Epílogo


(Dos meses después)

Charles no le avisó a Jacob que lo iría a visitar al sur. Le dijo que lo extrañaba, que se estaba volviendo loco sin él, y que un día más de separación lo sacaría de quicio, sí... pero no le contó nada sobre sus planes de viaje. Apenas compró sus pasajes, sus maletas, sus abrigos y botas para la nieve en silencio y fingió no tener intención alguna de dejar la capital por el presente momento.

Así como no le habló sobre la intensa charla que había tenido con su hermano menor sobre su futuro, una semana antes de dejar Carcosa atrás:

Mi cáncer puede regresar a cualquier minuto, o no. Ustedes se pueden morir a cualquier minuto, o no. Para de intentar predecir el futuro mientras miras al pasado, Charlie. Lo que ocurrió ya se perdió en las aguas del ayer. Así de simple.

—Pero Bruno...

Devuelve esos pasajes a la aerolínea. Habla con papá y pídele su avión prestado. Te mueres de ganas de ir a ver a tu novio y se nota. Cuanto más rápido llegues allá, mejor.

No es mi...

Aún. Tienes que ir al sur, hacerte el romántico y pedirle que lo sea. Con derecho a rosas, chocolates, regalos, tarjetas con mensajes románticos, y toda la pompa y circunstancia del mundo.

Pero tú...

Estaré bien —el joven insistió—. Ya te dije. Fija tus ojos adelante... no atrás. Aprovecha el hoy mientras aún lo tienes en tus manos. Carpe diem, Charlie.

Aquellas palabras, tan directas y a la vez tan ciertas, lo motivaron a seguirle la corriente, y abandonarlo todo. Así que, con el incentivo de su hermanito y la bendición del señor Moran —quien al final sí le terminó prestando el bendito avión privado—, el pintor organizó sus pertenencias, les dijo adiós a sus parientes y se trasladó a Merchant, a reencontrarse con el amor de su vida otra vez.

Para ello, antes tuvo que hacer lo que más temía y hablarle a su futura suegra, la señora Mary.

Primero le escribió, con educado remordimiento, pidiéndole disculpas por la actitud retraída y ocasionalmente bruta que había tenido desde el primer día en que se "conocieron". No le explicó a fondo el por qué de su distancia emocional, pero descubrió rápidamente que no era necesario hacerlo; Jacob le había contado, con simplicidad y calma, quién ella había sido y lo que les había hecho en el pasado.

Lamento con toda mi alma haber sido una villana tan grande con ustedes, aunque no me acuerde de nada de lo que hice... —ella le dijo por videollamada, con una expresión genuinamente compungida—. Nadie merece ser discriminado ni castigado por amar a alguien más... Eso es absurdo.

Dichas palabras fueron demasiado importantes para Charles, y lo convencieron de que era hora de dejar a su resentimiento ir. No podía seguir aferrándose a un odio que ya no tenía fundamentos.

Y cuando la señora le ofreció hospedaje gratuito en la comodidad de su casa, en vez de dejarlo esconderse en las cobijas frías de algún hotel sureño, él se vio de pronto inclinado a aceptar su propuesta.

Quería pasar más tiempo con Jacob, sí, pero también quería conocer mejor a la mujer que lo había criado. Quería darle una oportunidad de redimirse y de probarle que su carácter realmente ya no era el mismo.

Así que, cuando salió de su avión y sus pies al fin tocaron el suelo resbaladizo y cubierto de nieve de Merchant, recogió su equipaje y dejó a su odio atrás, junto a sus preocupaciones.

Arribó a la residencia Argent durante la hora del almuerzo, temblando de frío y con las mejillas tan rojas que parecía un tomate. Comió una deliciosa sopa de fideos con carnes que Mary le había preparado, calentó su cuerpo cerca de la estufa, y pasó el resto de la tarde junto a su suegra, fuera conversando en el comedor, riéndose en la sala, o preparando la cena en la cocina, mientras Jacob no llegaba del trabajo.

Los dos, para su sorpresa, se llevaron de maravilla. Tenían los mismos intereses culinarios, los mismos intereses literarios, y un sentido del humor retorcido, que era muy similar. Si entre ambos existía alguna duda sobre ello, ya no la tenían más; habían sido madre e hijo en su vida pasada. La manera en la que se acomodaron uno con el otro fue tan orgánica, tan natural, que aquella era la única explicación para su fácil, rápida y a la vez profunda conexión.

Todo esto dicho es obvio que, al llegar a casa, el pobre docente tuvo la sorpresa de su vida al encontrarlos así, tan unidos y cómodos estando lado a lado.

Ver a Charles sentado junto a su madre y su padrastro en el comedor, esperando por su regreso con un opulento festín, lo dejó sumamente desorientado. Verlos carcajear y jugar entre ellos tan solo aumentó su pasmo. Y el profesor apenas notó el retrato enorme con su cara —que el artista había traído de Carcosa junto a sus demás pertenencias— colgado en la pared al fondo de la habitación así que se acercó lo suficiente a la mesa, para encararlos con asombro.

—¿Qué carajos?... —murmuró, y por su pasmo, casi no logró sacar a dichas palabras de su garganta.

Al ver que su hijo había parado de caminar y de hablar, para mirarlos a todos con una expresión tan aturdida que llegaba a verse un poco idiota, Mary no logró contener su risa.

—¡Y lo rompimos! —exclamó, chocando los cinco con Charles.

El moreno en cuestión se levantó de su silla en seguida, a darle un abrazo de oso a Jacob, y a despertarlo de su embeleso con un largo beso, romántico y tierno.

El gesto funcionó mejor de lo que había creído, lo haría.

El docente sacudió su cabeza así que se separaron y exclamó, sonriendo:

—¡No me dijiste que venías de viaje!

—Lo sé —Charles le dijo con una expresión enamorada—. La idea era que no desconfiaras de nada.

—Ay... —Jacob sacudió la cabeza, replicando su misma mueca contenta en el rostro—. ¡Cómo te odio!

—¡Hey!... ¡Me amas!

—A veces...

—¡No seas cruel con el pobre muchacho, Jake! ¡Hizo un viaje larguísimo para estar aquí contigo hoy! —Mary defendió al artista, recalentando tanto el corazón del mismo como el de su hijo.

—¡Y vino aquí con un objetivo en mente! —David recordó a Charles lo que quería decir a seguir, mientras se comía un trozo de pan y observaba la escena como si fuera un episodio de su teleserie favorita.

—¡Ah! ¡Así es!... —el pintor asintió, tomando las manos frías del docente entre las suyas—. Vengo a pedirte algo, y ya tengo el permiso de tu familia para hacerlo...

—¿Su permiso?

—¿Qué quieres que te diga? Soy anticuado —Charles dio de hombros, antes de seguir:— ¿Quieres ser mi novio?

—¿Huh?... ¡Pensé que ya lo era!

—Jacob...

—¡Sí, claro que quiero ser tu novio! ¡¿Qué tipo de pregunta es esa?!...

El pintor se rio de su exaltación indignada y lo besó de nuevo, tanto para callarlo como para tranquilizarlo, mientras Mary le pegaba palmaditas entusiasmadas al brazo de su propio amante. David la ojeó con una mezcla de cariño e incredulidad por su agresión, pero enseguida continuó comiendo su pan y examinando el comportamiento de los tórtolos.

—¡Tenemos que celebrar! —la mujer exclamó—. ¡Cariño, ve a buscar un vino! ¡Estas noticias merecen un brindis!


La cena que prosiguió a dicho momento fue chistosa, llena de energía, un poco embriagada, y extremadamente divertida. Perfecta, bajo todos los parámetros. Nadie pudo reclamar de nada, ni tuvo la voluntad de hacerlo. Porque la alegría que todos experimentaron juntos fue invaluable.

Pero el destino siempre fue y será, en su esencia, un agente del caos. Y el universo, con todas sus leyes y principios, siempre cobrará las cuentas de las almas deudoras que lo habitan, hasta que todo débito esté saldado, y todo error sea reparado.

Por esto mismo, alrededor de las dos de la mañana, mientras la ciudad entera dormía, los búhos ululaban, las estrellas centelleaban, y la serena luna coronaba la cima del negro cielo nocturno, un pequeño e insignificante enchufe explotó en el comedor de la residencia Argent, con una explosión poco ruidosa y llamativa.

El inesperado cortocircuito generó chispas que, al tocar la pintura hecha por Charles, rápidamente se convirtieron en llamas alargadas y agresivas.

En unos pocos minutos, el fuego se había esparcido por toda la habitación.

Por haber tenido un día de trabajo agotador, Jacob no se despertó con el estallido. Por haber viajado por horas, su novio tampoco lo hizo, durmiendo como un muerto. El alcohol ingerido tan solo aumentó su letargo.

Pero Mary, en la otra mano, sí abrió los ojos. Y al levantarse, lo hizo sabiendo que algo horrible sucedía en su hogar.

No había visto nada en concreto aún, pero la sensación de terror puro que se apoderó de su alma la hizo saber que este era el caso.

David se había ido a su casa así que la cena terminó. Ella estaba a solas en su habitación.

De alguna manera, este pequeño detalle le jugó a su favor. Nadie le rogó que volviera a dormir, o la detuvo de caminar con pasos rápidos por el pasillo, siguiendo el olor a quemado que su nariz había percibido al despertar hasta la sala.

Al llegar allí, soltó un grito de horror altísimo al ver las paredes de su comedor —al que había construido y decorado con mucho trabajo, esfuerzo y dedicación— ser devoradas por peligrosas serpientes anaranjadas, peligrosas al punto de ser mortales.

Sabiendo que no podría contener el incendio a tal punto, corrió a la habitación de su hijo, casi tropezando con sus propios pies de tan apurada.

Podría haber huido. Por el tamaño del incidente lo sabio sería hacerlo. Pero, al contrario de su contraparte del pasado, perder a ambos él y a Charles no era algo que deseaba en lo absoluto. Y no era algo que permitiría ocurrir. Si tenía que batallar contra la suerte y contra los planes de Dios, lo haría. Todos saldrían de ahí vivos.

Así que, aunque se podría haber salvado sin poner su seguridad en riesgo, jamás siquiera contempló dicha opción. Corrió sin pensarlo, y los despertó a ambos con desesperado apuro.

Agarró el primer celular que encontró en aquel lugar con una mano, recogió a su perro familiar con la otra, y lideró el escape hacia el jardín frontal de su casa entre el humo asfixiante y el calor infernal. Actuó con toda la valentía y compasión que le había faltado en su encarnación anterior.

Y una vez afuera llamó a los bomberos, con el aliento entrecortado y su corazón moreteando a su pecho con sus duros golpes.

El mismo terror que Jonathan y Leopold habían experimentado una vez, a más de un siglo y medio atrás, ella sintió en su propias venas. La misma devastación de perder a sus más adoradas pertenencias, ella sufrió en su propia piel.

Pero su cambio de carácter y de índole hizo que el cosmos fuera misericordioso aquella noche. Por un milagro, el camión de bomberos cruzó su calle a meros minutos de haber sido llamado. El incendio fue contenido sin mayores complicaciones. El daño del mismo fue ínfimo, comparado con el de la mansión.

La casa podría ser reparada. Lo perdido podría ser recuperado. Y ella vivió para contar la historia, así como su hijo y yerno.

El ciclo de muertes injustas y de vidas arruinadas había llegado a su fin.

—Nos s-salvó la vida... —Charles contempló, ya llorando. Sus ojos verdes oscilaban entre la casa, los bomberos, y ella, como si aún no pudiera creer en lo que recién había pasado—. Usted...

Mary no logró decirle nada de vuelta. Él tampoco pudo seguir hablando. Pero eventualmente, el moreno abrazó a la mujer con todas sus fuerzas y se deshizo en llantos en sus brazos, por motivos que ella no conocía del todo, pero que Jacob compartió y entendió con total claridad.

Por eso mismo, el docente fue el próximo en unirse al abrazo, aliviado de estar sano y salvo, respirando y consciente, junto a su perro y a las dos personas que más amaba en el mundo,

Así como Mary y Charles, al participar en aquel momento de ternura y de compasión pura también supo que el drama de Jonathan Silverman y el barón de Charmont se había terminado para siempre.

Sintió en su alma que, luego de infinitos años de sufrimiento incesable, de tormentosa añoranza, de deseos inexplicables, de lucha, de luto, y de agonía espiritual ellos al fin conocerían la paz.

Porque a partir de aquella noche eran libres por completo de su pasado. Podían reconstruir todo aquello que se había perdido a las llamas, renacer de las cenizas, y comenzar sus nuevas vidas como Jacob y Charles oficialmente.

El universo había puesto sus asuntos en orden.

La justicia había sido hecha.


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RECUENTO DE PALABRAS: 1721

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