Capítulo 53
"El lamento de un alma que vaga sin rumbo alguno, que destrozada se encuentra, que se ha ahogado tantas veces en el abismo, es el alimento perfecto para la oscuridad"
Mi rostro se tornó de piedra una vez reconocí su voz. Ese tono que tanto amé en algún momento por no abandonarme, por sacarme de mi dolor un pequeño rato y abrazarme cuando más necesitaba a alguien, a pesar de jamás decirlo. Había leído lo que mi alma anhelaba en momentos como la muerte de mis padres, me lo ofreció sin que yo lo solicitara.
Escudriñé su aspecto en silencio, con un semblante que aparentaba estar impasible, pero que por dentro se encontraba pasmado. Me sentía confundida, traicionada más que nunca en mi vida, herida, desconcertada, rota, quebrada. Un sinfín de adjetivos que siempre me han descrito, por mucho que yo no lo quisiera o intentara fingir ser alguien más.
Alguien que yo no era.
Su cabello castaño se acomodaba sobre su cuerpo como la última vez que la vi, su flequillo recto caía por su frente. Sus ojos verdes que siempre me parecieron llenos de vida y a la vez vacíos, ese día adquirieron un brillo distinto. Seguridad, poder y alivio era lo que reflejaban.
Las gruesas pestañas que siempre la caracterizaron y que le otorgaban un aspecto más amable a su expresión, se batieron en cuanto hincó su mirada en mí.
Adrianne Lacost.
—¿Qué?¿Te comió la lengua el ratón? —se burló antes de soltar una risa, feliz y divertida—. Esperé por años este momento, Vania.
La apunté sin dudarlo ni un segundo. El cañón del arma se orientó justo a su cuello, una bala en él y se desangraría durante bastante tiempo. El tiempo necesario para apaciguar ese sentimiento de traición que carcomía mis entrañas en silencio.
La furia crepitaba en mis adentros, pero el caos de mi mente no permitía que piense con claridad.
—No me vas a matar, Vania —sonrió segura, sus pasos se aproximaron a mí y no me moví ni un milímetro. Mis ojos se mantenían fijos en ella—. Nunca podrías matar a tu mejor amiga, eres presa de tus emociones. Al igual que cualquier ser humano, como Leyla, Smith antes, tu hermanita.
Contuve mis impulsos de arremeter contra ella y golpearla, no le daría el gusto en ese instante. Aun así, también planeaba darle esa sensación de poder para luego atacar sin que lo esperara.
—¿Ya recordaste el momento en que te dije que serías atraída hacia nosotros? No quisiste creerme —sus dedos se dirigieron a mi cuello sin que yo pudiera preverlo. Su tacto se sintió ácido y sofocante, a pesar de que no ejercía presión sobre mí.
La voz de Ira Smith resonó en mi mente junto a un "No la mires, le das el poder de tu mente si lo haces".
—¿También recuerdas que después de eso yo te aseguré que pagarías de la misma forma si le hacías algo a Lila? —la aparté brusca y sin apartar mis orbes oscuras de ella. La retaba con la mirada—. Adrianne Lacost. ¿O debería decir Yadire Bartoh?
Su postura perdió seguridad por unos segundos, pude divisar a través de la profundidad de sus iris verdosas un pequeño sentimiento de traición. El mismo que yo tenía en ese momento. Al parecer alguien había abierto la boca antes de tiempo y se le acabó la sorpresa a Adrianne. Es una maravilla, ¿Verdad?
—La líder de los Sark. La mente maestra. La sádica sedienta de poder. La manipuladora —enumeré sin perder mi calma—. Pirómana, psicópata, asesina en serie, casi caníbal. ¿Debería agregar algo más a la lista, Yadire?
—¿Quién se fue de largas? —masculló, la impotencia teñía cada una de sus palabras. Su mirada brillaba en furia mientras nos observaba a mí, luego a Leyla, Ira y por último a Ara.
Su vista recayó en la castaña con un balazo por mucho más tiempo que en las demás. Los ojos marrones de la muchacha no se apartaron de Adrianne. La asesinaban, pero sobre todo, la respetaban también.
—¿Ella sabe que fuiste tú quien mató a Lizzy Valls realmente? —inquirí desafiante, hecho que descolocó a Ara Vega—. No lo sabe, ¿Verdad? Inventaste todo esto por tu propio beneficio, me acusaste de crímenes que jamás cometí. Me persiguieron durante años por tu jodida culpa, Yadire.
Una sonrisa surcó por el rostro, más pálido que de costumbre, de Adrianne Lacost. Aquella que un día creí conocer, amar y ser como una hermana de otra madre para mí. Aquella a la que le confié mi vida. ¿Por qué destruir todo? Sus objetivos no valían la pena la amistad que habíamos forjado, el lazo que teníamos.
Pero siempre fui eso. Un objetivo. Un plan para fingir ante el público.
Había algo en mi mente y en mi cuerpo, una corazonada tal vez, que siempre me pinchó todo ese tiempo para que yo desconfiara de mi mejor amiga. Al final, esa corazonada terminó con la razón y siendo la verdad.
Si lo pienso bien, ¿Cómo fue que Adrianne se había enterado lo de mis padres? Sus muertes fueron algo que me reservé con todos en su momento, no quería rumores, no quería habladurías. No deseaba más problemas en mi vida. ¿Cómo fue que no lo había captado antes? Incluso Lacost hablaba con Ira hasta donde yo supe.
Existieron tantas señales y yo las ignoré una por una, las descarté como quien tira a la basura algo que ya no es de utilidad.
—¿Es cierto lo que dijo Vania?¿Mataste a mi hermana, Yadire? —encaró una conmocionada y temblorosa Ara Vega—. ¡No te quedes en silencio y responde!
—Hasta con una bala y desangrándote eres insoportable, Vega —opinó su líder, una leve mueca de disgusto viajó por sus labios un par de segundos.
—Entonces sí es cierto... —masculló dubitativa, sopesaba el hecho de que aquella persona en la que podía confiar, le había engañado todo ese tiempo. No se dedicó a negar nada—. ¡Me mentiste para que yo hiciera todo!
—Soy tu líder, no debías dudar de mi palabra.
Ira y Leyla mantuvieron firme el agarre en la muchacha castaña que había recibido un disparo ocasionado por mí. Exigió que la suelten y hasta le dió un codazo a la joven Smith, pero bastó recordarle con el cañón del arma en su nuca que su vida dependía de la buena benevolencia de quién se hallaba detrás de ella.
—¿¡Pero era necesario mentirme!?
—¿Tu madre también sabe que... fuiste tú quién mató a Lucas, Yadire? —expuse sin titubear ni un poco. Humedecí mis labios con disimulo, saboreé cada letra de esa pregunta que la quebró en pedazos en ese momento—. No lo sabe, ¿Verdad, señora Grehim?¿O debería decir Bartoh?¿Cómo gusta ser llamada?
El cuerpo de aquella que creí mi mejor amiga de la infancia y que se plantaba frente a mí victoriosa porque todos cayéramos en su juego, se paralizó por completo. Cada extremidad suya se congeló al momento de oírme hablarle a su madre. Su progenitora, la directora, mejor conocida como señora Cálix y ahora señora Grehim, estaba parada bajo el umbral de la puerta; sus brazos cruzados se dejaron caer a sus lados y su rostro se tiñó de una expresión decepcionada.
A mi mente tan solo llegó el recuerdo de haber estado horas antes vistiéndome para ese absurdo baile del 30 de agosto, cuando percibí unos dedos pálidos apoyarse en mis hombros. La figura de Sidney, alias S anónima y pareja de Ira Smith, tardó un par de minutos en aparecer frente a mí.
Sus ojos rasgados me habían observado con una pregunta que yo no supe divisar hasta que ella la formuló en voz alta, sin importarle que Leyla estuviese por allí:
—¿Qué tan segura estás de que asesinaste a Lucas, tu ex novio?
Ese fue el pase a la locura, a una parte de mi mente que se hallaba en pura oscuridad y olvidada por mí.
—Vania, ¿Qué te sucede? Estás más rara que de costumbre... —indicó él, con sus ojos amables en los míos—. Puedes decirme si sucede algo.
Había negado con la cabeza. Todavía estaba bastante afectada por el rumbo que estaba tomando mi vida privada, eran detalles que yo no podía hablar en público. Mis asuntos personales no le incumbían a nadie más que yo y solo yo.
—Nada, Lucas —atiné a replicar, mi vaso de vidrio era sostenido con fuerza por mi mano derecha.
Había tenido ataques de ira cuando era más pequeña, pero con el tiempo fueron en aumento y después de la muerte de mis padres, las restricciones de la madre de Lila, los murmullos y rumores, todo simplemente se desbarrancó.
Nunca fui sana, pero en ese momento todo fue de mal en peor.
Lucas siguió hablando, pero yo no lograba escucharlo. Estaba tan desconectada de la realidad que no comprendía que sucedía a mi alrededor, el orden de los hechos cronológicos, nada. Al parecer mi mente se había quedado estancada en un tiempo que ya no existía y que jamás volvería. Había comenzado con aquello que años más tarde llamaría «disociación».
Disociación a causa de un trauma severo como lo fue la muerte de mis padres.
No entendí en qué momento exacto Adrianne abrió la puerta que daba al patio, pero lo hizo. Su cabello castaño se mecía con sus pasos y caminaba de forma apresurada, decidida, quizá hasta intentando verse intimidante. Llevaba una chaqueta de cuero azul, una blusa blanca y unos pantalones ajustados negros.
—¿Qué haces aquí, Adrianne? —inquirió Lucas, extrañado. Su pregunta me regresó a la realidad—. ¿Cómo entraste?
—Eso no importa. ¿Lo estás arruinando todo de nuevo? —lo interrumpió seca, cruzada de brazos.
—Adri, no entiendo. ¿Qué pasa? —fue lo único que pudo salir de mis labios en ese momento, sus ojos verdes se suavizaron al encontrarse conmigo.
—¡Lo estás arruinando todo, Lucas! —estalló en furia, a lo que el adolescente frente a ella se mostraba impasible, con un aire de no entender a lo que se refería—. Estás buscando traicionarme, pero eso no sucederá, hermanito. Será la última vez en que pienses en algo así.
—Adrianne, no es momento...
—Sí que es momento —lo empujó al notar que él se levantó de su silla—. Acabaremos con esto de una vez por todas.
—¡Adrianne! ¿Qué mierda te pasa? Cálmate, por favor —me atreví a hablar, con cierta determinación—. No llegarás a nada así.
En cuanto se volteó a mí, no logré reconocer la mirada de sus ojos. Por un momento sentí como si alguien susurrara un "quédate quieta, no intervengas más", más allá de que ella parecía asesinarme con tal solo verme. Había decisión, rabia y casi un letrero que gritaba —peligro—.
—Jamás lo entenderías. O tal vez en un futuro, en unos años. Tranquila que aún no es momento, Vania.
—Yadire, cálmate —siseó él, ya sin paciencia—. Fuera de aquí.
—No.
Ese nombre en ese instante me descolocó por completo. ¿Quién era Yadire? Yo solo conocía a Adrianne Lacost, la única persona que se animó a hablarme desde niña y que no me juzgó, aquella que vivía sola con su madre. La chica que se había robado una parte de mi corazón con sus bromas, sus risas y la confianza que compartíamos.
—¡Dije que te fueras! —bramó el muchacho y antes de que pudiera hacer algo más, Adrianne rompió el vaso contra la mesa.
El estruendo nos aturdió un poco a Lucas y a mí, mientras que ella se mantuvo imperturbable ante el ruido y el hecho. Divisé su mano ensangrentada, lo más probable que por pedazos de cristal incrustados en ella. No emitió quejido alguno, cosa que me extrañó.
Tomó uno de los cristales más grandes y filosos, la fuerza con la que lo hizo fue impresionante. Incluso clavándose el vidrio en su palma, siguió con su cometido y lo clavó con firmeza y decisión en el cuello de quién fue mi pareja alguna vez.
—A ver si esto te enseña a no jugar conmigo, hermanito —removió el pedazo sobre la herida, el quejido ahogado de él le provocó una sonrisa aliviada.
—¿¡Qué carajos te pasa!? —la aparté con rapidez, agradecida en mi interior por haber podido salir de esa burbuja que no me permitió actuar antes de tiempo.
—¿A mí? —se burló antes de soltar una risita—. ¿Qué es lo que te pasa a ti? Tú hiciste todo esto, Vania. ¿Qué te pasa?
Ella había jugado con mi mente y logró engañarme por tener mis barreras mentales frágiles, pero eso no ocurriría una segunda vez.
—No, no tenía ni idea de ello... —respondió la mujer, consternada—. Creí que mi hija no sería capaz de mentirme y menos con un tema así, pero veo que la lealtad a su familia no existe para ella.
—Mamá...
—No me interesa, Yadire —alzó la mano la señora Grehim, acción que calló de inmediato a Yadire—. Puedes hacer lo que quieras con ella, Vania, pero no me persigas a mí.
—¿Y quién dijo que no la íbamos a perseguir? —la voz de un hombre que todas conocíamos resonó en el silencio que se formó ante la llegada de la antigua líder de los Sark.
Thelonius Aret.
El prisionero de Yadire Bartoh.
El joven de la familia Aret quien todos creyeron muerto, incluso su propia hermana. Lo cierto era que jamás falleció, no era un resucitado ni nada por el estilo. Fue mantenido cautivo por la castaña de ojos verdes a la que todas observábamos en ese momento.
Años de tortura, de cambiar su manera de pensar, doblegarlo, humillarlo, burlarse de él. Incontables minutos en los que sus palabras hicieron mella en Thelonius hasta el punto de que creyera que estaba desequilibrado mentalmente, de que alucinaba, desvariaba o lo que fuera. Nunca fue mentira todo lo que había visto, sentido u oído.
—Es imposible, usted está... —tartamudeó la mujer, dio un paso hacia atrás al oírlo tan cerca de su cuerpo—. Yadire, ¿Qué clase de juego retorcido es este? Él murió hace años, no es real.
—No se preocupe, señora directora —se mofó del título, una sonrisa cargada de burla cruzó por sus labios—. Nada es real, eso fue lo que dijo su hija durante años. ¿Verdad, Yadire?¿No eres capaz de contarle todo lo que le has hecho a esta pobre alma en pena que ahora ven todos?¿Y lo que pasó con tu hermano?
Adrianne, Yadire, como sea que le gustara ser llamada, respiró hondo. Por unos segundos aparentó desear guardar la calma, pero esa tranquilidad se esfumó una vez se aproximó hacia Leyla sin que ella lo previera y comenzó a apuntar su cuello con un bisturí.
—Yo que tú lo pensaría dos veces, Yadire —sonreí ladina, apuntando con el arma en mis manos hacia su dirección. Ira imitó mi reacción.
—Yadire, deja el bisturí a un lado y suelta a Van —demandó la señora Grehim, alzaba sus manos en inocencia al ver cómo Adielt, William y Thelonius sostenían armas que se orientaban directo a su cabeza.
—El show todavía no comenzó, madre —se rio antes de deslizar el bisturí con suavidad, pude apreciar como no ejerció mucha presión para hacer el corte, se trataba de algo superficial con lo que Leyla podría lidiar.
Pero yo no tenía la oportunidad de lidiar con el hormigueo que había empezado a atacar mis manos, brazos y piernas. La sensación de adormecimiento no tardó en hacerse presente, por error o quizá desespero, solté el arma al no poder controlar mis articulaciones.
«¿En serio eres tan rastrera como para utilizar escopolamina conmigo de nuevo, Yadire?»
—¿Confiada, Vania? —se carcajeó al apartarse de la adolescente de cabellos rojizos quién me admiraba asustada—. Te dije que nunca podrías contra mí.
No importaba si una batalla campal se desataba en la misma habitación que nosotras, para ella y yo todo era ajeno. Mis músculos poco a poco perdían su capacidad de sostenerme en pie y caí de espaldas, con la función respiratoria casi nula, con las extremidades adormecidas a más no poder.
—Tú y todos han caído en mi trampa, Vania More —canturreó cerca de mi rostro, estaba agachada a un lado de mi cuerpo. Paseó sus dedos por la piel de mis mejillas hasta llegar a mi frente, cuyo lugar en el que acomodó un par de mechones con algo que parecía ser un cariño maternal, o quizá una burla hacia mí—. Ha pasado todo lo que yo esperaba y deseé. No eres tú la que va a ganar hoy, querida.
Su voz cada vez se tornaba más distante, más lejana, como si ella estuviera a varios metros de mí y no a centímetros. Sus palabras se transformaron en inentendibles para mí hasta que simplemente fueron ecos vagando por mi mente entre recuerdos perdidos, olvidados y aquellos que creía que eran míos.
...
Tratar de enfocar mi vista fue una tarea compleja, mi cabeza pinchaba repetidas veces. Era un dolor constante, abrasador, intolerable, pero hice mi mayor esfuerzo por no demostrar nada de lo que yo sentía.
—Despertó la bella durmiente —anunció una presencia femenina, mi cerebro tardó unos segundos en procesar de quién se trataba—. ¿Todo bien por tu cabecita, Vania?
Divisé su mano sosteniendo un tazón con fresas una vez pude enfocar mi visión. Caminaba a mi alrededor, relajada, con cierto ápice de felicidad que se proponía no enseñar al mundo, pero que yo podía captar tras analizarla.
—Tus amigos me hicieron compañía por un buen tiempo, pero al final prefirieron tomar el bando correcto —comentó sin darle mucha importancia al asunto—. Todos te abandonaron, Vania.
Reí con sequedad, las comisuras de mis labios se elevaron en una sonrisa burlesca.
—¿A mí o a ti? —ataqué, moví mis manos con disimulo para comprobar que estaba encadenada a una silla. Genial.
—Fue una buena jugada exponer todas las cosas que hice a espaldas de mi madre —elogió mientras se detenía frente a mí, sus penetrantes ojos verdes se clavaron en mi rostro e intentaron intimidarme—. Nunca creí que tu mente sería así de inteligente, pero por lo visto el momento no duró mucho.
—¿A qué me trajiste a este lugar, Yadire? Vayamos al punto, por favor —espeté, era una orden disfrazas de una súplica. Una súplica que mantendría contenta a mi querida secuestradora.
Su pálida piel fue cubierta por un leve enrojecimiento, me asombraba lo clara que se apreciaba a la luz de la pequeña lámpara que iluminaba la habitación grisácea de la cual no había reparado mucho por el momento. Una sonrisa de lado cubrió sus labios, ahora rojos, teñidos de una tonalidad similar a la sangre.
De su boca escurrió un hilo de un líquido casi amarronado, frunció el ceño con notable disgusto al percibir el sabor de aquel líquido.
—Ni siquiera estaba tan dulce como yo esperaba —negó con la cabeza mientras transitaba por el cuarto. Se posicionó detrás de mí y respiró en mi cuello hasta llegar a mi oído, su aliento gélido estremeció parte de mi cuerpo—. ¿Sabes? Pensé que serías más intuitiva, querida Vania.
Aparté mi cabeza lo más que pude al percatarme de un extraño filo que rozaba mi cuello y nuca. Mi momento de tranquilidad no duró mucho porque ella tomó mi cabello y tiró de él para mantenerme quieta, paralizada en mi lugar. El escozor presente en mi cuero cabelludo no logró distraerme de lo que Yadire Bartoh planeaba hacer.
¿Qué quería? No podía leerla, por mucho que yo supuse todo en un comienzo, nada de esto estaba dentro de las posibilidades de lo que ella haría.
—Terminaste siendo presa mía —susurró mientras el filo de un instrumento que desconocía por ahora, se paseaba por mi cuello hasta mis hombros. No dolía, pero que acariciara esas zonas me hacía sentir vulnerable—. Me preguntaba cuánto tardaría en caer tu control mental, siempre has sido inmune a todo lo que nosotros representamos. Sin embargo, si rompes a una errante alma se destruye por completo. ¿Nunca has pensado en esa teoría, mi vida?
—No sé que deseas con todo esto —murmuré con dificultad cuando el filo se clavó en el centro de mi nuca, evité jadear de dolor, pero sentía que quemaba, que ardía, que era difícil mantener esa misma posición por mucho tiempo—, ¿Qué quieres?
—A ti —besó mi mejilla con delicadeza al mismo tiempo que realizaba un corte más profundo que descendía de mi nuca hasta el centro de mi espalda. Me vi obligada a arquearme por el ardor, quemaba por dentro—. Bienvenida a mi tortura soñada, Vania More.
...
Abrí mis párpados sin haber notado antes que los había cerrado, laceraba el dolor de mi espalda. La sangre se deslizaba por la herida y por otros lares, manchando mi ropa, mis manos y hasta el suelo mismo.
Yadire encadenó mis muñecas al techo con unos grilletes oxidados y cargados de púas afiladas. Si yo quisiera escapar, el leve roce de esas puntas me mataría o me dejaría desangrándome por horas.
El paisaje frente a mí había cambiado. Ya no estaba en la anterior habitación, ahora se alzaba frente a mí un recinto con el doble de tamaño que el otro, mesas metálicas, cuerpos mutilados y otros enteros, estantes con frascos de partes humanas, congeladores de tapas traslúcidos que contenían extremidades en su interior y una gran máquina que conectaba el brazo de una persona con ella.
Enfoqué mi campo de visión en el muchacho que dormitaba sobre el sofá de cuero negro, cada pocos segundos se removía como si fuera un tic que portaba. Su cabello oscuro despeinado y sus ojos cerrados me alarmaron lo suficiente como para paralizarme al instante en que le dediqué una mirada.
Adielt Jonst.
El joven adolescente que en diversas ocasiones habló conmigo, me ayudó o apoyó, aquel al que ayudé cuando estuvo en una situación similar.
Aquel con el que consideré que había formado una amistad, extraña quizás, pero creo que se robó una parte de mi pútrido corazón.
Él estaba siendo drenado por esa máquina que conectaba un delgado tubo a su antebrazo y succionaba su sangre.
¿Y yo que pensaba hacer en ese instante?¿Quedarme de brazos cruzados?
Un quejido suave y proveniente de una voz femenina me hizo voltear de forma veloz en dirección a ese sonido. A unos cuantos metros, sobre una mesa metálica, se movía un cuerpo de una mujer joven. Se encontraba encadenada a la mesa de muñecas y tobillos para evitar que escapara.
Reconocí esa voz. ¿Cómo olvidar a la mujer que conquistó mi corazón? Su cabello rojizo caía por su rostro, alborotado, sucio, opaco. La blusa que llevaba había sido desgarrada por la mitad y se dejaba a la vista su abdomen pálido, el cual enseñaba una incisión vertical en el medio.
«No. No. No»
Me removí sin importarme que las cadenas pudieran lastimarme, el grito de desesperación quedó ahogado en mi garganta, prisionero de mis deseos por mantenerme cuerda en un momento como ese. El impulso de correr por ella fue más fuerte que mi mente fría y calculadora rogando que me quedara en mi lugar para evitar salir más herida.
No podía permitir que le hicieran más daño. No ella.
Ella, quién se había inmiscuido en esto solo para protegerme.
Una descarga eléctrica recorrió mi cuerpo y me obligó a encorvarme hacia delante. Mis pies no soportaron mi peso y caí al suelo, siendo sostenida por los grilletes que pinchaban la piel de mis muñecas y se hundían en ellas, acción que provocó que rastros de sangre cayeran hasta mi frente.
Fue imposible no jadear por el dolor que atravesó mi ser en cuestión de un minuto. La presión de mis brazos, mis manos siendo aprisionadas por un metal oxidado —y con alguna bacteria seguro—, mis tobillos adoloridos por la posición en la que se mantenían y mi cabeza pesando como nunca. Todo fue demasiado para mí.
Las lágrimas surcaron mis ojos hasta nublar mi vista, las percibía recorrer mi rostro, mis mejillas; se mezclaron con la sangre que escurría de mi frente, se fusionaron con la miseria humana. La miseria de un alma que un día destruyeron por pura satisfacción y por miedo.
El miedo a lo que yo representaba para la sociedad de mentiras de Yadire Bartoh.
—No admito visitas en mi sala de alimentación —confesó impasible, sus dedos acariciaron las raíces de mis mechones oscuros antes de sostenerlos con fuerza, con una fuerza que me dirigió hacia atrás para que la admirara a los ojos. A esos malditos ojos verdosos que pertenecían a la que un día destruyó mi vida en pedazos—, pero hice una excepción contigo.
Mi respiración se tornó más fuerte y pausada, mis pulmones no permitían el paso del aire. La sensación de asfixia crecía con cada segundo que corría.
—Todo el que se niegue a ascender, termina entre estas paredes y luego... Creo que ya has comprendido donde —se burló antes de soltar una carcajada tétrica, maquiavélica.
Una risa que caló mis huesos tal escalofrío que invadía mi espalda desde la zona baja hasta mis omoplatos.
...
¡Buenas, buenas!
Lamento tardar en actualizar, ¿Alguien sigue aquí? Espero que sí.
¡Falta un capítulo para terminar la historia! ¿Ya comprendieron cuál es el secreto de el Blue College? Espero que sí, de todas formas se explicará más a fondo en el próximo (y último capítulo).
Gracias por llegar hasta aquí. Los amo <3
Nos vemos en el próximo y último capítulo. ✨
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