N•8 Fuga
–Creo que no entiendes lo que es estar castigado.
Le reproché en la cara, aunque no sé si era su cara. No alcanzaba a distinguirlo entre la penumbra.
Él me confirmó lo contrario.
–Se exactamente lo que significa estar castigado. Cuando me haces la ley del hielo siento que me castigas e intentas alejarte de mí. Sé que me odias por ser el hijo perfecto en la familia y te entiendo. Todos esperan grandes logros de mí y como no quiero decepcionarlos...
–Lo aceptas.
Termine la frase por él ya que no pensaba terminarla. Prefería dejar la conversación en el aire que confesar los sentimientos que guardaban su interior.
Mi instinto de hermana mayor me indujo a consolarlo, aunque no veía su rostro la angustia en sus palabras reflejaban el dolor que llevaba encima, que los adultos lo obligaron a cargar.
Entre la penumbra no sé qué es lo que acariciaba pero él me confirmo con una risita silenciosa.
–Si intentas tocar mi cabello. Te aseguro que es más arriba.
Nos reímos en silencio y me aliste con lo primero que encontré, unos pantalones deportivos y una camiseta que era tres tallas más grande que la mía, ni siquiera sabía que tenía esa ropa aun en mi armario.
Entre la escasa luz de la linterna que trajo consigo Eberhard para evitar encender la luz por si existía la posibilidad de que nuestros padres estuvieran aun despiertos, me alumbro para confirmar que llevaba puesto y pude escuchar cómo se le desencajaba la mandíbula. En un bufido y el desagrado de su voz me indico de una manera no tan discreta de su parte, de todos modos ya me lo esperaba.
–Amara, vamos a una fiesta no al refugio de los mendigos.
Le quite la menor importancia a su comentario, no tenía vestidos elegantes, y me sentía más cómoda con esa ropa.
–Tú vas a la fiesta. Yo solo...yo...en realidad no se para que voy...
–En caso de que nuestros padres se enteren que nos escapamos de casa y desobedecimos su castigo compartiremos la culpa.
Cada vez que lo escuchaba hablar sentía que la única perjudicada iba a ser yo y que Eberhard se sentía ajeno de todo pecado al intentar meterme en problemas. Valla hermano que tengo. Al menos amortiguo mí caída cuando perdí el equilibrio y caí de la ventana del segundo piso de mi habitación y no se quejó cuando le pise, sin querer, sus testículos cuando me puse de pie. Bueno, se quejó un poquito, lanzo unas cuantas maldiciones en silencio e intento respirar profundo.
Si no queríamos despertar a nuestros padres debíamos permanecer en silencio. Casi lo tuve que arrastrar, literalmente, para alejarlo de la propiedad. No sé cómo entraremos por que la llave de la casa nos la arrebataron como parte del castigo. Tendremos que improvisar.
–¿Aun te duele?
Le pregunte mientras llevábamos quince minutos caminando.
–Eres una maldita ¿Lo sabias?
Me fulmino con la mirada, apenas podía contener la risa. No voy a mentir, me estaba divirtiendo al escaparme de casa con mi hermano. Como buenos hijos, en ciertos aspectos, obedecíamos y respetábamos cada orden infundida por nuestros padres.
Cuando tenía doce años me escape de los nefastos gritos de mi madre del auto en movimiento por suerte no iba rápido, resulte con algunos magulladuras y raspones pero nada grave. Desde ese entonces que no me he vuelto a escapar.
–¿Por qué quieres ir a la fiesta de Derek?
Le pregunte para llenar el silencio vacío de nuestra caminata.
–Porque será divertido...– Al ver mi rostro no muy convencida con la respuesta añade:–Porque sale de la rutina de estudiar todos los días.
–Pero si fueras todas las semanas a alguna fiesta, también seria rutinario.
Le reproche pensando en cada palabra que salía de mis labios. No sabía si utilice las palabras correctas.
–A veces eres bastante inteligente.
Lo explico sorprendido por mi análisis. Su comentario poco delicado no me pareció del todo ofensivo, incluso podría designarlo como un alago.
Cuando iba a formular una nueva pregunta me indica con un movimiento de cabeza que llegamos a nuestro destino.
–Allí es la fiesta.
Desde la distancia se escuchaba una leve música que retumbaba en mis oídos. Tenía pocos segundos para pensar en una excusa para no ingresar a aquella enorme casa. Aun que me negara a entrar Eberhard me obligaría y si era necesario me cargaría dentro, es más, como vio que avanzaba a pasos de tortuga me levanto y cargo en su hombro, sin pedirme permiso.
La sorpresa fue mayor de lo que creí, casi me da un infarto, le suplique que me bajara. Tenía la leve esperanza que lo haría.
–Eber, se caminar. Bájame, te lo imploro.
Que incómodo es que me carguen en el hombro y sienta como mi estómago es comprimido por mi peso pero era más incómodo llegar a una casa ajena en estas condiciones e ingresar a la sala y que todo el mundo te quede mirando.
Para empeorar la situación, Eberhard choco con algo, no estoy segura si fue humano pero choco con algo y ese algo se quedó enredado mi cabello, de modo que cuando grite producto del tirón Eberhard detuvo sus pasos y yo intentaba desenredar mi cabello que resulto ser de un botón de una camisa de un chico.
Al levantar la vista me encontré con unos ojos celestes que me observaban con sorpresa. Era el chico que accidentalmente arroje al suelo.
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