Él
Él seguía ahí, recostado contra la pared mirando a la nada, observando la pared blanca que tenía en frente como si fuese la cosa más interesante, claro está que poco más podía hacer.
Cerró los ojos abrumado por los pensamientos que le habían estado afligiendo estos últimos días.
¿Pero habían sido días, semanas, meses o años?
El tiempo parecía eterno en aquella impoluta habitación sin nada que hacer, sin ella.
Aún recordaba el suave y delicado tacto de sus brazos rodeándole el cuello para un último abrazo y susurrándole al oído: — Ni podemos arder juntos en el infierno ni gozar ambos del cielo, pero nos reencontraremos en otra vida, y ahí tendremos un final feliz. Lo prometo. — el lloró.
Lloró en el Juicio Divino y ahora porque sabía que no la volvería a ver. Él no se despidió porque esperaba que eso no fuese un adiós para siempre, solo un hasta luego pero posteriormente supo la verdad y ahora se arrepentía de no haberle podido dedicar unas últimas palabras.
Muchas veces soñaba que, después de que le liberasen, él se convertiría en el Ángel guardián de una niña de tez pálida, ojos azabache y labios carmín pero ni él sería ángel de la guarda ni ella se convertiría en mortal. Aún así él seguía soñando.
Soñaba sobre el día que la conoció, cuando se perdió en la profunda negrura de sus azabaches, en la sonrisa pícara que le dedicó con esos labios pintados de carmesí y el vuelco que le dió el corazón al ver tanta belleza, pero era pecado.
Un hermoso pecado.
Había estado entrenando durante siglos, sabía que en la misión de proteger a los mortales los sentimientos no estaban permitidos, y aún menos los carnales.
En un solo segundo cometió a saber cuántos pecados entre ellos cabe destacar la lujuria.
Sonrió con tristeza al recordar, ya que era lo único que podía hacer.
Ella había sido condenada a renunciar a la inmortalidad, a sus alas y el poder reencarnarse en mortal.
No moriría, dejaría de existir...
Él llorará su ausencia por toda la eternidad, deplorará no haber podido hacer nada para evitar el destino.
Solo tenía una esperanza: que nunca le liberaran porque eso significaría que ella ya habría dejado de existir.
Esa pequeña chispa de fe se apagó cuando la puerta se abrió y escuchó: — Eres libre —
Una lágrima resbaló por su mejilla.
FIN
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