispuesto a ayudar? La última vez que hablamos parecía... distante.
—¿Distante? —Soltó un bufido—. ¡Lo vi recién y estaba furioso! Cuando está molesto, no levanta la voz ni lanza un solo golpe, pero su lengua se vuelve más afilada que la de una serpiente. Descuida, no le dura mucho tiempo y suele ser él quien da el primer paso para hacer las paces. No soporta despedirse en malos términos de las personas que son importantes para él. Es una fobia que le quedó por Mateo, el hermano de Candelaria. Tuvieron una pelea muy tonta el día anterior a su muerte y nunca pudieron pedirse perdón.
—¿Qué clase de pelea?
Madeleine bajó la vista a sus uñas pintadas de verde bosque.
—Es complicado, pero te aseguro que ninguno pretendía herir al otro. Ni siquiera con sus propios hermanos biológicos eran tan unidos como entre ellos dos. Mi punto es que Blaise se acercará ahora con intención de hacer las paces, así que debes darle un abrazo y todo volverá a estar en armonía.
—¿A... brazo? —pronunció con dificultad.
—¿Sabes qué es lo que les impide avanzar en su relación? La confianza. Él te está diciendo todo lo que quieres saber y está dispuesto a ser la llave que necesitas para abrir los secretos de Bosques Silvestres, pero —La señaló—, ¿qué le das a cambio?
—¿La satisfacción de haber ayudado a hacer justicia?
Mady puso los ojos en blanco.
—Hablo de algo más íntimo.
—No sería muy ético de mi parte irme a la cama con un testigo de un caso... que acabo de conocer.
—Ah, ¡entonces la idea se te ha pasado por la cabeza! —la señaló con malicia. Leya pudo sentir el rubor que subía hasta sus mejillas—. Me agradas, tienes mi permiso para darle contra el muro. —La detective abrió la boca para replicar, pero la mujer siguió hablando más rápido—. Hablaba de la confianza, Leya. Él entrega algo de sí, ¿pero qué le has dado tú? Le consultas cuando te falta algo pero nunca le cuentas sobre lo que has conseguido. Él percibe esa falta de confianza.
—No puedo hablar de mi trabajo, es confidencial.
—Por los astros —soltó exasperada, se llevó las manos a la cabeza—. Esto es un pueblo en medio del bosque, las leyes son más flexibles. No irás a la cárcel por compartir información con el hombre con el que estás saliendo.
—Blaise y yo no somos pareja... De hecho, nos conocemos hace más o menos una semana.
—¿Y qué? Sus padres se casaron a la semana de conocerse.
—¿Qué?
—Viene de una familia que rompe ciertos esquemas. —Le restó importancia con un gesto de la mano—. El punto es que ninguna relación funciona de forma unilateral. Blaise es una persona muy generosa, pero también es un negociante implacable. Estará más dispuesto a dar si recibe algo a cambio. Ahora pongamos en práctica este consejo. —Se frotó las manos—. Yo he revelado mucha información, es tu turno de responder a mis preguntas: ¿Qué opinas de Blaise como potencial interés amoroso?
—¿Qué? —la pregunta la tomó desprevenida. Le costaba seguir el hilo de la verborragia de Madeleine.
—¿Qué piensas de él como hombre? ¿Te resulta atractivo? Es uno de nuestros solteros más codiciados. Tiene su propio negocio antes de los treinta años, es unido a su familia y saludable. ¿Has visto sus abdominales? Es un adicto al trabajo pero se hace tiempo para sus amigos. He hablado con sus ex y no hay quejas en cuanto a...
—Madeleine —la interrumpió una voz familiar y una mano en su hombro.
La muchacha soltó un chillido. Entonces levantó la cabeza para ver a su amigo.
—Querido Blaise, ¿cómo van las ventas?
—Vuelva al trabajo, señorita Moreira.
—¿Así es como le hablas a tu primer amor? —La mujer abrió los ojos con inocencia, una mano en su pecho—. Estoy embarazada de tu futura ahijada, ten piedad. Blaise es mi ex, ¿sabes? —Hizo un megáfono con su mano derecha y le habló en un aparte a Leya—. Y mi jefe. Cumplo su fetiche de tener bajo su mando a la mujer que le rompió el corazón por primera vez. Han pasado veinte años y aún no me supera.
—Teníamos ocho años —aclaró Blaise, una sonrisa amenazando con romper su aparente seriedad. Puso una mano sobre la cabeza de Mady para despeinarla—. Y nuestro noviazgo duró cuatro horas. Me dijiste que solo me usabas para darle celos a mi mejor amigo. Eras cruel desde pequeña.
—Al menos fui sincera. —Con una risita, se quitó la mano de la cabeza y se puso de pie—. Bueno, los dejo a solas y vuelvo al trabajo antes de que mi bello y encantador jefe me dé una patada en el trasero. ¡Nos vemos, Leya, me encantaría juntarnos a tomar té cuando tengas un rato libre!
Se puso en puntas de pie con cuidado y le dio un sonoro beso en la mejilla a Blaise. Entonces, con la misma desenvoltura con la que había llegado, se marchó.
El silencio que quedó entre ambos pesaba por encima de la música y las voces del festival. Leya se había puesto tensa, sus manos aferrando puñados de la falda de su vestido.
Por su parte, Blaise había recostado su espalda contra una de las farolas que rodeaban la fuente, sus pies cruzados a la altura de sus tobillos. Cada tanto bebía de una botella con líquido púrpura mientras estudiaba las formas que se entrelazaban y deshacían en el agua de la fuente.
—¿Qué es lo que necesita para convencerse que fue un accidente? —el herbolario rompió finalmente el silencio.
Leya encontró esos ojos profundos en un rostro que intentaba aparentar serenidad. Comprendió que no estaba haciendo una amenaza ni una oferta, era solo una pregunta.
—Si cada sendero que he encontrado deriva en un callejón sin salida, si no aparece un solo motivo ni posible victimario...
—Siempre habrá motivos —replicó con un ligero desafío—. Es inevitable ganarse enemigos a lo largo de la vida. Hay bestias humanas que ni siquiera necesitan que alimentemos su desprecio, con solo vernos u oír nuestros nombres se consumen en su propio veneno.
—Pero no todas las serpientes de la ciudad muerden. Algunas pasan su vida en las sombras sin atacar. Si no encuentro una sola señal del culpable después de semanas de investigar...
—No se dará por vencida. Usted desea encontrar un monstruo en el armario, señorita Hunter. No le importa la gente del pueblo, ni siquiera los conoce. Es capaz de remover la tierra del cementerio sin importar cuántos muertos perturbe. Estará decepcionada si solo descubre casualidades vacías.
—Veo que tiene un concepto muy bajo de mi persona, señor Del Valle —Se puso de pie, sus puños a los costados del cuerpo se abrían y se cerraban para mantener a raya la furia que sentía burbujeando en la superficie—. Solo pretendo cumplir con mi trabajo y hacer justicia por esa niña que duerme en el único microhospital de este bosque. Podría ignorar lo que he encontrado y cerrar el caso bajo el título de Accidente, si es lo que desea —Levantó un dedo y lo clavó en el pecho masculino, gesto que tomó por sorpresa y obligó a Blaise a enderezarse—, pero le aseguro que el tiburón que ha probado la sangre no se detendrá en una sola mordida. Si una triste tragedia se lleva la vida de Candelaria Redes en unos días, meses o años, ¿seguirá catalogándolo como Accidente?
Blaise escuchó con atención cada palabra, su mirada clavada en la suya. Ella no podía evitar las pesadillas que lo visitaban por las noches, pero tenía la certeza de que nunca volvería a dormir si no detenían al culpable a tiempo.
Leya estaba dispuesta a seguir la investigación sin él, aunque le tomara el doble de tiempo y esfuerzo. Era profesional en el arte de la soledad y no tenía intención de empezar a depender de alguien más ahora, su orgullo nunca se lo permitiría.
Quedaba en las manos de Blaise la decisión de dar un paso atrás, ofrecer su apoyo o convertirse en una piedra en el camino de la detective.
«¿Cuál será su elección?».
Como si pudiera leer los pensamientos de su interlocutora, el herbolario tomó una profunda respiración y cerró los ojos. Apoyó la botella helada en su propia frente.
—Vas a volverme loco, Leya —habló con una soltura que la hizo enarcar ambas cejas—. Cuando era pequeño, siempre veía monstruos en la oscuridad de mi habitación, pero al encender la luz solo encontraba un bulto de ropa. Aprendí a bloquearlos, a centrar mi mente en otras cosas pero... Desde que te conocí, esas sombras hacen una maldita fiesta en mi casa.
—Podrían ser síntomas de esquizofrenia o demencia temprana —murmuró la detective.
Blaise soltó una carcajada, parte de la tensión se alejó de sus hombros.
—Me rindo —soltó con una sonrisa vacía—. No quiero abrir los ojos, no quiero descubrir tu versión de esta historia... Pero sería aún peor presenciar ese final que acabas de predecir.
—¿Esto significa que puedo contar con su colaboración, señor Del Valle?
—Por favor, solo... —Soltó el aire en un suspiro resignado— deja las formalidades.
Ella inclinó la cabeza, sus dedos unidos para controlar el sutil temblor que la cercanía le producía.
—La verdad es que no me siento cómoda tuteando a la gente.
—¡Qué coincidencia! Yo tampoco me siento cómodo interrogando a los que han sido mis vecinos de toda la vida.
«Ese sarcasmo... El gentil herbolario puede tener una lengua afilada cuando se lo propone», Leya contuvo una sonrisa.
—Gracias, Blaise. Puedo llegar a la cueva de la bestia por mi cuenta, no voy a fingir ser una damisela en apuros... —Su voz se suavizó—, pero soy consciente de que con tus llaves tomará mucho menos tiempo y energía, algo que es importante reservar.
—No lo hago por ti, Leya Hunter.
Ella le dedicó la primera sonrisa sincera de la noche. Extendió su mano para sellar el trato que los arrastraría al mismo enigma.
—Lo sé.
—Voy a proteger a Candelaria con mi vida, se lo debo a su hermano. Si el monstruo es real... —Aceptó la mano femenina y la estrechó con fuerza— alguien tiene que detenerlo.
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