42. Dejando claro que no es bueno tener expectativas
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42. Dejando claro que no es bueno tener expectativas
—Oí que hablabas con Marinaro —digo al entrar al tráfico y ver que ella, más relajada, prende la radio.
—Tenía que ir anoche con él.
—¿Y lo olvidaste? —sonrío, emocionado. Yo olvidé mi cita con Pru. ¿Causo el mismo efecto en ella?
—Por supuesto que no —aclara, frunciendo el entrecejo—. Solo la cambiamos para hoy.
«Hoy», suspiro, triste. «Hoy es... hoy».
«Se reunirán más tarde».
—En cualquier caso, de haberlo plantado, eso le ayudaría a no crearse falsas expectativas —continua Ivanna—. Rodwell llamaba «conejita» a mi madre; la mimaba y a ella, todo eso, le hacía mucha ilusión. ¿De qué le sirvió?
—Bajo esa premisa, ¿de qué nos sirve respirar si algún día moriremos? —defiendo.
No puede culpar a alguien por querer ilusionarse.
Ivanna no contesta; no lo discute, pero tampoco lo acepta.
Y pensado en eso, me percato de que un vendedor de flores se aproxima. Tiene su venta más adelante sobre la acera, pero a modo de aprovechar el tráfico, visita cada coche ofreciendo sus flores. Lleva con él tulipanes, claveles, lirios, margaritas, girasoles y rosas. Rosas de distintos colores. Miro de él a Ivanna. Ella está ocupada con sus uñas. Babette dijo que prefiere las flores de Navidad pero no es temporada. De cualquiera manera, bajo la premisa que acaba de mencionar, ¿para qué regalarle una flor si quizá en un mes o menos no estemos juntos?
«No importa». Pienso en lo que paso anoche y, tomando valor, bajo el vidrio de mi ventana. Le quiero regalar una flor. Por lo que, con un gesto de mi mano, le pido al vendedor que se acerque.
Por el rabillo del ojo miro a Ivanna. Disimula mal no prestar atención a lo que sucede. ¿Qué pensará?
Observo de cerca las flores, la mayoría están maltratadas; y debe ser por eso que el vendedor, en un posible acto de desesperación, vino hasta los coches a ofrecerlas; y ahora, pese a todo, con esperanza espera que le compre alguna. Sé lo que es estar necesitado, por lo que tomo una rosa pese a estar casi seca y le entrego un billete sugiriendo que puede quedarse con el cambio.
Darme cuenta de lo maltratada que luce la rosa casi me quita las ganas de entregársela a Ivanna. Ahora no parece buena idea. Además, conociéndola, no sé cómo lo tomaría. Puede que me la arroje a la cara.
La giro entre mis dedos y otra vez miro por el rabillo del ojo a Ivanna. No tiene puesta su atención en mí pero es imposible que no advierta mis intenciones. Acomoda su cabello hacia un lado y espera.
Podría decir que es para mamá o para Clarissa... o para Pru. O insinuar que solo quise ayudar al vendedor.
Podría.
Y con cualquiera de esas posibilidades ahorrarme un posible desaire de su parte.
«No eres el único y nunca lo serás».
«No es bueno crearse falsas expectativas».
«Solo vamos a jugar».
Pero no, decido hacer lo que me sale del pecho y obsequiársela a ella. Solo a ella. Aun así, como los coches ya avanzan y ella otra vez conduce, con cuidado coloco la rosa sobre el tablero para que esté en su campo de visión.
—Me tapa la vista —dice, levantado su barbilla e ignorándome.
No es que no me lo esperara.
«Por lo menos lo intentaste, Luca».
Aunque no la puedo culpar. La flor es fea.
Desanimado, suspiro y alcanzo la rosa para tirarla.
—¡Solo ponla a un lado! —me regaña Ivanna, quitándomela.
La miro con sorpresa; y ella, aprovechando que esta vez el semáforo está en rojo, saca de su bolso un pañuelo para colocar la rosa dentro.
Todo con sumo cuidado.
¿Cuándo será el día que deje de sorprenderme?
—Aquí es —dice Ivanna, aparcando con precaución el Maserati. Después confirma la ubicación en el GPS.
Pero no es necesario, en la marquesina del lugar, al otro lado de la calle, se lee «Solatano & Delvecchio: academia de música».
Vuelvo a la página web en mi teléfono.
—Y aquí dice que Samuel Delvecchio da clases.
—Y los demás solo han intentado negociar con Solatano. Nosotros busquemos a Delvecchio.
—Sí... Entonces..., entro y me inscribo —digo, señalando el lugar. Eso es lo que hablamos.
Ivanna asiente.
Cojo aire, salgo del Maserati y, cerciorándome de que no viene coche, cruzo la calle repasando en mi mente lo que diré.
Al entrar al lugar me recibe la recepcionista.
—Buenos días, ¿en qué puedo ayudarle?
—Quiero recibir clases con Samuel Delvecchio —digo.
Ella no parece entender.
—¿Con... Sam?
—Sí.
Supongo que le dicen «Sam».
—¿La sorpresa se debe a que siempre piden a Max? —pregunta una chica de pie detrás mío. Me giro para verla. Es una hippie de apariencia asiática.
—Pues sí —confirma la recepcionista.
—Sam también tuvo sus admiradores —defiende—. Pocos pero los tuvo. ¿Ibas al bar de Bob a escuchar a Raptor? —me pregunta.
«El bar de Bob». Eso está cerca de la universidad.
—Sí. Iba seguido —miento.
—¿Y qué instrumento quieres que te enseñe a tocar Sam? —pregunta la recepcionista.
—¿Cuál me recomiendan? —pregunto a ambas porque no tengo idea.
—Hoy a las cinco tiene clases de guitarra.
—Anótenme ahí entonces.
—¿Si hay cupo? —pregunta la hippie.
—Sí. El que tiene lleno su horario es Max. Al resto de profesores se les puede hacer espacio.
La hippie hace girar sus ojos ante la mención de «Max».
Casi de inmediato vemos a un grupo de alumnos atravesar el pasillo. Se les ve felices. Y al final, sujetando de manera despreocupada una guitarra, se aproxima un tipo con el cabello alborotado, camiseta blanca, chaqueta de cuero, vaqueros, botas estilo militar e innumerable cantidad de tatuajes.
Viro mi atención hacia las paredes del lugar. Cerca hay un enorme retrato suyo autografiado. «Max Solatano».
—¿Dónde es la boda? —resopla al verme.
Me miro. Vine de saco y corbata.
—No todos visten como vagabundos —me defiende con una mano en la cintura la hippie.
—Solo estos lentes valen más que todo tu Outfit, Yoko —asegura, sacando de su bolsillo un estuche que contiene unos lentes de sol que enseguida se pone.
—Estoy en horario de oficina. Solo pasé a inscribirme —aclaro.
—Pero no vengas así vestido a recibir clases conmigo que me voy a estresar.
—Pues para tu sorpresa pidió ser atendido por Sam —dice con una sonrisa la hippie.
—¿Tengo cara de que me sorprende? —le contesta Max y después se dirige a mí—. No es personal, eh.
Hago ver que no pasa nada.
—Solo no me gustan los tipos estirados —insiste.
—¿Por qué será? —ríe la hippie y veo Max mostrarle con discreción el dedo medio.
—Iré a comer con una hermosa chica. Regreso en dos horas a mi siguiente clase —avisa.
Los tres lo vemos salir del lugar.
—¿Una hermosa chica? —le pregunta la recepcionista a la hippie.
—Su mamá.
Las dos ríen y, una vez entrego mis datos y pago la matrícula, confirmo que volveré a las cinco.
—¿Y? —pregunta Ivanna cuando regreso al coche.
—Tengo mi primera clase a las cinco —sonrío—. No sé si vendré solo o también me esperarás.
—A esa hora estaré con Marinaro —avisa y trato de no mostrar que me afecta.
Yo tengo a Pru. Eso es algo que no he dado por zanjado. Hoy más temprano le aclaré que Ivanna es mi jefa. Solo mi jefa. Y que a mamá le enfada este nuevo trabajo porque acapara todo mi tiempo.
Y nada más.
Elegí una verdad a medias.
Así y todo, prometí volver a hablar con Pru más tarde. Cuando me encuentre solo y tenga «tiempo». No estuvo conforme con mi respuesta, lloró y quiere que hablemos de nosotros. ¿Seré capaz de decir la verdad?
De todos modos, lo mío con Ivanna no va a ningún lado, ¿o sí? ¿Qué si ya no trabajo para ella cuando Pru regrese? ¿Qué si ahora me complico y no es necesario? Por otro lado, ¿lo volvería a intentar con Pru?
Esto es confuso.
Con Ivanna pasamos el día dando seguimiento a cuentas que ya tiene. Hablamos solo de trabajo. Incluso cuando comemos ella nada más indica qué información debo conseguir al hablar con Sam Delvecchio.
En ningún momento comenta algo de la noche anterior. Nuestra noche. Hoy es mi jefa. Solo mi jefa.
No es como si quisiera que ahora todo fuese arrumacos.
De acuerdo, sí quisiera. Pero también entiendo que...
No.
Entiendo.
«Por lo menos aceptó la rosa», me doy ánimos. Con ella todo siempre es volátil.
—¿Estás aquí? —pregunta de pronto, interrumpiendo una nueva instrucción que me da sobre mi cita con Delvecchio.
—Sí —me apresuro a decir—. Solo estaba... pensando.
—Oh.
«En ti».
Y así es como, sin más para agregar, pasada las cuatro de la tarde me deja en la entrada del estacionamiento de Welfare hotel. El mismo hotel en el que se reunió la última vez con Marinaro.
«Se va con él».
—Solatano & Delvecchio está a dos calles de aquí —avisa, retocando su maquillaje—. Aún tienes una hora para llegar. Ve por un helado o algo.
Insiste en tratarme como un niño.
—No gracias. Debo llamar a Alex —digo, viéndola prepararse—. Hoy si necesitaré su casa.
—¿Por qué? —ella arquea una ceja—. ¿Es muy incómoda la cama de huéspedes?
Y así es como me sorprende.
Porque Ivanna es ese tipo de mujer que siempre encuentra la manera de sorprenderte.
—¿Quieres que... me quede en tu apartamento? —No puedo creerlo.
—No. No lo digas así —puntualiza, molesta—. Te estoy haciendo un favor. Necesitas donde quedarte —no deja de mover sus manos—. Yo tengo una cama extra. Hasta ahí. ¿Estamos claros?
—Sí —digo, pero estoy sonriendo.
«Quiere que me quede».
—Ve a Solatano & Delvecchio y en cuanto termines te vas al apartamento —agrega, sin dar importancia. De nuevo retoca su maquillaje en el retrovisor—. Le llamaré al bedel para que te deje pasar.
—¿Segura de que no incomodaré? —Debo preguntarlo.
Ivanna me mira.
—¿Soy el tipo de persona que de incomodar no te lo haría saber?
Ahí tiene un punto.
—Por supuesto que no.
Ella me lo diría.
Levanta sus cejas de manera significativa y sujeta el volante.
—Nos vemos más tarde entonces —se despide, yendo hacia el estacionamiento del hotel.
Se marcha con él pero al menos aún me quiere cerca. ¿Cómo debería sentirme al respecto? También es confuso.
«Quizá está con él por costumbre. Aunque mencionó que la ayudará», recuerdo. Y estoy por girar sobre mis talones y marcharme cuando, luego de alejarse el Maserati rojo de Ivanna, se aproxima a la entrada un Jaguar color gris que enseguida se detiene a un costado mío.
No le puedo quitar los ojos de encima. Es un coche impresionante. No obstante, esto no está destinado a ser lo más impresionante; pues rápido, de una puerta trasera, baja un sujeto que ya había visto antes.
Suelta una risa seca y mira hacia donde acaba de marchar el Maserati de Ivanna. Después me devuelve su atención a mí.
—Luca, ¿cierto? —pregunta y, procurando lucir más alto, asiento. Enseguida mira su reloj—. Morris, estaciónate más adelante —indica con un aire ejecutivo al chófer—. Platico unos minutos con el muchacho y regreso.
«Muchacho».
Me hace seguirle unos cuantos pasos por la acera y después, pareciendo recordar algo gracioso, se vuelve hacia mí.
¿Qué quiere Marinaro?
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¿Ahora qué se viene? xD ¿Qué quiere Marinaro? Hagan sus apuestas.
Instagram: LucaBonanni93, Ivanna.Rojo. TatianaMAlonzo
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