Capítulo 6
Después de cenar juntos, los dos hombres decidieron dar una pequeña vuelta por la ciudad. Charles fue quien sugirió la idea, diciendo que debía "recompensar" al profesor por el retraso previo a su encuentro, y también por el tiempo que le robaría el día siguiente, con el livestream.
Jacob no tuvo el corazón de rechazar su propuesta y —pese a estar físicamente agotado— aceptó acompañarlo en su paseo nocturno. Porque si bien por la mañana el sujeto le había caído de lo peor, ahora él reconocía que deseaba su amistad, y que lo hacía con ganas.
Obviamente parte de esto se debía al extraño y surreal parecido que él tenía con el barón, pero sueños y misticismo aparte, el artista estaba probando ser una compañía muy agradable. Y Jacob quería saber más sobre él. Quería comprender su personalidad, su actitud, y estudiar su vocabulario hasta poder hablarlo con fluidez. Quería entender todo lo que lo hacía ser él mismo, y todo lo que él deseaba convertirse en el futuro.
Esto dicho, su ambición no era única. Charles, por su parte, también se encontraba bastante fascinado por él. Se notaba por la manera nada sutil en la que lo observaba de reojo, con un brillo misterioso en la mirada.
—Carcosa por la noche es tan bonita —el docente contempló, mientras ambos caminaban lado a lado bajo la luz amarillenta del alumbrado público—. En especial este sector de la ciudad. Es tan mágico.
A su derecha ambos tenían a la rue Lumiére, una de las calles más antiguas de la urbe. A su izquierda, el fleuve Rouge —o río Rojo—, un caudal que dividía a la capital al medio, y que durante la época colonial solía separar al territorio entre el Reino de Francia y el Reino de Gran Bretaña.
El profesor ya había leído bastante sobre la historia de aquel cauce. Sabía que había sido el escenario dónde la última batalla de la guerra de independencia de 1862 había tomado lugar. Había investigado a fondo las repercusiones de dicho conflicto en la historia de su país y también su influencia en la literatura nacional. No era un ignorante en el asunto.
Pero, ¿quiere eso decir que detuvo el discurso emocionado del pintor sobre el sitio y sobre la revolución armada en contra los colonizadores?...
No. Obvio que no. Fingió ser un total idiota apenas para poder oírlo hablar, usando todo su encanto y elocuencia.
Jacob quería determinar si aquel hombre compartía el mismo nivel intelectual del barón de sus sueños. Y para su alivio, efectivamente lo hacía. Se notaba que Charles era un sujeto estudiado, amante del conocimiento, que poseía un cerebro reluciente detrás de aquella cara bonita. Además de ser un orador entusiasmado, claro.
Y una vez el docente había llegado a dicha conclusión, él decidió abrir su boca al fin y compartir un poco de sus propios conocimientos sobre el tema. Le contó al artista sobre la construcción del Beau Pont —o "Puente Bello"—, un arco que conectaba a los dos mayores barrios de la ciudad, y que le había puesto un fin simbólico a la separación de territorios de la pre-independencia.
Al hablar sobre la guerra de 1862, los dos terminaron volviendo al tema que los había unido desde su encuentro en el museo: Jonathan Silverman.
—Él donó alrededor de cincuenta mil dólares al ejército revolucionario, lo que en dinero actual sería más o menos un millón novecientos mil dólares —Jacob afirmó, metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón.
—Sí, ya había leído sobre sus contribuciones al ejército, y es precisamente por eso que mi teoría sobre su muerte toma aún más peso... Si él era un aliado de la revolución y de la independencia, ¿Por qué incendiarían los rebeldes su casa? ¿Valdría la pena matarlo a él solo por querer ejecutar al barón? ¿Que, bajo todos parámetros, ni era tan importante en la nobleza local?... Los revolucionarios seguramente no eran tan tontos así. Si iban a matar a alguien, matarían a personas influyentes, no a un hombre que se había alejado de su propia familia y casi que renunciado a su título.
—Haces muy buenos puntos, más una vez, pero... —El profesor paró de hablar y ambos detuvieron sus pasos en la mitad del puente por donde caminaban—. Tengo que preguntarte de dónde vino tu interés con la vida íntima de Jonathan y del barón. ¿Por qué estás tan determinado en probar que estaban juntos, y que la baronesa en realidad es la culpable de su trágico fin? O sea... ¿En qué momento te convenciste de ello? ¿Cómo llegaste a esa conclusión?
Charles sonrió y se apoyó en contra del balaustre, invitando a su acompañante a hacer lo mismo. Un viento frío corría por ahí, sacudiendo sus cabelleras y agitando las aguas del río. La luz de la luna se reflejaba en las corrientes abajo, haciéndolas titilar como si fueran estrellas. Poca gente los rodeaba, y menos vehículos aún cruzaban la superficie del puente. Era una noche bastante tranquila y Jacob solo se dio cuenta de ello cuando se detuvo a observarla.
Había estado tan interesado en el pintor, que se había olvidado por completo de admirar sus alrededores.
—Pues... Yo y Jonathan Silverman tenemos una historia larga... —Charles comentó, mirando hacia el horizonte con una expresión pensativa, e incluso un poco tensa.
—A mí me gustan las historias largas —el docente insistió—. Te escucho.
Los dedos del artista golpearon el pasamanos. Él respiró hondo y bajó el mentón por un instante.
—Mi primer roce con los escritos de Silverman ocurrieron alrededor de mis doce años de edad —comenzó su relato, ya haciendo a la sangre de Jacob helarse, sin saberlo—. Tuve que leer una colección de poemas suyos para el colegio. Me terminó encantando su prosa, su sensibilidad, y su forma de ver el mundo, así que decidí hacer una investigación reforzada sobre él... Y ahí me enteré de que algunos historiadores creían que ciertas estrofas suyas habían sido escritas con el barón en mente. Y que algunos de ellos incluso sostenían la creencia de que ambos habían tenido una relación mucho más íntima y romántica de lo que todos han supuesto por más de un siglo —Soltó el balaustre y se giró hacia el hombre que lo acompañaba—. En esa época, yo aún no había sentido atracción alguna por las chicas de mi curso, y no entendía por qué todos mis amigos estaban obsesionados con la idea de tener una novia. Chocar con la poesía de Silverman me hizo entender por qué eso me sucedía... Leer sus novelas, poemarios y biografías fue lo que juntó todas las piezas dispersas de mi rompecabezas amoroso, y me hizo darme cuenta de que era igual a él. Gay.
—Oh...
—Sí... Fue un descubrimiento un poco abrupto, pero la aceptación en sí no fue inmediata. Yo intenté, con todas mis ganas, ignorar que su poesía me había hecho sentir visto por primera vez en toda mi vida, e incluso llegué a tener algunas novias, solo para cumplir con la expectativa social que todos tenían sobre mí... Pero nunca me gustó ninguna. Al menos no cómo debían gustarme... Y alrededor de los dieciséis años de edad, yo decidí darle atención y respeto a la obra de Silverman de nuevo. Tomé coraje y leí su correspondencia con el barón por primera vez. Y sus cartas me dieron el valor que necesitaba para salir del armario, al menos hacia mis amigos. Y a medida que fui creciendo, y le conté también la verdad a mis padres, mi amor por ese autor olvidado y su amante ignorado fue aumentando más y más... Porque sentía que les debía algo a ellos.
—¿Que les debías algo?... ¿Cómo así?
—Yo... no lo sé explicar muy bien —Charles suspiró—. Pero ¿siento que yo debo darles una especie de reparación histórica?... O no sé, encontrar alguna manera de pedirles disculpas por todo lo que pasaron. La manera en la que la sociedad ha tratado el legado de ambos no es nada justa. O sea, imagínate escribir los versos más dulces y hermosos de tu vida hacia el hombre que amas, con la firme idea de proteger tus sentimientos hacia él por el resto de la eternidad, solo para que un historiador cualquiera aparezca en el futuro y les diga a todos que en realidad tu relación era una farsa, que lo que dices es meramente simbólico, y que tu pareja no pasaba de nada más que una "amistad"...
—Yo estaría furioso.
—¡Exacto! ¡Yo igual!... Y por eso quiero, o mejor, necesito hacer algo para preservar su amor. Y de ahí vino mi pasión por defenderlos a ambos.
—Huh. Ahora lo entiendo. Tienes un vínculo muy personal con ellos.
—Así es... —Charles asintió y luego de hacer una breve pausa, inclinó su cabeza hacia un lado, sonriendo—. ¿Y tú? No me has dicho exactamente por qué también eres fan de esos dos. ¿Cómo llegó un sureño a enamorarse de la obra de un escritor como Silverman?
—Si te lo digo, no me creerías —Por alguna razón que no supo explicar, Jacob dejó a estas palabras escapar, arrepintiéndose por su impulsividad casi que al segundo.
—Ya, cuéntame. Nada de dramas. Te creeré.
—No es drama, es que... mi vínculo con ellos es más complicado que el tuyo. Bien más complicado.
—Pues simplifícalo. ¿Cómo te enteraste de quién era Jonathan?
El profesor, sintiendo que aquel era el momento correcto para sincerarse, decidió dar de hombros y hacerlo. Al menos si Charles terminaba pensando que él era un demente ahora, su decepción sería inmediata. Podría lidiar con el dolor de perderlo con rapidez, e irse de vuelta a Merchant sin arrepentimientos. Pero, si esperaba demasiado tiempo para compartirle la verdad, su "amistad" podría terminar arruinada y él podría dejar la ciudad con el corazón sangrando, en profunda agonía.
—Yo... —Jacob corrió una mano por su cuello, llevando a sus dedos a la base de su cuero cabelludo, y dejando evidente el hecho de que se sentía nervioso—. Alrededor de los doce años de edad, comencé a tener unos sueños raros. Muy raros, e intensos... ¡Y-Y no es nada de lo que estás pensando!...
—Estoy quieto —El artista se rio y levantó sus manos, fingiendo inocencia. Aun así, sus ojos brillaron y reflejaron sus ganas internas de carcajear. Porque al pensar en lo que un hormonal niño de doce años, en el auge de la pubertad, estaría pensando al irse a dormir, su mente se fue a lugares ligeramente oscuros. Quiso hacer una broma al respecto, pero se quedó callado. No quería terminar ofendiendo a su acompañante—.Tú sigue hablando tranquilo. Que no te malentendí.
—De acuerdo... —El profesor, un poco sonrojado y avergonzado, fue quien ahora se apoyó en el balaustre—. Ese fue un pésimo inicio, ahora que lo pienso... Reiniciemos. Como decía, a los doce años de edad yo comencé a tener unos sueños muy raros. Inocentes, pero raros. Estaba siempre vestido con ropas de otras épocas, acompañado por gente a quién yo no conocía, y teniendo una relación prohibida con un chico... Lo que obviamente, fue una de las cosas que más me desconcertó de toda la experiencia.
—Huh.
—Como tú, yo intenté ignorar lo que sentía al tener esos sueños, y me convencí durante un tiempo de que era hetero. Pero salir con chicas, besarlas, quererlas... No me hacía amarlas. No como merecían ser amadas. Eran muchachas fantasticas, pero nunca logré sentir nada por ellas. Y mientras dormía, esas visiones no paraban de incomodarme. Así que tuve que aceptar mi sexualidad más a la fuerza que por gusto. Porque todas las noches, me veía a mi mismo siendo el novio de otro hombre, aunque no lo quisiera... Y bueno, te debes preguntar: ¿Cómo se relacionan esos sueños a Silverman y al barón de Charmont? La respuesta... es aún más extraña.
—Sigo escuchando.
—Pues... Hace más o menos un año, después de pasar casi toda mi adolescencia y vida adulta imaginándome un amorío con un sujeto guapísimo al que nunca conocí, sin recordarme su nombre al despertar, ni saber quién yo mismo era durante nuestros encuentros nocturnos... Él me dio información valiosa sobre su actual paradero. Durante un sueño muy fuerte que tuve con él, me contó cosas que fueron imposibles de ignorar —Jacob siguió sin mirar a Charles, por miedo a su reacción. Pero apreció su silencio, porque así pudo seguir discursando sin parar:—, ese extraño de cabello negro y ojos verdes me dijo que lo fuera buscar a "mi vieja casa"... Me explicó que "mi residencia" no había sido del todo destruida por un incendio, como yo lo había creído por otras pesadillas que tuve, y que la misma se había convertido en un museo en la capital... Aquí —soltó una risa aprensiva.
—Espera, estás diciendo que...
— ¡Yo sé! ¡Sé que eso suena absurdo! ¡Pero para ese entonces yo no tenía idea sobre quién era Silverman! Nadie habla sobre él en el sur. Solo cuando yo y mi madre nos pusimos a investigar sobre ese tal museo, cuando me desperté, fue que ambos descubrimos que el lugar era real, y que yo había existido... bueno, Silverman. Y que el barón también lo había hecho.
—Entonces... tú...
—Te juro que no estoy mintiendo.
—Jacob...
—Si crees que estoy loco lo entiendo, puedes carcajear si quieres y...
—Mírame —El artista ordenó, con una voz más clara, seria y conmovida.
Confundido por la diferencia de tono, el profesor se volteó hacia él con el ceño fruncido y el rostro arrugado, esperando lo peor.
Lo que vio a su frente lo dejó aún más asombrado.
Charles tenía los ojos llenos de lágrimas y su boca estaba partida, moldeando su semblante en una expresión que mezclaba tanto su felicidad como su sentimental devastación.
—¿Qué sucede?
El hombre en cuestión dio un paso adelante, quedando a centímetros de distancia del docente.
—S-Sé sincero...
—Te juro que lo estoy siendo.
—Escúchame...
—Lo hago.
—¿Qué fue lo último que hicimos antes de morir? —Charles preguntó con una voz baja, grave, y bastante temblorosa.
Los ojos de Jacob se abrieron a su máxima capacidad y su mandíbula se movió de arriba abajo, luchando contra sus cuerdas vocales para intentar decir algo coherente. Otra ráfaga de viento sacudió el cabello de ambos y desajustó sus ropas. Pero el espeluznante escalofrío que descendió por su espalda no surgió gracias a ella.
Surgió por notar que el pintor lo reconocía.
No como Jacob Argent.
Sino como quién una vez había sido...
Jonathan Silverman.
—Tú... —el docente balbuceó—. ¿T-Te acuerdas de mí?
—D-Dímelo —Charles lo interrumpió y rogó, apenas siendo capaz de sostener su llanto—. ¿Qué h-hicimos antes de?...
—Nos besamos —el sureño contestó con una voz baja y débil, como si el hacerlo fuera una injuria hacia el universo que durante décadas se había empeñado en separarlos—. Me jalaste hacia ti, desesperado, y me besaste... y entonces... el techo...
—Colapsó —el pintor completó su pensamiento, dejando que sus lágrimas al fin cayeran—. ¿John?... ¿De v-verdad eres tú?...
—Leopold.
De esta vez, quién lo agarró y no lo dejó ir fue el propio Jacob. Abrazó a su amante perdido como si temiera que aquel momento fuera un sueño más, del que se podría despertar a cualquier minuto. Lo sostuvo cerca, con todo el amor que le había guardado por años, sintiendo el celestial alivio de encontrar a la cosa más preciosa que ya había perdido. De estar unido a la otra mitad de su alma otra vez, luego de haberla visto desaparecer en las tinieblas cósmicas del éter.
—N-No puedo creer que estás aquí... q-que eres tú... en carne y hueso...
—Me pediste que te viniera a buscar, ¿no?
—¡Sí, pero eso fue en un sueño!... Y no pensé... —Ambos se apartaron por unos segundos, solo para ver el desastre que se habían vuelto, con las mejillas mojadas y el rostro enrojecido—. No p-pensé que realmente existías, siquiera. ¡Creí que estaba loco, por años!
—Pues aquí estoy... —Jacob se rio—. ¡Y como dices, en carne hueso!
—Y vivo —Charles contempló, deslumbrado por dicha epifanía—. Los dos estamos vivos... Y t-te acuerdas de mí...
—Sí.
—Pero... ¿cómo? ¡El t-techo!...
—¿Reencarnación?...
—No, ¿c-cómo nos logramos reconocer?...
—Haces muchas preguntas.
—¡Debo!... Esto es.... Es... —El pintor sacudió la cabeza—. ¡Es un milagro!
—Bueno, sí —el profesor dijo, y con cierta timidez llevó su mano a la mejilla del artista. La acarició para calmarlo, y el viejo gesto siguió funcionando de maravillas. La postura rígida y rocosa de Charles se ablandó—. Pero Dios como estoy feliz de haberlo recibido. Lo único que siempre he querido, desde mis doce años de edad, es tenerte al frente mío... y ahora lo hago.
Los dos se miraron a los ojos. Y por primera vez, desde el inicio de su adolescencia, fueron capaz de tener a sus almas frente a frente, encarándose en un medio físico, tangible, y real. Las emociones que inundaron el fondo de sus pechos y que revolcaron sus órganos con su fuerza bruta los llevaron a derramar más lágrimas. Y también a hacer algo que, durante aquella mismísima mañana, les hubiera parecido demasiado improbable, y demasiado impulsivo de intentar.
Los dos se inclinaron adelante, al mismo tiempo, y se besaron bajo la tenue y gentil luz de la luna, de los edificios de la ciudad, del alumbrado público, y del imponente universo arriba. Se besaron sin pensar en los demás, en sus pérdidas, inseguridades, temores, dudas, deudas... y confirmaron algo que ya sabían: Aquel reencuentro no era una coincidencia.
El destino los había unido otra vez de manera planeada y justa, en vez de meramente incidental.
Aquí estaba la reparación histórica que Charles siempre había anhelado completar. Aquí estaba la verdad de los hechos que Jacob siempre había deseado conocer.
Estaban juntos otra vez. Y ya nada los volvería a separar.
—Ven c-conmigo a mi hotel... —el docente dijo, entre besos menores y más agitados, que resultaban ser tan dulces como lujuriosos—. Te extrañé demasiado.
—Claro que lo haré —el otro hombre respondió, con el mismo nivel de deseo y de anhelo—. A tu lado es el único lugar en el que quiero estar ahora.
—Entonces vámonos luego... Porque tenemos más de 160 años a los que reivindicar.
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RECUENTO DE PALABRAS: 2773
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