Capítulo 35
"Una pérdida puede ser la gota que colme el vaso.
Después de estar en el abismo, nadie vuelve siendo el mismo"
La pantalla de la computadora comenzó a parpadear, a la vez que distintos archivos de vídeo aparecían entre las carpetas.
Los títulos de los archivos eran extraños, letras y números componían los mismos. Cuando el último archivo de vídeo apareció, la computadora volvió a la normalidad.
Tomé la iniciativa de abrir uno, esperando encontrar algo de utilidad o que sea una simple broma estúpida de alguien.
El vídeo duraba unos cuarenta segundos. Su inicio era una pantalla en negro, que poco a poco desaparecía para dar paso a la imagen de una persona con el rostro distorsionado y en una habitación con mala iluminación.
La habitación donde se encontraba el cuerpo me parecía tan familiar. Era una sensación indescriptible, como si estuviese teniendo un deja vú.
Las paredes se veían azuladas, el cuerpo estaba sobre una camilla y vestía una bata negra con manchas blancas irregulares. Parecía inconsciente.
Unas letras rasgadas pasaron por la pantalla, éstas rezaban "La curiosidad mató al gato". Poco tiempo después, en la esquina superior derecha aparecieron las típicas indicaciones de los vídeos de cámaras de seguridad:
Fecha, hora, día, año y lugar.
Sólo que el nombre del lugar, es decir, la ubicación, estaba cortado. No aparecía y tenía la sospecha de que lo habían borrado a propósito.
Dejaban pistas, pero no daban toda la información. Es lógico, nadie daría todos los datos de algo que se intenta ocultar.
El vídeo finalizó con un leve movimiento por parte de la persona en la camilla. Me quedé pensativa unos minutos, con la mirada fija en un punto de la pantalla, ignorando todo lo que sucedía a mi alrededor.
—Eso era el sótano —deduje con seguridad, una vez salí de mis pensamientos—. Hay que encontrar una manera de entrar.
—Vania... —intentó interrumpirme Adielt, pero lo ignoré.
—Los Sark mataron a mi hermanastra y si el sótano es suyo, lo encontraré para destruirlo. Les quitaré poder para acabar con ellos uno por uno —juré con el corazón latiendo a mil por segundo. La adrenalina y satisfacción ante esa idea, se colaban por mis venas.
Una idea muy tentadora. La mejor manera de hacer justicia por la muerte de una inocente.
Hubo silencio en la habitación por unos largos minutos, así que aproveché ese momento para anotar las claves de las cámaras ocultas en el sótano. ¿Por qué las anoté? Nadie había llevado su celular, lo cual era una pena, me ahorraba el trabajo de copiar cada contraseña si sacaba una foto.
El universo no estaba de mi lado ese día. De hecho, nunca lo estaba.
—Aún no podemos ir al sótano o a las cámaras. Debemos esperar a un día festivo o algo así, tenemos que planearlo mejor —opinó William un tanto nervioso. Jugaba con su cabello con desespero.
Terminé de anotar unas cuantas contraseñas y doblé el papel antes de guardarlo en el bolsillo de mi pantalón. Lo dejaría en el cajón de mi mesita de luz una vez llegara a mi habitación.
—Iremos cuando podamos. Pero debe ser pronto, ni un minuto más tenemos que perder —comenté indiferente mientras me levantaba de la silla y apagaba la computadora.
—Vania... Ellos son peligrosos... —me recordó Stacy con aires de superioridad—. Ya deberías saberlo.
Tensé mis hombros y mandíbula, de veras que quería propinarle una bofetada, pero debía contenerme si no quería ganarme unos buenos golpes. Además, pelear con ella no me ayudaría en nada.
Sólo atrasaría todos mis planes.
Debía actuar con la cabeza fría y en calma, no tenía que caer en sus estúpidas provocaciones que lo único que buscaban era lentificar mis objetivos.
—¿Ustedes quieren ser los próximos en morir? Porque los están cazando, chicos. Oh, esperen, creo que no se han dado cuenta de ello —mencioné con un ligero tono burlón, sonriendo con sorna.
—A ti también te quieren —me recordó Adielt en un tono misterioso.
—Pero que me atrapen me ayuda en lo que quiero hacer —murmuré, ampliando mi sonrisa que se estaba convirtiendo en una fría—. A ustedes no les ayuda en nada que los maten. Es más, los debilita.
Nadie contradijo mis palabras. Tenía la razón y ellos lo sabían.
Di un vistazo rápido a la computadora, comprobando que esté apagada. Cuando lo estuvo, me alejé de ellos, camino a la puerta de salida.
Al pasar al lado de Ira, ella agarró mi brazo con delicadeza. Sus dedos fríos, al entrar en contacto con mi piel, provocaron un escalofrío que me sacudió un poco.
—Vania, estoy segura que quieres ayudarnos, pero tu estado no nos beneficia. Respira, por favor, no quieres verme enojada, ¿Verdad? —musitó con voz dulce, acercando una de sus manos a mi cabello para acomodar mi cabello oscuro.
—Ira, no intentes manipularme. Ya no funciona conmigo —mascullé seca, dándole una sonrisa falsa, mientras agarraba su mano con fuerza para apartarla—. Y claro que no quiero verte enojada, pero eso ya depende de ti.
Sus labios se fruncieron con molestia y soltó su mano de mi agarre para llevarlo a su cabello castaño. Pude notar que sus puntas castañas estaban abiertas y descuidadas, lo cual me extrañó.
A pesar de no ser cercana a ella, sabía que cuidaba a su cabello como si fuera su vida. Y que lo dejara tan descuidado era extraño.
«¿Qué es lo que te pasa, Ira? No me importa mucho, pero sólo espero no actúes en mi contra»
Miré con disimulo la cicatriz en la palma de su mano. Había tantos secretos en ella, me preguntaba si era capaz de traicionarnos o estaba de nuestro lado.
—Controla tus emociones o no recibirás ayuda —sentenció firme con una sonrisa dulce y fría a la vez.
—Contrólate a ti, querida Ira —mascullé lo último con algo de sorna.
Pude ver como tras decir eso, sus facciones se endurecieron y su mirada parecía querer asesinarme. Se estaba conteniendo de explotar, estaba segura de ello.
Crucé mis ojos con los de ella por unos segundos antes de caminar hacia la puerta. Relajé mis hombros y abrí el pedazo de madera que me separaba del resto de la escuela.
Una vez fuera, supe que debía encontrar la forma de llegar al sótano cuánto antes. Debía cuidar mi vida, sobre todo, porque... ¿De qué me servía morir antes de cumplir mis objetivos?
Descubriría lo que ocultaba el colegio.
Vengaría la muerte de Lila.
Acabaría con los Sark.
Y después... Intentaría seguir con mi vida, si es que salía viva de allí.
...
A la tarde siguiente, me encontraba caminando hasta mi club, cuando fui interceptada por la directora para que le llevara unos papeles a la secretaria.
—¿Y dónde queda su oficina? —pregunté, levantando la mirada de los papeles y dirigirla a su rostro.
Vi como tenía un tatuaje en el cuello, la marca de los Sark. Ella estaban con esos malditos, estaba más que claro, pero ¿Por qué?
Estaban asesinando personas sin sentido. Querían matar a los chicos, sin razón aparente. Y sé que pensarán porque les creo, la razón es muy obvia: los Sark asesinaron a mi hermanastra y no había rastros de mentira en los que se habían convertido en mis conocidos.
—Cerca de la entrada, segunda puerta que veas —indicó con cansancio y se alejó, sin darme la oportunidad de preguntar algo más.
Rodé los ojos y suspiré antes de emprender camino a la oficina de la secretaria. Si no recordaba mal, era la mujer que me había recibido el primer día.
El trayecto hasta la oficina no fue tan largo, habré estado unos diez minutos caminando. Cuando estaba a unos cuantos metros, sentí un mal presentimiento y me detuve.
Pronto comencé a oír una voz femenina y delicada, una que conocía tan bien. Su tonada revelaba dolor.
Fruncí el ceño, tratando de averiguar que ocurría.
—¡Él no puede estar muerto, mamá! —gritó ella, su voz se había quebrado a mitad de la frase debido al llanto.
Sabía que estaba llorando, reconocía esa manera de hablar y esa voz, esos sollozos ahogados... Los había escuchado varias veces mientras intentaba dormir.
—Pues créeme que lo está. El funeral de tu hermano es el próximo sábado —le informó una mujer, de cabello castaño y aspecto serio. No se inmutó al pronunciar esas palabras.
—¡Mamá! Se acaba de morir tu hijo, ¿Y sólo te importa eso? Yo no creo que se haya suicidado, se habrán equivocado en eso —negó ella, se acomodaba el cabello con desespero, buscando una manera de tranquilizarse.
Sin embargo, se lo estaba enredando y mucho.
—No te importamos, ¿Verdad? Por eso me dejaste aquí, por eso casi nunca nos vemos. Ni él ni yo te importamos, ahora está muerto y sólo te preocupas en organizar su funeral. ¿Qué tiene que pasar conmigo para que te preo...?
Su madre alzó la mano, en señal de que se callara.
—Eso fue lo que ocurrió, Leyla. Murió. Y sabes que a él no le gustaría vernos tristes —sentenció su madre, con una seriedad que te causaba temor, ignorando las palabras que había dicho la pelirroja con anterioridad.
Leyla no objetó nada más, se quedó estática, viendo a su progenitora. Sus hombros temblaban ante sus sollozos, el llanto y las lágrimas eran más que evidentes desde la distancia.
Aparté la mirada y sentí como si mi corazón se rompiera, encogiera. Sentí unas inmensas ganas de abrazarla, mas no quería parecer una entrometida o algo así. Tampoco quería demostrar mi debilidad.
Su dolor me recordaba tanto a mí cuando me enteré de la muerte de Lila. Cerré los ojos y reprimí una lágrima que amenazaba con escapar de mi ojo. No fue por mucho tiempo, ya que terminó cayendo de una forma u otra.
Continué con mi andar, debía pasar a su lado para llegar a mi destino. Me armé de valor, ya hablaría con Fresita y estaría ahí para apoyarla en todo momento. Ya la abrazaría sin querer soltarla.
Y sí, Fresita era el apodo que le había puesto, ella amaba las fresas y su cabello era rojo.
Al verla, aparté mi mirada para evitar llorar. Ser débil no estaba bien, debía ser fuerte. Al menos por las dos.
Yo no era alguien débil, era fuerte.
Sin embargo, mi curiosidad me traicionó y volví a observarla. Su madre me observó con intriga, alternando la mirada entre su hija y yo. Aparentemente, intentaba comprender lo que sucedía.
Pensé en decirle "Sí, hola, suegris, ¿Todo bien?" pero preferí mantenerme en silencio.
La pelirroja al percatarse de mí, me abrazó con fuerza, casi asfixiándome. Tardé unos segundos en corresponder a su abrazo, ya que no me sentía muy cómoda.
Nunca fui muy fan de las demostraciones de afecto y menos estando en un estado de enojo...
En un estado de querer causar destrucción y sólo destrucción, sin importarme quien saliera herido.
—Prométeme que no te vas a alejar de mí —susurró temblorosa. Los sollozos provocaban que ella temblara.
Verla en ese estado sólo me daba ganas de protegerla de todos, de abrazarla por siempre y no soltarla.
—Lo prometo, Fresita —susurré y besé su cabeza.
Podía ser una hija de puta sin corazón, pero Leyla era la única persona que iluminaba mi oscuridad. Aún no estaba segura de si permanecer a su lado o alejarme, no quería arrastrarla conmigo a un abismo sin fin; a mis desgracias.
Tenía la certeza de que mi venganza, mis ganas de acabar con los Sark, traerían consecuencias.
¿Me importaba? No.
Mercink~
Hoy no dejaré preguntas, sólo quiero leer sus opiniones sobre el capítulo :)
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