Prólogo

A los doce años fue cuando su extraña aventura comenzó.

Cubierto con su frazada azul y vestido con su mejor pijama, Jacob Argent reposó la cabeza en la almohada y suspiró, cansado. Había pasado todo el día jugando con sus amigos, disfrutando sus vacaciones del colegio al máximo. Tenía un raspón en la rodilla y los pies sucios. Como un típico pilluelo de su edad, juró que se ducharía el día siguiente —y sin duda lo haría, o su madre lo prohibiría de ver la luz del día durante el resto de la semana—.

Cerró los ojos alrededor de las nueve de la noche, mientras una lluvia fina golpeaba la ventana y un viento sacudía ligeramente su vidrio. Se acabó despertando a las dos de la mañana, entre truenos y rayos, sintiendo a toda la casa vibrar por la tormenta.

Dio un salto de rana al regresar a sí mismo y se levantó de la cama por instinto, empapado por su sudor, blanco como un difunto, y sintiéndose ahorcado por una culpa que a él no le pertenecía.

El dolor en su rodilla fue lo de menos. El terror que le agobió el espíritu fue mil veces más agónico.

En la primera de sus múltiples pesadillas, él se vio a sí mismo con un cuerpo adulto, usando ropas anticuadas y carísimas, atascado en una casa grande, que ardía en llamas. A su lado —luciendo tan desesperado y aterrado como él— encontró a un hombre desconocido.

Era alto, tenía los hombros largos, los ojos verdes, y el cabello negro como una madrugada en altamar. Le hablaba en una lengua que Jacob no entendía, pero su tono era severo, asustado, y tan desesperado que llegó a herir sus sentimientos.

Al terminar su discurso, el sujeto lo tomó de la mano con apuro y lo arrastró de habitación en habitación, intentando huir junto a él de las lenguas naranjas del incendio. Pero cada vez que encontraban una vía de escape —fuera una puerta o ventana—, ambos veían a múltiples soldados esperándolos afuera de la propiedad, listos para fusilarlos. Y entonces, eran obligados a retroceder y seguir corriendo, escapando de las bocas hambrientas de la muerte, y de los balazos que los perseguían por doquier.

Mientras lo hacían, el humo fue aumentando. El calor fue subiendo. La risa de los malhechores en la distancia se perdió en la crepitación del fuego a su alrededor.

Nous ne survivrons pas, John... Mais si je dois mourir, j'aurai au moins l'honneur de le faire à vos côtés —el hombre comentó, mientras pavesas caían a su alrededor, pedazos de la pared se desprendían como los pétalos de una rosa en invierno, y el aire se volvía negro e irrespirable.

Jacob más una vez no entendió nada de lo que él dijo. Solo sintió a dos manos agarrarlo del cuello y a labios ásperos y heridos besarlo, antes de oír un estruendo horroroso y ver al techo a sus cabezas derrumbarse.

Ser enterrado por los escombros ardientes fue lo que lo hizo despertarse con un brinco. Pero el beso en sí fue lo que lo confundió por los próximos dos años de su vida, y lo dejó profundamente desorientado respecto a sus propios gustos y emociones.

Solo a los catorce, cuando se dio cuenta de que era gay, fue capaz de apreciar el gesto en vez de tenerle miedo.

Y esto, él logró aceptarlo. Pero todo lo demás... continuó resultándole raro hasta la adultez. En especial porque este tan solo fue su primer encuentro onírico con el hombre misterioso.

En algunos de los sueños que Jacob había tenido desde entonces, ambos pasaban un muy buen rato juntos. Salían a pasear por el parque con su perro, Copper. A comer en restaurantes caros. A jugar billar con sus amigos y colegas de trabajo. A visitar sastres y joyeros. Se escondían en sus casas individuales y hacían el amor. Vivían una vida conyugal normal y sana, aunque extremadamente secreta.

Eso siempre lo dejaba mal consigo mismo al despertarse. La cantidad de mentiras que ambos se veían forzados a contar para seguir juntos como pareja. La supuesta "amistad" que ambos fingían tener al frente del ojo público, y que no era nada sincera ni casual.

Por la estética visual de los ambientes que visitaban, por las ropas que usaban, y por la tecnología disponible en dichos sueños, Jacob podía afirmar que los mismos se situaban aproximadamente entre los años 1850 y 1860 (Lo que explicaba también los otros sueños más desagradables que tenía, donde ambos eran acosados y amenazados con increíble crueldad, sin ningún motivo específico para ello).

Su historia de amor parecía ser bastante hermosa, pero también triste, peligrosa, y un tanto cuanto... rara.

Era una novela dramática, de trama complicada.

Por un lado, él coleccionaba mil recuerdos de besos y caricias. Por el otro, incontables discusiones y miedos. Y cada uno de dichos fragmentos, fuera placentero o tormentoso, se sentía extremadamente real... aunque no lo fuera.

Todos los días, desde el inicio de su adolescencia hasta su adultez, él veía a este sujeto ficticio, a esta sombra de su imaginación, cuando cerraba los ojos. Y todas las semanas, Jacob se preguntaba por qué este hombre no podría existir de verdad.

Le resultaba demasiado extraño el tener que explicarlo, pero se había enamorado de alguien que vivía apenas en su subconsciente.

De alguien, algo, que ni siquiera tenía un nombre.

Porque he ahí la parte más frustrante de toda esta situación: Aunque mientras dormía él sí sabía cómo llamar a este desconocido, al despertarse por las mañanas todos sus títulos, nombres y apodos se le borraban de la memoria. Jacob lo recordaba todo, menos este importantísimo detalle. Y por ello, nunca había sido capaz de identificarlo como algún ser humano real.

Pero su querida madre, la señora Mary Argent, estaba segura de que algún día lo haría.

La mujer era su única guardiana legal desde sus seis años de edad. Su padre los dejó a ambos en ese entonces, y desapareció de la faz de la tierra. Por ello, los dos eran muy cercanos y unidos. Mary conocía bastante bien a todos los secretos de Jacob, e incluso lo había incentivado a escribir su primer "diario de sueños" para registrar todo lo que veía cuando sus ojos se cerraban. Era la única persona que creía en lo que él decía y no lo veía como un loco.

Ella también le había pagado un curso de francés para que pudiera entender con precisión y claridad lo que decían los misteriosos personajes de su mundo onírico —quienes en su mayoría resultaban ser francófonos—.

Aprender este idioma había facilitado un poco las cosas y también lo había ayudado a encontrar al menos dos pruebas de que sus visiones no eran del todo falsas:

1- Rue Saint-Anastase —la calle donde supuestamente vivía en esos sueños— fue un lugar real, ubicado en la capital de su país — la ciudad de Carcosa—.

2- Un amigo en común de él y su amante místico fue una figura histórica real, aunque poco conocida: el empresario norteño Malcom Quentin Brooks, quién había nacido en 1834 y fallecido en 1883.

(Jacob no tenía la menor idea de que ambos datos eran verídicos hasta que los investigó a fondo. Rue Saint-Anastase ya no se llamaba así, actualmente era la rue Gerard Miller; Malcom Quentin Brooks tenía una página de Wikipedia menor a tres párrafos. Era imposible que él hubiera oído hablar de ambos temas antes de soñar sobre ellos).

Pero, aunque la idea de su madre sobre el diario lo había ayudado a corroborar esta información, el resto de sus sueños seguía siendo una incógnita.

Él no había logrado encontrar nada concreto sobre los mismos. Y por lo tanto, su novio desconocido seguía siendo —para su decepción y a la vez serenidad— un mero producto de su imaginación. Nada más que eso.

Aunque en una noche común y corriente, a sus veinticinco años de edad... algo hizo a esta noción tambalear.

Tienes que encontrarme, John. Tienes que hacerlo. No puedes desistir de mí ahora. No ahora que estamos tan cerca uno del otro... tan cerca de tenernos otra vez —el sujeto sin nombre le dijo en francés, y en el presente Jacob no tuvo problema alguno en entenderlo.

Ambos estaban en el jardín de su casa imaginaria, hablándose en la oscuridad de la noche. La única fuente de luz era una linterna que el hombre cargaba en su mano izquierda. Todo lo demás estaba cubierto por el manto negro de la madrugada. Ambos vestían trajes cosidos a mano, de cortes antiguos y de telas gruesas.

—¿Y cómo te encuentro? —Jacob preguntó, en su misma lengua.

Búscame donde todo terminó.

Pero mi mansión fue destruida...

Solo el ala oeste. Lo demás fue restaurado. Es un museo ahora.

¿Museo?

Sí... —El desconocido dio un paso adelante y miró a los labios del joven antes de añadir:— Está en la capital.

¿Carcosa?

Hm. —El hombre conectó sus miradas a seguir—. Ven a amarme de nuevo. Ahora sin secretos... sin peligros. Sin vergüenza por lo que sentimos. —Llevó su mano libre a la mejilla de Jacob y la acarició—. Ven a mí... y seré tuyo.

El muchacho se despertó cuando sus bocas se encontraron. De nuevo lo hizo con un salto, con el corazón acelerado, y con todos los músculos del cuerpo contraídos, cubiertos por un sudor pegajoso y caliente.

Luego de pasar unos segundos calmándose, él se sentó en el eje de su cama, agarró su cuaderno y se puso a describir todo lo que había visto y oído mientras dormía. Al terminar su registro, se levantó y se movió al baño, con apuro. Se frotó el rostro con agua fría, hasta deshacerse del infantil rubor que lo hervía. Usó el inodoro. Se duchó. Y sintiéndose un poco más fresco y sereno, caminó a la sala.

Su madre ya estaba por ahí, comiéndose sus tostadas mientras veía televisión. Por la taza de café a medio beber que Jacob vio sobre la mesa de centro, cerca del sofá, dedujo que ella ya había comenzado su desayuno hacía un buen rato y ahora solo estaba descansando los pies antes de irse a trabajar.

—Buenos días, mamá...

—Hola, cariño. —Ella sonrió, pero se veía algo preocupada—. Es bastante temprano y tú te fuiste a dormir súper tarde ayer... ¿Estás bien? ¿Tuviste otro de tus sueños raros con tu príncipe encantado?

—No es mi... —Él divagó con un exhalo y se sentó en el sofá—. Pero sí. Soñé con él.

—Pues cuente, cuente... ¿Qué pasó ahora?

—Algo... raro.

—¿Cuándo no?

—Mamá...

—Ya. ¿Raro en qué sentido?

—Bueno... "Don Misterio" me contó que mi casa al final no fue destruida por completo por ese incendio con el que sueño a menudo. Y que al parecer lo que sobró de la misma se convirtió en un museo en Carcosa. !Ah! Y me llamó "John".

—¡Jacob! ¡Él te ha dado demasiada información esta vez!

—Lo sé, pero hasta me da miedo investigarla... Creo que estoy perdiendo la cabeza.

—No estás perdiendo la cabeza, solo los ánimos. —Su madre dejó su platillo a un lado y recogió su celular—. Ya me voy a poner a leer ahora mismo. Estoy segura de que debe haber un lugar así en la capital. Una mansión antigua, convertida en museo, que en algún momento fue incendiada... No suena como algo demasiado alocado para mí.

—No te hagas ilusiones... ¿A cuántos años hemos estado buscando información sobre ese lugar y sobre ese sujeto? ¿Y no encontramos nada?...

—Yo no pierdo mi fe, cariño. Si sueñas tan a menudo con él, estoy segura de que algún motivo para ello hay —la señora insistió, sin despegar sus ojos de la pantalla del teléfono.

Jacob cruzó los brazos y sonrió, pensando en lo contrario. A este punto sus esperanzas de encontrar al desconocido eran nulas.

Cuando era más joven, se quiso convencer de que lo haría. De que Dios, el universo, o lo que fuera que regía su vida, lo llevaría a cruzar caminos con aquel hombre. No le importaba si se volvían amigos o novios, apenas verlo en carne y hueso le bastaría. Pero ahora, pese a todavía experimentar cada sueño como si fueran parte de su realidad, él ya no estaba convencido de que ese individuo siquiera existía.

Tenía sentimientos profundos por él... Pero él no estaba vivo. Apenas era parte de su imaginario... O al menos, en eso Jacob quería creer. Porque toda aquella situación era rarísima. ¿Cómo podía estar profundamente enamorado de alguien que jamás había visto despierto? ¿De una maldita ilusión?

Estaba perdiendo la razón. Y tenía que averiguar una manera de detener aquellos sueños o se volvería loco de verdad, pronto.

—¿Es esta la casa con la que sueñas? —su madre le preguntó luego de minutos callada, y le enseñó su celular.

El muchacho, despegando su mirada de la televisión lentamente, se giró hacia el dispositivo y lo observó. Al inicio, lo hizo con cierto desinterés y desdén. Pero, así que su visión se ajustó, su boca se abrió y sus ojos llegaron a brillar de tan entusiasmados.

—No puede ser... —Agarró el teléfono y le hizo zoom a la imagen presentada por Mary—. ¡¿De dónde sacaste esto?!

—Ese es el Museo Literario Jonathan Silverman, que está en Carcosa.

—Me estás jodiendo...

—¡Hey, lenguaje!

—Perdón...  —Él revisó el resto de la publicación que acompañaba a la fotografía—. Pero en serio, este es el lugar. ¡Estoy seguro de ello!

—Y te creo. Porque al parecer se quemó en 1862, durante la guerra de independencia, cuando aún era la residencia del autor Jonathan Silverman. Parte de la mansión fue reconstruida en los 1870, pero hubo un sector que estaba demasiado dañado y tuvo que ser derrumbado para siempre. Lo que encaja con lo que me has contado.

—Jonathan... ¡John! ¡El hombre de mis sueños me llamó "John"!... —Jacob miró a su madre, sacudió la cabeza y continuó revisando la página.

—¡Ay, eso se puso interesante! —Mary sonrió de oreja a oreja, y apuntó energéticamente a la pantalla—. Hazle click al enlace con su nombre, ¡tenemos que averiguar más sobre él!

Esto el muchacho hizo, con apuro. Y así que vio al nombre completo del escritor, sintió un escalofrío terrorífico descender por su espalda.

Jonathan Beaufort Silverman.

¿Por qué le resultaba tan familiar?...

Abajo, había una pintura del autor. Al verla, Jacob sintió una punzada fuertísima en la cabeza y soltó el celular, para sostener a su pesado cráneo entre sus palmas.

Era como si la peor migraña del mundo lo hubiera tomado desprevenido, comenzando desde su ápice de dolor en vez de ir aumentando de a poco. Como si alguien le hubiera clavado un cuchillo derecho al cerebro, y retorcido la hoja una decena de veces.

Al cerrar los ojos y arrugar el rostro, incapaz de disfrazar su agonía, tuvo una visión.

Él estaba de pie al frente de un retrato al óleo enorme, que pretendía simular su estatura real. El artista que lo había pintado quien no estaba presente en la sala había hecho su mejor esfuerzo en captar su esencia con su paleta y pincel, pero no había logrado del todo su cometido. Al menos, no según la opinión del apuesto moreno que él tenía a su lado.

Te lo digo, te quitó todos los rastros que te hacen apuesto el de cabello azabache comentó, señalando al cuadro con su mano. Entre sus dedos, sostenía una pipa de madera, encendida. El humo blanquecino los rodeaba y el olor a tabaco quemado casi lo hizo toser—. ¿Dónde está la cicatriz que tienes en la tez, por ejemplo? ¿Por qué tu cabello se ve tan ordenado? ¿Y esas manos, por qué parecen de princesa?...

Estás siendo demasiado duro con tus aseveraciones, mi amor.

¿Yo? ¡Él hizo un pésimo trabajo!

Lo dices como si tú pudieras hacer algo mejor.

El desconocido se giró hacia él, como si hubiera sido invitado a un duelo.

¡Pues lo haré! ¡Te pintaré como mereces ser pintado!

Ni siquiera sabes dibujar un monigote, ¿cómo planeas retratarme a mí?

¡Aprenderé! ¡Y no te rías, que de verdad lo haré!

Jacob volvió a la realidad al oír a su madre llamar su nombre por la cuarta vez consecutiva, sin obtener respuestas.

—¿Qué te pasó? ¿Te sientes bien? ¿Te acordaste de algo?

—Creo... —Él se pinchó el puente de la nariz y respiró hondo—. Creo que yo soy... o fui... este sujeto. Jonathan Silverman.

—¿Huh?

—Me vi al frente de esta pintura, en mi casa, conversando junto al hombre misterioso... Y él me estaba diciendo que no me parecía en nada al cuadro. Este cuadro.

—¿Estás seguro? —su madre preguntó y él sacudió la cabeza, arrepintiéndose al segundo por sentirse bastante mareado. Mary continuó revisando la página, y la leyó en su lugar:— "Jonathan Silverman fue un autor carcoseño del siglo XIX, famoso por sus novelas románticas y su poesía política. Nació el 16 de julio de 1837, en una familia de clase media. Sus padres eran Robert Goncourt Silverman y Marianne Roux Silverman. Residió en la capital hasta su muerte el 12 de noviembre de 1862, producto de un incendio intencional, causado por un grupo de soldados revolucionarios. Su obra más notable, "El Conde de Brunwald", está inspirada en la vida de uno de sus mejores amigos, el barón de Charmont, quien también falleció en dicho siniestro"...

—¿Barón de Charmont?

Su madre siguió el enlace que llevaba a la biografía de este último sujeto de inmediato, sintiéndose tan fascinada por la historia que habían descubierto como su hijo.

Al mostrarle la pintura del caballero a Jacob, él nuevamente se encontró absorto por lo que veía. Ojiplático, tan pálido como un difunto, temblando como una gelatina, él agarró el celular y lo inspeccionó con atención más una vez.

Ojos verdes. Cabello negro y sedoso. Una mandíbula cuadrada y mejillas rojizas. Patillas finas y bien afeitadas. Ropas elegantes y antiguas.

Era él.

El hombre misterioso de sus sueños.

El barón de Charmont.





Nota de la autora: ¡Hola! Nunca escribí una historia/novela basándome en un disparador o prompt, pero este año decidí intentarlo para el Open Novella Contest.

Y escogí el disparador 11 de la categoría de fantasía:

"A través del mundo de los sueños empiezas a visitar otra dimensión distinta a la tuya. Lo que al principio entiendes como un sueño, termina convenciéndote de ser cada vez más real. Al final, cada vez te cuesta más discernir a qué realidad perteneces... ¿Qué pasaría si murieras en el sueño? ¿Y si te enamoraras?"


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Arte conceptual:

John Silverman

Barón de Charmont


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RECUENTO DE PALABRAS: 2801

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