Capítulo XX

Autor: AsRoGa.

Mientras el autor espera una respuesta, la luz de los candelabros parpadea en el techo, como si el aleteo torpe de una polilla sobrevolase su contorno. Se produce un tímido baile de sombras en la sala.

— Lo siento — Me disculpo, arrepentida.

Contemplo sus ojos durante un largo segundo. Luego, agacho la mirada hacia su mano ensangrentada y trago saliva. Las pequeñas heridas lineales que surcan su piel son mas profundas de lo que habia imaginado.

El autor inclina la cabea hacia un lado, en un gesto que denota comprension.

— No tiene importancia — Saca su mano del agua y la gira para estudiar de cerca su estado — Yo he intentado matarte con una lanza, y te he llamado hija de tinta. Supongo que estamos en paz.

Se encoge de hombros.

Esbozo una sonrisa contenida, que marca sendos hoyuelos en mis mejillas.

Todavía de rodillas, inclino mi cuerpo hacia delante y tomo con suma delicadeza su mano herida entre las mías, atrayéndola hacia la coraza que todavía recubre mi pecho, a la altura de mi corazón.

Su tacto es frio y el mio calido.

— Gracias por esta aventura de tintas — Le hago saber — Quiero que sepas que tu manera de escribir es realmente bonita. Universo, vortices, prismas, irrealidades, brisas liricas, armas enemigas de la piedad ¿De donde sacas todas estas ideas? — Hago una pausa y tomo aliento antes de continuar — Las escenas que inventas estan llenas de fantasia, disfraces y texturas. No es que sean entretenidas, es que ademas son muy hermosas — Dejo libre la mano del autor y alzo una de las mías, imitando el gesto de dibujar con los dedos en el aire — A veces me parece que escribes como si pintases un cuadro con pequeños toques de pincel, en lugar de hacerlo en un solo trazo continuo. Vas dando toques aquí y allá, haciendo simple lo complejo. Es imposible no quedarse embelesado mirando la singularidad cada pincelada, de cada palabra escogida.

El autor se limita a observarme, sin decir nada. No se si detesta los halagos en general, o está urdiendo un nuevo plan maquiavélico.

O tal vez sean las dos cosas.

Sin pretender arriesgar mas mi cuello, me levanto y lo ayudo a incorporarse. Nuestros pies chapotean sobre el suelo de mármol, justo donde el agua se ha vuelto más ambarina debido a las gotas de sangre que han quedado allí flotando.

Autor y lector, uno frente a otro.

El momento de la despedida.

— Quiero llevarme un recuerdo de todo esto - Lanzo la propuesta rápido, antes de que cada uno se marche a un lugar diferente — ¿Me permites una ultima petición, tu que eres el anfitrion? — Susurro.

El autor rie ante mi falsa ingenuidad.

Sabe que sé de sobra que el único anfitrion es la tinta.

Al final, guarda sus manos en los bolsillos del pantalón y asiente, a la espera de que desvele mi deseo.

Entusiasmada, y sin mas preámbulos, extraigo el objeto de mi mente y se lo entrego para que lo rubrique.

El autor se dispone a firmar, pero se detiene y sostiene en alto el objeto que instantes antes habia depositado en la palma de su mano. De todo lo que hubiera esperado, aquello lo pilla totalmente desprevenido.

La espiga danzarina.














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