Capítulo 26.

Un mes después. 

—Buenos días, ¿como están los papás de las princesas? —la doctora nos saludó sonriente.

Nos encontrábamos en una nueva consulta, la habíamos retrasado para una semana después ya que el juicio de Dereck era el mismo día y era una obligación que Henry estuviera ahí. Todo salió como esperábamos, él infeliz pudriéndose en la cárcel por casi el resto de su vida. 

—Bien, doc, estamos muy emocionados por verlas de nuevo. —respondí.

La doctora hizo el mismo protocolo de cada consulta y me pidió acostarme en la camilla. Aplicó el gel frío en mi vientre y empezó a mover el aparato, de repente los latidos de los  corazones de mis pequeñas empezaron a sonar. Sentí la mano de Henry apretando la mía tras dejar un beso en ella. 

—Oh, las veo mucho más formadas. —informó.

Midió cada partecita de ellas diciendo que todo estaba perfecto, que de igual manera tenía que cuidarme. 

—Aquí se ven claramente que son niñas. 

Vi a Henry taparse los ojos con la mano que tenía libre y reí. 

—¿Serás un papá celoso, Henry? —inquirió la doctora.

—No dude de eso. 

Solté una gran carcajada por su expresión. 

Al terminar, Henry me limpió el vientre y me ayudó a levantarme de la camilla. Me acomodé la ropa y esperamos a que la doctora nos diera los ultrasonidos. Al hacerlo, nos explicó que ya entramos al quinto mes de embarazo, que estamos fuera de peligro sin embargo de igual manera tenía que cuidarme hasta que nazcan. 

Ya en el auto, observé que no íbamos en la ruta habitual de ida a casa, sino en la calle en donde se ubicaba la tienda. Miré a Henry y lo vi sonreír, sabía que algo tramaba porque tenía un par de días muy sospechoso. 

—¿Que has hecho? 

—Terminar de cumplir tus sueños. —me respondió. 

Dio una curva más y habíamos llegado al local. Había un papel blanco tapando los vidrios de la puerta y ventanas, no se podía ver absolutamente nada. Nos bajamos del auto para luego juntar nuestras manos, una sonrisa se instaló en mis labios cuando Henry abrió la puerta y me mostró que todo ya estaba listo; las paredes pintadas del color que quería, los estantes en los lugares que debían de estar, el piso del mármol que me gustaba y tres grandes espejos adornaban la pared a mi derecha. 

—Esto es hermoso —declaré. 

—Hicieron todo lo que tenías planeado, al pie de la letra. 

—Eso veo. 

—Ahora están pintando el almacén, donde estarán los productos —informó—, por cierto, amor, debes encargarlos tú. Nadie sabe más que tú sobre eso. 

Asentí, luego lo agarré de sus mejillas y lo besé. Sintiendo sus labios tibios sobre los míos, abrazándolo por su cuello mientras él me agarra de mi casi inexistente cintura.

—Te amo, gracias por todo. 

—Yo también te amo, dulzura, y me sentiré vivo cada vez que te vea feliz. Aún más sabiendo que fue por mi causa. 

Volví a darle un beso, y me explicó que faltaban algunas decoraciones, que las eligiera  a mi gusto. Nos quedamos un rato más hasta que Henry recibió una llamada y nos tuvimos que ir. 

Volvíamos otra vez a carretera, pero volví a observar que no era la calle psra ir a casa. Si no, otra más lujosa; cada tienda, hogar, edificio eran extremadamente elegante. Me desconecté de exterior cuando vi que Henry se metió en una urbanización, era un lugar de casas demasiado grandes y elegantes. El lugar se parecía a la de la hermana de mi hombre pero mucho más lujosa. 

—¿Que haremos aquí?

—Bajemos y lo descubrirás. 

Le hice caso, pero todavía confusa. Sin entender absolutamente nada agarro su mano y nos dirigimos al pequeño tejado para cubrirnos que fuerte sol que había ese día. 

—¿Cuál te gusta? 

—¿Qué? —lo miré atónita.

—¿Cuál casa te gusta? —respondió—, necesitamos mudarnos de casa, las niñas necesitaran un espacio mucho más grande. 

—Pero si tu casa está bien, es muy grande. 

Suspiró profundamente, para luego envolverme con sus brazos alrededor de mi. 

—No lo suficiente —dijo.

Estaba totalmente loco, su casa era grande, ahí perfectamente viviríamos los cuatro y Rex muy felices. 

—Así que dime, ¿cual te gusta? —siguió.

Terminé rindiéndome, y aflojando un poco su agarre, mire a mi alrededor. Las casas eran extremadamente hermosas. Algunas estaban pintadas de celeste, otras de rosa y algunas color crema. Al final de la urbanización se ubicaba una color blanco con lila muy claro, era la más grande del lugar pero imaginé que sería del dueño así que la descarté. 

Señalé una de color rosa, era muy linda y de dos pisos. 

—Esa estaría bien. 

—¿Segura?

—Si, es linda y cuando las niñas crezcan les encantará vivir en una casa rosa.

—Lo tomaré en cuenta para el futuro —acotó—, ¿No crees que es pequeña para nuestros futuros ocho hijos?

Reí.

—No, la veo perfecta.

—Yo no. ¿No te gusta aquella?

Vi hacia donde estaba señalando y era la gigantesca casa del fondo. 

—Si, es linda. Aunque creo que es del dueño ¿no? —dije, mirando nuevamente a nuestro alrededor. 

Luego, caí en cuenta de algo. Ninguna de las casas parecía estar habitada por alguien, no había autos, ni personas, estábamos totalmente solos. 

—Entonces nos quedaremos en esa —miré a Henry confusa—, somos los dueños, mi amor, tenemos que tener una casa digna. 

—¿Qué? 

Sentí como mi corazón latía muy rápido, mi piel se erizó de asombro, no por que lo hubiera comprado sino porque dijo somos, me incluyó en esto.

—¿Cómo que somos? —Inquirí.

Una felicidad se instaló en mí, amaba a Henry pero que ahora me influyera en sus cosas hacia que lo amara aun más, y no por lo matera, sino porque piensa en mí así como yo lo hago con él.

—Si, tu y yo. Sólo falta firmar unos papeles y listo. —lo dijo tan tranquilo, tan normal—. ¿No quieres verla por dentro? 

Asentí sin más, agarrados de la manos nos dirigimos a esa gran casa. De cerca se veía aún más grande, no me había fijado que algunos detalles parecían ser oro de lo brillante que se veía por el sol. 

Henry sacó unas llaves de su bolsillo delantero y abrió la puerta, dejándome espacio para pasar de primera. Tragué un jadeo cuando vi lo inmensa que era, parecía un castillo por dentro. El recibidor era espectacular, el candelabro dorado adornaba el techo y lo hacía ver muy elegante. 

Ya estaba toda equitaba, sillones color crema, la mesa vestida con un mantel color rojo. Las decoraciones eran muy linda y conminaban con las paredes melon. 

—Esto es hermoso. 

—Si quieres cambiarle algo, sólo dilo. Te dejaré todo a tu disposición. 

—No, no, está perfecto así. Pero tomaré tu palabra. —Le sonreí. 

—Veamos las habitaciones.

Henry puso su mano en la parte baja de mi espalda y me guío hacia ¿un ascensor? No me había percatado ya que parecía una puerta más, pero cuando la abrió me di cuando de que lo era.

—¿Un ascensor, Henry?

—Claro, estás embarazada y puede ser peligroso. —cerró las puertas y apretó un botón—, hay tres piso, y diez habitaciones en total con sus respectivos baños. 

—¡¿Diez?! 

—Si, ¿donde dormirían nuestros ocho hijos?

No le oí ni una pizca de sarcasmo o burla, sólo me sonrió y dio un casto beso a mis labios. Negué con la cabeza, estaba loco. Si, había hablado de tener varios bebés pero, es una locura. 

Al llegar a la segunda planta, Henry agarró mi mano y me llevó a cada una de las habitaciones. Todas eran del mismo tamaño, el mismo color y no estaban equipadas. Volvimos a subir en la especie de ascensor y llegamos a la tercera planta, en ésta había una habitación de más a diferencia de la parte de abajo. 

—La otra habitación es para Rex —dijo y lo miré—, es parte de esta familia y tendría que tener su propio espacio. No es tan grande como las otras habitaciones pero para él estará genial. 

Sonreí y no dudé en abrazarlo. Mi hombre es tan lindo, es un hombre maravilloso y lo amo, y estoy segurisima de que será un gran papá.

—Te tengo una sorpresa —anunció tras separarnos. 

Me dirigió hacia una puerta y la abrió, revelando una habitación totalmente rosa, dos lindas cunas. Había un gran estante con varias cosillas rosas, dos grandes osos de peluche con lazos rosas. Estaban las decoraciones que había pedido hacía una semana. 

—¿Cuando lo hiciste? ¿y por qué no me dijiste nada? —le pregunté.

—Mientras dormías.

Esas últimas semanas había dormido de más, no sabría si era cansancio o era normal de el embarazo, o ambas. 

—Y no te dije nada porque quería que fuera sorpresa —continuó—. Si te molestó, disculpame, si quieres lo puedes remodelar a tu gusto. 

Le hice un puchero. No me molestaba en lo absoluto, me parecía tierno que se encargara de eso pero, si me hubiera gustado que me lo comentara.

—No me molesta, amor, está todo precioso. Gracias por eso. —lo besé.

—Para mis reinas, todo —murmuró en mis labios. 

Aunque todo era lindo, todavía no sabía porque Henry estaba planeando todo rápido, hablando de nuestra seguridad, mencionaba a cada rato que quería algo estable para nosotras pero en ningún momento se incluía a él, sentía algo raro y tenía miedo por ello.

~~~

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top