[4.] Lo que implica un corazón roto
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La mañana del entierro, Ilari se preguntó si ser una sombra le ayudaría a escapar de la ronda de abrazos y condolencias que le esperaban al salir del cementerio.
La dinámica a seguir de los funerales era algo a lo que Ilari nunca le había prestado atención. Ver los ataúdes en las maleteras de los taxis, colocar marchas fúnebres por horas para avisar a los vecinos que un familiar había muerto, encargarse de cosas como las lápidas o las coronas de flores... todo ello eran cosas que jamás sintió que llegaría a experimentar en carne propia. No hasta que la muerte se hizo una presencia física y real en su vida.
De todas las personas que habían venido a velar a su abuelo, Ilari apenas y reconocía a unos cuantos tíos. Los nombres de todos los demás, ya fueran primos, sobrinos o ahijados, no eran más que grandes manchurrones en la tranquila pared de la que se conformaba su existencia. Él sabía que su presencia allí solo era un mero contrato social para dar una buena impresión, pero eso no hacía más fácil el hecho de imaginarse siendo rodeado y apachurrado por todos ellos cuando el momento llegara.
—No debería sorprenderme viniendo de ti, Ilari —suspiró Amaya, su madre, con una mano frotando su frente. Había algo en su forma de hablar suave y calmada que siempre lo ponía nervioso—. Viniendo a provocarme problemas tan directamente... ah... ¿no podrías considerar un poco cómo voy a quedar cuando ninguno de mis hijos esté en la ceremonia para despedir a los invitados?
Ilari no entendía cómo es que negarse a ir al cementerio era un sinónimo de él queriendo ocasionarle problemas a su madre. Él solo creyó que ya que su abuela no asistiría, alguien debía quedarse a acompañarla, para evitar que arrancase todas las flores que rodeaban la casa. Sin embargo, cuando quiso explicarse, su madre ya había comenzado a hablar. Como de costumbre.
—...favor has este esfuerzo solo esta vez. Cuando el bus llegue, necesito que guíes a todos mientras yo me ocupo del transporte del ataúd.
El ataúd. No "tu abuelo" o aunque sea "el cuerpo". El ataúd a secas.
Ilari hizo un sonido de afirmación y se alejó de ella para dirigirse hacia "el ataúd". Ya que Violeta andaba desaparecida e Ilari sinceramente no se sentía a gusto con la idea de que lo consolaran por su perdida en ese momento, pensó que al menos el muerto sí estaría dispuesto a quedarse callado para escuchar sus quejas.
Cuando Ilari estuvo delante de la caja de madera y pudo ver el interior, se quedó quieto por varios segundos para tratar de entender lo que tenía ante sus ojos.
La persona echada y de ojos cerrados ante él era efectivamente su abuelo, pero no parecía tal. No era el hombre que recordaba y la situación en sí tampoco era como se describía en los libros. Gerardo no parecía estar "durmiendo solamente" ni mucho menos se veía como una persona lista para jugar una broma y declarar ante todo el mundo que había vuelto a la vida gracias al Evangelio de Lucas. Gerardo se veía... muerto. Su piel estaba cubierta de un color de maquillaje demasiado blanco para ocultar los hematomas y había un par de algodones en los orificios de su nariz para prevenir que jugos extraños salieran. El rictus en su rostro en general era suficiente para generarle a cualquiera una apoplejía.
Ilari no supo por qué, pero en ese momento, se le ocurrió que sus antepasados se les había escapado un tornillo al considerar bailar con los cadáveres de sus familiares cada año en el día de los muertos. Apenas contuvo una risa al imaginar a la correcta y fina Amaya bailando con su suegro en brazos, la imagen tan hilarante como retorcida. Pero cuando se dio cuenta de que estaba en medio del salón, con más de veinte personas velando a Gerardo con música depresiva y en volumen bajo, el pánico lo recorrió por completo al darse cuenta que un par de desconocidos sí que habían notado su exabrupto.
Ilari no tuvo más remedio que agachar la cabeza y disimular sus ganas de ir al baño.
No tenía idea de cómo se las arreglaría para dirigir a todas esas personas a los buses que los ayudarían a dirigirse al cementerio, pero ese era un tema para preocuparse luego. Lo primordial era respirar, calmarse y convencerse de que estaba bien. Que podía sobrevivir al resto de ese día y llegar a su cama. Respirar, imaginar que Gal llegaría dentro de poco y juntos podrían...
Al doblar la esquina en que los tulipanes amarillos comenzaban a marchitarse por la falta de cuidado, vio la espalda de un mujer. Alguien que se le hizo vagamente familiar.
La última vez que la había visto, ella tenía alrededor de diecinueve años. Una joven recién graduada del colegio cuyo cabello castaño claro alcanzaba su cintura, un halo brillante que representaba todo lo que era ella. Alguien talentosa que desde siempre había estado rodeada de halagos, trofeos y medallas. La epítome de lo que significaba ser luz e iluminar a todos los que estuvieran a su alrededor.
Y como toda fuente de luz deslumbrante, una sombra como Ilari debía ser creada para contrarrestar aquel fenómeno. Porque así estaban destinadas las cosas para aquellos cuya existencia era reflejada incluso en sus rasgos. Mientras Ilari se quedó con los grises y los negros; los colores castaños, azules y rosados fueron para Gal.
—¿Galine? —susurró.
Pudo haber corrido. Pudo haberse lanzado a sus brazos como tantas veces había imaginado, ella habría sido la de las lágrimas y él la persona confortada; un momento pacífico hecho para ser recordado en noches de tormenta al resguardo del calor de una chimenea. Pero no se movió. Ilari ya se había hecho a la idea de que ambos no llegarían a tiempo, que nadie estaría dispuesto a acompañarlo y quedarse a su lado en silencio, sin estúpidas palabras de aliento que lo tenían más que harto.
Miedo fue lo que lo detuvo. Miedo a romper aquella escena si resultaba ser una ilusión. Si resultaba ser que Gal se desarmaría en piezas de porcelana, como la muñeca vacía en la que su hermana se había transformado en la pesadilla que lo había asaltado luego de tocar a Willow.
El mismo miedo que se haría su guía de allí en adelante.
La joven giró su cabeza en dirección a Ilari para comprobar si la llamaban a ella. Luego dio un par de pasos para enfrentarlo. Ese proceso no tomó más de cinco segundos, pero un sudor frío recorrió la espina de Ilari, helando su sangre. Porque todo lo que vio en esos cinco segundos no pertenecía a su hermana, no era ella en absoluto.
Galine era la luz, siempre lo había sido. Saltarina y vivaracha, con ojos brillantes que lo observaban y cuestionaban todo. Gal no era lo que tenía delante en ese momento. Pasos sin saltitos, mirada neutra, voz y pensamientos incuestionablemente racionales.
—Buenos días, Ilari. Padre y yo llegamos hace unos minutos. ¿Madre y tú necesitan algo? ¿Los invitados continúan dentro?
—¿Galine? —repitió, sin poder armar un pensamiento coherente. Quizá si repetía su nombre más de una vez, su hermana comenzaría a comportarse más como ella. Más como la chica que era hace nueve años, o hace tres, acorde a la última llamada que Ilari había recibido de ella.
—Ilari, responde a mis dudas para que pueda ofrecer mi colaboración. —Gal se acercó a él con pasos firmes y espalda recta. Lo enfrentó con sus cinco centímetros de diferencia, mirándolo hacia arriba mientras hablaba—. ¿Madre y tú necesitan algo?
El joven boqueó un par de segundos antes de explotar.
—¡Galine, todo está bien allá dentro! ¡Mi problema es contigo! —Ilari presionó su mano contra su boca, haciendo su mejor esfuerzo para calmar su ansiedad creciente—. No me has hablado en años... ¿y lo primero que me preguntas en el funeral del abuelo es si los invitados están dentro? ¡¿A quién mierda le importan los invitados?!
—Ilari, baja la voz, controla tus emociones y ordena tus prioridades. Mi llegada no es lo importante, es encargarnos del entierro. Buscaré a nuestra madre en tanto tú te tranquilizas...
Todo lo dijo mientras avanzaba hacia la sala, el lugar del que él había escapado hace tan solo minutos. Allí no podía volver, así que en medio de su desesperación, decidió alcanzar su mano y detenerla.
Ilari era un cúmulo de sentimientos en ese momento, un ente cuyas emociones giraban descontroladas en su mente y agitaban su corazón. Las oraciones revueltas, un nudo en su garganta, acidez en su estómago...
Pero cuando la tocó... todo eso se convirtió en nada.
No es que algo mucho más enrevesado lo golpeara y tampoco era como si tocarla hubiese calmado sus palpitaciones como si de un placebo milagroso se tratase. Fue más bien que todo se hundió hacia una oscuridad vacua, un abismo sin fin en el que todo a su alrededor desapareció, dejándolo con una sensación de soledad sin límites. No hubo olores, no hubo ruidos ni tampoco rastro de vida. Habría dado igual que las personas en el velorio lo rodearan o que su abuela llegara a sostenerlo, esa nada que se tragó su realidad y lo hizo sentirse terriblemente indefenso aún habría permanecido allí.
No sabía cómo, pero el medallón había vuelto a su agarre.
Sin importar que lo hubiera colocado en la cajita musical hace un par de días, sin importar que ese objeto maldito debería estar acumulando polvo en una esquina olvidada en su armario. Sin importar la falta lógica que conllevaba tocar el frío metal contra las yemas de sus dedos mientras hurgaba en sus bolsillos, como si esa cosa hubiera aparecido por arte de magia allí en el momento que tocó a su hermana.
Nada, nada de eso importó porque no cambió ninguno de los hechos que siguieron al entierro de su abuelo. La muerte de Gal pocas semanas después, o la de sus padres en diciembre de ese mismo año. El que Ilari cambiara de apellido y tratara de borrar todo lo que lo relacionaba con Haruki Ito o con quien alguna vez fue Galine Ritz, la primera paciente que se sometió al Corte de Lazos.
El punto es que Ilari se hizo uno con el medallón a partir de ese momento, ajustando su vida y sus relaciones a la voluntad de ese objeto.
Ilari Saenzi nació así, el día en que su hermana rompió su corazón.
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Capítulo dedicado a AnnabellaG.
Gracias por el precioso banner para esta historia. ToT ♥♥♥
Y ahora sí, adiós a la introducción y el Ilari llorón, hola a la historia principal del Bad Boy. XD
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