Capítulo Único

Hace mucho tiempo, en algún lugar de la Grecia Antigua, una hermosa princesa, tan hermosa que su belleza se comparaba con la mismísima diosa del amor, Afrodita. El nombre de esa preciosa muchacha era Scarlett, pues, desde muy pequeña poseía unos tentadores labios de color escarlata.

Scarlett creció en hermosura, pero no en sabiduría debido a que su mente se veía contaminada por una vieja bruja que le ofrecía dudosos consejos.

Su belleza tomó la atención de la diosa Afrodita, quien no quería que ningún mortal fuera más bello que ella. Le exigió a su hijo Eros, que maldijera a la muchacha con la pescadilla de jamás enamorarse.

El joven Eros, decidido a cumplir el mandato de su madre, se trasladó al castillo de la hermosa princesa durante una noche de verano.

Sin embargo, al observar a la muchacha dormir, en el nació la necesidad de amarla; este sentimiento impidió que llevará a cabo la orden de su madre.

Durante siete largas noches de verano la miró dormir, y durante siete largas noches de verano el joven Eros se enamoró de ella.

A la octava noche decidió que ya era hora de declararle sus sentimientos, ya no podía resistir.

La despertó con sutileza y le dijo en cuanto ella abrió los ojos:

—Tu belleza me ha cautivado, hermosa Scarlett. Si tuviera que elegir una razón para despertar todos los días, sería ver tu rostro cada mañana. Te ruego que aceptes mis sentimientos y accedas a ser mía.

La joven miró al dios con asombro sin saber que decir, no obstante el muchacho no necesitaba palabras. La tomó entre sus brazos y reclamó su boca en un beso lleno de ternura. Iba a tomarla ahí mismo pero la muchacha lo detuvo.

— No puedo. — le dijo. — Tengo miedo.

El dios se sintió ofendido de que una simple mortal rechazará su amor, sin embargo al ver rostro de la muchacha la entendió perfectamente. Así que le propuso un trato:

— Te daré todo lo que quieras a cambio de que seas mía, sino aceptas entonces me retiraré y jamás volveré. — le aseguró Eros. — Cuando caiga el alba volveré a oír tu decisión.

Durante todo el día la princesa meditó acerca de lo dicho por el dios, pero no lograba llegar a una conclusión. Así que, antes de que el sol se ocultará tras las montañas, emprendió su camino a la choza de Luxir, la vieja bruja que de vez en cuando acostumbrada a darle pociones a la princesa para que esta mantuviera su irresistible atractivo intacto. Luxir había conseguido su magia a cambio de perder sus dientes y cabello en un ritual a Medea; no sólo eso había desaparecido dejando un molde ambicioso y avaro de lo que alguna vez había sido una buena mujer. Pero Scarlett no tenía idea de lo malvada que podía llegar a ser aquella anciana.

La ingenua princesa le expusó su dilema a la bruja y esta le aconsejó:

—¡Necia! ¡No desaproveches una oportunidad así! ¡Puedes pedirle lo que quieras! — la mujer la rodeo con malicia. — Puedes pedirle fortuna. —la princesa se vió rodeada de miles de monedas de oro. —Puedes pedirle poder. —la joven se imaginó a millones de súbditos a sus pies. —Puedes pedirle inmortalidad y juventud eterna. —la bruja hizo aparecer un embalse de agua cristalina dónde la muchacha vió reflejado su hermoso rostro. Su sonrisa se hizo presente en sus labios.

—¡Sí! ¡Eso le pediré! ¡Con la inmortalidad y la juventud ningún hombre se me resistirá! —gritó entusiasmada mientras corría a su aposento a esperar al dios.

El joven Eros no era consciente de las oscuras ideas que corrían por la mente de su amada cuando se deslizó por la ventana de ella.

—Y dime, querida mía, ¿Ya sabes que elegir?

—Aceptaré tu amor. —le respondió la codiciosa princesa. El muchacho sonrió emocionado, sin embargo sabía lo que aquello significaba. —Deseo la juventud eterna para jamás poder morir, así ningún hombre se resistirá a mí.

Eros se mostró decepcionado ante el superficial deseo de la joven, pero sin decir una palabra le concedió aquello que pedía. Ligeramente triste, el dios le dijo que volvería después a reclamar su parte del trato.

Pasó el verano dándole inicio al otoño y posteriormente al invierno, para cuando llegó la primavera la princesa se había olvidado de lo que le había pedido el dios y se comprometió con un rey de un país lejano. No obstante, Eros volvió, reclamandola como su mujer.

La muchacha se negó rotundamente asegurando que no había sentido ningún cambio cuando supuestamente le otorgó su deseo. El joven dios se enojó y la maldijo diciendo:

—Por el beso que hemos compartido te maldigo, tu bendición también será tu maldición, a todo aquel al que ames cuyos labios besen los tuyos y mirada recaiga en tu rostro, consumirás, su alma se reducirá a cenizas dándote a tí la juventud que tanto anhelas. Todo aquel al que ames terminará maldito con el deseo de observarte, de reclamarte como suya, así como me sucedió a mí, pero si así lo hace su muerte volverá lenta y dolorosa atraída por el sabor de tus labios.

La princesa lloró toda la noche su desdicha, decidió que terminar con su vida, no obstante le era imposible. Eros si había cumplido su trato, le había concedido la inmortalidad.

Al otro día fue a visitar a Luxir y le contó con pesar sobre la maldición puesta por el dios.

—Niña tonta, tu solución es simple, evita mirar a tu amado mientras lo besas y evita que él haga lo mismo.

Desde ese momento está en nuestro instinto evitar observar a alguien mientras lo besamos, porque tal vez provoquemos que la maldición de un dios del amor despechado recaiga en nuestra existencia.

FIN

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