36. La importancia de saber sobre Kevin Richardson

Capítulo dedicado a Kat-BS ¡Gracias por dejar comentarios!

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36. La importancia de saber sobre Kevin Richardson

Al entregar mi identificación y pronunciar el nombre «Babette Pinaud», la segunda puerta se abre. Sin embargo, eso no es todo, aún debo dejar atrás otra puerta de seguridad.

«Es un hospital de salud mental», trato de procesar otra vez. Por eso tanto control. Eso lo entiendo. Lo que no comprendo es... por qué motivo Ivanna me pidió venir.

—Babette Pinaud —repito en recepción, dejo ahí mi maleta y con amabilidad se me indica ir un pasillo que cruzo rápido; pues la curiosidad me mata.

El pasillo termina en una puerta que conduce a un jardín rodeado de una pared de tres metros de alto.

Busco entre los presentes, la mayoría son enfermos y enfermas que reaccionan ante cualquier cambio brusco en su entorno.

Yo mismo no sé cómo reaccionar.

Camino unos pasos hasta que por fin la veo: Ivanna está sentada en una banca con una señora que abraza una muñeca. Todavía sin entender qué sucede, camino hacia ellas.

Al llegar, mis ojos se detienen en la maleta colocada junto a la banca y después van a Ivanna; que se muestra seria y distante. «Venía aquí», trato de asimilar de nuevo; pero, ¿quién es la mujer que la acompaña?

—Buenas tardes —saludo en voz baja. Tengo una inexplicable sensación de incomodidad.

Sin contestar mi saludo, sin siquiera verme pese a que ya advirtió mi presencia, Ivanna se pone de pie y con un gesto me indica sentarme en la banca junto a la mujer. Antes miro con atención a esta y a la muñeca. Son parecidas a Ivanna, con la excepción de que a la primera ya se le vinieron los años encima y la segunda es de plástico.

Tomo asiento con la mujer escondiendo su rostro de mí.

—Mamá, él es Luca —me presenta Ivanna—. Luca, ella es Babette Pinaud... mi mamá.

«Mamá».

Siento la necesidad de girarme hacia Ivanna a modo de pedir una explicación, pero no lo hago; sospecho que para ella esto ya es lo suficiente duro.

Bonsoir, Luca —me saluda con mejor ánimo la señora Pinaud.

—Es francesa —explica Ivanna—. Conoció a papá en Paris.

No escondo mi asombro.

—Mucho gusto en conocerla, señora Pinaud —saludo a la señora alcanzando su mano derecha y suavemente deposito sobre el dorso de esta un beso.

—Es amable —comenta la señora Pinaud a Ivanna.

—Sí. Luca es un caballerito —Está de acuerdo mi jefa, todavía de pie frente a la banca; cruzada de brazos, sin dejar entrever cómo se siente.

—Pinaud —repito a Ivanna. Busco que me corrija la pronunciación; pues, estoy seguro, no lo digo bien.

—«Pino» —contesta ella, o por lo menos eso entiendo. Sin embargo, no conforme esbozo un gesto interrogante. El francés es complicado—. Dile «Babette» —me ayuda Ivanna.

«Babette».

—Ya no tienes la cicatriz —musita Babette, llevando una mano a mi barbilla.

Devuelvo mi atención a ella, preguntándome cómo sabe de mi cicatriz.

—¿Tenías una cicatriz? —pregunta de inmediato Ivanna.

—Sí. De niño —digo, llevando yo mismo una mano a mi barbilla—. Me la hice al caer de la bicicleta. Pero —miro con interrogante a Ivanna—, ¿ella cómo lo sabe?

—Eso mismo me pregunto yo —Ivanna nos estudia a ambos—. Dijiste que tu padre trabajó con el mío.

—Sí. La primera vez que entré a tu oficina y vi su foto creí reconocerlo de algún otro lugar.

—¿Tienes recuerdos de él o... ella? —Mira de mí a su mamá.

Yo también la miro.

—Creo que se reunían en un restaurante del centro —digo, pensativo—. Ahí recuerdo a tu padre. También a una señora —miro con mayor atención a Babette—. Pero lo que tengo más claro es que me impresionaba verlos bajar de un coche con chófer —añado. Porque eso sí lo recuerdo bien. Tengo en mi cabeza una imagen mía pregúntale a papá si tener chófer no era solo cosa de películas.

—Pipo —murmura Ivanna, viendo hacia otro lado.

—¿Tu amigo? —le pregunto.

—Sí. Fue nuestro chófer.

—Quizá él sabe.

—Es posible —Ivanna no parece segura—. Era más chófer mío que de papá.

—A ti no recuerdo —añado.

—Por lo mismo que era más mi chófer, Pipo solía llevarme a pasear por la ciudad para que no tuviera que esperar a papá.

—Pipo consiente mucho a Ivanna —dice Babette.

—Por eso es como es —le contesto, consiguiendo que Ivanna estreche sus ojos en mi dirección.

—¿Y cómo es? —me pregunta Babette.

—Mandona, fría... orgullosa.

—No. Ivanna es una niña encantadora —defiende Babette sujetando con fuerza a la muñeca e Ivanna sonríe triunfal.

—Usted y yo conocemos a dos Ivannas diferentes, Babette —digo y otra vez miro a Ivanna—. ¿Rodwell le hizo esto? —pregunto sin preámbulos.

—Sí y no —Ella emite un suspiro largo—. Ya había señales antes de que muriera papá, pero eso no fue el factor precipitante; mamá ya tenía problemas con la bebida y era adicta a los juegos de azar. Ahora imagina a alguien así que, además, empieza a presentar síntomas de demencia. Una ganga para Rodwell.

Ivanna baja la voz al decir lo último.

—A mamá le llevó años llegar a este punto —la señala—, pero en su momento Rodwell no la trató; por el contrario, aprovechó para orillarla a vender nuestra parte de la empresa.

—Y ahora está con mi mamá. Pero ella no tiene nada.

—No solo el dinero tiene valor —concluye Ivanna—. También la información. ¿Por qué te puso a trabajar conmigo? —la miro con culpa—. Quiere que me vigiles, ¿no? Tal vez pretende usar a tu madre. Tal vez ahora mismo quiere hacerme creer que estás de mi lado cuando en realidad... —Esta vez luce molesta.

—No, Ivanna —le juro, interrumpiéndola—. Rodwell nunca me ha inspirado confianza.

Es la verdad.

—Ivanna —repite Babette, sonriendo, evitando que Ivanna conteste—. Ella se encierra en su habitación con sus amigas a bailar canciones de los Backstreet Boys. Dice que se casará con Kevin Richardson.

—De eso si te acuerdas bien, ¿no? —le reprocha Ivanna con una mano en la cintura.

—Me hace feliz —contesta Babette sin dejar de sonreír.

Ivanna, desconcertada, vuelve a acercarse a la banca y se coloca en cuclillas frente a ella.

—¿Solo recuerdas lo que te hace feliz? —pregunta, triste—. No me recuerdas en ninguna etapa después de la adolescencia.

A Babette parece confundirle esa declaración, la misma Ivanna parece arrepentida de haberla hecho; por lo que decido ir en su auxilio.

—¿Qué más le gustaba hacer a Ivanna, señora Pinaud? —pregunto.

—Eso —continua—: imitar vídeos de Mtv con sus amigas. En especial con Victoria. Ella es su mejor amiga.

—Era —dice Ivanna, poniéndose de pie, y lentamente nos da la espalda. Para decidir qué hacer.

—¿Mtv? —repito.

—Se pasea por la casa cantando Crazy Frog.

—En serio no puedo creer que recuerdes eso —masculla Ivanna.

—Mira TRL y Laguna Beach. También tiene una colección de discos compacto. Ella, Victoria y otras chicas graban discos con sus canciones favoritas y se los intercambian.

—¿Solo de los Backstreet Boys?

—No. Keane, Snow Patrol, Vengaboys, Madonna, Christina Aguilera, Britney Spears, Nelly Furtado, Ricky Martin, La oreja de Van Gogh, NSYNC, Westlife.

—Recuerdas a más grupos que yo —dice Ivanna, triste, y desde mi lugar la miro limpiar con el dorso de su mano sus mejillas.

Está llorando.

—¿Ya te dije que ama el color rojo? —me dice Babette—. Por ser ese su apellido y porque es el color de la Navidad. Ivanna ama la Navidad.

—Papá murió en Nochebuena —vuelve a contestar Ivanna. Todavía le presta atención al jardín.

—Ama los árboles de Navidad —continua Babette, sonriente.

—Él estaba cerca de uno esa noche —dice Ivanna.

—Insistía en que pusiéramos el nuestro desde octubre.

—Y ahí lo encontró ella... Porque cabe aclarar que el rojo también es el color de la sangre.

Babette aún no parece advertir que esa conversación es con ella.

Me pongo de pie.

—Y del amor —digo, rodeando a Ivanna a modo de quedar frente a ella—. El rojo también es el color del amor.

Aún llora.

—Eso no existe.

—Sí existe —digo.

—Que hasta ahora no te hayan roto el corazón no quiere decir que todo lo que tenga que ver con el amor sea bueno —asegura, molesta... herida.

No me dejo amedrentar.

—Que hasta ahora no te hayan sabido amar como mereces tampoco quiere decir que las mentiras siempre estén incluidas en el paquete —devuelvo y, durante unos segundos, nos miramos sin decir nada.

Hay más lágrimas en sus ojos que las que deja caer. Pero ahí se van a quedar. Es caprichosa, orgullosa y terca.

«Trátala bien», me recuerdo.

—Mereces que traten bien.

—Antes sí. Ahora no —dice, buscando dentro de su bolso.

—¿Por qué te cierras?

—Un día lo entenderás —ríe. Lo dice de una manera que no comprendo.

—No todo tiene que terminar mal, Ivanna.

La miro sacar el móvil

—Necesito hablar con Marinaro —dice, ignorándome.

—¿Y quieres que me vaya?

—No —como la encaré otra vez está a la defensiva—. Te dejé las cosas claras. Tú y yo no somos pareja. Pero quería decirlo para que te quede claro que no tengo porque esconderme. Lo veré más tarde. Siempre nos juntamos los lunes. ¿Entendido?

—Sí, jefa —contesto, serio; sin embargo no sé cómo desatar el nudo en mi garganta.

La veo alejarse y de nuevo me siento junto a Babette. Ella está ocupada colocando pétalos de rosas sobre el cabello de la muñeca.

—Su hija es complicada —digo, derrotado.

—Está triste —contesta Babette sin dejar de ver a la muñeca.

—¿Por qué?

—Extraña a su papá. Él... trabaja mucho. No llores, Ivanna —la consuela—. Au clair de la lune, Pierrot répondit...

—No sé cómo hacerla sentir mejor —admito.

—Ni yo. Le tengo que ir a desconectar el ordenador porque chatea mucho en MSN.

—¿MSN? —río, pese a que el nudo en mi garganta no se va. Hace mucho no escuchaba de MSN—. ¿Qué más hace Ivanna? —pregunto, para levantar mi ánimo. Me gusta oír sobre ella—. Cuénteme.

—Chismógrafos para que los contesten sus amigas y los chicos que le gustan.

—¿Chismógrafos?

—Busca un cuaderno, lo decora y en cada página escribe una pregunta. Le gusta que las contesten utilizando lapiceros gel de colores. En un cofre transparente guarda un montón de esos junto con un labial con forma de fresa, clips y Post-it de colores.

—Así que desde entonces le gustan los Post-it.

Babette mira la muñeca y duda. De pronto ya no quiere abrazarla.

—Y de verdad ama la Navidad —agrega—. ¿O la odia? —mira a Ivanna, a la verdadera Ivanna, la que ahora está lejos hablando por teléfono.

—No la odia, solo la recuerda con dolor —digo.

Babette parece estar de acuerdo. 

—¿Conoces esas flores llamadas Nochebuena? —me pregunta—. También las conocen como Estrella federal, Pastoras, Pascuas o flor de Navidad.

—Sí. Florece en invierno.

—Basil llena la casa de esas flores... Tenemos una escalera —cuenta Babette, feliz—. Del primero al último escalón coloca flores para que Ivanna las mire a su paso. Ella dice que diciembre es el mejor mes del año, que se casará con Kevin Richardson en diciembre, que tendrá a sus hijos en diciembre. Ella ama la Navidad. Ama diciembre.

—Falta mucho para Navidad —lamento. Me gustaría hacer algo especial para Ivanna.

—¿Eres amigo de Ivanna? —me pregunta Babette—. ¿Van al mismo colegio?

—Sí, pero en realidad ella me gusta —admito—. Aunque no tengo oportunidad. Otro chico le obsequió rosas.

—Ella prefiere las flores de Navidad —asegura Babette susurrando en mi oído.

—Y a Kevin Richardson —añado y los dos reímos.

Pronto el sonido de un trueno alerta a Babette y a otros enfermos. Ella mira a la nada con miedo. 

Alcanzo sus manos y las sostengo.

—Todo está bien —le digo.

—Quiero ir a mi habitación —pide.

Asiento, me levanto de la banca con ella de mi brazo, le pregunto a una enfermera hacia dónde ir y despacio, mientras gotas de lluvia empiezan a caer, camino con Babette a mi lado.



Llegamos a una habitación pequeña, pero elegante, bonita y cómoda. Babette tiene una cama, una silla estilo Luis XVI y un estante con figuras de la torre Eiffel, hadas y retratos de personas que no conozco, con excepción de Basil Rojo e Ivanna. Ivanna de niña.

Por lo demás, más abajo, enredados en una canasta, hay hilos de colores que Babette rápido mira con tristeza.

—Hora de comer, señora Pinaud —anuncia una enfermera que sonriente entra a la habitación empujando una mesa auxiliar. Trae comida y una jarra de té.

Insto a Babette a sentarse en la silla y ayudo a la enfermera a preparar la mesa.

—Aquí está el biberón para Ivanna —agrega esta sacando de su bolsillo un biberón de juguete que Babette ve con miedo. Tampoco trajo a la muñeca con ella cuando venimos.

Creo que de momento para ella Ivanna no es un bebé.

Al salir la enfermera de la habitación quito el biberón de la mesa.

—Dígame algo en francés —pido para animarla y al instante escasamente Babette vuelve a sonreír.

À coeur vaillant rien d'impossible —dice—. Hablo en francés cuando me siento feliz —agrega en seguida—. Ivanna también.

—Es bueno saberlo —digo, recordando las veces que escuché a Ivanna decir algo en francés.

Me encantaría repetir eso.

Babette come en lo que termino de organizar los hilos.

—Lo que hacía mi abuela para que no se enreden es enrollarlos en pedazos de cartoncillo —digo, arreglándomelas con lo que encuentro.

—Eres un chico muy dulce —dice Babette.

—Ni tanto —suspiro—. Hace un rato le hablé de mala manera a mi mamá.

—Los padres sabemos perdonar —asegura Babette—. Por eso los hijos suelen entender mejor a sus padres al tener sus propios hijos.

—Gracias por también decirme eso —sonrío.

Minutos después Ivanna entra a la habitación cargando la muñeca y su maleta; deja la primera en la cama y la segunda junto a la puerta.

Babette ignora deliberadamente a la muñeca. Sin embargo, de nuevo parece desconcertada.

—¿La pasaste bien con Luca? —le pregunta Ivanna.

—Está ordenando los hilos que usaré para hacerle más vestidos a Ivanna.

—Sí. Luca adora todo lo que tenga que ver con los vestidos de Ivanna —masculla Ivanna a modo de que solo yo escuche.

Le lanzo una mirada retadora que corresponde con una sonrisa arrogante.

—Perdón por hablarte mal hace un rato —se disculpa sin cambiar el gesto en su rostro—. Fui pesada y desconsiderada... Aunque eso no es noticia.

—Estamos bien —digo, terminando con los hilos.

—Afuera empieza a llover —se queja en seguida, buscando un espejo—, arruiné mi planchado.

Hoy en «Problemas del primer mundo».

—Se ve hermoso tu cabello —la halaga Babette e Ivanna alcanza un cepillo de pelo de la cómoda para a continuación instalarse detrás de la silla y peinar a Babette.

De esa manera pasamos media hora más.

—Nos tenemos que ir —avisa Ivanna y Babette asiente—. Les dejé los pasteles a las enfermeras para que te los traigan hoy y mañana de postre. Pipo también te traerá otras cosas.

—¡Pipo! —repite con una sonrisa Babette.

Listo para irme, me acerco a Babette y beso su mejilla como despedida.

—También vendré otra vez —le prometo y en respuesta ella acaricia mi mejilla.

Después salgo de la habitación para que Ivanna se despida en privado.



—Vamos.

Ivanna sale de la habitación llevando puestos unos lentes de sol. También limpia su nariz con un pañuelo.

Otra vez lloró.

Caminamos juntos por el pasillo.

—¿Qué tanto platicaste con Babette? —pregunta haciendo rodar la maleta. En la otra mano lleva el pañuelo y su bolso.

—Dijo que mojaste la cama hasta los ocho —miento a modo de broma. No quiero verla llorar.

Ivanna me pasa y se gira hacia mí un metro antes de llegar a la recepción.

—Aún la mojo —asegura, otra vez sonriente, y después se vuelve a girar para pedir nuestras identificaciones. 


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¿Impresiones?

Solo les digo que está lloviendo, los ánimos están caldeados y la noche apenas comienza Ya hace falta volver a subir la temperatura, ¿no? 7u7

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La estrellita (votos) de hoy son para Babette. ¿Cuántas le dejan? 

¡Seguimos pronto! 

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