6. ¿Me veo bien?
Capítulo dedicado a Sotgls. ¡Gracias por tu apoyo! ♥♥♥
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6. ¿Me veo bien?
El siguiente lugar al que vamos es la oficina de un arquitecto, pero como solo hay dos aparcaderos y ambos se encuentran ocupados, mi jefa, decidiendo qué hacer, me pregunta «¿Sabes conducir?». Asiento, los dos bajamos del coche y yo me quedo del lado del conductor. Debo mover el Maserati en caso sea necesario. Se despide con las palabras «Descuídalo solo si puedes pagarlo».
Y aquí estoy dos horas después, metido dentro del Maserati en lo que ella cierra otro trato.
Llegué a la conclusión de que si no sabe para qué me contrató el señor Rodwell, lo sospecha. Ivanna es una mujer inteligente. No va a permitir que la bloqueen. ¡Genial! Pero ¿qué hago yo? ¿Cómo le sigo el juego si, a diferencia de ella, no gozo de privilegios?
Sale de la oficina dos horas después. Son casi las siete de la noche y, se supone, mi horario de trabajo termina a las 04:30; aunque... aunque empiezo a sospechar que no tengo horario.
—Baja —ordena y salgo del coche—. Es todo por hoy —avisa y por fortuna recuerdo que debo preguntar en dónde nos reuniremos mañana.
—¿Mañana...?
—Café Chaud a las 08:30.
Deberé salir de casa una hora más temprano si quiero llegar a tiempo. Por otro lado, como es claro que no me dará un aventón, en lo que ella sube a su coche y se prepara para hacer una llamada, camino hasta la parada de autobús. Si tengo suerte llegaré a casa a las nueve.
Desde su coche Ivanna me mira esperar, habla por teléfono pendiente de lo que hago, de mi insistencia en mirar hacia la izquierda para comprobar si el autobús que me toca ya viene. Al terminar la llamada se marcha. Imagino que se reunirá con su grupo de amigos o pareja. Una mujer como ella debe llevar una vida social increíble.
...
—¿Cómo te fue? —me pregunta el abuelo al llegar a casa. Ni siquiera hago el intento de contestar cuando de inmediato pregunta—: ¿Por qué estás bronceado y tienes pegado un sticker en la frente?
Claro. Guardé el post-it pero me olvidé de la estrellita.
—Una larga historia. ¿Mamá? —pregunto, cansado. Paso una mano sobre mi cara, quitando de mi frente la media estrella y, con cuidado, la guardo dentro de la agenda que Ivanna me entregó.
—Tiene turno —me recuerda.
—Bien... Cenen sin mí —aviso—. Necesito un baño y luego una siesta —Me despido sin esperar a que también venga a recibirme Clarissa. Ella sí preguntará directamente qué pasó y no quiero hablar.
En mi habitación me saco la ropa, de una vez preparo la del día siguiente, me meto dentro de la ducha y al salir, con la toalla todavía atada a la cintura, me dejo caer en mi cama y pronto me quedo dormido.
No quiero video llamadas. No tengo ganas de dibujar. Lo único que tengo claro es quién será la protagonista de mis pesadillas.
Los siguientes días no mejoran:
«Pero si a Luca le encanta pasear perros dóberman»
«Sí, Luca ha montado caballos»
«Luca sabe estacionar limusinas»
«Luca es experto en dormir bebés»
«También cambia pañales»
«Luca siempre se ofrece de voluntario para el limpiar el trasero de ancianos»
«Luca puede subir hasta el octavo piso sin necesidad de elevador. Le gusta ese tipo de ejercicio»
«Sí, Luca sabe volar globos aerostáticos»
—¡Alex, busca en Google cómo aterrizar esta cosa! —lloriqueo por teléfono a mi amigo y, después de tres horas, termino sobre la avenida principal de Ontiva... en hora pico... «Pequeño hijo de puta» es lo más bonito que me gritan.
—¡Eso dígaselo a mi jefa, señor!
La tortura favorita de Ivanna es decirme que puedo entrar a la reunión solo si consigo estacionar su coche. Desde luego esto lo decide en los estacionamientos donde es difícil aparcar. Molesto, la mayor parte del tiempo la paso buscando dónde dejar el coche, y cuando ya encuentro un lugar ella ya viene de regreso.
—¿Hoy tampoco hay estrellita? —se burla.
No hablamos a menos que sea necesario. Ella manda, yo obedezco. Fácil. Tampoco puedo aclarar, proponer o preguntar. Mucho menos quejarme... A menos que quiera quedarme sin empleo.
El apodo «La carnada» se queda corto para lo que soy: el saco de boxeo de Ivanna. Para el viernes, luego de una semana yendo de cacería, ya junté treinta post-it y cinco estrellitas. Solo cinco estrellitas. Pero los post-it son un lujo:
No estacionar el Maserati bajo el sol
No cambiar la estación de radio del Maserati.
No subir con zapatos mojados al Maserati.
Esto luego de que el bebé que cambié me orinara.
No estornudar dentro del Maserati.
No permitir que personas coloquen sus manos sobre el Maserati.
No hacer comentarios tontos como «Es solo un coche»
Un Maserati vale más que mi vejiga.
Lo anterior porque lo descuidé cinco minutos en una zona peligrosa por querer ir al baño. Por si fuera poco, además del post-it tuve que escribir cien veces eso «Un Maserati vale más que mi vejiga»
—¿Es broma verdad? —pregunté cuando lo ordenó.
—Averígualo —dijo sin agregar más y por si las dudas lo hice.
¡Soy su chófer!
Soy cualquier cosa menos su asistente. No el tipo de asistente que debería ser, por supuesto. Solo me permite entrar a las reuniones cuyo trato está cerrado, de las que el señor Rodwell ya tiene conocimiento y ella, como encargada de la cuenta, solo debe dar continuidad. Por ejemplo la visita de hoy a Chevalier, almacén de ropa para hombres. Annette, dueña y fundadora, citó a Ivanna para ultimar los detalles de una presentación que involucra a Doble R.
—Balta es un encanto —alaba Annette a mi compañero en lo que supervisa que sus asistentes tomen correctamente las medidas a un modelo. Ella y su equipo preparan una colección que presentarán hoy a la prensa.
—Es un buen elemento —Está de acuerdo Ivanna de forma tajante y esa es otra cosa de la que quiero quejarme. En lo que va de la semana he escuchado a clientes felicitar a Ivanna por el excelente equipo que tiene y dudo que Nora, Balta, Kimi y Grisel lo sepan. Es importante que lo sepan. Me prometí preguntarles la próxima vez que nos veamos. No he ido a Doble R en toda la semana.
—Chevalier ha sido líder en el mercado la última década y de ti depende que eso no cambie, Ivanna.
—No cambiará —promete Ivanna. Está en una silla tomando nota y yo a la par sosteniendo sus cosas. Annette, mientras, descarta o aprueba cada traje que su gente le coloca delante de ella.
—Todos hombres demasiado altos —se queja y, pensando qué hacer, repara en mí; y aunque primero duda finalmente habla—. Ivanna, ¿me prestas a tu muchacho?
—Por supuesto —contesta Ivanna todavía con su atención en la agenda—. A Luca le encanta modelar.
Emito un suspiro, me acerco a la señora cuando ella lo pide, me hace girar, dos de sus asistentes me toman medidas, me entregan un traje y entro a un vestidor a probármelo.
«A Luca le encanta modelar» ¿Qué será lo siguiente que haré? ¿Entrar a la jaula de una fiera salvaje?
Salgo cuando estoy listo.
—Sí... se ve bien —sonríe Annette arreglándome ella misma el cuello de la camisa—. No sé por qué prefieres ese estilo vintage —me reprocha.
—Bueno... —Es mejor no explicar.
—Déjate tomar unas fotos y te regalo algunos trajes que tengo en bodega, ¿qué dices?
—Yo... No sé... —Me siento feliz, pero... pero... Miro nervioso a Ivanna. Aún escribe en su agenda.
—Sí, a Luca le encanta tomarse fotografías —aprueba.
La verdad no, pero sé cuánto cuesta un traje Chevalier.
—¿Verdad que se ve guapísimo, Ivanna? —le pregunta Annette a mi jefa.
Ivanna levanta la vista de su agenda. Seria, me ve de abajo hacia arriba reparando en cada detalle, cada pliegue del traje, sus ojos deteniéndose en los míos un segundo y luego, sin nada para agregar, mueve ligeramente hacia la izquierda su cabeza, carraspea como si algo le incomodara en la garganta y vuelve a bajar la mirada para seguir escribiendo. ¿Me veo bien? No lo dice.
Camino hacia un espejo para comporbarlo yo mismo, y no es por nada pero, diablos, sí...me veo bien.
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A todo lo anterior le llamo «Antesala» 7u7
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