Capítulo 9

Cuando Jacob se despertó, alrededor de las diez y media de la mañana, Charles ya estaba de pie, caminando de un lado a otro por la sala.

El pintor tenía un celular pegado a la oreja y se había cambiado de ropa, dejando su traje formal atrás por unos jeans viejos, camisa negra y sudadera azul. Se veía más moderno y joven así. Y el profesor no lo negaría, seguía viéndose bastante apuesto pese a su casualidad.

Además, con su atuendo más casual, Jacob pudo observar con más atención los tatuajes que el hombre tenía en su pierna derecha, así como la cicatriz que cruzaba su brazo derecho, producto de un accidente de motocicleta cuando era más joven. Detalles nuevos de su apariencia que tan solo parecían volverlo más guapo e irresistible en los ojos del profesor.

—¿Entonces puedes venir aquí a las doce?... Okay —Charles le dijo a la persona con quien conversaba, corriendo una mano por su cabello negro, sacudido por su sueño—. Te vamos a estar esperando... Sí, te juro que no vamos a tocar en las cartas. Ya sabemos que son súper delicadas y viejas; ¿por qué crees que te estoy llamando, tonto?... Okay... Ya. Prefiero que las categoricemos en privacidad antes de hablar con más gente del Museo... Como dije, podríamos estar a punto de descubrir cosas muy personales sobre la vida de Silverman, y algunas personas pueden volver indignadas por ello. No quiero que nadie intencionalmente dañe estos documentos... Hm. De acuerdo... Estoy confiando en ti, Matt. N me decepciones. Ah, y mándale un saludo a Louis por mí... Sí. Claro. À plus tard*.

—¿Tu amigo vendrá al mediodía? —Jacob preguntó con un bostezo, anunciando su presencia al fin.

—Buenos días.

—Buenos... —El profesor se frotó los párpados.

—Sí, Matt vendrá aquí más tarde. Revisará el estado de las cartas y las llevará a su casa, donde él tiene las herramientas necesarias para trabajar en su restauración. Hemos pasado toda la mañana hablando al respecto.

—¿Y crees que él es confiable?

—Lo es —Charles asintió con total sinceridad—. Es la única persona que sé hará un buen trabajo. También está obsesionado con la historia del barón y de Jonathan Silverman. De hecho, fue así que nos volvimos amigos; teorizando sobre la vida privada de esos dos. Él trabaja en el Museo aquí al lado, y ya ha restaurado otras piezas de correspondencia, además de libros, manuscritos, e incluso pinturas de los dos. No hay nadie mejor para realizar esta faena que él.

—Es un profesional en el área, entonces.

—Sí. Y uno muy respetado también. Sé que tendrá cuidado con esto —El pintor señaló al baúl—. Además, le solicité que nos haga una transcripción del contenido de las cartas antes de que todo el mundo las lea, y él aceptó. Así que pronto tendremos todas las respuestas que buscamos a las memorias que nos faltan, tranquilo.

—Lo estoy... pero sabes que será un proceso demorado.

—Lo tengo claro —Charles volvió a mirar al docente—. Pero ¿qué son unas semanas o meses para quienes han estado esperando años, décadas, por claridad?

—Nada, lo sé... Pero también tengo que volver a Merchant.

—¿Y? ¿Crees que un vuelo me detendrá de verte? ¿De hablarte? ¿De escribirte? —El artista sonrió—. Ya no estamos más en los 1800's, cariño. Y ahora que te reencontré ya no te suelto más. Te enviaré updates sobre estas cartas todos los días, si eso es lo que quieres.

—¿De verdad vendrías al sur a verme? —Jacob reflejó su expresión alegre, pero con un toque un tanto más ilusionado—. Pero no te gustan los Merchanters...

—¿Qué quieres que te diga? Cambié de idea —Charles respondió con un tono coqueto—. Una ciudad que produce una obra de arte así de linda merece más respeto de mi parte.

—Dios... —El profesor giró los ojos y se rio—. ¿Vamos a empezar con los piropos de viejo ya por la mañana?

—Sé que te encantan.

—Bueno sí. ¿Para qué voy a andar mintiendo?... Me gusta ser codiciado por hombres guapos.

El artista alzó una ceja y se le aproximó, jalándolo de la cintura para que sus cuerpos estuvieran pegados uno al otro. Ese aire coqueto convirtió a las rodillas de Jacob en jalea.

—¿Y cómo puede esto ser codicia si ya eres mío?

El sureño se volvió a reír, abochornado.

—¿Estás seguro de que yo era el poeta en nuestra encarnación pasada? Porque con frases de efecto así de buenas me hacen dudar...

—Tú eras el más romántico de los dos —Charles se inclinó adelante, y levantó una de sus manos hacia su cuello para profundizar el beso que le dio a seguir—. A mí solo me gustaba, y me gusta, provocarte... —Al terminar de hablar volvió a repetir el gesto, sonriendo.

—Hey... Si me dejas duro a estas horas de la mañana y no haces nada al respecto, te juro que no morirás por un incendio ni por un derrumbe, sino por mis propias manos.

El pintor se rio y alzó las cejas.

—¿La calentura ya te está dejando así de desesperado?

—Sí.

La respuesta divirtió aún más a Charles, quién lo besó una última vez antes de apartarse, para efectivamente no terminar muerto. Provocar a Jacob era entretenido, pero no quería ser cruel. Si le estaba pidiendo un pequeño descanso de su galanteo, se lo daría.

—Cariño... —el pintor le dijo—. Aunque sería muy agradable comenzar el día echando un polvo, los dos tenemos que ir a desayunar.

—¿No tienes comida por aquí?

—Soy un desastre cocinando, así que no. Lo máximo que hay en mi alacena es galletas y fideos instantáneos —afirmó, sin vergüenza alguna por el lastimable estado de su cocina—. Prefiero salir a comer al café que tengo aquí cerca, en vez de preparar algo yo mismo.

—¿Y así quiere clamar que no eres rico? —Jacob cruzó los brazos y lo encaró con una expresión incrédula.

—Pero no soy...

—Okay, volverás a mentir a mi cara. Lo entendí.

—¡No es mentira! —Charles exclamó, carcajeando.

—Dice el privilegiado, negando que es privilegiado.

—¿Te molesta que tenga dinero, por acaso?

—No. Tengo al sugar daddy de mis sueños, literalmente, en la palma de mis manos; ¿con qué cara crees que voy a reclamar?

Charles sabiendo que el profesor estaba bromeando —tanto por su mueca cómica como por el tono dramático que empleó para enunciar cada palabra—, siguió riendo, sin enfadarse. Tan solo sacudió la cabeza y señaló con la mano a su habitación.

—Ve a ponerte tus zapatos luego y vámonos a comer, que tengo hambre.

—¡Y ahí está el barón al que a años conozco! —Jacob volvió a tirarlo del pelo, riéndose también mientras se iba a recoger sus cosas—. ¡Siempre pensando en la comida primero!

El artista, aunque encariñado por su humor ingenioso y rápido, desvió la mirada y corrió la lengua por el interior de su mejilla, luchando contra sí mismo para no responderle algo extremadamente ofensivo por impulso. Su humor era muy volátil y él lo tenía claro, así que tenía que esforzarse al máximo para no terminar siendo un desgraciado con la gente que amaba.

—Eres increíble... —fue lo único que se permitió decir, entre sus dientes.

—¡Lo sé! ¡Y por eso me amas!

Charles suspiró.

Porque sí. En efecto. Lo amaba, más que al aire que respiraba, la tierra que pisaba, el cuerpo que habitaba... todo.

Reconocía que esto era algo ridículo, si consideraba el hecho de que técnicamente solo lo conocía a un puñado de horas. Pero a la vez, sabía que esto era algo que era precioso, si contemplaba la distancia, el tiempo, y a las propias leyes del universo a las que tuvieron que vencer para reencontrarse.

De todas formas, la verdad no cambiaba.

Sus sentimientos por Jacob eran los mismos que había sentido por Jonathan, a más de un siglo y medio atrás.

Y al contrario de lo que había hecho en ese entonces, él ahora ya no mantendría sus reales emociones y sentimientos escondidos bajo una expresión indiferente. No depositaría toda su angustia en cartas enamoradas. Ahora le gritaría al mundo que lo amaba, porque podía hacerlo.

Cierto era que el peligro de ser él mismo aún existía. Cierto es que la homofobia del ayer seguía viva en el hoy, aunque más débil y disimulada. Pero estaba dispuesto a luchar en su contra. Por la felicidad de Jacob, y por el bienestar de su consciencia, lo haría.

Miró al baúl mientras el profesor se preparaba para su salida.

—Tu historia será reparada, Leopold —murmuró, con un suspiro esperanzado—. Lo prometo.


Los dos fueron a desayunar al pequeño y humilde Café Héron, el establecimiento más cercano al edificio de Charles. Para la sorpresa del profesor que lo acompañaba, el menú era bastante económico —algo que le trajo alivio a su billetera, agredida por el alto costo de vida de la capital—. Además, la sección de repostería era larguísima y se veía deliciosa.

Si en algo los Carcoseños eran infinitamente mejores a los Merchanters, era en preparar unos elegantes y sabrosos dulces.

Tentado por el espléndido menú, el docente se compró un gran pedazo de un pie de limón —junto a un sándwich de queso y jamón y un expreso—, mientras que el pintor se limitó a un simple croissant y un latte sin azúcar.

Charlaron por toda una hora mientras comían, aprendiéndose sus nuevos gustos y anécdotas, discutiendo sus viejos recuerdos y sueños.

El artista descubrió que, aparte de su amor eterno por los libros, Jacob también tenía una obsesión permanente por los videojuegos. Poseía una colección impresionante de consolas en su casa desde su infancia y —pese a ya no tener demasiado tiempo para jugar— se negaba en venderlas o dejarlas ir. Eran sus tesoros más preciados. Además, había llenado sus estantes con estatuillas y figuras de acción coleccionables, y gastado una fortuna comprándose cómics antiguos.

—Eres todo un nerd...

—Sí. Creo que por eso estoy soltero por tanto tiempo —Jacob bromeó, sacudiendo la cabeza.

—Hm, creo que esa soltería no durará mucho tiempo más —Charles contestó con una sonrisa encariñada—. Pero asumo que tu fondo de pantalla se debe a tu amor a los videojuegos, ¿no? —Él señaló al celular del profesor, que se había iluminado por algunas notificaciones de sus redes sociales.

—¡Ah! ¡Sí!... Este es Ezio Auditore, de Assassin's Creed. Es uno de mis personajes de ficción favoritos. Su trama hasta hoy me tiene atrapado, cuerpo y alma.

—Creo que vi la película, pero nunca jugué el juego.

—Pues ya tenemos algo que hacer el día en que vengas a Merchant a visitarme. Porque me niego a dejarte seguir viviendo sin jugar a ese clásico al menos una vez. ¡Tienes que hacerlo!

—Si dices que es tan bueno así, no me negaré a nada —El pintor dio de hombros y se rio.

Sus propios pasatiempos también sorprendieron a Jacob, quien lo encaró con una expresión asombrada por un largo y silencioso minuto, así que él terminó de hablar.

—¿Por qué solo ahora me estoy enterando de que haces natación? —el profesor preguntó, con una sonrisa nerviosa. El espanto provenía del hecho de que tenía vívidos recuerdos del barón teniéndole un miedo profundo e irremediable a sumergirse en ríos, lagos y mares—. ¿Cómo eso sucedió?

—Fue por mi papá... Él fue campeón del torneo nacional universitario de natación una vez, y nunca más se calló al respecto. Me llevaba al Club Clearwater todos los fines de semana cuando yo era pequeño y me acostumbré a ello. Así que es común verme por allá los sábados, hasta hoy. Sé que él hubiera hecho lo mismo con Bruno, pero... el cáncer no lo permitió.

—Lo lamento.

—Ya pasó —El pintor dio de hombros y luego se rio, al agregar:— Además, ahora ese desgraciado tiene mejor físico que yo... Levanta pesas como si estuvieran hechas de cartón. Mientras tanto, yo sigo nadando como un desquiciado, ejercitándome con rigor, y mírame... —Señaló a su propio cuerpo—. Parezco una rana.

—No pareces una rana... —Jacob negó con la cabeza y bebió un sorbo de su café mientras hacía una expresión indignada—. Y también eres musculoso. Incluso más de lo que sueles ser en mis sueños. Y si te soy sincero, todas las veces que te miro estoy atascado entre la admiración y la envidia.

—¿Envidia? ¿Por qué?

El docente bajó su taza y lo señaló a él.

—Cuerpo de un descendiente de Adonis —Luego, se apuntó a sí mismo—. Cuerpo de tío cincuentón al que le encantan los asados, los sofás y las cervezas.

—Exageras.

—Un poco, sí... pero no es mentira que no estoy en forma.

—¿Y? —Charles dio de hombros y no perdió el afecto en su mirada—. Sigues siendo el hombre más atractivo que ya vi en mi vida. En esta, y en todas las otras, de hecho.

—Tierno, pero no mientas.

—No lo hago... —El artista sacudió la cabeza—. ¿Y por qué te mentiría? No soy vegetariano; me gusta la carne.

Jacob se atragantó con un pedazo de pie que recién se había metido a la boca y se rio hasta cerrar los ojos, inclinándose adelante como si su torso estuviera teniendo espasmos. Si fue por el chiste del pintor o por saber que él mismo se veía ridículo así, casi muriendo sofocado por un trozo de tarta, Charles no lo logró determinar. Aun así, carcajeó junto al docente, porque su buen humor era contagioso.

Los siguieron hablando, coqueteando y molestándose hasta que la hora de regresar al atelier y encontrarse con Matthieu llegó.

Para este entonces ambos ya habían aceptado el hecho de que, aunque sus identidades hubieran cambiado, su química seguía exactamente la misma de antaño. La compatibilidad que compartían no había cambiado en lo absoluto.

Esto fue un alivio para los dos. No podían imaginarse lo que hubiera sucedido si se hubieran encontrado, luego de años soñándose y anhelándose, solo para descubrir que detestaban la presencia ajena, y que no podían soportarse. Seguramente se hubieran sentido devastados con aquella ruptura de paradigma.

Pero no tenían que preocuparse más por eso. Porque definitivamente sus espíritus seguían siendo afines, y su amistad seguía siendo fuerte.

Aunque por un segundo, esta noción se vio amenazada bajo la percepción insegura de Jacob:

—¡Ah! Solo para clarificar, antes de que subamos... —Charles corrió una mano por su cabello, peinándolo hacia atrás, mientras esperaban por el ascensor—. Matt y yo solíamos salir, años atrás.

Por un segundo, la alegría del educador se esfumó, siendo reemplazada por una pura y angustiada confusión.

—¿Huh?

—Ya no estamos juntos y ni queremos estarlo, Tengo que decirte esto primero. No hay nada más entre nosotros. Nos dimos cuenta de que siempre fuimos mejores como camaradas, y además él ahora está en una relación súper seria con otro amigo nuestro, Louis... —El pintor lo calmó, haciendo a sus inseguridades retroceder y a su pánico desvanecerse—. Pero sé que es importante contarte la verdad, así que por eso te menciono nuestro pasado. Por si el tema de alguna manera sale a la luz mientras conversamos.

—O-Okay... No hay problema. Si me juras que solo son amigos, pues...

—Nunca debimos ser novios, si te soy sincero. Lo amo, es cierto... pero es algo platónico. Tal vez fraternal, pero... nada más que eso —Charles insistió, mientras las puertas a su frente se abrían—. Puedes hacerme preguntas al respecto, si quieres. Supongo que alguna debe haber surgido en tu mente.

—Lo hizo... ¿Cuánto tiempo estuvieron juntos?

—¿Juntos?

—Hm.

—Como... ¿Alrededor de un año?... Es difícil decirlo porque constantemente estábamos rompiendo y volviendo a salir. Pero si juntamos todos los meses, sería cerca de un año. Nos separamos al inicio de la pandemia. Era lo más justo y sano a ser hecho. Él no era un patán ni nada; de hecho, me ayudó mucho mientras estuve en el hospital; pero ese período nos hizo darnos cuenta de que no estábamos hechos el uno para el otro... Nuestras metas eran demasiado distintas, y nuestros ritmos de vida, opuestos.

—Lo entiendo. Y respeto su decisión de seguir siendo amigos, pese a su historia. No mucha gente hace eso.

—Es que es difícil odiar a Matt, y vas a entender por qué. Pasa vibras de Golden Retriever.

Jacob se rio y sacudió la cabeza. Pero al salir del ascensor y depararse con el sujeto, se dio cuenta de que el pintor no mentía. Desde su cabello rubio y largo, desorganizado, a los tonos amarillentos de su ropa, a su expresión ingenua y rostro amable, el hombre gritaba "Soy la personificación de un perro juguetón e hiperactivo".

Además, su actitud jovial y optimista también reforzaban esta noción.

—¡Hola! ¡Tú debes ser Jacob Argent! —Él se presentó al instante, estirando su mano de inmediato.

—Sí, lo soy —El profesor la sacudió, un poco intimidado por lo carismatico que era el amigo de Charles.

—Un placer; Matthieu Plume.

—¿Y a mí ni me saludas?

—¡Ay, se puso celoso mi niño!... ¡Venga aquí, baboso! —Él hombre se apartó y le dio un tremendo abrazo de oso a Charles, solo para molestarlo.

El artista en sí gruñó como un gato irritado y se intentó soltar de su agarre, pero por unos segundos no lo logró. Cuando al fin se separaron, él lo hizo con una cómica expresión exasperada, que le sacó una carcajada a Matt y lo hizo sacudir la cabeza. Jacob no logró sentir celos alguno de la interacción, porque en sí, fue demasiado infantil y fraternal. Apenas con aquel intercambio, entendió lo que Charles quiso decir cuando mencionó que "nunca debieron ser novios".

Parecían más hermanos que una pareja.

—¿Y? ¿Vas a abrir luego la puerta o quieres que te la rompa al medio? ¡Necesito ver esas cartas! ¡Hoy mismo!

—Ya voy, ya voy... —el pintor se quejó, sacando sus llaves y metiendo una al cerrojo.

—¡Apúrate, hombre! ¡Que mi tiempo es dinero!

—¡Ya te dije que ya voy!

—¡Já! Es tan fácil molestarlo, me encanta —Matt le dijo a Jacob, con una calidez que lo hizo sonreírle de vuelta.

Porque lo hizo recordar exactamente adónde había visto a aquel familiar rostro antes.

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"À plus tard" : "Hasta luego" en francés.

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