Capítulo 1.
Mi alarma sonó a las 6:00am y perezosamente la apagué. Me quedé unos minutos más en mi cómoda cama para decirme mentalmente que necesitaba levantarme para ir al trabajo si quería conseguir mi sueño.
Ay, mi sueño.
En mi mente se reflejó el pequeño local de maquillaje que quería sacar, lo veía todo rosita, con flores, lucecitas y demás. Y para eso le había pedido un préstamo al banco, más los pocos ahorros que tenía podía comprar el pequeño local que había visto por el centro. De a poco iría comprando las cosas.
Había pasado dos semanas desde fin de año, desde que descubrí a mi novio siendome infiel. Al siguiente día a eso, él fue al departamento a buscar sus cosas, cosas que encontró afuera y todo regado ¿que esperaba? ¿que estuviera todo acomodado para que sólo pueda llevárselo? Pues no, cuando la empezó a recoger recordé que faltaba algo, fui a la habitación que compartíamos y agarré el jarrón ese heredado por su abuelo, que tanto cuidó. Salí y agradecí que no se había ido, cuando él se percató de lo que tenía en mano agrandó sus ojos claramente asustado.
—Esto es lo menos que puedo hacer —dije y se lo tiré en sus pies, rompiéndolo en pedazos.
No me importó en lo absoluto. Y aunque me dolió su traición, sabía que él no sería mi para siempre.
Luego de alentarme mentalmente, me levanté de la cama y fui al baño, hice mis necesidades y cepillé mis dientes. Ser cajera de unos de los mercados comerciales más grande de la ciudad implicaba usar un horrendo uniforme que no resaltaba mi delgado y curvilíneo cuerpo. Constaba de, una camisa blanca (ancha ya que no se permitía nada pegado al cuerpo) pantalón ancho azul y botas de militar, si, horribles.
Tras vestirme, agarré un vaso de jugo e hice un pan tostado y comí un poco, ya comería bien en la cafetería del mercado. Cuando salí pasó un taxi y lo llamé de inmediato, no dudó en parar y me subí. Le dije la dirección y me dijo el monto de dinero.
Llegamos al supermercado y le di el dinero correspondiente al señor del taxista. Por la salida estaban saliendo un par de compañeros de trabajo con expresiones enojadas, no entendía el porqué. Cuando entré todo el lugar estaba en silencio, y se me hizo muy raro.
Vi a mi mejor amiga, Rossy, en su puesto y fui a donde ella.
—Hola ¿qué está sucediendo? —le pregunté.
—Creo que están haciendo una reducción de personal, tengo miedo de que me echen a mí —me respondió con notable miedo.
Pero el miedo también vino a mi, yo tenía cuatro meses trabajando en ese local, mi mejor amiga tenía más y si ella tenía miedo yo tendría el doble.
Me acomodé en mi puesto pero no saqué mis cosas de mi bolso, presentía que me llamarían y mi instinto no falló (como siempre). Un par de minutos después, fui llamada por el gerente, entré a su oficina toda nerviosa pero no lo demostré.
—Buenos días —saludé.
—Buenos días, Melissa, siéntate por favor. —me pidió.
Lo hice.
El gerente se llamaba Alfred, era un señor que rondaba por los cincuenta era un poco gordo y casi calvo, el poco cabello que tenía era canoso y tenía los ojos color miel.
—Dígame señor, ¿para que me necesita? —cuestioné amablemente.
Algo dentro de mí tenía la esperanza de que yo no fuera una de las afectadas, pero…
—Como ya habrás oído, la corporación y yo hemos decidido hacer una reducción de personal. —lo sabía— A pesar de que somos una gran empresa, actualmente hemos caído en un golpe económico y tenemos que despedir a unos de ustedes y… tú eres una de ellas.
Mi mundo cayó. No amaba ese trabajo pero me ayudaba con los gastos, y lo necesitaba más ya que no compartiría los costos del servicio del departamento con Kevin. Pensé en mi sueño de montar mi emprendimiento y todo se desvaneció, en cuestión de segundos.
—Lo siento mucho, la verdad eres buena trabajadora y no teníamos ningún queja sobre ti pero, eres una de las más nuevas del lugar —completó, pasandome un pequeño sobre—. Esta es tu indemnización, gracias por servirnos.
Todavía en shock agarré el sobre y le dije "gracias a usted" sin más me salí de esa oficina. Mi amiga ya me estaba esperando, su expresión facial era triste.
—Dime que no te despidieron —fue lo primero que me dijo al llegar a ella.
Le sonreí.
—Extrañaré las tortitas que traes.
—Oh no, no —me abrazó y lagrimeamos las dos.
Me sentía mal, estaba triste y decepcionada. Pero tenía que seguir, si quería conseguir mi sueño no tenía que rendirme.
Agarré mi bolso y me despedí de mi amiga, salí por la puerta donde vi salir a mis ex compañeros y sentí lo que ellos sintieron.
«Seguramente conseguiré trabajo pronto» pensé mientras caminaba, no quería tomar otro taxis además de que me ayudaba a pensar.
El supermercado quedaba en el centro, así que, caminando llegué a donde estaba el local que quería comprar. Estaba cerrado con seguridad, pero tenía algunos agujeros por donde mirar y sin importarme que me tacharan de loca, lo volví a ver. Me daba tanta ilusión mirar e imaginarme ahí, con mis productos y clientas.
Suspirando lo dejé, seguí caminando hasta llegué a una pequeña plaza, me senté en un banco vacío que se encontraba ahí.
«¿Ahora qué haré?» me cuestioné.
Necesitaba el dinero, tenía que pagar deudas y mantenerme, tenía muchas cosas pendientes y no habría dinero para eso.
Una ráfaga de viento frío sopló en mi rostro. Extrañamente esas dos semanas no había habido nieve, pero vientos fríos sí. Decidí regresar a mi departamento, esa vez sí paré a un taxi para poder llegar a mi hogar.
En un abrir y cerrar de ojos ya me encontraba en mi morada. Me despoje de mi ropa y la tiré a la cesta de ropa sucia (no lo estaba pero ya no la volvería a utilizar), me puse mi pijama, quería dormir todo el día.
La melancolía llegó a mí, odiaba no hacer nada porque me sentía sola, sentía que no tenía a nadie a quien recurrir. Extrañé a mis padres, ellos habían muerto en un accidente automovilístico cuando tenía doce años, en ese accidente también murió mi hermano menor. Yo no morí ese día porque había insistido en quedarme con mi tía y hacer una pijamada con mi prima.
Lo recuerdo muy bien, era el cumpleaños de mi tía y con mis papás fuimos a su casa para celebrar con ella ya que sólo nos tenía a nosotros. La pasamos genial hasta tarde, era muy de noche y ya tenían que irse, mi prima por ser de mi misma edad me propuso quedarme para hacer una pijamada con ellas, mis padres aceptaron diciendo que al siguiente día vendrían a buscarme… pero eso nunca pasó.
A las 5:35am escuché los gritos de mi tía en su habitación, me levanté a alarmada y fui a donde estaba ella; tenía los ojos rojo y gruesas lágrimas corrían por sus mejillas, presentía lo peor. Mi tía no me quiso decir nada, me mandó a dormir, rendida le hice caso pero a las 8:00am me levanté para recibir la peor noticia de mi vida.
«—Cariño, sientate, tengo que decirte algo importante —dijo mi tía, me senté en el sillón con mi pijama todavía puesta—. Tienes que ser fuerte ¿sí?
—Si tía, dime ¿que pasa?
Suspiró profundamente, y sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Tus padres y hermanito… tuvieron un accidente anoche y —soltó un sollozo—. Murieron, Mel.
Mi vida se derrumbó por completo, y todavía en shock negaba que eso fuera así»
El entierro fue demasiado triste, asimilar que tus padres y hermano ya no estarían ahí para ti es muy desgarrador. Extrañaría los abrazos y besos de mamá, las salidas con mi papá y hermano a comer helado luego de buscarnos en la escuela.
—Los extraño mucho —musité apretando mi almohada y lágrimas salían de mis ojos.
Sin darme cuenta me quedé dormida, esperaba no poder despertar más nunca. Pero mi intuición me decía que vendrían cosas bonitas a mi vida.
Y mi intuición nunca fallaba.
••••
Ay Dios mío.
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