Capítulo XVI
Autor: AsRoGa.
Tomo su mano con fuerza, y la tinta emerge de nuevo en el lugar en que nuestros cuerpos conectan. El liquido se cuela entre nuestros dedos, sediento por cumplir su cometido. Se extiende hacia nuestros brazos con la intención de engullirnos. La unión se vuelve resbaladiza y tengo que apretar más el agarre. El autor también hace un esfuerzo y me sostiene con destreza.
La envoltura de tinta se siente como un neopreno, y ejerce una presión incómoda. A medida que el proceso avanza, el roce del viento huracanado se va haciendo patente. Mi cabello largo se mueve, aleteando de forma errática. Una corriente de satisfacción me invade.
— Ya casi estamos — Murmuro, mpaciente.
Cuando ya solo quedan por cubrir nuestras cabezas, la imagen del papel amorfo cruza mi mente.
Contengo la respiración.
— Abre tu boca, — El autor sacude enérgicamente mi brazo, llamado mi atención — libera tu aliento. No cierres los ojos ¿No sabes que la tinta no puede matarte? Ella no vive sin tí.
Una carcajada involuntaria escapa por entre mis labios, mientras permito que la tinta cubra mi rostro. Era gracioso encontrar una pizca de lógica en un acontecimiento fuera de todo razonamiento.
Entretengo mis pensamientos y recreo un folio en blanco. Levanto mi barbilla, miro al frente, abro la boca e inspiro. "La tinta es una herramienta, y yo quien la dirijo."
El autor eleva una ceja, complacido.
— Ten cuidado. No te puede matar, pero sí ofenderse — Lo escucho decir.
Antes de que me pueda dar cuenta, ya hemos entrado en el pozo, nuestras manos se alejan y aterrizo abruptamente sobre la hierba.
El viento me hace dar vueltas. Ni siquiera se donde esta el derecho o el revés. El pelo se me enreda con pétalos y cabezuelas de girasol. Los tallos azotan mi cuerpo, hasta que consigo agarrarme firmemente a uno de ellos.
¿Donde está el autor?
La respuesta es clara.
Se ha ido a tomar viento.
Silbo, pidiendo silencio, pero el sonido se distorsiona con el ulular del aire. Silbo otra vez, pero mis labios están secos. Los humedezco y silbo más fuerte, sin que ocurra nada.
La tinta pulsa en mi interior, revoltosa, jugando. Entonces, como si supiera exactamente lo que debía hacer, resuelvo dar una patada en el suelo, suelto mi tallo salvador y pongo las manos a modo embudo en torno a mi boca.
Salgo disparada hacia arriba por la violencia del flujo del aire, consciente de que me perfilo como la victima perfecta para un golpe fatal. Con dificultad, consigo silbar en el embudo y percibo aliviada que por fin la vibración se propaga en línea recta.
Un toque y el sol brilla.
Otro toque más y el prado se serena, con los girasoles intactos.
Un toque final y el caos se contiene.
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