N•6 El Suplicio De La Existencia
–¿Estuviste llorando? –preguntó mi hermano en un susurro para que nuestros padres no escucharan nuestra conversación en los asientos traseros del auto.
Ignoré la exigencia del comentario de Eberhard, últimamente no he tenido animo de entablar una discusión civilizada con él sin tener que llegar a los gritos e insultos, prefería evitar las confrontaciones con mi hermano; sin embargo no se comparaban con las interrogaciones que me esperaba en casa.
Después de llorar por horas en mi escondite secreto o "lugar acogedor" como lo llamaba yo, decidí enjugarme las lágrimas e ir a lavarme la cara. Grave error. Al ingresar al baño, refresqué mis enrojecidos ojos con la fría agua de la llave y al secarme el rostro veo a través del espejo el reflejo de Eberhard. Mandé un alarido de terror al ver tal inesperada aparición.
¿En qué rayos está pensando? Es el baño de chicas ¿Cómo tiene el valor de entrar? No sé cómo siempre pero siempre me encontraba. Sé que existen teorías que los gemelos presienten lo que su hermano está pensando, es como una especie de localizador o telequinesia o como se llame pero esto era demasiado.
–Papá y mamá te buscan. Necesitan hablar contigo.
No me dio tiempo a replicar y me agarró del brazo arrastrándome por todo el pasillo como si fuera su prisionera. Intenté forcejear para que me soltara pero todo intento fue inútil. Al final lo dejé pasar al advertir que el forcejeo atraía demasiado la atención de los estudiantes que circulaban por los pasillos.
Al reunirme con mis padres lo único que dijeron fue en los graves problemas en que estaría cuando llegáramos a casa. Y aun me estoy preguntando ¿Qué es lo que hice? Ah. Tal vez que este reprobando la mayoría de las materias. Mis trabajos son un asco y durante esta horrible semana me escapé del instituto.
Disfruto del panorama de ciudad Quedlinburg, sus pasadizos y sus casas antes de llegar a casa y estar sentada por horas escuchando los sermones de mis padres, comparándome con mi inteligente y popular hermano.
No saben el mal que me hacen al compararme con él, es obvio que todas las personas son diferentes y algunos tienen limitaciones que no pueden traspasar y allí entro yo.
Eberhard golpeo con su fuerte puño mi pierna para llamar mi atención, pues, lo logró porque me dolió. Reprimí mi gemido de dolor para no llamar la atención de mis padres y miré a Eberhard con desagrado, acariciando mi pierna para calmar el dolor.
La delicadeza no es un don que obtenga en su dominio. Esa es la razón por la que no sale con ninguna chica, con todas las que ha salido, todas, en cuanto lo conocen lo botan.
Los presentes, los detalles, las palabras bonitas, esas cosas no están dentro de su personalidad, su cabello rubio claro y sus ojos café verdosos lo hacen ver "decente" para que varias tías babeen por él, si él mencionara lo apuesto que es me reiría en su cara. No es vanidoso y eso me agrada de él pero tiene un temperamento que es de temer y por la expresión de malestar en su rostro y su mandíbula apretada diría que su paciencia se agotaba.
Eberhard era capaz de pasar una semana aceptando mi ley de hielo pero más que eso es imposible y su paciencia comenzaba a aflojar.
Lo volví a ignorar observando por la ventana como el cielo nublado se oscurecía con rapidez amenazando con llover sobre Quedlinburg. Los días eran más cortos en esta estación del año. Eran los días perfectos para quedarse en cama todo el día, a fin de cuentas, cualquier castigo que me dieran mis padres no era un problema para mí, si tenía que limpiar la casa lo hacía, si tenía que colgar la ropa lo hacía, si tenía que cocinar lo hacía, aunque me tardara todo el día.
Esa era su forma de castigarme ya que no veía televisión, ni me interesaba las redes sociales, tampoco me prohibían salir de casa, es más, un día mi castigo fue salir de casa e ir a visitar a mis abuelos. Hasta estuve interna en un colegio de chicas por todo un año como castigo por mis malas calificaciones y aun así no mejore en nada.
Un chico de cabello rubio planito llamó mi atención, paso con rapidez frente a mis ojos pero en un callejón lo visualicé, sonreía al acariciar a un lobo blanco, sin miedo a ser mordido. Se veía feliz. ¿Quién no estaría feliz si fuera capaz de acariciar aun animal salvaje? Al menos yo estaría feliz.
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