4. Somnium


Era una tarde cálida en la zona superficial del piélago. Las ballenas salían a respirar en conjunto, en armonía. Once conformaban el grupo, dos ancianas, tres maduras y cinco jóvenes. Gustaban de nadar con luz, siempre cerca, con su grupo. Hoy era día de caza, y pronto dos adultas se sumergirían a la oscuridad en búsqueda de sustento para las crías.

¿Se cuentan diez, mas no once? No hay error, pues son once en el grupo, pero sólo diez son ballenas. Hacía dos años que un tritón fue adoptado por un amoroso cachalote. Un tritón cuyo nombre era vago ahora mismo, igual que el recuerdo de su pasado. Y es que esas criaturas tan puras le habían brindado un nuevo y único hogar.

A sus siete años, para él no existía otra vida. Sin embargo, a veces, en sus sueños, Aeternum escuchaba un idioma diferente, con sonidos bien articulados, palabras. Hoy había profetizado seres con piel de coral y escamas de pez que vivían en construcciones impresionantes y subían a lo más alto de la columna pelágica, en donde se respira aire. Allí les hablaban seres con patas en lugar de cola, sin escamas, con tela recubriendo su cuerpo.

Había días en los que quería contar esas historias, pero se contenía. En lo que a él respectaba, tener una madre amorosa, dos tías aburridas, dos abuelas —una bastante malhumorada—, tres hermanas y un hermano con quien le encantaba explorar, era todo lo que necesitaba.

El grupo era tan unido, que incluso las crías tenían juegos propios, consistentes en perseguir pececillos para engullirlos y luego dejarlos ir; mientras que, por las noches, las ancianas emitían cantos especiales que resonaban en el alma del tritón. ¿Por qué en su alma? Porque sus tímpanos se habían roto con el constante uso de las codas*. A pesar de ello, había aprendido a transformar la vibración en sonido gracias a la poca audición que le quedaba.

«¿Te quedarás sin causar problemas, mi pequeño?», preguntó su nueva madre al tritón, con una intención de cariño. Ella era una de las cazadoras.

Usaban un clic* especial para llamarlo, largo y tenue.

«¿Cuándo podré acompañarte?», respondió Aeternum. No era voz lo que usaba, sino un pulso que hacía vibrar el agua.

El gran cachalote que lo había criado le dirigió una mirada maternal.

«Cuando seas mayor y puedas cuidar de tus hermanas.»

Aeternum puso una cara de gran decepción cuando su madre dio el veredicto final. Llevaba tiempo esperando el poder bajar a la zona oscura a cazar con ella, pero, por ahora, sólo podía quedarse.

Con un suspiro branquial giró y, en el instante en que vio a sus hermanas, recordó lo que había soñado esa noche. Ahora le parecía fantasioso, irreal. ¿Cómo podía esperar que cualquiera creyese esas historias de otros mundos, con una vaga y benevolente civilización en el exterior del mar, si ni siquiera podía bajar a la zona oscura? Sonrió. No era más que un disparate.

*Clic: El sonido que producen los cachalotes. Puede alcanzar hasta los 200 decibelios y es uno de los sonidos más potentes que puede producir un organismo vivo.

*Coda: Así se le llama al conjunto coherente de clicks usados por un grupo (parecido a una manada) de cetáceos. Los cachalotes (Physeter macrocephalus), son seres muy sociables y entrañables que desarrollan un lenguaje de comunicación común (coda), un dialecto entendible sólo por aquellos que crecen dentro de su propio grupo.

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