[3.] Lo que es mejor mantener fuera de la vista
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El vendaval de emociones que lo había desequilibrado al tocar a Willow la primera vez no estuvo presente en esa ocasión. En su lugar, la experiencia fue similar al goteo del rocío de las hojas en primavera, constantes y frescas gotas de agua que provocaban pequeños escalofríos allí donde caían.
Al principio creyó estar tocando seda hecha largos mechones de cabello deslizándose entre sus dedos, desenredándolos con las yemas y armando delgadas trenzas sin fin. Su estómago le dolía porque alguien le hacía cosquillas y plantaba besos en sus mejillas y cuello. La ronca voz tenor de un hombre completaba la escena y llenaba el ambiente sutilmente al ritmo de un piano, su tono gentil hecho una canción de cuna que llenaba el espacio para esa persona que era y no era Ilari.
Un apretón de mano evitó que su mente se perdiera por completo en ese cúmulo de experiencias extrasensoriales.
—¿Qué sientes, Ilari? ¿Qué están tocando tus manos? —preguntó Violeta.
Con los ojos algo dilatados, mirando hacia la nada, Ilari respondió:
—Cabello.
—¿Qué estás haciendo con ese cabello?
—Lo estoy trenzando... —El joven tenía una sonrisa boba en los labios—. Lo estoy intentando con todas mis ganas, pero no dejan de hacerme cosquillas.
—¿Por eso estás temblando? —Violeta trataba de calentar la temperatura de la piel de Ilari frotando la piel del dorso de sus manos. Luego envolvió ambas y las llevó cerca de su boca para alejar el frío usando su aliento.
Nada de esas cosas fue detectada por Ilari.
—No, es porque me hace frío en la espalda. El césped está mojado y...
Violeta lo dejó ir entonces.
—No hay césped aquí, Ilari.
Ilari parpadeó confundido y no pudo evitar llevarse dos dedos a la sien. La cabeza le latía sordamente a pesar de que él no era un chico de migrañas, sino de retortijones de estómago. Se sentía cansado, pero de una buena forma. Incluso podría haberse puesto a tararear la canción que se había quedado grabada en su mente luego de... luego de...
—Abue, ¿será que conoces esta canción?
—¿Cuál? ¿Puedes cantarla para mí?
Ilari dudó un poco. El hombre que había estado cantando lo había hecho en un idioma desconocido para él, por lo que se limitó a tararear la melodía. Mientras tanto, Violeta se acomodó una vez más a su lado, su espalda apoyada contra una almohada mullida y su atención enfocada en Ilari.
Al final, el joven terminó recostado en sus muslos. Las emociones que había experimentado al tocar el medallón —olvidado en algún lugar entre las mantas— estaban en sincronía con su situación actual; él se había sentido amado y protegido por manos similares a las que estaban tocando sus cabellos.
—No, Ilari. No me suena. ¿Qué tipo de música era? ¿Cuánto es lo que recuerdas?
—Creo que era algo así como ópera, con un piano de fondo. No era como si estuviera en un concierto, más como si hubiera una radio de fondo o algo así.
Violeta asintió pero no añadió nada. La tensión que se había construido entre ellos parecía haberse esfumado, Ilari ni siquiera entendía por qué había estado tan desesperado en primer lugar. No era como si el medallón se hubiera colado a su piel o le fuera imposible quitárselo. Mientras no lo llevara puesto, por mucho que lo intrigara, no representaba amenaza alguna.
—¿Crees en las vidas pasadas, Ilari?
La paz que había comenzado a experimentar lo había empujado a un estado soñoliento, por lo que le fue difícil responder al principio.
—Eh... —dudó Ilari, frotando su nariz para tratar de espabilarse—. ¿Te refieres a las reencarnaciones?
—Sí, ¿crees en ellas?
—No lo sé —respondió con honestidad—. Son cosas que ves en películas, así que creo que no.
Las manos de Violeta dejaron de moverse. Suspiró.
—¿Y qué hay de los mundos paralelos?
Aquello lo descolocó más. Las preguntas que le estaba planteando Violeta eran inverosímiles cuando menos. Ese tipo de temas de conversación que rondaban la ciencia ficción y la fantasía eran el tipo de charlas que él esperaba tener con amigos de su edad, no con su abuela de 61 años.
Aunque, debía admitir, el collar era ese tipo de objetos que encajaba en asuntos de ciencia ficción.
—Creo más en la vida extraterrestre que en mundos paralelos, la verdad —Ilari la observaba desde su posición inferior, sus explicaciones hechas con gestos grandilocuentes para dejar su punto claro. El cosmos era tan basto como sus brazos extendidos—. Las cosas ya son complicadas con un universo que no para de extenderse como para añadirle hermanos alternos, ¿no crees?
Violeta ocultó una suave risita tras sus manos, pero aquello no aligeró la seriedad en su tono o la forma en que miraba a su nieto.
—Pero esa es la mejor explicación que tengo en lo que respecta al medallón, Ilari.
Ilari se incorporó con rapidez.
—¿Hablas de los mundos paralelos?
—O las vidas pasadas —complementó Violeta—. No tengo idea de cuál de ellos es, lo único que logré entender en todos los años que vi a tu abuelo usar el medallón es que las sensaciones que experimentaba no eran suyas, sino las de alguien parecido a él. Ya sea las de su vida pasada o de su vida paralela.
El dolor tras sus ojos empeoró. Ilari apenas y podía soportar los latidos molestos en su cabeza, así que trató presionando sus ojos con las palmas de sus manos. Con fuerza.
—Abue, no estoy entendiendo nada.
—No hay mucho que entender —lo consoló ella—. Primero, ese medallón fue pasando de generación hasta que llegó a tu abuelo y luego a ti. Y segundo, las impresiones que obtuviste de la gente que tocaste no te pertenecían a ti, sino a alguien más.
—Mi vida pasada... o mi vida paralela... —completó Ilari.
—¡Exacto! —Le dio palmaditas en la cabeza a modo de felicitación—. ¡Ya lo entendiste!
—Pero... ¿tiene sentido? —se quejó el joven—. Yo... no entiendo. ¿Por qué esa cosa llegó a mis manos? ¿Por qué hace que experimente esas emociones raras cuando toco a la gente? Un momento...
Según las palabras de su abuela, ella había visto a uno de sus tatarabuelos llevarlo. Luego había sido su abuelo Gerardo quien al parecer había utilizado el medallón toda su vida. Por muy aterrador que aquello sonara, Ilari no podía ignorar el hecho de que su abuela no había mencionado a su padre.
Su padre, quien volvería de Japón tras nueve años de viaje junto a Gal, su hermana mayor.
—¿Qué hay de mi papá? —inquirió Ilari—. ¿No debería haberlo heredado de él?
En ese momento, algo destelló en los ojos de su abuela. Había culpa allí, perfectamente reflejada en la forma en que sus hombros se hundieron. Pero también había un sentimiento mucho más oscuro, su nariz y su boca arrugadas en una mueca de repudio que pocas veces había visto en ella, solo cuando hablaba de los tiempos en que la basura solía acumularse en botaderos cerca de su casa, porque ella se había visto obligada a crecer rodeada de aquel olor nauseabundo.
Violeta resopló antes de responder.
—No, tu abuelo nunca se separó de esa cosa.
—Así que no puedo entregársela a mi papá, ¿cierto?
—No —dijo Violeta—. Si mi sospecha es correcta, él tampoco puede tocarla.
El cuerpo de Ilari se desinfló. Ese hecho añadía otra duda respecto al dichoso medallón, pues al parecer Ilari había sido el "afortunado" elegido, mientras que su padre ni siquiera sospechaba de la existencia de tal objeto. Las posibilidades detrás de esta elección eran tan bastas como el universo, pero Ilari ni siquiera podía comenzar a deducirlas porque no tenía idea del alcance exacto del poder que acarreaba esa cosa.
No obstante, el problema se podía resolver con bastante facilidad.
Ilari se incorporó de su sitio y buscó la cajita musical por la que todos sus problemas habían comenzado. Planeaba dejar el medallón allí y no volver a sacarlo jamás. Se olvidaría de su existencia y de que alguna vez lo había recibido; no le había traído más que dificultades y no era algo que necesitara para vivir o respirar precisamente.
—¿Estás seguro, Ilari? —preguntó su abuela.
Ilari hizo un ruido de confirmación.
—Sip, oculto de la vista y lejos de la mente es mejor. Así no tendré que preocuparme de lo que pueda hacerme y podré seguir viviendo con normalidad.
Violeta entrecerró los ojos.
—¿No te tienta, Ilari? —Violeta no sonreía, su tono era casi jocoso, pero tenía un borde afilado oculto allí. Era como si lo estuviera tentando, como si quisiera convencerlo de usar esa cosa—. Sabes que esas sensaciones podrían ser premoniciones, ¿cierto?
La cadena que sostenía el medallón cayó con un sonido metálico y pesado en la cajita musical. Ilari no sabía por qué, pero no quería enfrentar a su abuela.
—¿Premoniciones? —preguntó mientras cerraba la cajita y la depositaba en la parte alta de armario, escondida entre las fundas que no utilizaba en invierno—. ¿A qué te refieres, abue?
—Las sensaciones variaron de persona a persona, ¿no? La chica hizo que sintieras tormento y posiblemente asco, mientras que conmigo fue algo mucho más suave, algo que tranquilizó tus nervios. —Violeta cruzó las piernas y llevó una de sus manos a su barbilla—. ¿Qué crees que significa eso?
Ilari lo ponderó por un momento. Este asunto no se limitaba a picar su curiosidad, sino que vigorizaba ese lado suyo que sospechaba de todo.
—Que las impresiones que obtengo de las personas que me rodean varían... No...
Si tomaba en cuenta que al tocar a su abuela se había sentido cálido y seguro, lo mismo que sentía con ella día con día, eso quería decir que lo que su otro yo había experimentado no variaba demasiado de la realidad de Ilari. Lo que significaba...
—Si hablas de premoniciones, estás sugiriendo que puede que experimente sensaciones similares con las personas a las que toco. Cosas que mi otro yo sintió con personas parecidas a las de este mundo, tiempo o lo que sea.
Esa era la conclusión más sencilla.
—Correcto —lo felicitó su abuela.
Sin embargo, había algo más que debía decirse, así que dio un paso al frente para poder enfrentar su mirada con más seriedad.
—Eso que me dijiste de las premoniciones y que me estés tentando a usar el medallón, eso... significa que hay cosas que estás ocultando a propósito, abue. ¿Por qué no quieres contarme toda la verdad? ¿Qué es todo este misterio?
Violeta se deshizo de su postura relajada. Sacó sus piernas de las mantas para finalmente sentarse al borde del colchón. Su mano dio un par de palmaditas al espacio a su lado, invitando a Ilari a que se sentara junto a ella una vez más.
Ilari decidió permanecer parado. Ella no insistió.
—Hay... algo que quiero comprobar —admitió Violeta. Seguramente de allí provenía su culpa—. Tiene que ver con el medallón y con tu abuelo. Pero si te lo digo, me temo que todo será inútil.
Ilari presionó sus labios con sentimientos encontrados, difíciles de discernir. Por un lado estaba la frustración de ser mantenido en la oscuridad y no poder saciar su curiosidad. Por el otro, estaba un ligero pinchazo de decepción y dolor, porque sentía que su abuela no confiaba lo suficiente en él.
Dudó en hacer la siguiente pregunta porque temía saber la respuesta.
—¿Tiene...? ¿Tiene que ver contigo y que estés deshaciéndote de las cosas de mi abuelo tan rápido?
«¿Tiene que ver con el hecho de que no parezcas afectada por su muerte en lo absoluto?», fue lo que no se atrevió a preguntar.
Los ojos de Violeta se agrandaron por la sorpresa. Si fue por ser descubierta o por la pregunta tan directa, Ilari no lo pudo discernir.
Era una de esas dudas que los jóvenes intuían pero no se atrevían a decir muy seguido. Pero esa mañana, al verla tan fresca y de alguna forma vivaracha, tarareando canciones mientras despejaba su armario, hizo que una sensación pesada se asentara en su pecho.
Desde que podía recordar, sus abuelos no solían hablar con frecuencia entre ellos. No es que se trataran mal o tuvieran desavenencias, es que simplemente no hablaban. Su abuelo siempre enfocado en el huerto de naranjas o en los otros terrenos que tenía a su nombre. Su abuela preparando mermelada de frutas y regañándolo por pasar tantas horas pegado a esos juegos de computadora a los que ella no les veía punto. Viviendo en la misma casa por décadas, pero ignorándose como un par de extraños los haría.
Ilari no había esperado verla llorar exactamente. Sin embargo, tampoco previó esa nada que parecía rodearla, ese desapego cruel que se manifestaba en el hecho de que ni siquiera se estaba molestando en organizar el funeral o llamar a sus amigos y familiares. De ella provenía un vacío de emociones que sinceramente helaban a Ilari, mucho más que el prospecto de ese objeto plateado y con un símbolo de alas acechando y amenazando su vida y todo lo que conocía.
Se quedaron viendo en silencio por un par de segundos antes de que Violeta le respondiera con una sola palabra.
—Sí.
En otro lado del mundo, sentada en el asiento de un avión a punto de despegar, una joven esperaba a que todos los pasajeros se acomodaran para regresar a casa tras nueve largos años. Pero no se movía. Permanecía allí en una postura recta y tensa, con las manos sobre las rodillas y con la vista al frente.
Para los humanos, era común distraer su mente con revistas y libros, o películas y series que rodaban durante todo el viaje. Pero no ella, no más.
Su padre, a un costado, le ofreció una manta para cubrirse.
—No es necesario —respondió Gal.
Tras unos minutos, su padre lo intentó de nuevo, esta vez ofreciéndole algo de comer o beber.
—No es necesario —repitió ella—. Las comidas deben ser tomadas cinco veces al día en horarios específicos. El agua no debe sobrepasar un total de ocho vasos.
Su padre, con una frustración creciente que no había parado de aumentar desde que los primeros resultados de la cirugía de Gal habían indicado el éxito del procedimiento, no pudo hacer nada más que mantenerse sereno. No podía gritar. Aunque quisiera, aunque se muriera de ganas, no podía hacerlo.
El viaje duró más de diez horas, pero Gal Ritz no se movió en ningún momento.
Los movimientos innecesarios eran una pérdida de tiempo.
Dormir más de lo debido ocasionaba más problemas que beneficios.
Todo debía ser medido y calculado por la lógica y la razón.
***
Nunca en mi vida había escrito tanto dialogo...
No se acostumbren. XD
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