73. Post-It




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ÚLTIMO CAPÍTULO.

73. Post-It.

LUCA

—¿Y no podías simplemente sacarle copia a la primera hoja? —me pregunta Roy, viendo con preocupación que aún me faltan cinco flores por pintar.

—No es lo mismo.

—Imagino la cara de Ivanna «¿En serio no hubiera sido mejor fotocopiarlas?»

—Pero no es lo mismo —continúo defendiendo.

Aprovechando que ya es domingo por la noche, tan pronto como terminé de avanzar con el equipaje que me llevaré al mudarme, coloqué mi laptop en el piso mientras Alex, Roy y yo hacemos la videollamada del día, para que me miren pintar las flores de Navidad que dibujé para Ivanna.

—Ella dijo que solo esto faltaba para que la cena quedara perfecta y mañana se las llevaré.

—O podías simplemente comprarlas.

—No hay por ningún lado. No es temporada... y prefiero dibujárselas.

Levanto una de las flores en dirección a la cámara para que los dos miren qué tal están quedando. Porque en mi opinión lucen perfectas.

—El último día del viaje fue increíble —les platico—. Conseguí lo que dije: demostrarle que no soy un niño...

—Y por eso estás en el piso con hojas y crayones.

—¡No como un niño! —exclamo, devolviendo mi atención a la hoja que pinto—. También que podemos ser algo más, que puede darme una oportunidad, que...

—Que ya no quieres ser simplemente su perra.

—Me dará una oportunidad. Lo sé.

—Sí. Por eso al salir del aeropuerto se fue con Marinaro —añade Roy.

—Oye, yo soy quien debería ser más perra porque hace un rato me probé maquillaje —objeta Alex.

—Algo pasó —digo en contestación a lo que dijo Roy—. Marinaro dijo que en realidad Lobo no consiguió la primera cuenta imposible que presentó en una de las reuniones de ejecutivos.

—¿Y eso es grave?

—En cazar esas cuentas se basa la competencia por la vicepresidencia —explico y aun así no parecen entenderme—. Es como cuando Mario, en casi todas las versiones de su juego, consigue bonificaciones y va subiendo de nivel o Harry consiguiendo las reliquias de la muerte.

—¡Ah!

Bajo la cabeza hacia el dibujo, riendo; sin embargo, preocupado por Ivanna, vuelvo a respingar. No he vuelto a hablar con ella desde el aeropuerto, no contesta mis llamadas, y, siendo el caso de que parece estar muy ocupada, tampoco me atrevo a ir sin previo aviso a su apartamento.

—Pero Marinaro dijo le estaba avisando a sus amigos que formalizaron —señala Roy, engulléndose otro puñado de Cheetos, en tanto Alex parece decidir qué otro maquillaje probarse, en su mano izquierda tiene pintalabios y en la derecha un frasco color piel.

—Puede que lo dijera para facilitar su investigación —contesto a Roy, dudando—. Tengo que hablarlo con Ivanna.

—¿Y si está con Marinaro?

—Cuando le dije «Te amo» no se alejó —les recuerdo, pues también los puse al tanto de eso y... me estoy defendiendo—. Si se fue con Marinaro del aeropuerto o está con él, es solo por lo de Lobo.

—Creo que necesito un tono más oscuro —dice Alex, untando un poco del contenido del frasco en el dorso de su mano.

—Y un solo tono marca la diferencia entre ser Katy Perry, Gaga o Rihanna —Está de acuerdo Roy—. Aunque yo prefiero a Rihanna.

—Pero yo a Gaga y el que se va a vestir soy yo.

—Pero si eliges el tono correcto, tu madre estará segura de que eres gay —Roy remarca la palabra «gay»—. Vístete de Gaga con el tono de piel de Katy. Serás un tipo hetero vestido de una Gaga a la que le hace falta broncearse. Tan solo otro Cosplay.

—Y no habrá sospechas.

—No.

—Bien. Eso haré.

—Chicos —vuelvo a demandar su atención, siendo el caso de que ahora están ignorándome, Alex inclusive ya me amenazó con dejarle de hablar a Ivanna—. Todo saldrá bien. Es cosa de que aclare todo con ella.

Aun así, más tarde, luego de guardar las flores en una bolsa de papel, aún preocupado, intento llamarla por sexta vez.

—¡¿Qué quieres?! —pregunta molesta al contestar.

Me quedo sin palabras. Sobre todo, cuando al fondo escucho a Marinaro hablar por teléfono, al igual que ella sobresaltado.

—¿Estás bien? —consigo decir, recordándome que «algo pasa» y debo mostrarme comprensivo.

—Luca, ahora no tengo tiempo.

«Ouch».

—Bien. Te veo mañana en la oficina... creo —me despido y luego de repetir «Sí, sí, sí», ella cuelga.

¿Qué pasa?

¿Qué tan grave es?

No tengo idea.


Desde que llego a Doble R noto la tensión. Pese a que al cruzar la puerta creí ser uno de los primeros en llegar, ya hay mucha gente subiendo y bajando de los elevadores, diciendo a su vez que Grisel, por orden de Ivanna, citó a todo el personal para tener una reunión en el quinto piso.

—¿Quién se cree Maléfica para citarnos? —hablan entre sí.

—Cuando el señor Rodwell lo supo se enfadó y dio la contraorden de que nadie hiciera caso. Ahora Grisel visita cada departamento llorando, temiendo que Anaconda crea que no hizo lo que le pidió, casi lamentando haber nacido.

—El señor Rodwell no permitirá que la despida.

Escucho lo que se comenta con la misma estupefacción que todos. No obstante, algunos callan al verme, en su semblante preguntándose si cuestionarme si sé algo, o si lo mejor sea callar, no sea que al reunirme con Ivanna los delate. Lo que no saben es que, al igual que ellos, no tengo idea de qué pasa.

La mayoría vino quince minutos antes porque desde muy temprano se corrió la voz de que Ivanna citó a todos.

Al llegar a la oficina encuentro a Balta, Nora y Kimi reunidos. Saltan al verme, en un principio, al igual que los demás, dudando si estoy o no de su lado. Al final, sin otra opción, deciden correr el riesgo.

—¿Tienes idea de por qué Ivanna citó a todo el personal en el quinto piso?

Niego con la cabeza.

—Me acabo de enterar.

—Estaba de viaje, ¿no? ¿Algo pasó, muchacho? —Balta está sudando y, como si se hubiera puesto de acuerdo con los demás, su respiración se entrecorta al unísono—. Grisel dijo que anoche Ivanna la llamó por teléfono furiosa.

«Y del mismo modo me contestó a mí».

—Y le exigió que nos reuniera a todos, ejecutivos y personal en general, en el quinto piso.

—No sé más que ustedes —repito con franqueza.

Y no acabo de terminar de explicarme cuando vemos correr hacia nosotros a la asistente de Fonseca.

—¡Ya llegó la Loba y se puso histérica al ver gente en la recepción! ¡Dijo que el que no suba al quinto piso hoy a mediodía estará en la calle!

«¿Ivanna dijo eso?»

—¡Nadie nunca la había visto tan furiosa!

Preocupado, me apresuro a meter mis cosas en la oficina para a continuación, de la misma forma que el resto del personal de Doble R, competir por tomar cuanto antes uno de los elevadores.

Todo el mundo, sin excepción, debemos subir cuanto antes al quinto piso.

Llego cuando la mayoría ya se encuentra ahí; el señor Rodwell, Aguilera, los ejecutivos que, como es su costumbre, vienen a la reunión de lunes; asistentes, secretarias y los invisibles. Apenas puedo abrirme paso. Hoy aquí no falta nadie.

—¡¿Acaso no di yo una contraorden?! —dice a todos con enojo el señor Rodwell—. ¡No se les olvide quién es el presidente de esta empresa!

Aun así, su gente le explica que Ivanna visitó piso por piso exigiéndoles subir, lo que deja anonadado a Rodwell que enseguida me busca con la mirada a mí, pues, como su asistente, yo debería saber qué sucede con Ivanna.

—También la estoy esperando, señor Rodwell —insisto.

No me cree del todo; sin embargo, como tampoco me puede obligar a decir más, se rinde y de nuevo se vuelvo hacia el resto:

—¡No puede pasar sobre mí, es inaudito que se atreva a hacer esto, yo soy el jefe aquí...!

Pero no puede culparnos por tener miedo de incumplir una orden de Ivanna.

Rodwell se encuentra en medio de una perorata respecto a no olvidar el orden del organigrama de la empresa cuando Ivanna, seguida por Marinaro, por fin sale cual toro embravecido del elevador.

Rodwell resopla y da un paso al frente.

—Ivanna, ¡¿qué diablos...?!

Para empezar, advierto que no viene maquillada y puede que se vistiera con lo primero que encontró; sus ojos lucen cansados, debió pasar horas resolviendo esto, puede que ni siquiera haya comido o dormido, y, por ende, su dolor de gastritis haya vuelto; porque un instante después se inclina al sentir algo en el estómago; no obstante, se incorpora rápido, Ivanna no es de las que permiten que la miren caer.

—¡¿Dónde está?! —grita en su lugar, agitando en su mano derecha una enorme cantidad de documentos; y, girando sobre sus tacones, porque de todos modos vino en tacones, busca entre los empleados.

Y por un momento temo que se refiera a mí; sin embargo, rápido añade:

—¡¿Dónde está ese perro embustero al que todos llaman Lobo?!

Rodwell ve de ella a Marinaro y de regreso.

—Ivanna, será mejor que te controles —demanda y, una vez más, se dirige a todo el personal—. Y el resto, regrese ahora mismo a sus labores.

—¡No! —vuelve a gritar Ivanna, dejándonos perplejos—. ¡Los quiero aquí! ¡Tú —señala a la asistente de Lobo y esta salta—, ve ahora mismo por tu jefe!

Pero no hace falta.

Cuando las puertas del elevador se vuelven a abrir, esta vez el que se desliza fuera es Lobo; sin alarmarse, incluso trae puestos sus acostumbrados lentes de sol.

Todos en el quinto piso contenemos el aliento.

—¡TÚ, INFELIZ! —aúlla Ivanna, impulsando su brazo hacia atrás, para, inmediatamente, arrojarle a la cara los documentos.

Está por lanzarse ella misma sobre Lobo, pero Marinaro se apresura a tomarla por la cintura para detenerla.

Esto es cada vez más insólito.

Lobo, sin inmutarse, finge limpiarse las solapas.

—Si de esa misma forma me hubieras arrojado de vuelta el anillo de compromiso que te compré, también tendría un Jaguar. —Ve a su ex amigo Marinaro—. ¿Me lo hubieras vendido, Marinaro? —Lobo se echa a reír y eso solo enfurece más a Ivanna.

—¡No has conseguido ninguna cuenta imposible! —le grita—. ¡Ni siquiera has conseguido más que cualquier otro ejecutivo regular!

Mi asombro se suma al de los demás. Sin embargo, cansado de solo ver, me apresuro a recoger y ordenar de nuevo los documentos que lanzó Ivanna. Soy su asistente. Marinaro, por otro lado, ya no la sujeta por la cintura; pero si la rodea para evitar que se lance contra Lobo o cualquiera. Él si está al tanto de lo que sucede.

—¡Basta! —demanda el señor Rodwell.

—¡¿Por qué?! —Ivanna lo ve con enojo—. Lobo no ha conseguido ni la mitad de las cuentas que ha proclamado —suelta—. ¡Aunque tu falta de sorpresa deja en claro que estabas al tanto!

—Ivanna... —Rodwell aparenta tomarlo con humor.

—¡Otra vez me ibas a robar!

—No, Ivanna —asegura Rodwell, esta vez molesto—. Porque en algún momento te ibas a dar cuenta de que el orden natural de las cosas es que tú seas la vicepresidenta.

—¡¿Entonces por qué nos pusiste a competir?!

Rodwell coge aire antes de responder:

—Porque la competencia te despierta, siempre lo ha hecho; eres de temer cuando se trata de disputar algo que te importa.

Me deja anonadado.

—No hay límites. Pasas sobre quien sea, Ivanna, y eso beneficia a Doble R.

Marinaro ve con enojo a Rodwell y no es el único. Rodwell acaba de reconocer que utilizó a Ivanna. Yo mismo, pese a ser un subordinado, al igual que Ivanna quiero arrojarle los documentos que tengo en mi mano a la cara.

Ivanna cierra los ojos antes de contestar:

—Vas a darme la vicepresidencia ya. ¡Ya!

Ese «¡Ya!» tuvo que escucharse en Marte.

—Claro... es tuya.

De inmediato el personal de Doble R se ven los unos a los otros, su principal temor se ha cumplido: para cada empleado o empleada de la empresa, con excepción del señor Rodwell, a partir de ahora Ivanna es su jefa.

O como ellos le llaman: Maléfica, Víbora, Cruella de Vil, Suripanta...

Las murmuraciones van en aumento y, más de uno, pide con urgencia reunirse a solas con el señor Rodwell, ya se dan por desempleados.

El semblante de Ivanna, en caso contrario, se relajó. Recuperó el dominio de sí misma y, por el momento, con una ligera sonrisa en los labios, ve a Rodwell directo a los ojos.

Él hace lo mismo y es que, como sea, no necesitan palabras, los dos lo saben: Ivanna no descansará hasta recuperar su empresa.

Enseguida ella se vuelve hacia Lobo.

—Y te atreviste a alardear que algún día tendría que llamarte «jefe» —se burla.

—Fue divertido mientras duró —escupe él, en un segundo momento volviéndose hacia Marinaro—: Así que hiciste tus averiguaciones con tal de quedar bien con ella.

—Es solo la verdad —contesta Marinaro, soltando una carcajada seca.

Y Lobo intenta golpearlo, pero este lo repele sin problema dándole él mismo un fuerte puñetazo.

—Esa pelea estaba pendiente hace mucho —escucho comentar a alguien tras de mí.

—¡No, aquí no van a dar un espectáculo! —vocifera con enfado el señor Rodwell y no puedo estar más de acuerdo porque me siento un pelele.

Mi corazón no está aquí; sigue enterrado en la arena, con Ivanna en el Resort.

—¡Pero si Doble R es un espectáculo! —le contesta Ivanna a Rodwell, viendo con agrado que Lobo recibiera un puñetazo.

Lobo, a su vez, mira con enfado de Marinaro a Ivanna; pero un instante después, cambia su atención de ella a mí, A MÍ; y una sonrisa socarrona se dibuja en sus labios.

Y no se quita mientras se abre camino hacia mí.

—¿Y sabes por qué Marinaro se enteró de lo de Savoye al hablar con nuestros amigos? —me pregunta Lobo, riendo con dolor, instalándose justo detrás de mí para tomarme de los hombros y que, de esa forma, tampoco lo deje de ver Ivanna, consiguiendo que ahora la atención de todos recaiga en mí... en nosotros.

Ivanna ya no sonríe.

—¿Por qué? —pregunto en voz baja, muy baja, y sin dejar de ver a Ivanna.

—Porque Marinaro les estaba avisando que formalizó su relación con Ivanna —explica Lobo—. Ah, ¿no te lo dijo? —agrega, burlón—. Aunque, de todos modos, cualquiera aquí sabe que —señala con un gesto de su mano a Ivanna y a Marinaro—, a ellos no les importa compartir. ¿A ti te importa? —me pregunta después a mí.

—¡Esto no tiene que ver con Doble R! —se apresura a decir Ivanna, apretando los dientes, a punto de, una vez más, volver a perder la paciencia.

—¡Pero claro que tiene que ver con Doble R! —ríe Lobo, empujándome por los hombros—. ¡Aquí terminan las apuestas, señores!

—¡¿Las apuestas?! —pregunta Ivanna y Lobo demanda a su asistente pasarle su agenda.

—Sí —dice Lobo, soltándome para sin demora buscar en su agenda—: Por aquí alguien apostó que tu asistente tardía tan solo tres días aquí desde que vino.

—¡APUESTAS! —vuelve a repetir Ivanna, enfurecida.

Es la segunda vez que Lobo la apuesta.

—Pero Rodwell, Angela tu ex asistente, Fonseca, Rueda y yo apostamos que te encapricharías con él y terminaría siendo tu pareja —continúa Lobo bajo la mirada perpleja del resto del personal.

Rodwell intenta detenerlo, pero es ignorado olímpicamente; Lobo no se irá de aquí vencido.

—Ah, ¿no sabías? —le pregunta a Ivanna—. Porque Luca sí.

«Sí, muchas veces vi cuando el personal y jefes hacían sus apuestas».

—No te dije porque el único fin que tienen esas apuestas es lastimarte... lastimarte otra vez —le digo a Ivanna, aunque ya no importa.

Ya no importa.

—Pero yo aposté que te ibas a enamorar de él —continúa Lobo—. Así de predecible te considero.

La expresión en la cara de Ivanna se vuelve a llenar de odio.

—Pues tú mismo ya te enteraste de con quien formalicé —devuelve, en tanto Marinaro permanece serio—. Tu mejor amigo. Ex mejor amigo.

Un «¡Uh!» general se escucha en todo el piso, pero para mí es todo, por lo que vuelvo la cara hacia otro lado.

—Ten piedad, Ivanna, mira cuánto le dolió escuchar eso —ríe Lobo, volviéndome a tomar por los hombros, y no es el único que se divierte—. Saber qué tanto le hiciste en la cama que el niño te ama.

«Niño».

—¡Lobo! —le grita Rodwell.

Yo devuelvo mi atención a Ivanna, que, sin bajar la cara, se vuelve hacia el escritorio más cercano y busca entre los papeles hasta encontrar un bolígrafo y un Post-it.

Se apresura escribir en lo que Lobo continúa hablando:

—Aunque vamos, es claro que, pese a todo, sí que consiguió distraerte. No por nada los dos vinieron hoy bronceados —La gente de nuevo ríe—. Yo estaría preocupado, Marinaro.

Lobo me empuja una última vez y no tengo la fuerza para defenderme:

—Nunca fuiste nuestro aliado —afirma—, no te contrataron para sabotearla —con otro gesto de su mano vuelve a señalar a Ivanna todavía ocupada con el Post-it—, fuiste «la carnada», yo mismo expandí por aquí el apodo desde el primer día. Tú, Luca Bonanni, nunca un asistente tomado en serio, solo fuiste una distracción.

Recuerdos del señor Rodwell animándome a conquistar a Ivanna se reproducen en mi cabeza.

—Al chico solo lo utilicé para hacerle llegar información errónea a Rodwell —se defiende Ivanna, volviendo otra vez a su lugar, ya terminó de escribir en el Post-it—: Becker Steak House, Solatano & Delvecchio y Club imperial. A Luca solo lo utilicé —añade, con el Post-it temblando en su mano.

—Pero dijiste que estabas conmigo porque así lo querías —gesticulo con la cabeza baja, pues nadie más tiene porqué saberlo y ya no quiero mirarla.

—Siempre dejé en claro que para mí lo primordial es recuperar mi empresa —prosigue Ivanna... matándome.

Después se acerca, no la veo directamente pero escucho sus pasos, y me entrega el Post-it, que, al instante, apretujo en mi mano.

Es suficiente. 

En todos los sentidos es suficiente. Por lo que el señor Rodwell, esta vez más contundente, vuelve a ordenar a los empleados regresar a sus áreas de trabajo y en minutos, como cada día aquí luego de un largo chismorreo, se reanudan laborales.

Al final, en el pasillo principal del quinto piso solos nos quedamos de pie Rodwell, Ivanna, Marinaro y yo, que no miro a ninguno de ellos, ni siquiera he leído el Post-it echo un ovillo en mi mano, no quiero.

—Luca —demanda mi atención Rodwell y, como aún trabajo para él, no tengo otra alternativa que verlo—. Hay cosas que debo explicarte.

Pero no es quien habla primero.

—Troya —dice Ivanna en voz baja—. Le dijiste a Luca que estabas jugando a Troya. Pero él nunca fue parte de ningún ejército, era... era el caballo.

—Sí. Fue para distraerte y que no te percataras de la verdadera treta —admite Rodwell—. Desde el primer día pensaste que él era mi jugada, que buscaba repetir lo sucedido con Lobo hace un par de años.

—¿Por qué yo? —le pregunto, molesto.

—Tu madre aspira a que te conviertas en un gran ejecutivo y en esta empresa no hay mejor escuela que Ivanna —me explica Rodwell—. Y de todos modos quería a alguien para distraerla. No pensé que ibas a tomarte tan enserio lo de prendarte de ella.

Me molesta que lo diga en voz alta con Marinaro e Ivanna mirando. Pero, contrario a Ivanna, yo no niego mis sentimientos.

—Serás un gran ejecutivo, tal como alguna vez quise que lo fuese tu padre; el buen Josimar Bonanni.

—Al que seguramente tú despediste —le reprocha Ivanna.

—Lo hizo tu padre, Ivanna —insiste Rodwell—. Josimar le robó.

—Mi padre no era un ladrón —defiendo.

—Se robaron mutuamente —aprovecha para aclarar Rodwell—. Al trabajar juntos se dieron cuenta de que compartían la afición por escribir historias, compartieron ideas; Basil escribía y Josimar dibujaba.

»Un día tuvieron un desacuerdo y Basil dijo que se quedaría con los dibujos de Josimar porque este los había hecho en Doble R durante su horario de trabajo, y que, por tanto, al ser Basil dueño de Doble R, le pertenecían. En vengaza, el día que se marchó, Josimar sacó del escritorio de Basil las historias que este había escrito.

»Tienes en tu poder esas historias, ¿no? —me pregunta Rodwell y a mi pesar asiento—. Tu padre murió cuando tú aún eras un niño, pero puedes comparar esa letra con la de otros documentos fidedignos; es letra de Basil. Y tú debes tener los dibujos de Bonanni —le pregunta a Ivanna.

Miro a Ivanna estupefacto.

—Sí, yo los tengo —admite.

—Dijiste que no sabías nada —le recuerdo.

—Lee el Post-It —dice, casi llorando, y no me importa, me niego a hacerlo.

—Basil hundió a Josimar después de eso —continúa el señor Rodwell—. Pero pasó el tiempo, la culpa llegó; sin embargo, antes de la ansiada reconciliación, Basil se enteró de que Josimar murió y eso lo terminó de acabar.

»Sobre todo porque, tiempo después, recuperamos cintas de una cámara de seguridad a la que Josimar se dirigió aquí en Doble R para reclamar a Basil su traición.

«Mamá me entregó el otro día esas cintas», recuerdo, pese a que aún no las he visto.

—Por eso Basil no soportó vivir con la culpa —concluye Rodwell.

—No es cierto —dice Ivanna.

—Tú padre, por otro lado, estaba hundido en deudas, Ivanna —le contesta Rodwell sin piedad—. Parcialmente por la adicción a las apuestas por parte de tu madre, y, por otra parte, por descuidar esta empresa; por prestar más a atención a historias y dibujitos. No lo soportó y se suicidó.

—¡Él no sé suicidó! —vuelve a defender Ivanna.

Rodwell se para más derecho.

—Puedes revisar tu misma la investigación de los peritos. Se puso una pistola en la boca una Nochebuena, ¿no? ¿Quién más visitó esa noche tu casa, Ivanna? Tu madre debe haber estado ebria y tú con Filippo, tu chófer, y otros empleados de confianza.

»Tú lo encontraste. Nadie más tuvo que ver ahí. Tu padre no pudo con tants carga y se suicidó. Tus dos padres fueron irresponsables y casi nos llevan a la bancarrota. Yo no te robé tu parte de la empresa, Ivanna; la salvé.

»Cuando me casé con tu madre ella no dejó la adicción, y, con todo y eso, seguí con ella mucho tiempo hasta que se volvió insostenible. Y después, para ayudarte, te di empleo aquí.

—¡Para utilizarme!

—Has recibido un salario justo por tu trabajo y tú misma has instado el ambiente de competencia en la empresa.

No hay nada más que defender, de modo que Marinaro, como el novio formal paciente que es, captura la atención de Ivanna en un abrazo consolador. Debe tratarse de un tema que aborden con frecuencia, encima de que, acaba de ayudarla a esclarecer lo de Lobo. Vuelvo a sobrar.

Así pues, aprovecho que la atención de Rodwell se encuentra en ellos para leer el Post-it que Ivanna me entregó y, sintiendo una nueva punzada en el corazón, otra vez me digo que es suficiente en todos los sentidos; por lo que doy media vuelta y hago mi camino hasta el elevador.

—En una hora nos reuniremos aquí asistentes y ejecutivos, Luca —me informa el señor Rodwell, pero ni siquiera finjo prestarle atención.


De regreso en la oficina, tampoco doy la cara a Balta, Nora, Kimi y Grisel, entro directo a la oficina de Ivanna, luego a la mía, ahí tomo asiento frente al escritorio, prendo el ordenador, abro un documento en blanco y, una vez llevo las manos a mi cabeza por vez primera desde que morí cien veces allá arriba, me incorporo y comienzo a tipear una carta dirigida al señor Lionel Rodwell, presidente de la empresa.

Escribí una la semana pasada, pero hacerlo otra vez, en parte, me ayuda a desahogarme. 

Antes de salir de mi oficina me ocupo de dejar todo ordenado, y, ya listo, afuera, en la oficina de Ivanna, acomodo sobre su escritorio las flores de Navidad que pinté para ella, lo mismo el Post-it que me entregó, el cual me cercioro de romper en pedazos muy pequeñitos; y, tras ver la oficina una vez más, me deslizo fuera.

Mis compañeros me ven con pena. La misma pena que expresaron la primera vez que salí de la oficina de Ivanna. En parte porque, esa vez, pese a todo fui fuerte, hoy salgo dando indicios de que estuve llorando.

—Tenían razón —comienzo a despedirme—: no debí contradecirla, tan solo debí obedecer y, por sobre todo —miro a Grisel—, no debí hacer preguntas personales.

Esas fueron las recomendaciones en mi primer día y no las seguí.

Nora intenta ponerse de pie para consolarme, pero le hago ver que no es necesario, me sentiré mejor cuando esté lejos.

Lo intenté.

Me propuse, como última esperanza, que nuestra estancia en la isla fuese inolvidable para terminar de convencerla de que soy un hombre y por fin acepte que me ama. Sin embargo, ni obteniendo la vicepresidencia Ivanna deja de jugar.

Y ya me siento lo suficiente lastimado.


Cuando las puertas del elevador se abren de nuevo en el quinto piso, las miradas se vuelven hacia mí. Pero son cautelosas. Ahora que Ivanna es la vicepresidenta no se arriesgarán a pisar sin escrúpulos a la carnada.

Ex carnada.

—¿Los ejecutivos ya están en la sala? —pregunto a los invisibles, que saltan al escucharme. Aún les sorprende que sea «el único» que los note.

—Sí —contesta Rico, viendo de reojo el folder en mi mano; y, una vez avanzo, siguen cotilleando.

De manera que termino de hacer mi camino hasta la sala de reuniones y entro cuando el señor Rodwell le está hablando de los nuevos cambios a los ejecutivos.

Se encuentra de pie en la cabecera de la mesa, y a su izquierda, como siempre, están Mago Perman, jefa de Recursos Humanos y el señor Aguilera, todavía vicepresidente de la empresa; y a su derecha, también de pie, se encuentra Ivanna. Al instante el interés de la última recae en mí, me sigue con la mirada en lo que rodeo la mesa, pero no quiero verla directo a los ojos, cedería si lo hago; así que, busco un lugar apartado, donde desaparezca de su campo de visión y allí espero el momento oportuno para hablar.

—Aguilera se retirará de la empresa en junio —dice el señor Rodwell—. Por lo que Ivanna será nombrada oficialmente la vicepresidenta en julio.

Pero para mí es suficiente.

El único recuerdo que quiero de Ivanna es el de la otra noche en la playa, al tenerla entre mis brazos después de hacer el amor. No quiero más de ella.

Por lo demás es suficiente.

Por cuanto he soportado, es suficiente.

Sizy, la secretaria del señor Rodwell, ingresa a la sala trayendo con ella una botella de champán y le sigue Ruth, de cafetería, empujando un carrito con copas.

—Porque, desde luego, vamos a brindar por el final de la competencia —ríe el señor Rodwell, remarcando «competencia» con turbidez—. A cada uno se le entregará una copa y en minutos brindaremos por la nueva vicepresidenta.

A petición de Rodwell, a todos, ejecutivos y asistentes, se nos entrega una copa y enseguida nos aproximamos a la mesa para brindar.

De nuevo siento los ojos de Ivanna sobre mí. Querrá saber si ya leí el Post-it, y, como no podemos hablar, solo mi mirada puede decírselo. Pero me niego a darle ese alivio.

De ahí que no me sorprenda que, en tanto que los demás nos preparamos para brindar, ella anime al señor Rodwell a decir algo... algo más.

—Como todos sabemos, ya que a partir de julio Ivanna será la vicepresidenta, su puesto quedará vacante. De manera que, a petición de ella, este será ocupado por Luca, su actual asistente —Aún negándome a verla a los ojos, aprieto el folder en mi mano—. Ella lo terminará de preparar.

«Lo terminará de preparar».

Bajo la mirada de todos me atrevo a sonreír. Pero, contrario a lo que cualquiera aquí pueda pensar, esta no es una sonrisa de felicidad.

Cojo el valor para hablar.

—Señor Rodwell —levanto mi barbilla en dirección a él—. Le agradezco tanto a usted como a la nueva vicepresidenta la oportunidad, pero mis planes son otros; por lo que —abro con dificultad el folder— traigo aquí mi carta de renuncia. Hay tres copias; una dirigida a usted, otra a la señora Mago Perman, y una última, por supuesto, a mi jefa inmediata: Ivanna.

—Luca, estás dejando ir una gran oportunidad —se apresura a decir el señor Rodwell—. Podemos hablarlo en privado.

—No, señor, ya tuve suficiente.

Al instante, casi dejando caer la copa en su mano, miro a Ivanna susurrar algo al oído de Mago Perman, la jefa de Recursos Humanos.

—Lo-lo lamento Luca —dice enseguida Mago Perman, con Ivanna mirando hacia otro lado—, pero tienes que avisar con quince días de anticipación.

—Hace siete le dije a Ivanna que iba a renunciar, ¿no es suficiente? —defiendo, molesto.

—Luca... —El señor Rodwell niega con la cabeza, pero no intenta decir algo más.

Es suficiente.

—Pero haré el brindis con ustedes —agrego, por lo que alzo mi copa y, con la garganta lastimándome, bebo en un solo trago casi todo el contenido—. Por Ivanna —brindo, preguntándome si debía hablar antes de beber o después—: la nueva vicepresidenta —termino.

Enseguida, el resto de los ejecutivos repite lo mismo:

—Por Ivanna, la nueva vicepresidenta.

Y beben de sus copas.

Aunque no me vuelvo de lleno hacia la cabecera de la mesa para comprobar si Ivanna ve en mi dirección o no. Sin nada más que agregar, me marcho.

Hago el mismo recorrido que cuando vine por primera vez a Doble R, solo que a la inversa: llego al elevador, bajo al departamento de Recursos Humanos, entrego mis cartas de renuncia a Angela, que, al igual que el resto del personal, me mira con lastima y después bajo hasta la recepción.

En la entrada del edificio el encargado de seguridad esboza un gesto amistoso al verme salir, ya no debe opinar que parezco vendedor de enciclopedias, pero, de todos modos, ya no tendrá que verme.

Ni él ni nadie más aquí.

Camino fuera manteniendo mi frente en alto, sin un plan sobre qué hacer ahora; pero, cuando menos, si sé que ya no haré; y, viendo el lado positivo, fue más fácil entregar mi carta de renuncia que mi hoja de vida.


FIN. 


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Aún no saquen la historia de su biblioteca y listas de lectura, haré una última actualización (una nota de autora) el sábado 10 de octubre.

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Grupo de lectores en facebook: Tatiana M. Alonzo - Libros

Twitter: TatianaMAlonzo

Instagram: Ivanna.Rojo, LucaBonanni93 y TatianaMAlonzo (Por allá los esperamos con mucho contenido extra) LUCA E IVANNA SEGUIRÁN ACTUALIZANDO SUS CUENTAS.

Cada voto que dejen es un beso que Luca no le dio a Ivanna :c ¡GRACIAS por apoyarme votando ♥!

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