Capítulo XXII
Autor: AsRoGa.
Abro los ojos.
Primero uno y luego otro, esperando encontrar algo alarmante e irracional delante de mi, pero no lo hubo.
Se había terminado lo de andar por ahí descalza, con la ropa mojada y con el frio calando mis huesos. Ahora estaba de vuelta en mi habitación, sentada al margen de la cama. Vestida como acostumbraba, con el corazón latiendo a un ritmo pausado, sin demasiadas preocupaciones.
Todo permanecía estático, nada había cambiado ¿Salvo quizás yo?
Me levanto y me pongo delante del espejo del lavabo para estudiar mi reflejo. Analizo mi rostro: ni rastro de salpicaduras de tinta, agua o barro.
Sin poder evitarlo, apoyo una de mis manos allá donde su cabeza estuvo cerca de mi mejilla, susurrando palabras en mi oído. Parece que lo oigo de nuevo, allí, sobre la plataforma del bastión, antes de empujarme (porque si, me empujó, el muy tunante) al vacío.
Deja volar tu imaginación
En un gesto natural, coloco mi pelo detrás las orejas, y entonces noto que tengo algo enredado. Inicialmente, supongo que es un nudo producto de mi incursión en los mundos salvajes de la tinta, donde mi pelo había sido agitado por un viento huracanado y se había visto atrapado entre innumerables cabezuelas de girasol. Sin embargo, al intentar resolver el enredo, me percato de que el nudo es más bien grande, por lo que puede que simplemente me haya quedado dormida con las horquillas puestas, o alguna goma para recoger el cabello.
Con paciencia, empiezo a desnredar el nudo con los dedos y, cuando creo que ya casi lo tengo, un objeto alargado se desprende de su interior.
La estilográfica del autor misterioso, empeñado en tildarme de escritora, cae rodando sobre el lavabo. Se mueve de un lado a otro como si estuviera en un balancín, mostrando sus peculiares adornos de raíces y espinas.
— ¡Ajá! — Grito con satisfacción.
La recojo de inmediato, la traslado con ceremonia hasta mi habitación y la guardo en el interior de un cajón. A partir de ahora, ese sería oficialmente mi cofre del tesoro.
Después me quedo de pie, con los ojos fijos sobre el mueble.
— Vale, y ahora debo...debo... — Se me había olvidado - ¡Oh! ¡Ya sé! — Afirmo, contenta por ocurrírseme una respuesta tan convenientemente oportuna — Debo seguir con mi vida.
Estiro las arrugas de mi camiseta y ajusto la cinturilla del pantalón que llevo puesto, nerviosa, antes de abandonar la habitación.
Juro que hago ademán de irme al menos tres veces, pero mis pasos regresan una y otra vez al mismo lugar.
El mueble que oculta la estilográfica me observa impertérrito.
Paso mi mano por la frente, suspiro y lo vuelvo a intentar.
Tamborileo los dedos sobre la superficie de madera del mueble en cuestión, y repito la acción sin perder la esperanza.
Me muerdo las uñas, muerdo mi labio, arrugo la nariz, bostezo, y lo hago otra vez...obteniendo el mismo resultado.
— A ver si ahora esto va a convertirse en el cuento de la marmota — Susurro entre dientes.
Me siento en la cama, un tanto irritada.
Una idea azarosa, llena de lógica y locura, despunta entre todos los pensamientos que en esos momentos surcan mi mente.
¿Y si ese cajón no es precisamente el mejor sitio para guardar una estilográfica como esa?
Siguiendo mi intuición, abro el cajón con decisión, tomo la pluma delicadamente entre mis manos y me dirijo a una de las ventanas de la casa.
Allí, en el alféizar, hay una maceta con tierra nueva, esperando cobijar una vida.
— Aquí si, este es tu sitio pequeña. Un lugar donde puedan crecer tus raíces.
Entonces, literalmente, planto la pluma. Entierro el instrumento en la maceta y luego hago uso de la regadera.
Estoy disfrutando tanto de mi recién adquirido papel de jardinera de tinta, que comienzo a tararear una canción. También silbo y bailo.
En cuanto emito la primera nota aguda, la maceta vibra y se desplaza unos centímetros por el alféizar, dejándome boquiabierta. En su interior, germina una ramita y un par de hojas verdes. Un fruto parecido a una cereza cuelga de ella.
— Me preguntó si...— Murmuro.
Sin vacilar, coloco la maceta en el lugar que antes ocupaba y robo la cereza.
Siento una curiosidad inmensa por probarla.
Ruedo el fruto en la palma abierta de mi mano derecha y, de un solo movimiento, lo meto en mi boca.
Su sabor es una mezcla a hojas de libro antiguo, gotas de rocio, praderas de girasoles, soles, cielos azules, torreones encalados, balaustradas de árboles y paisajes prometedores.
No puedo parar de reír.
- FIN -
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