Fanfic No Cruces el Bosque
Llevaba tiempo pensando en hacer esto... Esta historia merece esto y más.
Gaspar se dirigía al sauce blanco con pasos apresurados. La última vez que había acudido ahí, tres días atrás, Ari, obligado por su insistencia, le había prometido que ese día lo llevaría de viaje.
—Pero esta vez ni se te ocurra separarte de mí —le había advertido—. A menos que quieras verme muy enfadado.
—No lo haré —había resoplado Gaspar, cansino—. Confía un poco en mí por una vez.
—¿Después de lo que pasó en Bermora? —Ari lanzó una carcajada despectiva—. Gracias, pero prefiero tenerte vigilado.
—¡Ari! ¡No soy un niño pequeño!
—Ah, cierto. Eres un adolescente bajito.
—¡En un tiempo daré el estirón!
—Pero hasta entonces seguirás siendo un canijo. Ahora vuelve a casa, ratoncillo.
***
Gaspar llegó al sauce y no tardó en divisar a Ari tumbado sobre una rama alta con las manos en la nuca. A pesar de que tenía los ojos cerrados, el niño sabía que estaba despierto
—Buenas tardes —saludó el adolescente sin despegar los párpados.
—¿No bajas?
—Estoy ocupado.
—¿Con qué? —exclamó Gaspar—. ¡No estás haciendo nada!
—Exacto.
El niño se masajeó las sienes, armándose de paciencia. A veces no conseguía entender a ese amigo tan extraño que tenía.
—¿Está Blum contigo? —quiso saber.
—No. Está abajo. Da la vuelta al sauce y lo encontrarás.
Gaspar obedeció. En efecto, entre las raíces del árbol encontró al gato carpintero, dormitando. Con una sonrisa, le acarició detrás de las orejas. Blum ronroneó en sueños, ensanchando la sonrisa del niño.
El muchacho se sentó junto a él, sacó la libreta y empezó a retratarlo. Primero trazó las orejas, luego hizo la forma de la cabeza, los ojos y la boca, después definió el cuerpo y finalizó con la peluda cola y las patas estilizadas. Satisfecho, comenzó a colorearlo.
—No está mal, ratoncillo —lo sobresaltó la voz de Ari a su izquierda—. Nada mal.
—¡Me has asustado! —le recriminó Gaspar, aliviado por no haber hecho un rayón en el dibujo—. ¿Cuánto llevas ahí?
—Unos segundos. Ya estamos listos para irnos.
Los ojos del niño se iluminaron.
—¿Ya? ¿Y dónde vamos? —quiso saber con entusiasmo.
—Es una sorpresa —Ari torció una sonrisa que no auguraba nada bueno—. ¿Y quieres dejar ya de mirarme así? —espetó, irritado—. Pareces un... maldito cachorro hambriento.
—¿Por qué todo el mundo me dice eso? —se exasperó Gaspar.
—¿Tal vez porque es cierto? —Ari extendió el brazo—. Anda, ven aquí, antes de que me arrepienta.
Gaspar se agarró a su mano.
—Al menos, dime... ¿Ya he estado en ese sitio al que vamos?
La siniestra sonrisa del pelirrojo se acentuó.
—He de confesar... que es la primera vez que yo voy ahí, ratoncillo.
***
—¿Dónde estamos? —preguntó Gaspar tras acabar el viaje astral.
—Vamos a explorar —repuso su amigo soltándole la mano.
Se encontraban en un bosque, de eso no había duda, y a juzgar por la flora se diría que era una arboleda mediterránea.
Ari acarició la corteza de un árbol.
—Son todos vírgenes —observó con una sonrisa tranquila—. El hombre aún no los ha profanado.
Gaspar se acercó a una flor que crecía en el suelo e hizo ademán de ir a cogerla.
—Gaspar... —le advirtió su amigo—. ¡Ni se te ocurra tocar nada!
—¿Por qué? —protestó el niño—. ¡Solo es una flor!
—Porque siempre que tocas algo tengo que ir a salvarte de una posible muerte. No soy tu niñera, ¿sabes?
—Cierto —Gaspar vio su oportunidad—. Un niño no puede cuidar de otro.
—Al igual que te he traído aquí, puedo sacarte de este lugar —lo amenazó Ari entornando los ojos.
—Vale —Gaspar se puso en pie de inmediato—. ¿Me vas a decir ahora qué sitio es este?
—Este es el escenario de una historia —explicó Ari—. Estamos en el pasado, ratoncillo... Será mejor que nos cambiemos de ropa para no llamar la atención.
Empezó a levitar, y al llegar a los tres metros sobre el suelo chasqueó los dedos. Al instante, su levita verde, su chaleco color vino, camisa, pantalones e incluso sus zapatos fueron sustituidos por una larga túnica verde y sandalias. Gaspar lo contempló con fascinación, creyendo comprender dónde estaban a juzgar por esas vestimentas.
—¿Estamos en Roma? —se maravilló.
—Hasta un simple aficionado a la Historia sabría diferenciar la ropa griega de la romana —masculló Ari con suficiencia.
—¡Sabes que no me gusta estudiar!
—¿Tampoco la Historia? ¿Ortografía, ingeniería rúnica... y ahora Historia? No he conocido nunca a un niño tan poco estudioso como tú.
—¡Oye!
—Bah, da igual —Ari chasqueó la lengua—, creo que ya podré arreglar eso. Ahora, cámbiate.
Repitiendo el gesto anterior, hizo aparecer una túnica notablemente más pequeña que la suya de color azul, un cinturón y unas sandalias marrones. Las dejó caer para que Gaspar las cogiera.
—Vístete —le ordenó—. Tengo que comprobar algo. Ni se te ocurra moverte de aquí.
—No lo haré —Gaspar recitó la misma cantinela de siempre.
Cuando su amigo se fue levitando lejos, se puso la túnica, que le llegaba justo por debajo de las rodillas, las sandalias y el cinturón. Tenía los hombros al descubierto, y una pequeña brisa le provocó un escalofrío al rozar su piel desnuda.
—Ya está —anunció Ari, ya de vuelta—. Sígueme, vamos a empezar a explorar.
—¿Dónde dejo mi ropa?
—Dámela —Su amigo volvió al suelo.
Algo reticente, el niño le tendió su ropa de calle y Ari la guardó en un bolsillo oculto de la túnica. Gaspar se recordó a sí mismo que tenía que preguntarle cómo conseguía guardar tantas cosas en esos bolsillos suyos.
—¿Y... Dónde vamos, exactamente? —inquirió.
—He visto una niña de once años en este bosque. Creo que podríamos hablar un poco con ella. Parece... interesante.
—¿Un humano te parece interesante? —se asombró Gaspar—. Creía que eso no era posible.
—Es que no es una niña normal —reflexionó Ari—. Había algo raro en ella... Es como si fuese humana solo en parte. Quiero llegar al fondo de este asunto.
—¿Podría ser una mezcla de moraleja y humana?
—Eso sería una aberración —El pelirrojo hizo una mueca de asco.
—¿Pero sería posible?
—No quiero ni imaginármelo.
—¿Qué aspecto tenía? Es para reconocerla al verla.
—¿Cuántos humanos aparte de ti ves en este bosque? —se impacientó Ari—. No te vas a confundir de persona, créeme.
—Al menos dime de qué color tenía el pelo...
—¿Quieres dejar ya de bombardearme con tus preguntas?
—¡Tengo curiosidad!
—No me digas.
Un crujido de pisadas a escasos metros los sobresaltó.
—Detrás de mí, Gaspar —siseó Ari con rapidez.
El niño se pegó a su espalda, alerta. Los pasos se acercaban. Ari tenía los ojos entrecerrados y clavados en un punto fijo y la cabeza estirada hacia delante, como si olfateara algo. Parecía un gato al acecho de un ratón.
Los pasos estaban cada vez más cerca.
Ari giró la cabeza para mirar a Gaspar.
—Es un humano —articuló con los labios; ni un sonido salió de ellos—. Pero es como la niña. No te muevas.
El visitante llegó. Era un muchacho de doce años, cabello castaño revuelto y ojos grises. Los miró con sorpresa.
—¿Quiénes sois? —preguntó—. ¿Qué hacéis aquí?
—Yo no voy a responder preguntas de un desconocido —escupió Ari, sus ojos adquiriendo un color dorado.
Gaspar vio lo que se avecinaba y se separó de su amigo.
—Yo que tú no le enfadaría —Ari lo miró, ceñudo. La raíz de su cabello empezaba a teñirse de negro puro—. En serio, es un consejo. Es por tu bien.
El otro ladeó la cabeza. Era evidente que tenía preguntas.
—Mejor si nos dices primero tu nombre —propuso Gaspar.
—Yo tampoco voy a responder las preguntas de dos extraños. A propósito, ¿Qué le pasa a tu amigo en el pelo? Ese rojo es un poco raro.
—Si quieres, puedo hacer que se vuelva negro —tronó Ari. Su voz empezaba a reverberar.
Gaspar se puso delante de él en un intento de poner un bache a su ira, aún mirando al visitante.
—Te he dicho que no lo enfadaras —le recriminó.
—Sois un par de raros —dijo el otro retrocediendo un paso.
—¡Espera! No te vayas —le pidió Gaspar—. ¿Qué haces tú aquí también?
El otro chico desvió la mirada, incómodo. Parte de su ánimo pareció abandonar su cuerpo cuando dijo:
—Ni yo mismo lo sé bien. Pero, ¿y vosotros? —Parecía molesto—. ¿Qué hacéis aquí?
—Turismo —espetó Ari, tratando de calmarse.
Si le daba un ataque de furia, su ratoncillo estaría en medio y no quería herirlo... Deseó que Gaspar no adivinara ese pensamiento.
—¿Tur... qué? —Su interlocutor frunció el ceño.
—Estamos de paso —se apresuró a rectificar Gaspar.
—¿Y de dónde venís, si se puede saber?
—Eh... de... —El niño miró a su amigo buscando ayuda.
—Venimos de nuestra casa —farfulló este.
—¿Vuestra casa? —El chico miró a uno y otro—. ¿Sois hermanos?
—Eh... Sí —mintió Gaspar.
—No os parecéis en nada.
—Pues anda que tú —Ari lanzó una carcajada despectiva—. Tienes cinco hermanos y no te pareces a ninguno de ellos.
El otro palideció.
—¿Cómo sabes...?
—Y sé que nunca has conocido a tu madre... pues que sepas que yo sí sé quién es..., pequeño Heritebo.
Alarmado, el chico cogió un palo del suelo.
—¡¿Cómo sabes todo eso de mí?! —exigió saber, furibundo.
—Lo sé todo sobre ti, niño... —El cabello de Ari empezó a removerse como agitado por la brisa—. Tu nombre, tu edad... —El negro de la raíz se extendió hasta la punta de su pelo escarlata—. Tus sueños... tus miedos... —Una sardónica sonrisa se abrió paso en su rostro—. Lo sé todo.
—¡No puede ser verdad! ¿Eres un monstruo del Tártaro? ¡Porque de ser así, que sepas que no me vas a arrastrar hasta tu trampa!
—No soy un monstruo... No del Tártaro, al menos —rió dejando sus colmillos a la vista—. Soy Tanarish.
—¡¿Y qué hay de ti?! —Heritebo apuntó a Gaspar con el palo—. ¿Eres su cómplice? ¿Su víctima?
—Me llamo Gaspar —dijo apresuradamente. Estaba agarrando la túnica de Ari en un intento de retenerlo—. Y no soy ni cómplice ni víctima. Soy un chico que intenta que su amigo no se descontrole... como siempre hace.
Heritebo miró el palo que tenía en la mano. Suspiró por algún motivo y lo tiró lejos.
—Me juré a mí mismo que no volvería a intentar herir a alguien —murmuró.
Gaspar cogió la mano de Ari intentando calmarlo. Pareció funcionar; poco a poco, su amigo volvió a la normalidad.
—¿Y bien, Ari? —exigió—. ¿Qué tienes que decir?
El pelirrojo suspiró con fastidio y miró a Heritebo.
—Lo siento —dijo—. No sé controlar mi genio.
El muchacho lo miró de arriba a abajo.
—¿Eres un semidiós? —preguntó.
—¿Qué? ¡Yo n...! —Un codazo en las costillas de parte de Gaspar lo calló de golpe.
—Sí, lo es. Y yo. Porque somos hermanos.
—¿Hijos de Hécate?
—Eh... de Hécate, sí.
Heritebo bajó la mirada.
—Tiene sentido —susurró—. Perdón por mi comportamiento. No estoy en mi mejor momento.
—Lo entiendo —asintió Gaspar, aliviado.
—¿Tregua? —el muchacho sonrió débilmente y extendió la mano.
—Tregua —intervino Ari, quien se acercó para estrecharle la mano.
Heritebo alzó la mirada para verle bien la cara. El adolescente sonreía, pero era una sonrisa que no inspiraba confianza. Antes de ser consciente de nada más, sintió que Ari posaba la mano libre sobre su frente. De ella brotaron pequeñas chispas azules y Heritebo cayó de espaldas al suelo, inconsciente.
—¡Ari! —se alarmó Gaspar—. ¿Qué le has hecho?
—Tranquilo, ratoncillo —sonrió Ari cogiendo a Heritebo—, solo está dormido. No es conveniente para el desarrollo de la historia que este chico recuerde este encuentro.
—¿Para el «desarrollo de la historia»? —repitió el niño, ceñudo—. ¿Qué quieres decir?
Ari colocó a Heritebo bajo un árbol.
—Mejor vamos con esa niña y te lo cuento por el camino, por si acaso este mocoso se despierta.
—¿Por qué quieres ir aún con la niña?
—Porque sí —repuso el adolescente.
Gaspar se mordió el labio inferior. ¿Por qué de entre todos los habitantes del mundo había tenido que ser él quien se había visto obligado a soportar a ese cretino?
—Vale, vamos. Pero cuéntame por qué has dicho eso.
—Por supuesto, ratoncillo.
»Verás, esta historia la escribió una chica...
—Ya me he perdido. ¡No sabes contar historias! ¿Qué quieres decir con «esta historia»?
—Hemos viajado aquí porque este es el escenario de un libro. Hemos entrado en su trama, por así decirlo.
—¿Estamos en un libro? —exclamó Gaspar, maravillado.
—Deja de hacer preguntas cuya respuesta ya conoces —masculló Ari—. Sí, claro que estamos en un libro. Ese niño al que acabamos de ver es el protagonista de la historia, Heritebo. Yo había oído hablar de esta novela, pero me he decidido a echarle un vistazo contigo.
—¿Y qué te parece la historia? ¿Te gusta? ¿Crees que a mí me gustaría leerla?
—Eso me lo guardo para mí.
—Pero... si acabas de conocer la historia, ¿cómo sabías todo eso de ese chico?
—Tus preguntas empiezan a incordiarme. Al estar cerca de él, he podido penetrar en su mente por un momento. Ese roce me ha bastado para enterarme de lo que ha pasado hasta ahora en la trama. Y, desde luego, el conocernos a nosotros no entraba en los planes de la autora ni por asomo. Así que he borrado este momento de su memoria. He hecho un «vacío temporal», por así decirlo. La historia no se verá afectada.
—¿Y dónde oíste hablar de esta historia?
—¡Se acabaron las preguntas! —sentenció Ari—. Hasta ese tal Heritebo es menos cargante que tú.
***
—Hola —saludó la niña con una sonrisa.
La habían encontrado en un pequeño claro, donde recogía bayas. Ari miró las frutas y sintió que se le hacía la boca agua. En ese momento recordó que Gaspar aún no le había llevado su chocolatina de siempre. Se apuntó mentalmente regañarle después.
—Hola —le sonrió Gaspar—. ¿Qué haces aquí?
—¿No es obvio? Recojo bayas. ¿Quiénes sois vosotros?
—Yo soy Ari —se presentó con una burlona reverencia—, y este es mi ratoncillo, Gaspar.
—¿Puedo llamarte Ratón? —quiso saber ella, mirando a Gaspar con ojos suplicantes.
—No, por f...
—¿Qué hacéis aquí, Ratón?
Gaspar iba a abrir la boca, pero Ari se le adelantó:
—Hemos oído ruidos y hemos sentido curiosidad. Así q...
—Ayuda... —los sobresaltó una nueva voz.
Los tres se giraron y vieron a una mujer arrastrándose por el suelo. Tenía el cabello color caoba, ojos verdes y piel muy pálida. Pese a que a Gaspar y Ari les pareció que era una mujer hermosa, la niña lanzó un grito y le tiró una piedra a la cabeza con espanto.
—¿Por qué has hecho eso? —se sorprendió Gaspar.
—¡¿Pero es que no lo veis?! —chilló ella, presa del pánico—. ¡Es horrible! ¡Un monstruo!
Al instante siguiente, la mujer estaba ardiendo en llamas. Fue una hoguera rápida; desapareció tan rápido como había aparecido, al igual que la mujer. Automáticamente, Gaspar miró a Ari.
—Era una empusa —aclaró este—. Una vampira. Por suerte, la he matado a tiempo.
La niña lo miraba con sorpresa.
—¿Eres...?
—¿Un mestizo? Sí. Hijo de Hefesto... por el fuego. ¿He de suponer que tú también lo eres?
Ella asintió.
—Sí. Mi padre es Hermes. Soy Ísila. Encantada.
—Un placer —sonrió Gaspar.
Unos arbustos a su derecha se sacudieron.
—Alguien viene —cuchicheó el niño.
—Es Heritebo —aseguró Ari—. Tenemos que irnos, la historia debe continuar.
—¿Heritebo? ¿Quién es ese? —preguntó Ísila.
—Lo siento, tenemos que irnos —se disculpó Gaspar—. ¡Adiós, Ísila!
Ari y él se dieron la vuelta para irse de ahí.
—¡Adiós, Ratón! —se despidió ella.
Al instante siguiente, Heritebo emergió en el claro, e Ísila y él entablaron la que sería su primera conversación.
Mientras tanto, Ari y Gaspar emprendían el viaje astral que los devolvería al Bosque Onírico.
**
—La verdad es que Ísila me ha caído bien —comentó Gaspar, sentado bajo el sauce.
—Y a mí —sonrió Ari—. Parecía pícara.
El niño se acomodó en el tronco.
—Me habría gustado hablar un poco más con Heritebo —confesó—. Si nuestro encuentro no hubiera sido así...
—No te habrías llevado muy bien con él. Tú eres mucho más tranquilo que ese chico. Heritebo es muy rencoroso, melodramático, se enfada a la mínima...
—Como uno que yo me sé —farfulló Gaspar.
—Tú te llevarías mejor con otro personaje, Aristédalo. Ese sí que es tranquilo. Sin embargo, no hemos podido encontrarnos con él. No estaba ahí en ese momento.
—Miau —maulló Blum, tumbado en el regazo de Ari.
—¿Qué? ¿Quieres que te rasque la panza? —preguntó este, fastidiado—. No quiero acabar malcriándote.
—Miau —insistió el gato, frotando la cabeza contra la tripa del adolescente.
Ari resopló.
—¿Qué voy a hacer contigo? —gruñó rascándole la panza al gato carpintero.
Blum estiró las patas, ronroneando como un motor.
Gaspar y Ari permanecieron mirando al gato como embobados durante unos minutos hasta que se durmió.
—Consentido —le recriminó el pelirrojo.
Cogió a Blum con cuidado de no despertarlo y lo tumbó en la hierba a su derecha. Acto seguido, se sacudió los pelos de gato del pantalón.
—Ari... —lo llamó Gaspar—. ¿Me devuelves mi ropa? Tú ya te has cambiado...
Su amigo introdujo la mano en el bolsillo interior de su levita. El niño esperaba encontrar la ropa hecha un gurruño, y por esta razón su sorpresa fue mayúscula al encontrarla lisa, doblada y sin una arruga. Sacudiendo la cabeza, empezó a cambiarse. Una vez puesta su ropa, Ari guardó la túnica griega en el mismo bolsillo.
Gaspar cerró los ojos, respirando hondo.
—Estoy algo cansado —dijo.
—¿Cómo puedes estar cansado? —se extrañó el adolescente, mirándolo con una ceja enarcada.
—Ya tenía un poco de sueño al llegar. Hoy en clase hemos estudiado runas y vengo con dolor de cabeza.
—¿Y qué quieres que haga yo? —Ari se cruzó de brazos.
—Quiero dormir un poco. ¿Me avisas cuando sea hora de volver a casa?
El pelirrojo masculló un asentimiento. Con una sonrisita, Gaspar se acomodó en el tronco. A los dos minutos, ya estaba dormido.
Ari lo miró con curiosidad. No estaba acostumbrado a ver a su ratoncillo dormido. Lo cierto es que parecía un muñeco achuchable.
«¿Yo he pensado eso?», se alarmó.
Aburrido, se llevó las manos a la nuca y observó las nubes. A su izquierda, Gaspar se removió un poco en sueños, lo justo para que su cabeza cayera sobre su hombro. Ari desvió la mirada hacia su ratoncillo con una mueca de sorpresa. Contempló el rostro dormido de Gaspar hasta que este volvió a removerse. Esta vez, su cabeza cayó hacia delante. Rápidamente, Ari sujetó la cabeza del niño antes de que chocase contra el suelo. Por fortuna, el chico no despertó.
«¿Qué hago?», pensó, frenético. ¿Volvía a sentarlo? ¿Dejaba que se tumbase? Tenía miedo de desvelarlo si se movía.
Fue el propio niño quien resolvió el problema. Aún en sueños, se acurrucó en el regazo de Ari. Este levantó los brazos, sin saber bien cómo reaccionar. Tras unos tensos segundos, acabó poniendo las manos en el suelo, observando a Gaspar con el ceño fruncido. Empezó a sentir la irritación aflorando en su interior cuando el niño se encogió, temblando, al levantarse una brisa fresca.
—¿Tienes frío? —farfulló—. ¿Qué quieres que haga yo?
Esperó un rato a que se le pasara. Sin embargo, con cada segundo que transcurría, más frío parecía tener Gaspar. Poniendo los ojos en blanco, Ari se quitó la levita y con ella cubrió al niño. El muchacho gimió en sueños y se colocó en posición fetal. Para que entrase antes en calor, el pelirrojo frotó con suavidad los brazos de Gaspar hasta que este dejó de temblar.
—Eso es, ratoncillo —susurró apartándole un mechón negro que le había caído sobre el ojo.
Ari pestañeó. ¡Qué suave tenía el pelo! Deslizó la yema del dedo por el cabello de la coronilla. Fascinado por su suavidad, enterró los dedos en el cuero cabelludo del niño y lo acarició. Una diminuta sonrisa apareció en el rostro de Gaspar.
—¿Te gusta, eh? —sonrió Ari, pasando la mano por la cabellera del muchacho—. Pues claro que sí. Ya no sé si le consiento más a Blum o a ti...
De lo que Ari no era consciente era de que una figura femenina de piel oscura, largas trenzas y cuernos como los suyos lo observaba desde un árbol en la distancia con una sonrisa en el rostro. Era Lyra.
La joven contemplaba la escena con embelesamiento, con una inmensa alegría instalada en su pecho. Ari era... feliz. Por primera vez en mucho tiempo, su amigo estaba en paz.
Con lágrimas de esperanza brillando en sus ojos, Lyra abandonó el Bosque Onírico.
***
Dos horas después, Gaspar volvía a Puerto Niebla.
Aunque nunca lo reconocería en voz alta, Ari sintió la amargura formándole un nudo en la boca del estómago al saber que tendría que esperar otros tres días antes de volver a verlo. En su lugar, para disimular, gritó:
—¡Y la próxima vez acuérdate de traer las chucherías!
La risa de Gaspar perdiéndose entre los árboles le arrancó una triste sonrisa.
***
Esto ha sido todo. ¡Espero que os haya gustado! La verdad es que he disfrutado mucho haciendo este relato.
Así me he imaginado a este par vestidos con las túnicas.
Voy a hacer una pequeña aclaración: Ísila y Heritebo son personajes de una de mis novelas. Quise hacer un fanfic con parte de "mi esencia", por decirlo de algún modo, así que se me ocurrió hacerlo así.
CiruelaAcida, espero que te haya gustado :)
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