54. Prudencia. Parte 2
5,500 palabras tiene esta segunda parte D: Me emocioné escribiendo y por eso tardé tres días más en subirlo D': Hagan que haya valido la pena que me duela el trasero por estar tanto largo rato editando c':
¿LISTAS/OS PARA EL DESMADRE? xD ¿LUCA MORIRÁ? COMEEEEEEEEEEEEENZAMOS ↓
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54. Prudencia. Parte 2
—Yo era la encargada de los niños —cuenta Pru a todos al servir la cena—. Me aman y me van a extrañar.
—Te hubieras quedado con ellos —contesta Clarissa con lapidaria amabilidad.
Consciente de los antecedes de su relación, le dirijo una mirada de advertencia. Clarissa maldice por lo bajo. Pru, en cambio, no parece molesta u ofendida; una de sus cualidades es ser paciente.
—A ti te haría bien ir de misión, Clary —dice a mi hermanita.
—Ni siquiera he terminado la secundaria.
—En su momento lo consideramos —dice mamá y las alarmas de Clarissa se encienden; pero no, yo no lo permitiría si eso no es lo que quiere Clarissa.
—A ti también te haría bien, oso —dice Pru—. Desde ya te invito a que me acompañes una próxima vez.
¿Yo en misión?
—Ahora, sin la hipoteca, tienes más libertad financiera —opina mamá y otra vez la miro con reproche. La presencia de Pru, como nada nuevo, ha sido otra excusa para no hablar.
Al bajar, luego de terminar de conversar Pru y yo; mamá, Clarissa y el abuelo nos esperaban en la cocina. Pru y mamá prepararon la cena y hubiera sido descortés de mi parte no quedarme pese a todavía tener pendientes fuera.
Es curioso. Quiero hablar con Ivanna, urgentemente necesito verla para dilucidar lo sucedido en Doble R, pero al mismo tiempo... no quiero.
—Siempre has sabido que Rodwell me puso a espiar a Ivanna —digo a mamá, cambiando el tema de conversación entre ella y Pru y atrayendo la atención de todos.
Mamá echa su cabello hacia atrás.
—Su familia hizo daño a la nuestra.
—Eso no lo sabemos.
—¿Entonces por qué hay un vídeo de tu padre llamando «mal amigo» a Basil Rojo? —suelta y me quedo helado.
No sabía eso.
Clarissa, ajena al tema, mira de mí a mamá sin comprender.
—Ivanna Rojo es tan embaucadora como lo fue su padre, incluso peor —añade mamá con enojo, incitando con un gesto a Pru a igualmente meterse en la conversación.
¿Le habló de Ivanna?
—¿Y quién tiene ese vídeo? —exijo saber.
—Lionel. Habla con él.
—¡Hoy hablé con él y no me dijo nada!
El abuelo, Pru y Clarissa respingan al verme enfadado; no es algo suceda seguido. Mamá, por el contrario, parece decidida a acostumbrarse.
—Luca, yo no puedo meterme en asuntos de Doble R. Habla con Lionel —zanja.
—¡¿Tú lo viste?! —exijo.
—Habla con Lionel.
No dirá nada y nuestra discusión está asustando a Clarissa; de modo que, por lo pronto decido dejarlo así.
Por lo pronto.
No volveré a marcharme de la oficina de Rodwell sin que suelte lo que sabe.
La cena es carne en milanesa acompañada de puré de papa. Pru se encarga de colocar un pedazo en cada plato mientras mamá, evitándome, termina de preparar la salsa gravy.
—Debimos invitar a Ivanna —dice el abuelo.
«Claro, y sentarla junto a mamá o Pru», pienso imaginándome sobre una hoguera.
De momento necesito mantener a Ivanna lejos de mamá o Pru, y ese es un plan en el que no tengo permitido fallar.
—¿Conoces a Ivanna la jefa de Luca? —pregunta Clarissa a Pru, con una sonrisita; instigando sin pudor alguno, y en un parpadeo saca frente a ella su teléfono.
Ahora son mis alarmas las que se encienden.
¿Qué intenta?
—En Google hay fotos de ella debido al roce social que tiene —Mi hermana las busca—. Mira esta —No le importa que aclare mi garganta a modo de mostrar mi inconformidad. ¡Ni siquiera me está mirando!—. Espera, la voy a achicar para que se mire mejor; porque en esta solo sus largas piernas ocupan la mitad de la foto.
Mamá frunce el ceño y ahora también está mirando.
«¡DIOOOOOOOSSS MIO!»
—Clarissa —digo a manera de regaño.
—¿Qué? Es solo tu jefa. Tú no eres celosa, ¿o sí, Pru?
—No —Pru no deja de sonreír en tanto comienza a repartir las milanesas—. Y yo sé que mi oso no se deja deslumbrar con facilidad. ¿Verdad, oso?
—Sí, oso, ¿verdad? —pregunta Clarissa suprimiendo una risita.
La señalo con mi dedo como segunda advertencia.
—Mira esta foto —insiste en decir a Pru de todas formas—. Casi le saltan los pechos del escote. Que vulgar, ¿no?
—A ver —dice mi abuelo, aproximando su silla de ruedas a la de Clarissa.
Pru, pese a todo, no fuerza su sonrisa. Ya solo le falta entregarme un plato de comida a mí.
—Y aquí el trasero se le ve redondo y respingadito —continúa Clarissa—. La primera vez que la vi pensé que era photoshop, pero la conocí y no.
—¿Sí se ve así? —pregunta mi abuelo sin apartar la vista del teléfono.
—Sí. Su cintura también es así de chiquita.
—¿Dónde la conociste? —quiere saber mamá.
—En las reuniones RolePlay que organizan los amigos de Luca.
—¿La invitaste? —me recrimina mamá.
—Nos llevó a Alex, a Roy y a mí y quiso quedarse. Más tarde Clarissa llegó a saludar.
No veo el problema.
A pesar de todo, nervioso, devuelvo mi atención a Pru. Pero no hace falta aclarar más, comprensiva como es, no da importancia y su interés se halla en el plato que aún no me entrega. Al contrario de los demás, como parte las atenciones que siempre tiene conmigo, antes cortará la milanesa en pedacitos.
—¿También se los vas a dar en la boca? —le pregunta Clarissa y la vuelvo a señalar con mi dedo.
—La hacendosidad es más importante que dos grandes pechos —defiende mamá a Pru, sobre todo molesta porque el abuelo no aparta su vista del teléfono; y, por ende, de Ivanna—. En lo concerniente a la vanidad, el reverendo DiDonato, padre de Pru, ha dicho que envanecerse es condenarse.
»El amor verdadero no es jactancioso —asegura—. «Y alégrate con la mujer de tu mocedad, como cierva amada y graciosa corza» —cita a continuación. «¡¿Es en serio?!». Me inclino hacia adelante en mi asiento. Casi la puedo ver agitando una biblia sobre su cabeza—. También «Bienaventurado el vientre que te trajo y los pechos que mamaste» —El aliciente es atacar a Ivanna—. Porque mostrar y exhibir la desnudes no es de mujeres honrosas.
—«Como un niño amamantado en brazos de su madre, así está mi alma dentro de mí», reza el Salmo 131 —agrega Pru, alcanzando el crucifijo que cuelga de su cuello. Pero ella, contrario a mamá, es la hija del reverendo.
La hija.
Después, tomando asiento, me entrega por fin la milanesa.
Poner mi atención en eso me distrae. Ya no quiero discutir.
Cojo un tenedor y, sin ver a nadie, llevo a mi boca el primer pedazo.
—¿Ivanna ha amamantado, Luca? —pregunta de pronto Clarissa y con un estruendoso resuello escupo el pedazo de carne tan solo un instante después de haberlo tragado.
Sale disparado hacia un conejo de peluche.
Casi me atraganto.
Titular en los periódicos «Lo mata una milanesa».
—¿Están muy grandes los pedazos? —me pregunta Pru, preocupada.
—Mastícalos por él —la anima Clarissa y, al mismo tiempo que toso, la señalo una vez más con mi dedo.
—¿Voy por agua? —insiste en ayudar Pru, ignorando a Clarissa y Clarissa la reta.
Por un instante si considero enviar a misión a mi hermanita.
—Iré yo —digo, yendo yo mismo al dispensador de agua.
No solo ya es incómodo que corten en pedacitos la comida para mí.
Al volver a la mesa, me percato de que mamá no está contenta con mi reacción. «Por eso pidió venir a Pru», llego a la conclusión. Quiere alejarme del «diablo». El que camina en tacones de aguja, conduce su propio coche de lujo y se hace manicure.
La arrebatadora mujer a la que ella misma me empujo.
Tiene razón Rodwell al decir que por ser su hijo me subestimó.
Soy un imbécil. «Caíste en la tentación de la carne», diría el reverendo DiDonato ¿Un exorcismo me ayudaría?
—¿Seguro que no quieres que corte tu milanesa en pedazos más pequeñitos? —me pregunta Pru, consiguiendo otra mirada enfadada de Clarissa.
—Estoy bien.
Pero debo calmar las aguas.
—¿También llevaste a la tintorería sus trajes, Pru? —le pregunta mi abuelo.
—Sí —dice ella. «¡Allá fueron las bragas de Ivanna!», resuelvo al instante—. «Mujer hacendosa, ¿quién la hallará? Su valor supera en mucho al de las joyas» —cita de vuelta la biblia Pru y mamá asiente.
—«Engañoso es el encanto y pasajera la belleza» — agrega, además, mi madre, atacando de nueva cuenta a Ivanna—, el valor de la mujer virtuosa supera al de la desvergonzada. Con la primera si te casas.
«Desvergonzada».
—¿Desde cuándo eres tan religiosa? —me atrevo a preguntarle, harto.
—Estos últimos días me he acercado mucho al reverendo DiDonato.
—¿Y ya le hablaste de Rodwell? —Mamá alza su barbilla—. ¿O solo se juntan para lapidar a Ivanna?
Clarissa niega con la cabeza a modo de rogarme parar. Ah, ¿es que solo es válido juzgarme a mí?
—«No os acerquéis a las empresas ajenas» —cito de la misma manera que ella y Pru.
—La biblia no dice eso, oso —me corrige Pru paciente.
Me enderezo en mi asiento.
—Si que lo dice; el Papa lo acaba de añadir.
—Nop.
—Hay que sacarle de adentro el demonio del sexo —ríe Clarissa, claramente aludiéndome, y una vez más la apunto con mi dedo.
—Tú qué sabes de sexo —la regaña mamá.
—Llevo clase de biología.
—Hablando de mujeres virtuosas y otras desvergonzadas —interviene el abuelo—, cuando entré a la universidad una profesora trece años mayor que yo me instigó e inició. Pero años después conocí a su abuela y me casé con ella.
—Mal por la profesora —censura mamá, mirándome—. Manipulando a jóvenes inexpertos.
«Ahí va otra pedrada para Ivanna».
El abuelo, por otro lado, con cuchillo y tenedor en mano, se queda en silencio pensando.
—Pero ella era la virtuosa. Tu mamá, en cambio, Dios la tenga en su gloria, hija, pero...
Mamá dirige una mirada asesina al abuelo para hacerlo callar. Clarissa y yo, mientras tanto, estallamos en risas.
—Mi mamá era una santa —defiende mamá a la abuela.
—Ah, no, claro —asiente el abuelo rápido, aunque después, ensimismado, devuelve su mirada a la nada y se remueve en su silla pensativo—. ¿Qué habrá sido de mi profesora? —pregunta a nadie en particular.
—Pues las sagradas escrituras son claras —dice mamá viendo de soslayo el piso.
«¿Es en serio?»
—Bueno, allá deben estar la mayoría de mis amigos —ríe el abuelo—. ¿Te recuerdas de aquel que como...?
—¡Papá!
—Perdón. Sí, sí, mal por la profesora —lo compone rápido—. Pecadora.
Alcanzo de nuevo mi vaso de agua y escondo detrás de este una sonrisa. El abuelo, mientras, como siempre en todo y en nada a la vez, hace lo propio y me guiña un ojo.
—Qué es el sexo obsceno junto a una santa mujer que te espera con una taza de té al llegar de trabajar —agrega mamá para terminar y ni siquiera intento mirarla.
—Gracias por eso —regaño a Clarissa al acabar de cenar.
—¿Vas a retomar tu relación con ella? —Mira de Pru a mí, molesta.
Es reclamo.
Le indico seguimos y salimos de la cocina para poder hablar.
—Vino de África por mí —explico.
—Y está loca.
De nuevo mi dedo índice se levanta.
—Que sea un poco apabullante...
Mi hermana ríe.
—Apabullante no es la palabra, Luca. ¡También te acaba de dar una misa!
«Sí, y el reverendo incluyó a mamá en la Santa inquisición»
Dejo caer mis hombros.
—Así es ella. Y como acaba de volver de una misión pienso que...
—Llamaré a Alex y a Roy —resuelve Clarissa—. Necesitamos refuerzos. También le podemos pedir ayuda a Ivanna.
«¡¿Qué?!»
—Hace 24 horas no la soportabas —le recuerdo.
—Al menos me trata mejor que Pru y no finge no ser una perra... Y tú la amas.
No sé si contestar primero lo de Pru o lo concerniente a mis sentimientos por Ivanna.
—Pero ella no a mí —Elijo lo de Ivanna—. Debiste oír todo lo que me dijeron hoy en Doble R. Me siento confundido —levanto mis brazos con frustración—. Y derrotado —Casi voy a llorar—. Y un idiota.
Casi.
—Y Pru no es la solución a eso —dice Clarissa.
—Lo resolveré. Le hablaré con la verdad —prometo—. Además, mamá tuvo que haberle dicho de Ivanna.
De lo contrario no hubiera vuelto.
—Sí, esas citas bíblicas venían ensayadas —Está de acuerdo Clarissa.
—Pero Pru no es mala —la defiendo, paciente—. Está un poquito loca, pero...
Dándome una innegable mirada de rencor, Clarissa pasa de mí y marcha hacia las escaleras.
No comprende las cosas desde mi posición.
Desde la puerta advierto que Pru aún se ocupa de la mesa. Se aseguró de que comiéramos un poco de cada cosa que trajo, incluido los postres. Además obsequió un conejo de peluche a mamá, otro al abuelo y uno a Clarissa; que, como era de esperarse, esta rechazó.
No tengo nada para objetar. Su padre siempre apoyó a mi familia y Pru, sin importar el paso de los años, ha sido igual.
No es su culpa que Ivanna pusiera mi mundo de cabeza. De no haberla conocido no habría dudas.
¿Le molestó escuchar sobre ella?
¿Mamá la puso en sobre aviso ya?
Es obvio pero necesito oírlo de su boca. «Al mal tiempo buena cara».
Cojo una galleta y tomo asiento.
—Entonces, ¿eras la encargada de los niños? —empiezo y rápido limpio sudor de mis manos en mi pantalón.
—Sí —Cuando Pru gira su vestido de vuelos lo hace con ella—. Por las mañanas visitaba una escuela y por las tardes ayudaba en la oficina de la asociación.
Lo cuenta como si hubiera sido la mejor experiencia del mundo. Para ella lo es, supongo. Como miembro activo de la iglesia, líder de las Hermanas de la caridad, siempre dio una mano a los desamparados. Es un alma buena, una cristiana generosa y merece un amor así para ella.
No será mi distracción.
Ayudo a terminar de levantar la mesa y más tarde, mientas los dos continuamos de un lado a otro en la cocina, me vuelvo hacia ella decidido a hablar.
—Pru...
—Todavía me alegra saber que me extrañaste —interviene, volviendo a hacer girar su vestido de vuelitos—. Cuando vi tu mensaje en Instagram no lo podía creer y ahora es como si todo volviera a su lugar —celebra.
Nunca debí enviar ese mensaje.
—Antes necesitas saber algo —me sincero y ahora se muestra expectante. «¿Cómo lo digo?»—. Las últimas semanas, una mujer ha influido en mi vida. Ha influido mucho.
De nuevo hace girar su vestido.
—¿Santa Martina, virgen y mártir? A finales de enero fueron sus festividades.
—No exactamente.
—Te divertías cuando te tocaba acompañarme —me recuerda.
—Muchísimo —cierro mis ojos.
—Aún podemos ir a la Sexagésima.
—Sí. Pero lo que intento decir es —me acerco a ella y cuando vuelvo a abrir mis ojos está mirándome con la misma devoción de siempre—. Ivanna. Escuchaste su nombre durante la cena.
—Sí. Es tu jefa.
—Y he tenido que ver con ella.
—¿En qué sentido? —Pru deja de hacer girar su vestido. Y es extraño, llámenle delirio de persecución, pero otra vez siento que los conejitos de peluche me miran.
—Me acosté con ella —sigo—. Varias veces —Miro la luz de los ojos de Pru apagarse—. Incluso me estoy quedando en su apartamento.
En seguida Pru baja la mirada, es como si buscara ayuda del...
De acuerdo, el cielo es arriba; de modo que solo está triste.
Me siento un criminal.
Y cuando pienso que me reclamará, que me gritará «¡Conejo!» y se marchará, de nueva cuenta me sorprende al echarse a llorar como nunca antes. Incluso resuella y tiembla.
—Es mi culpa —musita.
—¡No!
Salto de mi lugar y me apresuro a consolarla.
—¡Te descuidééé!
—¡No, Pru!
—Debimos hacer más seguido lo de las vídeo llamadas —lamenta—. Pero aun así no hubiera sido suficiente. Yo —Mira hacia todos lados—. Yo... ¡Yo no soy suficiente!
—Pru —Me duele escucharla hablar así.
—Ella es bonita y elegante. Además que te debe amar muchísimo.
Ahí está.
Sin más opción, y porque duele, dejo salir una risa triste que sorprende a Pru.
—Fue solo sexo —reconozco.
Ella asiente sin parar de llorar.
—El sexo obsceno mientras yo soy la taza de té —resuelve, claramente de acuerdo con lo último que dijo mamá.
«Dios».
—Porqué si prefieres la taza de té al sexo obsceno, ¿cierto?
Mi boca se mantiene abierta unos segundos sin saber qué decir.
—¿Luca? —insiste.
—Ssssssííí.
Paso una mano por encima de mi cabello.
Pru aún más niega con la cabeza.
—No, no soy lo suficientemente bonita —repite.
—No digas eso —cojo entre mis manos su barbilla con ternura—. Valoro mucho lo que haces por mí. Por eso acepté el compromiso de las pulseras.
—¿Entonces sí retomaremos nuestra relación? —inquiere esperanzada—. Soy tu taza de té —insiste—. Aunque a ti no te gusta el té, prefieres el café y el chocolate.
Me conoce.
La libero y cojo de la mesa mi teléfono. Este todavía tiene la batería de fuera porque no lo he podido componer. Al igual que Pru, necesito hablar con Ivanna, es aún más importante que hable con Ivanna: poner, uno tras otro, los puntos sobre las íes.
«Me gusta esa expresión y nunca la había podido usar».
Al fin y al cabo no ha sido un día fácil, pues, por sobre todo, aún quiero saber qué dice mi padre en el vídeo.
—¿No vas a contestar? —dice Pru y la vuelvo a mirar—. En tu habitación dijiste que me extrañaste.
—Y no mentí.
Para nada mentí.
—Es solo que..., tú mereces más. Yo...
«Estoy loco por Ivanna.
Y confundido.
Y un poco ciego e idiota».
Dejándome con la palabra en la boca, pues sin duda ella misma lo ve así, Pru sale en un vuelo de la cocina.
—¡Pru!
La sigo con mi teléfono en mano.
—¡Es porque en las fotografías no me saltan los pechos! —llora.
—¡No!
Abre la puerta principal y la sigo fuera.
Siento injusto permitir que se marche así, no lo merece, no después de todo lo que ha hecho por mí y mi familia. De todos modos, y porque no lo esperaba, me sorprende ver el Toyota Agya de la madre de Alex estacionado frente a la cochera.
Alex y Roy están fuera con bolsas plásticas, palas y cinta adhesiva en las manos. «¿Qué demonios...?»
Clarissa los acompaña. «Los llamó». Sin embargo, como era de esperarse los tres retroceden al vernos salir a Pru y a mí.
—Puedo vestirme de esa manera si así lo prefieres —llora Pru y, sin tiempo para lo demás, me instalo delante de ella como escudo protector de todo mal que hay en el mundo y trato de atraerla hacia mi pecho para consolarla.
—No... No...
No fue mi intención hacerla sentir fea.
—Y podemos hacerlo en otras posiciones además de «misionero» —promete—. Y para que no haya problema, después confesarnos.
Me veo forzado a contener las ganas de reír; pues, por menos de nada de mi parte, es dulce de su parte decir eso.
—Dios, Pru.
—¿Con ella lo has hecho de muchas maneras? —inquiere.
—Mejor no ir por ahí.
—Oso —Parece faltarle el aire—. No soy nada.
—No, no digas eso.
Pasando de una mano a otra mi teléfono, con un gesto amable anudo un mechón de su cabello entre mis dedos. El listón color rosa que lleva puesto encima la hace lucir tierna. «No pretendo que se sienta fea». Por lo que, me acerco a besarla. Y eso, por fortuna, la empieza calmar.
—Soy el té —repite, cerca de mi boca sin dejar de sollozar—. Soy el té.
«Un té con doble ración de azúcar», de nuevo lo debo aprender a manejar. No obstante, interrumpiendo todo, cortando con un sablazo el ambiente, un portazo nos hace saltar.
Pru se aleja dos pasos para ver qué pasa y enseguida sus ojos se achican con interrogante.
Alguien se acerca.
Primero lo sé por el sonido de suelas con cuchillas estrellándose contra el pavimento. El sonido de sus pasos fue lo primero que percibí de ella el día que la conocí y desde entonces entendí que sin problema es capaz de detener el mundo cuando camina.
Deja huella en cada paso.
Después lo sé por el olor a perfume caro. Aunque ese no es el que más me embriaga de ella.
Y por último lo sé porque el magnetismo que siento en mi espalda es inigualable. Son como garras atravesándome la piel. De nuevo soy la presa.
Ahogándome en mi propia saliva, me vuelvo para ver si es real o solo un sueño.
Tacones de aguja stiletto, piernas estilizadas y largas, falda de tubo ajustada desde la rodilla hasta la cintura; culo de premiación y escote del inframundo.
Ivanna.
Se para ahí como si estuviera segura de ser la dueña de todo lo que ve; incluido mi culo.
Sobre todo mi culo.
De nuevo el teléfono resbala de mis manos.
—Buenas noches —saluda mi jefa viendo de mí a Pru, y que en mi mente la llame «jefa» permite entrever cómo se siento.
Estaré próximo a llamarla «generala» o «comandanta».
Pru, mucho más valiente que yo, una vez limpia lágrimas de su cara, de igual forma saluda.
—Buenas noches —su voz es una flauta comparada al estruendo que hace la de Ivanna.
Me agacho a recoger mi teléfono.
«Ivanna aquí».
—Jefa —consigo reaccionar, sin olvidar estar pendiente de cómo se puede llegar a sentir Pru. Apenas se acaba de enterar de quién es Ivanna.
Ivanna, por su parte, apoya ambas manos en las caderas y arquea su ceja izquierda en un ángulo impecable. Hace eso cuando se siente a la defensiva y Pru no parece ser de su agrado.
Tiene a su ratón.
—Pru ella es Ivanna, mi jefa —empiezo a presentarlas preocupado de orinarme encima; la verdad—. Ivanna..., ella es Pru, mi... Es...
El desafecto de Ivanna continúa yendo de mí a Pru.
—Tu ex novia —resuelve desafiante, haciendo sentir mal a Pru que enseguida se encoge a mi lado.
—En realidad aún no hemos decidido eso —digo, de igual forma a la defensiva, y Pru, feliz, alcanza mi brazo para sujetarse a este como si se tratara de un peluche. Gesto que parece enfadar aún más a Ivanna, pues la expresión en su rostro se endurece.
Además de que, lo he comprobado, no le gusta que la reten.
Abre su boca para decir algo pero la vuelve a cerrar.
¿Celos? Y, de ser ese el caso, ¿los demostrará?
Acomoda hacia un lado su cabello.
—Así que Prudensa.
—Prudencia —la corrige Pru, amable—. Pero mis amigos me llaman «Pru» —apoya sus pies en el piso con tímidez—. Me gusta el cielo, las flores, los venaditos, los ositos, los conejitos...
—E ir a las tiendas de ropa cuando el rosado está en oferta —concluye Ivanna, cruzándose de brazos.
Después me mira a mí como si demandase una explicación, por descontado tomándolo personal; como si a propósito hubiera elegido una chica como Pru para fastidiarla.
—El rosa es un color tierno —explica Pru.
Ivanna le devuelve su atención.
—Y secundario —contesta—. Pero supongo que te queda.
Llevo una mano a mi cara.
—Y el color favorito de Luca es el azul —añade Pru a manera de incluirme en la conversación.
—No —Molesta, mi jefa cambia el peso de su cuerpo de una pierna a la otra—. A mí me dijo que no tiene —asegura, altiva—. Cuando pinta y los ve todos, no puede decidirse por ninguno.
La miro sin poder creerlo.
—Entonces, Prudensa...
—Pru —la vuelve a corregir Pru.
—Lo que sea —Ivanna mueve con desinterés su mano—. ¿Por qué me dijeron que eres la ex?
¿Es en serio?
Si Pru no fuese una chica comprensiva, esa pregunta hubiera detonado la tercera guerra mundial; porque, es claro, ese es el propósito de Ivanna.
—Nos dimos un tiempo mientras yo volvía de África —le explica Pru, paciente—. Lamento la confusión —se disculpa por mí.
La expresión de Ivanna como respuesta a eso es indescifrable para mí. Solo parece intentar leer a Pru.
—Le dejé una pulsera que simboliza la posibilidad de continuar nuestra relación al regresar yo, si ambos estamos de acuerdo —continúa Pru—; solo que a Luca se le cayó.
—¿Se le cayó? —repite Ivanna con sorpresa.
Pero la conozco lo suficiente como para entrever que finge. Ni siquiera le importa el tema. O Pru.
—Sí —dice Pru, triste.
—Pues yo no extravío cosas que me importan —vuelve a disparar Ivanna y del mismo modo que a Clarissa la apunto con mi dedo—, pero supongo que ya aparecerá.
—Debía hacerle prometer que lo intentaríamos de nuevo —suspira Pru.
—Claro que debías —masculla Ivanna, girando sobre su eje para ver hacia los lados; buscando. Sus ojos se detienen en Clarissa.
—Luca vale la pena —dice Pru—, es un chico dulce, educado, responsable —Ivanna mueve hacia un lado su cabello—. En general con grandes cualidades —termina.
—Me consta —le asegura mi jefa, inclinándose hacia adelante para estar a la misma altura que ella. Le saca, por lo menos, cinco centímetros.
—Jefa —mascullo. Tiene que parar ya.
Ya fue suficiente.
Pero Ivanna vuelve a cambiar el peso de su cuerpo de una pierna a la otra, poniéndose cómoda.
—Entre sus cualidades podemos destacar la habilidad con los dedos —empieza a enumerar; ¡sí, a enumerar!—, don de la lengua, perseverancia en trabajos de fuerza o resistencia y arduo compromiso en terminar lo que comienza —me mira con orgullo—. Y ni siquiera hace falta motivarlo mucho.
Doy a Ivanna otra mirada de advertencia.
No es justo que se meta con Pru.
—Es un chico con pasión —termina
Pru solo alisa su vestido sin perder la compostura o su manera amable de ser. Es el color rosa personificado, una lluvia cálida; siempre dócil, se comporta como si ella misma fuese un conejito de peluche.
—¿Y en qué trabajas? —le pregunta ahora Ivanna, como si de verdad le interesara, insisto; también camina alrededor del Volkswagen Beetle, evaluándolo.
Niego con la cabeza.
—Freelancer —Pru, de cualquier manera, no deja de sonreír—. Soy ingeniera en sistemas.
—¿Ingeniera en sistemas? —Ivanna no esperaba eso.
—Tiene su propia empresa —intervengo, orgulloso de Pru—. Se llama «Pruwsers» y presta asesoría a otras empresas. Yo diseñé el logo —me auto felicito.
La misma Pru, agradecida por haber recordado eso, alza su barbilla en mi dirección; pues, para alcanzar mi boca, yo debo inclinarme y ella ponerse de puntillas, pero esta vez, sin interrupción, si nos damos un beso.
—Eres un lindo, oso —dice, haciendo rozar nuestras narices.
Sin embargo, cuando mi atención todavía se halla en Pru y esta ahora apoya sus manos cerca de mi cabello para acariciarlo; como torva distracción, escucho los tacones de Ivanna acercarse; otra vez.
Lo hace con elegancia y con una sonrisa congelada en su rostro; cosa que me obliga a retroceder.
No es cobardía; es instinto.
—¿Oso? —le pregunta a Pru.
Y quiero poner a Pru a salvo detrás de mí, pero esta da un paso adelante.
—Así le digo —Una vez más me mira con reverencia—. Es tan lindo y apapachable.
—¡Aaaaaaw! —Ivanna se vuelve a inclinar hacia adelante con las manos apoyadas una encima de la otra. Después ladea su cabeza hacia a un lado exagerando su reacción.
—Hasta le compuse una canción —dice Pru.
Los ojos de Ivanna brillan.
—¿En serio? —se vuelve a cruzar de brazos—. A ver.
«Oh, Dios».
—¿A ver? —inquiere Pru.
—La canción. Cántala.
Mis músculos se contraen.
—No, mejor no —digo a Pru.
—¿Por qué no, oso? —pregunta Ivanna, disparando como flecha su mano a mi mejilla izquierda para estrujarla, y la fuerza que pone en ello, para que quede claro, es innecesaria. «Ouch»—. ¿Verdad que la queremos escuchar, Clarissa? —pregunta a mi hermana.
—Sí, sí queremos —dice Clarissa.
Soltándome del agarre de Ivanna, me enderezo y gesticulo en su dirección:
—Cuatro siglos te enviaré a misión. ¡Cuatro!
Ella me saca la lengua.
—Haznos el honor, Prudensa —anima Ivanna a Pru; y Pru, aunque al principio lo duda, da otros dos pasos al frente para enseguida girarse y quedar delante de mí.
No deja de sonreír. Parece una niña a punto de presentar su número de la pastorela.
—Oso, oso precioso —comienza a cantar—; oso hermoso, cariñoso y afectuoso; ¡todo termina en oso! Oso, oso.
Escucho a siete perros diferentes empezar a aullar y a un gato salir corriendo.
—Oso, oso mimoso...
Y, en apariencia, sin nadie al volante; el Toyota Agya de la mamá de Alex comienza a retroceder y lo señalo con mi dedo. Porque no, no van a dejarme solo en esto.
El Toyota se detiene.
—... oso amoroso, gracioso y bondadoso —El Sedan color negro del que bajo Ivanna al igual sube sus vidrios—; ¡todo termina en oso! Oso, oso.
»¡Oso, oso!
Terminó.
Pru terminó.
Ivanna parece estar clavada en su lugar.
—Y es por esto que deberían vender el Tafil y el Prozac sin necesidad de receta médica —masculla, pareciendo querer enviar a cada alma en pena a uno de los nueve círculos del infierno. Pero no deja de sonreír.
Clarissa, desde su posición, de igual forma simula estar a punto de desmayarse.
—Pero bravo —aplaude Ivanna y me apresuro a instalarme junto a Pru para rodearla con mi brazo. También la animo a regresar a su lugar—. Desde luego una obra de la lírica contemporánea. Mozart, Bach y Wagner estarían orgullosos.
—La compuse en el avión de regreso a Ontiva —cuenta Pru, aceptando el «halago».
—Y sin duda ocupaste todo tu intelecto en ello —dispara otra vez Ivanna.
—Basta —la detengo.
Fue suficiente aunque Pru no lo vea así.
—Está bien, oso —me calma—. Te la puedo cantar otra vez si quieres —dice a Ivanna.
Enseguida, el Toyota Agya hace parpadear sus luces delanteras y lo vuelvo a señalar con mi dedo. «¡Dije que no!»
—Sería un honor —acepta Ivanna, moviendo hacia ambos lados su cabello.
Ni ella ni Pru dejan de sonreír.
De sonreírse la una a la otra.
Pru aclara su garganta:
—Oso, oso precioso...
Ahora son diez los perros que ladran.
—... oso hermoso, cariñoso y afectuoso...
El conductor del Sedan negro si lo obliga a retroceder sin pudor alguno.
—¡Todo termina en oso! Oso, oso.
Pru canta manteniendo una sonrisa angelical en sus labios e Ivanna, como ya dije, le sonríe de vuelta. En medio del «caos», son las únicas tirándose el guante.
—Oso, oso mimoso; oso amoroso, gracioso y bondadoso...
—¡Dile a mamá que la amo! —exclama Clarissa lanzándose delante de mí para después arrodillarse.
El gesto en su cara no tiene nada que envidiar al del cuadro «El grito» de Edvard Munch.
—No seas exagerada —la regaño.
—¡Todo termina en oso! Oso, oso.
»¡Oso, oso!
De nuevo nos circunda el silencio. Mientras hago poner de pie a Clarissa; los perros dejan de aullar, el Sedan negro de dar marcha atrás y cada cosa en general, sin falta, regresa a su posición inicial.
Todo excepto Ivanna y Pru que, todavía sonriendo, no dejan de mirarse o si quiere parpadean.
—¡CHÚ, CHÚ! —dice entre risas nerviosas Clarissa y al principio no la comprendo.
—Hagámoslo una tercera vez —dice Ivanna, retando a Pru, y salto.
—No. Basta —la detengo—. Fue suficiente ya.
Y me instalo delante de Ivanna para contenerla; pero ella, cambiando la sonrisa por cólera, ahora no deja de ver a Pru con odio.
A Pru que, sin importar lo que Ivanna haga, no deja de sonreírle.
—¡Le voy a pegar! —dice Ivanna.
—¡No!
—¡Me las va a pagar! —espeta intentando alcanzar a Pru, pero de nuevo la detengo; es el colmo ya.
—Vamos a hablar —demando y tiro de su brazo para que me siga—. Ahora vuelvo —digo a Pru para que tampoco se preocupe.
—Claro, oso —Ella no deja de ser apacible y lo tomo como un mecanismo de defensa. Sensible como es, no tarda ponerse a llorar—. Déjame tu teléfono para repararlo —propone.
—¡De ninguna manera! —protesta Ivanna, obligándome a conversar el aparato.
Y me alegra, porque tampoco me haría gracia dejarlo. Antes no tenía nada que esconder a Pru y le permitía repararlo o actualizarlo. Pero ahora...
Muchas cosas cambiaron desde que se marchó y ya no sé si es mejor que me vean como «oso» o como «ratoncito».
—¡Con esa canción torturan a Hitler en el infierno! —Ivanna se vuelve hacia Pru y la señala.
—¡Ivanna, ya!
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Por cada estrellita que dejen aquí, Hitler va a escuchar una vez tras otra «Todo termina en oso» en el infierno D:
Muchas sorpresas se vienen. La siguiente platica entre Ivanna y Luca es determinante *se muerde las uñas*
REPITO: En mi cuenta de Tik Tok TatianaMAlonzo encuentran la canción «Oso, oso» con entonación. Es un vídeo color rosado con un oso de portada. Y de antemano gracias por seguir allá también ♥
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