21

Unas horas después, todos estaban de vuelta en el Alcázar del Pandemonium, donde los hechiceros y hechiceras se habían reunido para el juicio de Dianthe. Desde luego, el tío Google se presentó, y junto con él, Solveig y sus papás. Los cuatro se acomodaron en un rincón, observando con atención lo que ocurriría.

Yngve también se presentó pero se mantuvo un poco alejado de todos.

Debido a que fueron quienes efectuaron la investigación, Ahkona y Osun fueron quienes presentaron las pruebas contundentes que señalaban al hechicero como culpable de las muertes de los seres mágicos; sin embargo Yngve no dijo nada ni mostró ninguna evidencia, ni a favor ni en contra.

A medida que avanzaba el juicio, era más notorio que algunas cosas no encajaban, ya que a pesar de las pruebas, y de que el propio Dianthe las admitía como ciertas, en ningún momento pudo dar su motivación para los crímenes, como si no la tuviera definida. Además, la actitud del acusado no parecía la de alguien que había cometido asesinatos, sino más bien la de alguien que había sido convencido de que los había cometido y se hallaba en tal arrepentimiento que aceptaba la culpa sin defenderse.

Poco a poco, varios hechiceros se dieron cuenta de esto, y en el fondo de sus ánimas, se sintieron muy ofendidos; aquí había alguien que les quería tomar el pelo.

¿Cómo era posible que Dianthe aceptara su culpa cuando era evidente que, a menos que algún mal lo aquejara causándole lagunas de memoria, él no había hecho esas atrocidades? ¿Y por qué también Osun y Ahkona, con su rectitud moral y experiencia en la magia, insistían en acusarlo?

Solveig miró a su alrededor, el ambiente se sentía tenso. Le pareció que los demás hechiceros protestarían en cualquier momento, quizás acusarían a los papás de Muntu de falsear las pruebas y la declaración de Dianthe. Ella sabía que ellos no tenían nada qué ver con las irregularidades del caso, pero dedujo que romper la confianza en ellos podría ser parte del plan del verdadero villano. Lo más seguro es que ni siquiera estaba planeado que específicamente ellos fueran quienes "descubrieran" esas pruebas; cualquier hechicero que se pusiera a investigar lo que pasaba con los seres mágicos se volvería el daño colateral de esa maquinación.

No podía quedarse callada, así que, aun con el miedo de terminar de arruinar su imagen ante Ahkona y Osun, Solveig se soltó de las manos de sus papás y se acercó al centro del alcázar.

La presencia de la sirenita inmediatamente llamó la atención de todos los presentes. Sentir las miles de miradas sobre ella casi la hicieron retroceder, pero al ver que Anémona y Ari le hicieron señas de que continuara lo que planeaba hacer, Solveig respiró profundo y trató de hablar lo más alto y claro que pudo: —Hechiceras y hechiceros, sé que no creen nada de lo que les están presentando sobre este caso. Yo tampoco lo creo, pero recuerden una cosa muy importante: las sirenas nunca mienten. Al menos no por propia voluntad; así que no es de Ahkona y Osun de quienes debemos desconfiar, ni siquiera de Dianthe, aunque sea un humano. Hay alguien más que está intentando hacer que la confianza entre nosotros desaparezca, y antes de juzgar a Dianthe, debemos averiguar ciertos detalles que hasta el momento pasamos por alto, como la presencia de las ilusiones y que la mayoría de los seres mágicos dejaron evidencias de haber caído en un estado de locura o inconciencia.

No era realmente un gran reto gracias a su voz de sirena, pero el nerviosismo del momento le hacía creer que sería difícil que la oyeran en todo el Alcázar. Afortunadamente todos los hechiceros y hechiceras escucharon con atención las palabras de Solveig. Algunos parecían escépticos, pero incluso esos mostraban interés en lo que decía.

Solveig observó a su alrededor, esperando alguna reacción. Ahkona y Osun parecían sorprendidos por sus palabras, y Dianthe observaba atentamente, con una leve expresión de confusión en su rostro.

La niña no se sentía segura de continuar, pero Muntu se acercó también y continuó por ella: —Hay que preguntarnos ¿quién se beneficiaría de que Dianthe sea culpable? ¿Acaso es posible que alguien más esté detrás de todo esto, manipulando las pruebas para que culpemos a un inocente? No podemos dejarnos llevar por las apariencias y la confusión que puedan sembrar en nuestras mentes, como ya lo hicieron ayer las ilusiones que imitaron al tío Google y a mi padre. Dianthe merece un juicio justo.

Las palabras de Muntu resonaron en el Alcázar, y algunos hechiceros comenzaron a murmurar entre ellos, reflexionando sobre lo que acababan de escuchar. Ahkona y Osun se miraron entre sí, con expresiones de sorpresa y duda, y algo más importante: sus ojos lucían diferentes, como despertando de un letargo.

En el resto de asistentes parecía que la semilla de la duda había sido sembrada, y todos estaban dispuestos a investigar más a fondo antes de llegar a una conclusión en el juicio de Dianthe.

Finalmente, Yngve se acercó también al centro y habló, con una voz calmada pero firme: —Solveig y Muntu tienen razón. Antes de tomar una decisión, debemos investigar a fondo y asegurarnos de que estamos persiguiendo al verdadero culpable.

Desde los pisos altos del edificio, un hechicero mumrik habló: —Esa pequeña dijo lo que estábamos pensando todos pero nadie decía.

Un poco más abajo, una hechicera quinametli también intervino: —No olvidemos que Dianthe hace dos días nos presentó a su aprendiz, la nueva esperanza de la magia. ¿Qué nos asegura que no hay alguien infiltrado que quiera deshacerse de ellos para seguir con nosotros y así aniquilarnos y a nuestros conocimientos?

Solveig asintió, animada por ver que los demás estaban llegando a la misma conclusión que ella.

Pronto el juicio se suspendió temporalmente mientras se llevaban a cabo las nuevas investigaciones. Dianthe quedó bajo custodia hasta que se aclarara todo el asunto.

Solveig volvió al lado de sus papás, sintiéndose aliviada y orgullosa de haberse atrevido a hablar. Anémona la abrazó y Ari dejó besos en su frente, ignorando por un momento que Osun y Ahkona, llevando a Muntu de las manos, también se acercaron.

—Gracias por la ayuda, niños. Solveig, tal vez fuimos un poco desconsiderados contigo —expresó Osun.

Solveig se encogió de hombros: —Está bien, mientras pueda seguir siendo amiga de Muntu.

La hechicera asintió: —Claro que puedes, mientras no vuelvas a mentir.

Anémona se aclaró la garganta y respondió: —Muntu y Solveig pueden y serán amigos toda la vida y quizá incluso después de ella. Pero no vuelvas a hablarle así a mi hija o me aseguraré de que no vuelvas a hablar ni media sílaba.

Osun no dijo nada, Ahkona iba a responder pero lo detuvo la mirada fulminante de Anémona, así que sólo asintieron con la cabeza.

Ari y Solveig tampoco hablaron, pero ellos se sentían protegidos y por tanto tranquilos.

Muntu fue el que rompió el silencio: —¿Entonces podemos jugar juntos de nuevo?

—Sí —fue la lacónica y unánime respuesta de los adultos.

Ya no había nada más que hacer en el lugar, así que todos se retiraron, dispuestos a investigar quién era el verdadero culpable de los atroces sucesos en Kuivuuden maa. Pero cuando salieron del Alcázar del Pandemónium, todos tuvieron la sensación de haber olvidado algo importante, sin poder recordarlo por más que se esforzaron.

En el barco hundido, el resto de la familia recibió a Ari, Anémona, Solveig, Yngve y al tío Google, pero cuando les preguntaron qué sucedió con el juicio, ninguno pudo responder.

El villano que buscaban había estado presente en el Alcázar del Pandemónium y alteró sus memorias para ganar tiempo y planear una nueva jugada. Todos los hechiceros y demás asistentes habían olvidado qué resolución se tomó.

Durante las semanas siguientes, el tío Google estuvo intentando determinar si había que usar un hechizo para anular o una poción para recuperar la memoria. El método con que habían alterado sus recuerdos era fuerte y parecía hecho con la manipulación de la magia positiva de cada hechicero, pero a la vez era difícil determinar si era seguro que recuperarían sus recuerdos.

Solveig también lo ayudó, pero no se logró un gran avance. Igual fue la situación con Muntu y sus papás, con Yngve, y todos los demás hechiceros.

En el periodo de un mes, nadie había conseguido deshacer la amnesia que les habían provocado. Así que muchos se rindieron y se concentraron en otros temas.

Y convenientemente, el número de espumosas y otros seres mágicos fantasmales bajó drásticamente por seis meses.

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