11. Izan

11 | Izan.

"Lágrimas de determinación"

Habían transcurrido exactamente dos meses y su abuelo continuaba en el hospital.

Izan todavía podía recordar esa mañana en la que su padre llegó a casa con ojos rojos y semblante cansado. Con la voz entrecortada le informó que Hall, su abuelo, había pasado otra de esas noches horribles.

El origen de todo fue una pequeña pelota en la parte superficial donde se encontraba el marcapasos, parecía una picadura de mosquito, hasta que produjo fiebre, decaimiento en el cuerpo y la secreción de un líquido algo viscoso y verde, además de un leve color púrpura en el bulto que hacía sobresalir el marcapasos. Fue diagnosticado como una grave infección. Su abuelo fue ingresado al hospital de inmediato y desde esos primeros días de enero la rutina de sus progenitores y tía paterna, consistió en turnarse para quedarse a dormir en el hospital.

Ese día, a su padre le tocaba descansar, pero a eso de las cuatro de la tarde debía regresar al hospital.

A todo esto, la fecha en la que Izan debía terminar el curso se acercaba y, con ello, las inscripciones de la universidad. Nadie tenía cabeza para pensar en algo sobre eso, pero cuando salió a relucir la conversación...

—Me imagino que estudiarás para ser veterinario.—le comentó su tía Laie con entusiasmo—. Es una muy buena carrera, cielo.

—Sí, pero él...—intentó decir su madre, haciéndole señas nada disimuladas a Laie.

—Anda, ¿sí?—insistió su tía, en su mente creyendo que hacía lo correcto.

Ninguno supo entender más allá de sólo ver la mirada cristalizada de Izan. No entendieron que, entre más hablaban, no sólo la mirada se cristalizaba, su alma también lo hacía.

Izan no respondió a lo que decía su madre y su tía, y caminó el largo pasillo de la casa de su abuela hasta llegar a la cocina. Necesitaba distraerse, sin embargo, su abuela se dio cuenta al instante del desánimo en Izan. Siempre se daba cuenta cuando algo marchaba mal.

—¿Qué sucede?

—Abuela...—susurró Izan con voz ahogada, las lágrimas en sus ojos incrementando.

—Habla, hijo. No te quedes con ello.

—No me veo estudiando la carrera que todos quieren, pero parece que ellos no lo terminan de entender. ¿Qué hago?—masculló. El grito que quería escapar de su garganta ansiaba salir—. Seré infeliz si estudio cinco años algo que no quiero, abuela.

La mayor asintió con la cabeza, dándole la razón. Izan inhaló alivio al ver que alguien que no fuera su hermano Xam parecía entenderlo.

—Diles eso, ¿de acuerdo? Nadie es feliz haciendo algo que no le gusta, pero debes hablar con tus padres. Ellos te entenderán.

El nudo en la garganta de Izan regresó al recordar esa conversación. Lo peor, es que después de eso todos dieron por hecho que estudiaría para ser veterinario, y él, en algunas ocasiones, intentó aclararles la situación, pero todos aún se encontraban preocupados, cansados y ajetreados por la situación con el abuelo.

Notó movimiento por el rabillo del ojo y, al voltear, era su padre que sostenía una toalla para irse a bañar.

—Necesito hablar contigo, papá.

Izan odió el momento en el que el nudo en su garganta le impidió formular otra palabra, el llanto tocaba la puerta de forma insistente.

—¿Qué pasó?

No pudo responder. Las lágrimas brotaron sin parar y sus hombros se sacudían con tristeza. Esa situación le producía dolor, y su cuerpo empezaba a exteriorizarlo: El cabello se le caía al lavarlo, el insomnio últimamente era su enemigo y el estómago empezaba a rechazar la comida, a veces incluso se encontraba vomitando un líquido algo amarillento.

Bry posó una mano en el hombro de Izan con preocupación.

—¿Qué sucede, hijo?

—Ustedes tienen que apoyarme, son mi familia. ¿Quién más me apoyaría si no?—logró formular con la vista empañada en lágrimas—. No me veo estudiando algo que no quiero, papá. No insistan más, por favor.

—Izan, nosotros no tenemos dinero para que puedas estudiar lo que tú quieres.

—¡Lo sé!—exclamó con profundo dolor, recordando lo que trataba de olvidar:—. ¡Sé que este año tampoco estudiaré ingeniería astronáutica! Pero, por favor no insistan en que estudie algo que no quiero. No seré feliz estudiando por cinco años algo que no me gusta, ¿de acuerdo?

No esperó a que su padre respondiera y se dirigió a su habitación con una sensación de rabia y tristeza por partes iguales. Por un momento, deseó que la tierra se lo tragara, producto de la desesperación que le ocasionaba aquella situación.

Se sentía preso en una jaula diminuta. Y era un completo calvario sentir que no tenía opciones. De manera inocente, deseó un milagro.


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—¿Jugamos un rato chinchipuoles?—Xam se dejó caer al lado de su hermano menor en la cama.

—No me siento bien para eso, hermano.

—¿Vemos como otros lo juegan?—modificó la oferta.

—Mmm.

—Anda, ya papá me contó lo que le dijiste en la mañana.

Izan abrió un ojo con curiosidad, pues segundos atrás intentaba conciliar el sueño en su siesta de todas las tardes.

—¿Qué te dijo?

—No seas chismoso y levántate de la cama. Vístete con algo que no sea tan caluroso, porque fuera el calor es insoportable.

—¿Cuándo en Nonco no hay calor? ¡Esta ciudad parece un horno!—refunfuñó antes de levantarse de la cama e ir a cambiarse por otra ropa.

Minutos después, se encontraban sentados en el suelo de la cancha mientras observaban como otros jóvenes se pasaban una pelota con despreocupación. Izan deseó ser ellos  por un momento. Ansiaba deshacerse de todo lo que le preocupaba.

—¿Qué harás?—le preguntó su hermano con suavidad.

La pregunta le empezaba a irritar. Bastaba con que él mismo se taladrara con esa interrogante, como para que también lo escuchara de los demás.

—Odio este país. Odio esta ciudad. Odio la situación económica en la que vivimos. Odio mi vida.—el coraje hablaba por él y apretó sus dedos con fuerza. Sentía que volvía a estar al borde del llanto. Era realmente exasperante.

—Lo siento.—admitió Xam, la tristeza por ver a su hermano menor en ese estado se coló en sus palabras, sin embargo, siempre intentaba darle ánimos, así que añadió:—. Llegará tu momento, ¿lo recuerdas? Sólo ten paciencia.

Aquellas palabras, en lugar de calmarlo, lo exasperaron aún más.

Izan tambaleó en un agujero negro de agobio, y en ese momento se dejó caer.

—¿Paciencia? ¡¿Cuánta paciencia tengo que tener?! ¡¿Por qué nunca obtengo lo que quiero?! Dime, ¡¿por qué?!

Sus palabras llamaron la atención de los chicos que jugaban, el pecho de Izan subía y bajaba con violencia. Xam les hizo una seña con la mano y los chicos volvieron a jugar.

Ni una lágrima se deslizó por la mejilla de Izan, preso del enojo, entonces Xam comprendió que no debía decirle nada en ese momento, supo que su hermano menor lo que necesitaba era alguien con quién desahogarse para poder liberar todo eso que sentía. Así que, se lo concedió en silencio.

—Estoy harto de ser este miserable chico que se limita a ver como los demás consiguen lo que deseo y ni siquiera lo valoran. ¡Desde que soy un adolescente me doy cuenta de eso! ¡¿Qué es lo que he hecho mal para ser castigado de ese modo?!—sus ojos ardían a causa de las lágrimas que empezaban a aglomerarse en sus ojos—. ¿En verdad soy una mierda de persona, Xam? ¿Por qué el cielo me castiga de ese modo? ¿Qué es lo que he hecho mal? ¿Por qué mi vida es tan mediocre?

Xam quería decirle que no estaba siendo castigado por el hecho de no alcanzar lo que anhelaba, que sólo era producto de una mala situación económica de su país desde hace ya quince años, porque de una cosa si estaba seguro: Si la situación económica hubiese sido distinta, sus padres apoyarían a Izan en lo que sea que él quisiera.

Pero se les escapaba de las manos la actual situación.

—Estoy harto de recibir un «no»—continuó Izan, la primera lágrima había caído y se había perdido por su mejilla—. ¿Por qué no me ayudan a buscar soluciones? ¿Por qué son conformistas? ¿Por qué no me ayudan a intentarlo? ¿Por qué diablos tienen que ponerme tantos obstáculos? Sé que ningún camino es sencillo y que para obtener las cosas se necesita esfuerzo, pero, ¡¿por qué no me dicen las palabras que espero escuchar?! ¡¿Por qué no recibo apoyo para intentarlo, aún si llegase a fracasar en el intento?!

Xam escuchó cada una de las palabras de su hermano con atención, sin embargo, mientras más escuchaba, su propio nudo en la garganta incrementaba. Le era imposible no sentirse impotente frente a aquella situación, así que pudo entender el dolor de su hermano, y sí que era asfixiante.

—Cada miembro de mi familia parece esperar demasiado de mí, y sé que los decepciono por no escoger lo que ellos quieren, pero mi felicidad va primero, Xam—lo miró con lágrimas de determinación en sus ojos—. Y no voy a estudiar lo que ellos quieren.





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¡Hola, astronautas! ¿Cómo se encuentran el día de hoy?

Como se podrán haber dado cuenta, Izan ha pasado por algunas fases en este proceso llamado «No poder estudiar lo que anhela». Valentía por querer intentarlo y mantener su objetivo, la tristeza por saber que aún no es su momento y la furia por sentirse mediocre/desamparado</3. Sin duda, este es uno de los capítulos más liberadores para Izan porque expulsa de su mente la mayoría de las cosas que lo consume. ¿Qué les pareció? ¿Pudieron entender a Izan? 🫂

Esto es tan... real hoy en día, por lo que trato que este libro se acerque a la realidad. ¿Qué les está pareciendo a ustedes? Le doy un abrazo a mi niño Izan, y también te lo doy a ti, por si entiendes muy de cerca los pensamientos de nuestro futuro astronauta. ❤️

Por otro lado, Xam es uno de mis personajes favoritos. ¿El de ustedes también o aún no? 🧐🧐🧐

¡Gracias por leer, votar o comentar! 👨🏽‍🚀💐

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