Capítulo XIII
Autor: Tunanterrante.
— No, no, no, no, ¡no!
La voz del autor es casi un eco lejano. al cruzar el umbral puede leer sus últimos pensamientos iluminados bajo los girasoles. En cuanto ella se dio cuenta de que estaban en una obra inconclusa, cuyos personajes comenzaban a ser olvidados, él pensó en darles caza. Todo personaje necesita un antihéroe. Si ellos intentaban acabar con los protagonistas, la obra cobraría vida, la tinta se cobraría otra víctima, y otro autor firmaría el final de otra historia. En un susurro del viento la silbadora leyó la siguiente línea de pensamientos: Los héroes ganaban, pero no por su propia mano, los domadores de tinta se enfrentaban, un duelo entre los girasoles yermos.
Sin embargo, ella había convocado aquel viento, invocado con una sonrisa secreta, ¿quién era en realidad aquella extranjera?
Les había sacado de allí, si por voluntad propia, o azar, eso no lo sabían. No obstante el retorno no podría jamás suponer el regreso a su vida anterior. Pues lo pasado queda grabado, y aún lo conformado en paisajes de tinta y papel ocupa un lugar en la memoria tan real como el resto de recuerdos. A veces son incluso más poderosos que estos.
El prado había llegado a su mente para quedarse, la sala oscura no iría a ninguna parte, ni tampoco lo haría aquel pacto de tinta.
El mundo mortal les recibió. Pero algo extraño quedaba en el aire.
Se quedó un momento mirando sus manos, fijas sobre las teclas. Paralizadas. ¿Qué había hecho?
Miró a su alrededor y todo le era familiar. Lo único nuevo era ese tono que su mente aún silbaba, aunque sus labios no se movían. Por un momento un rayo de duda le fustigó y se giró temiendo encontrarse aquella espiga danzante tras de sí, en su propio mundo, en su refugio insondable.
Pero allí no había nadie. Y aquel vacío era nuevo. Era el vacío de un libro a medio leer, de un párrafo a medio escribir.
Apartó las manos queriendo acabar con aquel sortilegio. El mundo real se extendía al otro lado de la ventana, de SU ventana.
Pero la amenaza seguía latente, en algún lugar. Sabía que aquel duelo de tinta no había sido evitado, tan solo postpuesto.
Sabía que la sala no había estado en ninguna parte, pero ella si había estado allí.
Se levantó y fue a lavarse la cara, necesitaba agua fría, necesitaba ver que ella seguía siendo ella.
Se miró al espejo mientras las gotas resbalaban, y se miró a los ojos. Escrutó sus pupilas. Y una sonrisa rebelde doblegó su voluntad, pues la tinta corría por sus venas, sus ojos habían abandonado su color para teñirse de posibles finales, y sus manos buscaban ya el látigo con el que domar una trama impuesta por el azar.
Silbó, saboreando su nuevo poder. Y el mundo a su alrededor cambió. Viró el espacio, el tiempo y su destino.
— Estáis escondidos en el mundo real, domadores, yo no tenía que buscar nada en vuestros dominios, sois vosotros los que buscábais alejarme de los míos.
— No debiste brindar — susurró una voz en su cabeza.
Volvió a mirar al espejo. Parpadeó. Se quedó sola frente a su reflejo.
Aún sentía la hierba bajo sus pies. Aún veía al escritor tumbado, cubriéndose los ojos, ocultando un gesto nuevo.
Pero no había nadie allí, solo ella y su propia mirada. Le daba la impresión de haberse saltado algún capítulo.
O quizá necesitaba empezar uno nuevo.
Arrancó un trozo de papel y se miró en él.
Entonces supo lo que él vio.
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