Capítulo 1

Había una vez, en un lugar lejano, existía un reino que gobernaba un príncipe egoísta, déspota y consentido.

En un baile de invierno, una extraña anciana vino a su castillo ofreciéndole una hermosa rosa al joven. El príncipe despreció el regalo con repugnancia por el físico de la anciana y mandó que se fuera. La mujer le dijo "Sí lo rechazas, vas a vivir las consecuencias, Su Alteza.", pero el príncipe volvió a expulsarla...

En cuanto, la fealdad de la anciana se convirtió en una bellísima hechicera de cabello rubio, el príncipe suplicó que lo perdonará mas ella no aceptó sus disculpas y como castigo, lo convirtió una terrible bestia al igual que lanzó un enorme hechizo al castillo y a todos los que lo rodeaban. Avergonzado por su aspecto, el monstruo se encerró en su castillo con un espejo mágico. La rosa que ella le había ofrecido era en realidad una rosa encantada, que seguiría fresca hasta que cumpliera 21 años, si era capaz de amar a alguien y ganarse el amor de una persona hasta el ultimo pétalo, el hechizo se romperá... pero si no, el hechizo se quedaría ahí para siempre.

Cuando pasaban los años, empezaba a sentirse desesperado y desesperanzado... pues, ¿quién era capaz de amar a una bestia?

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Años después, los ciudadanos se habían olvidado que existía un reino, y en ese pueblo vivía un joven amante de los libros que era reconocido por su forma de ser y también porque... era extraño para los demás. Fred estaba saliendo de su casa para ir al pueblo y dar un paseo, aparte de devolverle un libro al bibliotecario.

Fred salió de su hogar en aquella soleada mañana, cargando una canasta donde lo tenía guardado.. Amanecía un nuevo día prometedor, y el joven no podía evitar sonreír ante la belleza de la naturaleza que lo rodeaba. 

De pronto, un conocido y pretencioso joven apareció por el camino, mirándolo con una sonrisa que denotaba segundas intenciones. Era Alex, el hijo del cazador más famoso de la región, quien desde hace tiempo insistía en cortejar a Fred.

—¡Buen día, Fred! —exclamó Alex—¿Por qué no dejas ese libro y me acompañas de cacería? Será una oportunidad perfecta para que pasemos tiempo juntos.

Fred suspiró con fastidio. La petulancia de Alex era tan grande como su ego, y era precisamente esa actitud lo que le hacía imposible a Fred siquiera considerar sus propuestas de cortejo. 

—Gracias Alex, pero tengo asuntos que atender. —respondió Fred con amabilidad pero firmeza, rechazando nuevamente los avances del engreído joven.

Tras despedirse, Fred continuó su camino hacia el pueblo, deseando tener la menor cantidad de encuentros con Alex durante el día. Sus pensamientos fueron interrumpidos por la voz de su padre, que lo alcanzó para darle la usual advertencia de tener cuidado y regresar antes del anochecer. Fred asintió, prometiendo volver a tiempo como cada día.

Fred fue caminando a la ciudad y luego a la biblioteca para devolver el libro. Cuando llegó, saludo al bibliotecario.

—Buenos días, Albert. ¿Cómo estás?

—Muy bien, joven Fred, gracias por preguntar. —respondió el anciano Albert, bibliotecario del pueblo—Veo que vienes a devolver el libro sobre historia antigua que te presté. Espero que lo hayas disfrutado.

—Así es, fue una lectura fascinante. Nunca pensé que hubiera tanto por conocer sobre los orígenes de nuestro reino. —dijo Fred, entregando el libro a Albert.

—La historia guarda más misterios de los que creemos. Me alegra escuchar que disfrutas ampliando tus conocimientos, no como esos jóvenes holgazanes que solo piensan en cazar y beber. —comentó Albert, lanzando una mirada de desaprobación hacia unos ruidosos cazadores que pasaban frente a la biblioteca.

—El conocimiento es un tesoro más valioso que cualquier otra cosa. —opinó Fred. Albert asintió complacido ante las sabias palabras del joven. 

—Volveré en unos días para pedirte algún otro libro interesante, si no es molestia. —dijo Fred.

—Sabes que eres siempre bienvenido aqui, Fred. ¡Que tengas un buen día!

—Igualmente, Albert. Hasta luego.

Fred se despidió y salió de la biblioteca, satisfecho de haber tenido una agradable charla con el anciano bibliotecario. Ahora podría continuar con sus otros asuntos en el pueblo antes de regresar a casa.

Fred caminó por las calles del pueblo, saludando cordialmente a todos los que se cruzaban en su camino. Sin embargo, muchos desviaban la mirada o respondían el saludo con sequedad. Fred estaba acostumbrado a esa actitud de los aldeanos, quienes lo consideraban un joven extraño debido a su afición por la lectura y los libros, tan diferente a los usuales intereses de los jóvenes de la región.  

Mientras Fred se dirigía a comprar algunos víveres, Alex y su amigo Sebastian casualmente pasaron por la misma calle, charlando y riendo estrepitosamente. Al ver a Fred, Alex sonrió complacido de tener otra oportunidad de abordarlo.

—¡Fred, amigo! Justo hablábamos de ti. ¿Por qué no nos acompañas a la taberna a tomar una copa? La vida es corta como para desperdiciar un día tan agradable entre libros. —dijo Alex en un tono que denotaba que no aceptaría un "no" por respuesta. 

—Gracias por la invitación, pero debo ayudar a mi padre en el granero. —respondió Fred con calma. Alex hizo una mueca de fastidio ante la nueva negativa, mientras Sebastian soltó una risa burlona. 

—Tu padre otra vez...vaya excusa más patética. Empiezo a pensar que nos evitas a propósito —espetó Alex con enojo—Anda, vámonos Sebastian, dejemos al "raro" con sus secretos.

Alex y Sebastian se alejaron riendo y lanzando comentarios desdeñosos sobre Fred, quien los ignoró y continuó caminando. Estaba acostumbrado a los desplantes de Alex cada que lo rechazaba, y había aprendido a no dejarse afectar por sus hirientes palabras o las burlas de los demás aldeanos. Sin prestar más atención al incidente, Fred se apresuró a terminar sus asuntos para regresar a casa antes de que anocheciera.

En la tarde, Fred llegó a su casa y fue al sótano donde su padre estaba trabajando. Stan, que era relojero, estaba haciendo un nuevo reloj para venderlo en la ciudad vecina del lugar.

Fred bajó y saludó a su padre con una sonrisa—Hola papá, ya volví. Y ahora más temprano.

—Hola hijo, me alegra verte de regreso temprano hoy. —dijo Stan, levantando la vista de su trabajo con una sonrisa—¿Cómo te fue en el pueblo?

—Bien, logré comprar todo lo necesario y devolví el libro a Albert. —respondió Fred—Luego Alex me invitó a tomar algo en la taberna, como de costumbre...

Stan suspiró con preocupación. Sabía que Alex, como muchos otros jóvenes del pueblo, se burlaban de Fred por ser diferente. A pesar de que Fred parecía no prestar mayor atención a sus burlas, Stan temía el daño que podrían causar en su hijo con el tiempo.

—Espero que no te sientas obligado a aceptar sus invitaciones solo para complacerlo. —dijo Stan.

—Descuida padre, rechacé su oferta como siempre. No me interesa pasar el tiempo con alguien tan arrogante. —aseguró Fred—¿Necesitas ayuda con algo? Vine a ofrecerte mi apoyo, como prometí esta mañana.

—Me vendría bien una mano para terminar este encargo. —indicó Stan, señalando el reloj en el que trabajaba—Parece que hoy podré terminarlo antes gracias a tu ayuda.

—Perfecto, pongamos manos a la obra. —dijo Fred, tomando asiento junto a su padre para comenzar a ayudarlo con el delicado trabajo de relojería, como hacía a menudo. 

Pasaron la tarde trabajando juntos mientras charlaban animadamente, disfrutando de esa compañía mutua que tanto apreciaban. Para cuando terminaron, la noche ya había caído, pero Fred se sentía satisfecho de poder colaborar con su padre antes de descansar.

Después de un largo día, Fred y su padre se fueron a acostarse ya que mañana debían que despertar más temprano de lo habitual. A la mañana siguiente, Stan estaba guardando todas sus mercancías de relojes en su carruaje listo para irse.

—Papá, ¿seguro que estarás bien? —preguntó algo preocupado.

—No te preocupes, hijo, estaré bien. —respondió Stan para tranquilizar a Fred—No es la primera vez que viajo a la ciudad vecina, y el camino es seguro de día. Regresaré mañana al anochecer.

—De acuerdo, pero ten mucho cuidado. —pidió Fred. Aunque entendía que su padre debía realizar esos viajes para vender su mercancía, no podía evitar sentirse intranquilo cada vez que se marchaba, por más breve que fuera el tiempo.

—Así será. No olvides cuidar de la casa mientras no estoy. —dijo Stan subiendo al carruaje. Fred asintió—Nos vemos mañana, hijo. Cuídate.

—Tú también, papá. ¡Que tengas buen viaje! —se despidió Fred.

Stan hizo partir a los caballos y el carruaje comenzó a alejarse por el camino que llevaba fuera de la aldea. Fred lo observó hasta que se perdió de vista, esperando que llegara sano y salvo a su destino como siempre.

Ahora que su padre se había marchado, una sensación de soledad se apoderó de Fred. Aunque estaba acostumbrado a quedarse solo en la casa cuando Stan viajaba por negocios, nunca dejaba de anhelar su compañía y conversación. Decidió que para distraerse, se dedicaría a adelantar algunas tareas pendientes hasta la hora de la comida.

Con ese pensamiento en mente y lanzando una última mirada al camino por donde se fue su padre, Fred regresó al interior de la casita que compartían, esperando que las horas pasaran rápido hasta tenerlo de vuelta.

Mientras que Fred leía un libro, se escuchó a alguien tocar la puerta y cuando fue a ver, suspiro profundamente.

—Alex... ¿ahora qué querrá él?

Se preguntó a sí mismo, lo que no sabía era que le esperaba algo inesperado. Le abrió la puerta y cruzó sus brazos.

—¿Qué quieres, Alex? Sabes que jamás iré a la taberna contigo.

Alex, con la intención de pedirle matrimonio, entró y cerró la puerta con una sonrisa coqueta.

—No vengo a invitarte a la taberna hoy, Fred. —dijo Alex, avanzando hacia Fred con una extraña determinación en los ojos—Vengo a hacerte una propuesta mucho más interesante.

Fred retrocedió con cautela, desconfiado de las intenciones de Alex. Su actitud arrogante y segura de sí mismo le resultaba preocupante, más aún considerando que estaban solos en casa.

—Habla de una vez para que te vayas. —espetó Fred. Alex soltó una risa.

—Siempre tan hostil... pero sé que en el fondo no puedes resistirte a mis encantos.—dijo Alex con arrogancia, acorralando a Fred contra la pared—Por eso he venido a pedirte matrimonio. Sé que seré un esposo perfecto para ti. 

Fred abrió los ojos desmesuradamente, atónito ante la absurda propuesta. De todas las cosas que esperaba escuchar de Alex, esta era la más descabellada e inverosímil.

—¿Ma-Matrimonio? —repitió Fred, incrédulo—Alex, nunca en la vida me casaría contigo. Eres la última persona con la que querría pasar el resto de mis días.

La sonrisa de Alex se borró, reemplazada por una expresión de rabia. Avanzó aún más hacia Fred, acorralándolo contra la pared al punto de hacerlo sentir incómodo por la cercanía.

—¿Cómo te atreves a rechazarme? —bramó Alex, fuera de sí—¡Soy el soltero más codiciado de la región! Cualquiera mataría por estar en tu lugar ahora.

Fred tragó saliva, arrepintiéndose de haber abierto la puerta. La situación se estaba tornando peligrosa, y no tenía idea de cómo escapar de la furia de Alex para pedir ayuda. Debía encontrar la forma de calmarlo y sacarlo de su casa cuanto antes. Y ahí fue cuando Fred tuvo una idea...

—Alex... yo... no lo sé, estoy indeciso...

Logró alejarse de él y fue a la puerta, esperando a que Alex lo volviera a acorralar. Fred lo veía de forma sumisa y vulnerable, cosa que a Alex lo volvía loco por los encantos del chico.

—Es complicado... ¿entiendes? —Fred miró a Alex a los ojos.

Alex sonrió satisfecho al ver que Fred parecía estar reconsiderando su propuesta. Avanzó nuevamente hacia él con una expresión de triunfo, seguro de que podría convencerlo.

—Lo entiendo, y sé que tu padre nos apoyará. Seré el mejor esposo que puedas desear. —dijo Alex, acariciando el rostro de Fred con arrogancia. Este se esforzó por no apartarse con repulsión—Piénsalo, nunca te faltará nada a mi lado...

—De acuerdo, lo pensaré. —respondió Fred en un tono sumiso, desviando la mirada. Alex soltó una carcajada, encantado con la aparente victoria.

—Sabía que no podrías resistirte por mucho tiempo. —dijo Alex. Sin previo aviso, se inclinó para intentar besar a Fred.

Este aprovechó ese momento para escabullirse rápidamente hacia la puerta y abrirla de par en par.

—Lo siento, pero no puedo aceptar tu propuesta —declaró Fred con firmeza, señalando la puerta—Te agradecería que te retiraras de mi casa ahora.

La expresión de Alex se descompuso en una mueca de furia e incredulidad al darse cuenta de que Fred lo había engañado. Apretó los puños con rabia, pero no se atrevió a acercarse de nuevo.

—Te arrepentirás de haberme humillado de esta forma. —gritó Alex. Acto seguido, salió dando un portazo. Y para su mala suerte, cayó encima de un charco justamente cuando la banda de músicos empezó a tocar música creyendo que Alex había logrado su objetivo.

—¡Hey Alex! —dijo Sebastian yendo tras él—¿Y qué tal te fue?

—...¡Pésimo! —se levantó furioso y de la rabia hizo que su compañero se cayera también al lodo. Tremenda humillada, ¿no creen?

Fred suspiró aliviado de verlo partir. Sabía que lo mejor era mantenerse alerta, pues las amenazas de Alex podrían significar problemas. Pero por ahora, solo deseaba descansar de tan desagradable encuentro.

—Agh... ¡siempre tan idiota! —Fred salió de la casa por la puerta trasera—¿Yo? ¿Casarme con Alex? ¡jamás! ¿Cómo puede estar enamorado de mí ese... patán? Ugh...

Fue caminando sin rumbo, hasta llegar un espacio lleno de flores. Se sentó a reflexionar sobre su vida, él no quería casarse con alguien como ese hombre... no, ¡para nada!

Quizás casarse con una persona que le encanta explotar, que lo ame y que le gustaría leer libros con él. Pensativo, jugó con una flor diente de león y... pensó, ¿y su padre?

Puede que ya estaba llegando, mas no, sin esperarse el cabello de su padre llegó corriendo muy asustado.

—¡Miel! —se paró y corrió para tranquilizarlo—¿¡Qué sucedió?! ¿Y papá? ¿¡Dónde está!?

Fred debía hacer algo, su padre podría estar en peligro. Se armó de valor y se subió al caballo. Fred se preparó y partió solo para reanudar la búsqueda de su padre. Cabalgó hacia los lugares más apartados que aún no habían explorado, decidido a encontrar alguna pista de su padre.

Tras horas de búsqueda infructuosa, Fred se internó en lo profundo del bosque oscuro. Cuando comenzaba a perder la esperanza, divisó a lo lejos un gran castillo en ruinas, semi oculto entre los árboles. Tenía un aspecto lúgubre, como si llevara abandonado muchos años. Pero algo le decía a Fred que debía explorar en ese lugar.

Fred dejó al caballo atado a unos metros del castillo y se acercó con cautela. Todo estaba en completo silencio. De pronto, mientras caminaba por los pasillos, le pareció escuchar un leve ruido proveniente de la torre. Corrió hacia allí y, para su sorpresa y alivio, encontró a su padre encerrado en una de las celdas.

—¡Padre! —exclamó Fred, corriendo a tomarlo de las manos entre lágrimas—¿Estás bien? Te sacaré de aquí...

—Fred, hijo, ten cuidado. —advirtió Stan con preocupación—La bestia que custodia este castillo me aprisionó aqui. Debes huir antes de que regrese...

De pronto, un estruendoso rugido resonó en las sombras. Fred se volvió lentamente, encontrándose frente a frente con un enorme y aterrador ser. Era Wasabi, la bestia que habitaba el viejo castillo, y no parecía contento de encontrar intrusos en su morada...

Fred gritó de terror, ¿¡Quién era esa bestia!?—¿¡Quién eres tú!? ¡saca a mi padre ahora! Puede enfermarse, ¡por favor! —le suplicó a la bestia.

Pese a las súplicas de Fred, Wasabi se negó a liberar a Stan. Rugió furiosamente, dejando claro que el anciano permanecería encerrado en su calabozo.

—Por favor, haré cualquier cosa a cambio de su libertad. —insistió Fred desesperadamente—. Déjalo ir, y ocuparé su lugar como tu prisionero...

Wasabi observó a Fred con curiosidad, como si evaluara su ofrecimiento. Finalmente asintió, accediendo al intercambio. Abrió la celda y permitió que Stan saliera, aún débil pero aliviado de recobrar la libertad.

—Hijo, no tienes que hacer esto. —dijo Stan con preocupación, negándose a abandonar el castillo sin Fred. Pero este lo empujó suavemente hacia la salida.

—Debo hacerlo, padre. Ahora vete, y no mires atrás. —insistió Fred. Stan lo abrazó entre lágrimas, agradeciéndole en silencio por salvar su vida antes de partir.

Wasabi guió a Fred a la celda vacía donde había estado Stan. La nieve caía con fuerza en el exterior, el invierno había llegado. Fred se internó en la fría mazmorra, sintiendo miedo pero también una extraña calma. Su sacrificio había valido la pena por ver a su padre libre y salvo.

—Gracias por permitirle irse —dijo Fred. Wasabi lo observó por unos instantes, luego cerró la pesada puerta de la celda y se marchó sin pronunciar palabra. 

Fred se quedó solo en la penumbra, preguntándose si lograría sobrevivir al encierro en tan inhóspitas condiciones y a la merced de la temible bestia. Pero mientras supiera que su padre estaba a salvo en casa, sentiría que su sacrificio no había sido en vano. Ahora solo quedaba esperar, y rogar porque Wasabi se apiadara de él.

Ambos eran dos desconocidos, no se conocían para nada... para Wasabi, era un simple humano. Y Fred le tenía miedo.

Wasabi bajó las largas escaleras, siendo acompañado por un candelabro dorado.

—¡Su Majestad! ¿No crees que deberías llevar al joven a un mejor lugar? —sugirió el candelabro, llamado Hiro.

Wasabi lanzó un bufido impaciente—Es un prisionero, sólo eso. —respondió—Debería estar agradecido por seguir con vida.

—Pero se ofreció a ocupar el lugar de su padre. —insistió Hiro—Eso demuestra valor y compasión. Quizá sea diferente al resto...

—¡Todos los humanos son iguales, Hiro! —rugió Wasabi—Cruel y despiadados... querían matarme sólo por mi aspecto. —Bajó la mirada, con amargura.

Hiro guardó silencio. Sabía que Wasabi aún sufría por el rechazo de los humanos hacía años, quedando maldito en su castillo. Pero Hiro creía que el joven prisionero tal vez fuese distinto, viendo la bondad en su corazón al sacrificarse por su padre.

—Tan solo déle una oportunidad... allá tú si decides liberarlo o no luego. Pero al menos déle un trato cordial mientras esté aquí. —sugirió Hiro.

Wasabi bufó de nuevo—Como desees... pero no esperes que confíe en él. —dijo, cruzando sus brazos.

Hiro sonrió satisfecho. Era un primer paso. Con esperanza de que Wasabi viera la humanidad en el joven con el tiempo. Se acercó al chico y lo saludó.

—No temas. —dijo Hiro al entrar, notando el sobresalto del joven—Vengo en paz, y a traerte algunas cosas para hacer tu estancia más llevadera. Mi nombre es Hiro... espero que tú y Wasabi puedan llevarse bien.

–Ah... muchas gracias, Hiro... —Sonrió con debilidad por el frío. Wasabi notó el estado del chico y decidió llevarlo a un lugar mejor. Y lo llevó a un lugar mejor dentro del castillo.

—Hiro insiste en que debería darte un trato más cordial, dado tu sacrificio. —dijo Wasabi con brusquedad, abriendo la puerta de un dormitorio—Puedes quedarte aquí. Es... más cómoda.

Fred entró al cuarto, parpadeando incrédulo al ver su nuevo alojamiento. Era una habitación amplia, con una gran chimenea encendida y varios muebles que parecían bastante cómodos. Aparte de una cama matrimonial.

—Yo... gracias. —atinó a decir, sorprendido por la inesperada amabilidad de Wasabi. Este se encogió de hombros, incómodo.

—No acostumbro tener invitados. Pero supongo que no puedo dejarte morir de frío. —respondió Wasabi. Se dio la vuelta para marcharse, pero se detuvo un momento—Gracias... por ocupar el lugar de tu padre. —dijo, antes de retirarse y cerrar la puerta tras él.

Fred parpadeó, conmovido. A pesar de su apariencia intimidante, parecía que Wasabi tenía un lado compasivo. Quizá, con el tiempo, ambos podrían llegar a confiar el uno en el otro.

Se acercó a la chimenea, sintiendo el agradable calor en sus entumecidas manos. Aquella habitación, y el inesperado gesto de Wasabi, le dieron renovadas esperanzas. Si lograba ganarse su confianza, tal vez conseguiría finalmente su libertad.

Pero por primera vez desde que llegara al castillo... comenzaba a sentir que quizá, su estancia allí no sería tan terrible después de todo. Que tal vez existía bondad en Wasabi, oculta bajo su feroz apariencia. Y Fred esperaba tener la oportunidad de descubrirla.

Por ahora, agradecía poder descansar en paz y comodidad después de todo lo ocurrido. Se sentía profundamente agotado, pero aliviado de saber que su padre estaba sano y salvo en casa, y de que su valentía no había sido en vano. Con esos pensamientos reconfortantes, Fred se quedó dormido frente al calor del fuego.

Los primeros días fueron complicados para ambos, sus personalidades chocaban mucho, Wasabi con su actitud arrogante, hacía que Fred le agarraba odio por su comportamiento y viceversa. 

La otra vez que Wasabi intentó invitar a Fred a cenar, fue en vano y la bestia se enfureció tanto que le gritó al joven: "¡PUES ENTONCES MUERE DE HAMBRE" y se largó de ahí.

Pero los vivientes del castillo cuidaban al joven, la tetera llamada Luisa llegó al cuarto con una pequeña cena junto a su hija la taza Socorro.

—No te preocupes por ese gruñón, querido.—dijo Luisa mientras servía un poco de té caliente en Socorro—Su furia es mayor a su razón... pero en el fondo, no es mala bestia.

—Sólo está amargado por su maldición. —acotó Socorro. Fred las observó con curiosidad mientras probaba la cena que le habían traído.

—¿Maldición? —preguntó—¿Qué maldición?  

Luisa y Socorro se miraron incómodas, dudando si debían contarle la historia a Fred. Pero finalmente, decidieron que merecía saber la verdad.

—Hace muchos años, una hechicera convirtió a nuestro amo en una bestia como castigo por su arrogancia. —relató Luisa—Lo condenó a permanecer así hasta que pudiera amar y ser amado a su vez... de lo contrario, permanecería hechizado para siempre. 

—¿Y si eso no ocurre antes de que se consuman las últimas velas de su vigésimo primer cumpleaños? —preguntó Socorro con tristeza. Fred las observó, conmovido por la terrible maldición que pesaba sobre Wasabi.

—Eso es... horrible. —dijo Fred. Comenzaba a comprender el porqué del carácter amargado de Wasabi. Vivir con semejante condena debía ser un tormento—¿Cuánto tiempo le queda?

—Muy poco, me temo. —respondió Luisa—Y Wasabi ha perdido la esperanza...por eso teme abrir su corazón. Pero Hiro, Socorro y yo aún guardamos la fe de que pueda ser liberado de la maldición.

Fred sintió una profunda pena por Wasabi. A pesar de los roces entre ambos... anhelaba poder ayudarlo de alguna forma. Quizá, conseguir ganarse su confianza y encontrar la bondad en su interior era la única esperanza que le quedaba a la bestia de liberarse de su condena.

Y Fred estaba dispuesto a intentarlo, por devolverle la gentileza que Wasabi había mostrado al darle alojamiento y salvar la vida de su padre. Sabía que detrás de esa fachada de furia, existía un alma atormentada clamando por libertad. Y haría lo posible por ayudarle a encontrarla.

De repente un reloj de chimenea entró a la habitación y fue tras los demás—¿Qué haces ustedes aquí? Nuestro señor está muy molesto. 

Hiro se alegró a verlo y fue tras él para abrazarlo—¡Tadashi! ¡hermano!

Fred miraba a los objetos con curiosidad, se sentía como en un cuento de hadas. Tenía tantas preguntas, pero decidió no ser entusiasta en ese momento.

—Tadashi, este es nuestro invitado, Fred —presentó Hiro—Le estábamos contando a cerca de... la maldición.

Tadashi frunció el ceño, preocupado—Deberían tener más cuidado con lo que dicen. —gruñó—Si él se entera...

—Lo sabemos, pero Fred merecía conocer la verdad —insistió Hiro—Quizá pueda ayudarnos...a ayudar a Wasabi.

Tadashi observó a Fred con desconfianza. Como reloj del castillo, era muy protector con su amo y dudaba que un humano pudiese comprender su sufrimiento...o romper la maldición. Pero Hiro tenía esperanzas en él, y Tadashi confiaba en el juicio de su hermano.

—Bien... pero debes prometer guardar el secreto. —advirtió Tadashi. Fred asintió solemnemente.

—Lo prometo. Y también prometo hacer lo posible por ayudar a liberar a Wasabi. —dijo Fred—Nadie merece permanecer bajo una maldición así.

Tadashi observó la determinación en los ojos de Fred, sorprendiéndose un poco. Quizá Hiro tuviera razón respecto a él después de todo, pensó.

—Muy bien. Pero recuerda, ni una palabra a Wasabi. —indicó Tadashi. Fred volvió a asentir, y Tadashi se retiró aún no del todo convencido. Pero daría al humano el beneficio de la duda, por su hermano Hiro.

—Gracias por confiar en mí. —dijo Fred. Hiro y Luisa sonrieron.

—Tú nos mostraste bondad al sacrificarte por tu padre. —respondió Hiro—Así que confiamos en que harás lo posible por ayudar a Wasabi...tal y como prometiste.

Fred estaba decidido a cumplir su promesa, costase lo que costase. Estaba dispuesto a arriesgarse y ablandar el frío y amargo corazón de la bestia para liberarlo de su triste condena. Y sabía que, aunque sería una ardua tarea...valía la pena intentarlo. Por la oportunidad de devolverle la gentileza que le había mostrado, y ayudarle a encontrar la libertad y felicidad tan anheladas.

Mientras tanto, en la aldea, en la taberna estaba Alex malhumorado, sentado a su sofá mientras que bebía su cerveza con Sebastian.

—Esto es inútil, me humille públicamente y para él colmo, Fred me mintió. —bufó él.

—No te rindes, Alex. Pronto podrás conquistarlo. —habló Sebastian, con un tono de voz para calmar a su amigo.

—Sí tan solo pasara algo para que él se enamore de mí y acepte casarse conmigo... —suspiró Alex.

Hasta que, Stan estaba desesperado por la desaparición de Fred. Decidió contar la verdad en la taberna local, esperando que alguien se ofreciera a ayudarle.

—¡Debemos ir al castillo abandonado y rescatar a mi hijo! —imploró Stan—. Una terrible bestia lo tiene prisionero... Fred se entregó para salvarme la vida. ¡Por favor, necesito voluntarios para ir tras él!

Los aldeanos guardaban silencio, incrédulos. Todos conocían la leyenda del castillo maldito, pero la consideraban sólo un cuento para asustar a los niños.

—Viejo loco, no hay tal bestia. —se burló Alex, el más arrogante de los cazadores. Se levantó de su sofá—Tu hijo probablemente se perdió en el bosque, o te abandonó porque estás chiflado.

—¡Es la verdad! —insistió Stan, desesperado—Debemos salvar a Fred antes de que sea demasiado tarde.

Alex soltó una carcajada. —Muy bien, anciano, iré a tu castillo maldito. ¿Ustedes que dicen, eh? —les preguntó a los ciudadanos y el resto se echaron a reír.

Al final, tres hombres mandaron a volar a Stan, dejándolo solo en la nieve. Ninguna persona creía al pobre hombre...

—Eh, Alex, ¿y si... lo que dice el papá de Fred sea cierto?

Alex volteó a verlo serio—¿Por qué dices eso?

—Piénsalo, si es cierto eso... podríamos ir a salvar a Fred y así, él estaría agradecido y... ¡aceptaría casarse contigo! Básicamente serías el héroe del reino.

Alex acarició su barbilla, pensativo—Hmm... bueno, lo pensaré...

Mientras tanto, en el castillo, Wasabi observaba a Fred a la distancia y en silencio. Se sentía confundido por la profunda preocupación que sentía hacia aquel humano, tan diferente al resto. Quizá Hiro y los demás tuvieran razón, y el joven fuese su única esperanza para romper la maldición. Pero Wasabi se resistía a abrigar esperanzas... temiendo volver a sufrir si estas se hacían añicos. Aún así, no podía evitar preguntarse si aquel humano lograría colarse en su solitario corazón.

Mientras tanto, aquella noche Fred no podía conciliar el sueño. Bajó a las cocinas, encontrándose con Hiro, Luisa, Socorro y los demás objeto mágicos preparándole una deliciosa cena.

—Pensamos que un banquete te alegraría el corazón. —dijo Hiro.

Fred les agradeció profundamente su amabilidad—¡Muchas gracias! —se sentó en el comedor y observó todo lo que había de comer. Empezó a alimentarse, mientras que conversaba con los objetos parlantes. Conociendo a Hiro, Tadashi, la Sra. Luisa y su hija Socorro. También a Miguel, uno de los sirvientes que a este le tocó convertirse en plumero.

—Es un gusto en conocerlos a todos, son muy simpáticos.

—¡El gusto es mío! Cualquier cosa, me puedes ir a buscar. Normalmente estoy con Hiro...—dijo haciéndole ojitos al candelabro disimuladamente.

—Está bien, gracias.

Luego de la cena, decidió explorar el castillo. Sin saber cómo, llegó hasta la parte más alta de una de las torres, donde crecía una hermosa rosa bajo una campana de cristal. La rosa brillaba con un resplandor mágico, sus pétalos de un rojo intenso.

De pronto, un ruido alertó a Fred de que ya no estaba solo. Al volverse, se encontró cara a cara con Wasabi, quien lo observaba fijamente con sus ojos ambarinos brillando en la penumbra.

—Yo...lo siento, no quise molestar. —se disculpó Fred, nervioso—Me perdí y acabé aquí sin darme cuenta...

Wasabi rugió furioso al ver a Fred a punto de tocar el cristal que protegía la rosa encantada—¡Aléjate de ahí! —bramó—¡Fuera de aquí ahora mismo!  

Fred se sobresaltó y salió huyendo del castillo, temiendo la ira de Wasabi. Cabalgó en su caballo hacia el bosque sin rumbo fijo, desorientado en la oscuridad de la noche, hasta que se dio cuenta de que estaba perdido.     

Para empeorar las cosas, una jauría de lobos tenebrosos comenzó a acecharlo entre los árboles, ojos brillando con malicia en la penumbra. Fred caminó de espaldas lentamente, el pánico haciendo presa de él al verse rodeado por los lobos.

De pronto, un rugido aún más fuerte hizo que los lobos retrocedieran. Wasabi surgió de entre los árboles, enfrentándose a ellos para proteger a Fred. Los lobos atacaron a Wasabi salvajemente, pero este luchó para ahuyentarlos de ahí. Sin embargo, lograron herirlo antes de huir despavoridos ante su furia.  

El joven, a ver a la bestia desplomarse en la nieve, su mirada se endulzo de repente. Sorprendido por el acto de hizo aquella bestia, fue hacía él y lo cubrió con su capa, llevándolo devuelta al castillo.

En el castillo, Fred estaba preparando agua tibia para tratar la herida de Wasabi. Con un pañuelo lo mojo y exprimió la tela. A fijarse que Wasabi se lamia la herida, Fred se le acercó.

—Espera, no hagas eso. —advirtió Fred. Wasabi se quiso apartar de él, mas el joven logró tocar la herida con el paño humano.

—¡AAAH! ¡ESO DUELE!

—Si te quedarás quieto, no dolería tanto.

—Sí no te hubieras escapado, esto no habría pasado.

—De no haberme asustado, no me habría escapado.

Wasabi se quedó sin argumentos, trató de pensar en algo que decir y dijo—Ah... ¡y tú no debiste ir al ala oeste!

—Tú debes aprender a controlar tu mal genio. —regañó Fred.

Los objetos se acercaron a observar pasaba. Fred agarró con delicadeza el brazo de Wasabi y lo miró a los ojos.

—Quédate quieto. Quizá te arda un poco. —comenzó a aplicar el paño en la herida lo más cuidadoso posible—A propósito, gracias por salvarme la vida... —confesó él.

Wasabi quedó atónito, con pena bajo la mirada—...De nada.

















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