19. El escote

Capítulo dedicado a CabreraMor. Tu hermana me platicó que pronto te graduarás de medicina. ¡Felicidades! ♥♥♥

IMPORTANTE: Ahora, en lugar de los tres puntitos, separo las escenas con espacios. Lo aclaro para que al leer no piensen que ya terminó el capítulo xD No termina hasta que llegan a mi nota final c: 

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19. El escote

Por bajar corriendo, casi aterrizo de cara en el penúltimo escalón; por lo que, rápido acomodo hacia un lado mi bandolera, me sujeto del barandal y termino de bajar con mayor cuidado las escaleras. A Ivanna no le haría gracia verme en muletas.

—¿A dónde tan aprisa? —escucho que pregunta con humor la voz mamá, sorprendiéndome. Ella viene de la cocina con la bolsa de mi almuerzo en mano.

—Voy tarde —digo, pero ahora soy yo el que tiene interrogantes. Aún más interrogantes—. ¿Qué haces aquí?

Luego de cuestionarle haber llegado temprano la noche anterior, a mamá no le toma por sorpresa que ahora quiera saber porqué todavía no va camino a su otro empleo. Me resulta extraño verle aquí, ella siempre sale de casa antes que yo y, de no hacer horas extra, regresa hasta la hora de la cena.

—Ya no tengo tanta presión encima, cielo —dice, cautelosa; acomodando detrás de su oreja un mechón de su cabello.

—¿Te despidieron? —quiero saber—. Puedes decírmelo —Me acerco a ella y a manera de mostrarle mi apoyo la tomo por los hombros—. No te preocupes, con mi salario en Doble R estaremos bien.

«Ahora menos que nunca podría renunciar».

Ella me entrega la bolsa que contiene mi almuerzo y, dándome a entender que ya estamos bien, que no hay nada de qué preocuparse, con ternura sujeta mi barbilla entre sus dedos.

—Ya habrá tiempo para hablar. Haremos una reunión familiar, ¿de acuerdo? —promete—. Incluiremos al pato de la palabra.

«¿Podría no recordarme a ese pato?»

—De acuerdo.

—Ahora vete —Me da un beso de despedida—. No quiero que tengas problemas con esa mujer.

—Nos llevamos mejor —le recuerdo, guardando dentro de mi bandolera la bolsa con mi almuerzo.

—«Estamos mejor». En mis tiempos, de una mujer solo nos importaba su condición física —dice el abuelo saliendo de la sala de estar al vestíbulo—. En mi rancho les dábamos un par de golpecitos en la cadera para saber si serían buenas para parir. Solo eso importaba.

—Te prometo que es el primero que haré al ver a Ivanna —También me despido de él.

—Asegúrate de que tenga un poco de grasa y chaparreras para que al menos resista tres o cuatro bebés.

Visto que, de hecho, Ivanna no tiene «chaparreras» ni demás, incómodo hago otro gesto afirmativo al abuelo y salgo de casa.

Titiritando debido al frío de la mañana, viendo cada dos segundos mi reloj, saco mi bicicleta del garaje y la conduzco hasta el Mini Market; ahí se la encargo a Roy y corro hasta la parada del autobús. «Voy tarde» Sin embargo, sintiéndome un completo imbécil, pronto recuerdo que Ivanna no me dijo en dónde nos reuniremos hoy.

«Ayer te llamó», recuerdo. ¿Cómo olvidarlo? Casi me atropella un coche debido a la «emoción».

En lo que subo al autobús saco del bolsillo mi teléfono, busco en el historial de llamadas, guardo el último número como «Ivanna» y le... «¿Le marco?» No parece buena idea. Por lo que, pensándolo mejor, le envío un mensaje.

Escribo mientras tomo asiento.

Luca: Buenos días. Soy Luca. Ayer no dijiste en dónde nos reuniremos hoy.

Para ser francos, ella no me dijo y yo tampoco pregunté. Espero que eso no amerite un Post-it.

El teléfono resbala en mi mano. Me pone más nervioso tener que esperar respuesta. Aun así, siendo positivo me convenzo de que no debo temer. Ivanna prometió ser más amable.

La ansiada respuesta llega después de tres minutos.

Ivanna: Becker Steak House.

Uno más a la lista de restaurantes que no puedo pagar.

Luca: De acuerdo. Ahí te veo :)

Me preparo para bajar en la siguiente parada, aquí voy mal y debo tomar otros dos autobuses.

Ya hay coches estaciones en la aparcadero de Becker Steak House, aunque ninguno es un Maserati Ghibli color rojo. Relajado porque llegué a tiempo, confiado de que mi situación mejoró, entro al lugar como si lo visitara a diario y aviso al anfitrión que espero a Ivanna Rojo. Por ser esta una zona donde abundan los edificios con oficinas, la mayoría de clientes son ejecutivos con trajes caros; destacando cerca del área del buffet la que parece ser la gerente, una mujer joven que viste elegante y chasquea los dedos en dirección al anfitrión y los meseros.

—Dile a Oliver que en la mesa seis todavía lo esperan para saludarlo, y que si tengo que volver a repetir eso lo verá reflejado en su cheque—indica molesta a una mesera que se encoge de hombros y, sumisa, corre hacia la cocina.

Mientras tomo asiento quisiera decirle que todo estará bien, que al menos a ella no le colocan Post-it en la frente, pero con todo y eso no luciría tranquila; sobre todo porque debe salir a indicar a la gerente que la persona solicitada avisa aún no saldrá.

—Y que si quiere, lo despida —añade para enojo de la otra que de inmediato murmura entre dientes maldiciones y repiquetea con violencia sus tacos altos, pero vuelve a sonreír al ver llegar a más clientes.

El ambiente en el lugar, en general, cambia cuando la mayoría gira su cabeza hacia la puerta principal. Hago lo mismo y mi boca cae abierta al ver a Ivanna caminar hacia donde está la gerente. Se sujetó el cabello en un moño por encima de la nuca y trae puesto un traje blanco y blusa negra que deja al descubierto gran parte de su escote. De nuevo confirmo que no tiene «chaparreras», pero es mi instinto primitivo el que habla cuando digo que espero si esté preparada para tener muchos, muchísimos bebés.

Me remuevo incómodo en mi asiento «No es el momento adecuado para ese tipo de pensamientos, Luca».

—Ivanna Rojo —saluda la anfitriona.

—Y tú sin duda debes ser Karin Becker —saluda de vuelta Ivanna—. Te agradezco recibirme.

—¿Vamos a una mesa?

—En la de allá está mi asistente —dice Ivanna, señalándome. «Me notó» Lo que me hace sentir bien. Al menos ya no me ignora o niega.

En cuanto las dos toman asiento, Karin Becker llama con un gesto de su mano a uno de los meseros.

—No los haré ir al bufet —dice—. Ustedes pidan lo que quieran.

Y aunque suena a invitación, preocupado de que la reunión no salga bien y posteriormente no lo sea, pido de la carta lo más económico: un par de huevos revueltos y café. De cualquier manera, poner «atención» a la carta me da la oportunidad de mirar con disimulo el escote de mi jefa... lo que también puede resultar mala idea. Recordemos esos caballos que de la nada salen despotricados.

«Aquí no, Sinhueso»

«Pero es miércoles», demanda él, incontrolable y desvergonzado como siempre.

Trato de ser comprensivo:

«Pero este —miro hacia ambos lados— es un lugar público»

«Oh»

—¿Pasa algo? —me pregunta Karin Becker. Sabrá Dios qué tipo de muecas acabo de hacer.

—Es que todo se ve delicioso —digo, señalando la carta.

—Gracias —escucho decir a una voz alegre y al instante en mi campo de visión aparece una mano que salta en dirección a Ivanna. Ella la acepta—. Oliver Odom —Se presenta un chef. O supongo que es chef por el traje que lleva puesto.

—Ivanna Rojo —Le sonríe Ivanna.

—No escoja nada. Si me lo permite, yo mismo le prepararé algo especial.

Mi jefa sonríe halagada.

—Gracias.

—La mesa seis está allá, cari —dice entre dientes Karin Becker al chef; sin embargo, él se toma su tiempo para, como todos, ponerse a disposición de Ivanna.

—Ya la vi.

Yo solo espero que esto también se vea reflejado en su cheque.

Mis ojos y los de Ivanna se encuentran durante un segundo cuando los dos bajamos la carta. No me dijo «Buenos días» pero tampoco me regañó. Esto sin duda es un avance.

—Pasen feliz día —se despide finalmente el chef y esta vez, con la misma actitud socarrona, si camina hacia la mesa seis.

—Tu novio —dice Ivanna a Karin a modo de pregunta.

—Calabacitas van y vienen —contesta ella a Ivanna, claramente enfadada... con Ivanna—, pero una es para siempre... la fiel... la que le presenta a la mamá... la incondicional.

Llevo el tiempo suficiente con Ivanna, como para darme cuenta de que el comentario de Karin Becker, aunque trate de disimularlo, le cae en gracia. No obstante, de no hacer algo pronto, perderá esta negociación solo por ser guapa.

—¿Cuánto tiempo llevan juntos? —pregunta.

—La semana pasada fue nuestro cuarto aniversario.

—Imagino que la celebración fue espectacular —Mi jefa quiere información. No es lo que dice, sino cómo lo dice.

—Algo así —Karin fuerza una sonrisa. En cambio Ivanna, atenta, calla y... observa. Creo que encontró el punto débil de la chica—. El viernes tenemos una cena para celebrar la expansión de BSH. Creo que espera eso o mi cumpleaños para... ya sabes —Aprieta con incomodidad sus labios. Ni siquiera se atreve a decirlo.

—Sin duda —Ivanna mira con complicidad a la chica—. Porque no te va a dejar ir. ¿En dónde más encontrará a tremenda ejecutiva?

—Pero vino a la mesa por ti —Hay tristeza en el tono de la chica. Es como un cristal a punto de romperse.

—Soy un paisaje. Tú eres quien cuida los intereses de ambos.

—Aunque te lo pongo difícil, ¿no? —Ahora bromea. No parece querer que la vean con pena.

—Como pocos. Esperé esta reunión por semanas.

Karin no esconde su sorpresa. «Becker Steak House». El señor Rodwell inclusive les tiene en el listado de cuentas imposibles.

—A tu jefe no le fue bien al tratar directamente con mi padre —dice Karin—. Ninguno de los dos cedió.

—Y ahora enviaron a las chicas —De nuevo Ivanna le dirige una mirada cómplice.

—Sí.

—Y no. No acepten el trato a menos que ofrezcamos un informe a corto, mediano y largo plazo —le hace ver—. Ustedes tienen grandes planes. De involucrarnos nosotros sería estrictamente para situaciones cuya experiencia sea escasa o nula. Y la continuidad del arreglo dependería de los resultados —Ivanna dirige su atención a la mesa seis, donde el chef aún saluda a los comensales; luego se concentra otra vez en Karin—. La permanencia de cualquier arreglo debe depender de los resultados. Para nosotros lo más importante es que ustedes se sientan satisfechos durante el proceso, de modo que el contrato se manejaría por plazos.

Percibo que con eso la tiene en la bolsa.

—Hagamos algo —Karin incluso se sienta más derecha—. Te invito a la cena del viernes. Ahí puedes hablar directamente con mi padre. Plantéale el trato de la misma manera que a mí: permanencia a partir de resultados, que el contrato se cancele o continúe dependiendo del visto bueno que demos a cada balance y... que él decida.

En los labios rojos de Ivanna se dibuja una sonrisa.

—Ahí estaré.

Tomo nota de lo que se habla durante la siguiente hora. Karin Becker es la hija del dueño y lleva un año como gerente de esta sucursal. A ella le fue delegado tratar con Ivanna. El señor Becker está interesado en expandir su cadena de restaurantes e Ivanna, como asesora, ofrece ayudarles a evitar riesgos. Es como si Karin Becker fuese la novia, Becker Steak House la fiesta e Ivanna la organizadora de bodas. De modo que una vez más confirmo que el trabajo de los ejecutivos de Doble R es, básicamente, cobrar por cuidar tu culo.



—La tienes —felicito a Ivanna a la salida.

—No hasta que firmen el acuerdo —Ella luce radiante—. A veces debo reunirme dos o tres veces más hasta de que eso suceda... o no suceda.

—Ah.

—Hay acuerdos que firmé hace tres años y aún hoy siguen. Es por eso que a Rodwell le interesan las cuentas «grandes». Empresas en expansión.

Recuerdo la conversación con el tipo que vive en su edificio.

—¿Cómo Grupo M?

—Grupo M no está en expansión. Lo que queremos de ellos es hacernos cargo de las empresas que adquieren. Garantizarles que con nuestra ayuda las venderán a mejor precio.

—¿Entonces por qué no aceptan?

—Porque Rodwell no sabe negociar —Ivanna hace girar sus ojos—, y, por ejemplo, en el caso de Becker Steak House hasta hoy conseguí me permitan acercarme a la cabeza. Grupo M tiene nuevo presidente, pero aún no le permiten tomar ese tipo de decisiones. Debemos aprender a esperar o... también conseguir llegar a la cabeza.

Entramos al Maserati y el ambiente dentro también se percibe distinto. Repito que, además de ser esta la primera vez que Ivanna me permite estar presente durante una reunión, nunca antes me había hablado de su trabajo, no con amabilidad. Aunque por fortuna, ahora que no la tengo de frente, puedo desviar mi atención hacia otro lado que no sea el escote. No es que mi interés no haya estado en la reunión. Sé que Barney el dinosaurio cantará este viernes en...

De acuerdo, no.

Ivanna saca de su bolso un neceser que contiene maquillaje y comienza a retocar el que lleva puesto; que, en mi opinión, no necesitaba retocar; pero, a pesar de todo, ella, vanidosa como es, se toma su tiempo y no arranca; por lo que, despacio, sin saber qué más hacer, vuelvo mi atención hacia la ventana. No obstante, en el reflejo puedo verla... a ella y al escote. Contengo un suspiro y, avergonzado, apoyo mi bandolera sobre mi regazo. «Ya no veas ese escote, compañero; es el diablo».

—¿No te regañaron por no llegar a dormir el lunes? —pregunta.

—No... Soy un adulto.

Trato de esconder el llavero con forma de Furby que cuelga de mi bandolera luego de decir eso.

Y quiero añadir más, pero nada sale. Cada que intento verla, inevitablemente mi mirada cae en el escote; aunque me vuelvo hacia otro lado en seguida; no quiero parecer urgido. El Sinhueso da su opinión al respecto: «Pero estamos urgi...»; «Cállate», le detengo.

—Háblame de ti —dice, aún con su mirada delante del espejo retrovisor. Ahora intenta retirar el exceso de sombra.

—¿De mí?

—Aseguré que te daré una oportunidad, ¿no? Me sirve conocerte —De pronto siento la boca seca—. ¿En dónde trabajaste antes de Doble R?

No tengo tiempo para pensar en una respuesta que no sea la verdad.

—Una tintorería y una pizzería.

—¿Dos empleos?

Asiento.

—¿Y qué pasó? ¿Te despidieron?

—Solo de la pizzería una semana antes de que mamá hablara con el señor Rodwell —Los ojos de Ivanna se entrecierran—. Llamé a la tintorería cuando me aceptaron en este.

—¿De dónde conoce tu mamá a Rodwell?

—Mi papá trabajó en Doble R... con tu papá, de hecho —Paso mi lengua por encima de mis labios. Necesito agua.

—Nadie me dijo eso —Se oye molesta.

—Él... tu papá... lo despidió —Me atrevo a decir pese a que, para ser sincero, no me consta.

Ivanna dirige su atención a mí. La tomé por sorpresa.

—Tendría sus razones —defiende a su padre.

Está a la defensiva y yo también; le disgusta que se metan con su padre y a mí, de igual manera, que este arruinara al mío. Ella lo nota y pronto baja la guardia. Por mi parte, ya no la miro a ella. Mi atención otra vez está en la ventana. Podrá ser mi jefa y en cuanto a belleza la diosa afrodita misma, pero mi padre es mi padre.

—Un minuto —dice a regañadientes luego de unos segundos y baja del Maserati con teléfono móvil en mano.

Hace una llamada y, desde mi lugar, la veo discutir con alguien mientras me mira de reojo. ¿Quién? Camina de un lado a otro, molesta; pero al cabo de unos minutos esa persona consigue se tranquilice.

Cuando regresa al coche aprieta con fuerza el volante antes de hablar.

—Estoy segura de que tu padre era un gran hombre —dice—. Tú eres un chico trabajador y, sin duda, lo demuestra.

Con todo y lo rara que me resulta la situación, le agradezco esta vez ser más ecuánime con lo que dice.

—Gracias.

—No dudo que encabezara los listados de empleado del mes —añade y me digo que al menos lo está intentando. Es claro que a pesar de que preferiría defender a su padre continúa su promesa de tratarme mejor.

—Le hubieras caído bien —reconozco.

—¿Ah sí? —Otra vez la tomo por sorpresa y, ya más relajada al notar que yo también bajo la guardia, vuelve a concentrarse en su maquillaje—. ¿Conoció a Prudencia? —quiere saber ahora.

«Mierda, casi olvido que le hablé de Pru». Esto es incómodo.

—Pru —corrijo, lo que le hace perder la concentración y desviar unos milímetros la perfecta línea que estaba a punto de dejar su delineador de ojos. Se apresura a coger papel para arreglarlo—. Y sí, la conoció —aclaro—. Aunque entonces ella y yo solo teníamos edad para ser amigos.

Admito que hablar de Pru me relaja. Es un tema familiar para mí. 

—¿Yo también puedo preguntar cosas sobre ti? —Me animo a decir, inclusive.

Ivanna tarda en responder.

—Claro —Su voz se escucha cortante. Criptica—. ¿Por qué no?

Y aunque insisto en que no lo necesita, sigue pendiente de su maquillaje.

—¿Has trabajado en otro lugar que no sea Doble R?

—Fui lavaplatos, mesera, vendedora de artículos por catálogo... hice pizzas.

Mi cara de estupefacción la descoloca.

—Te lo dijeron en la oficina, ¿no? —Se defiende—. Rodwell me robó esa empresa. Mi tío me pagó la universidad pero tuve que ver por todo lo demás. Incluso me hice cargo de mi madre. Al igual que muchos tuve más de un empleo y sé lo que es no tener ropa de calidad para trabajar en una oficina o, peor, fingir no tener hambre por no tener con qué pagar la cuenta o, por compromiso, pedir lo más barato —Debería sentirme avergonzado de que se percatara de eso, pero no... que asegure que también le pasó me hace sentir tranquilo—. No siempre tuve coche o jefes considerados —Comienza a guardar el maquillaje en su neceser—. Me faltan seis meses para terminar de pagar mi apartamento —Me mira— Lo que intento decir es que a mí nadie me regaló nada. Hasta el último par de zapatos en mi armario lo pagué yo.

—Entiendo —No sé qué más decir.

—¿Qué más quieres saber?

Quiere cambiar de tema y la dejo.

—¿Qué haces en tus ratos libres? —Sueno más animado.

—Cosas.

No quiere contestar.

—Tú me hiciste decir que dibujo, leo y juego Xbox —Le recuerdo y la veo tensarse.

—Un minuto —dice a regañadientes y vuelve a bajar del coche con teléfono en mano.

Una vez más realiza una llamada y discute con la persona al otro lado. Su enfado es tal que ahí mismo en el aparcadero golpea el espejo de una camioneta que, espero, le pertenezca al chef. Admito que me causa gracia verla. Lleva una mano a su cara, gira sobre sus pies y hasta hace ejercicios de respiración para tranquilizarse en lo que la persona al otro lado dialoga con ella. ¿Qué se dirán?

Cuando regresa luce más «calmada».

—Crurigamas —masculla.

—¿Cómo? —No entendí.

Levanta su barbilla y vuelve a decir sin verme a la cara:

—Crucigramas. Hago crucigramas.

Ahí mismo en mi asiento me giro por completo hacia ella y le sonrío. Sin embargo, sigue sin verme a la cara.

—¿Qué más? —pregunto.

La veo tomar aire. ¿Por qué le cuesta tanto...?

—Están estos programas —Mueve su mano como si sostuviera un control remoto—, ya sabes...

—¿Cuáles?

—Donde hacen pasteles. Concursos para hacer pasteles.

—¿Te gusta la repostería?

—Los pasteles —aclara, tratando de lucir digna—. Mi abuela me preparaba muchos de niña... Me gustan.

Puedo dar fe de eso al recordar el contenido de su nevera.

—¿Has preparado alguno?

—No soy buena con los detalles —afirma—. Pero sería buena crítica... Crítica de... pasteles.

Esboza una sonrisa que solo permanece en sus labios un segundo. Además de que aún no me mira. No necesito ser especialista en comportamiento humano para darme cuenta de que le cuesta hablar de ella.

—También me emborracho con mi amigo Pipo. Eso lo hago mucho.

—¿Alguna música en especial? —pregunto ahora.

—No —dice, todavía sin verme—. Solo pongo la radio y si me gusta lo que está lo dejo.

De acuerdo, no la culpo por aún no tenerme la suficiente confianza para hablar de Kevin Richardson.

—En definitiva no voy a preguntar cuál es tu color favorito —agrego y eso la hace sonreír. Sonreír... de verdad, sin parecer altanera o falsa. Me atrevería a decir que es la primera sonrisa genuina que obtengo de Ivanna.

—¿Y el tuyo? —Esta vez si me mira—. ¿Cuál es tu color favorito?

—Ninguno en especial —explico—. Porque cuando dibujo siento ganas de utilizarlos todos. El mundo es... una paleta de colores.

«Espero no haberme escuchado como un idiota».

Por lo menos ella no ríe. Me observa seria, como si de verdad le interesara.

—¿Qué dibujas? —pregunta.

—Cosas —Entrecierra sus ojos en mi dirección. No me lo dejará pasar—. Hay... —Debo hablar—. No sé si has visto las historietas —Niega con la cabeza—. ¿Las novelas gráficas? —Por fin asiente—. Pues —Me acomodo de mejor manera para explicar—. Yo hago eso... o por lo menos bocetos de... eso —Continua seria—. Sé que no es importante o me dará si quiera para comer, pero... me gusta.

Me siento tan azorado que, en contra de lo dicho, tampoco puedo verle directamente. Quién diría que de igual forma me costaría hablar de mí. Al menos con ella. Frente a ella; que aún me mira seria, imperturbable. ¿Qué pensará de mi?

—Un minuto —vuelve a decir, y aunque espero que otra vez hable por teléfono aquí mismo en el aparcadero, camina hacia Becker Steak House. ¿Qué hice? ¿Qué le sucede?

Sale veinte minutos después sin reflejar algún cambio en particular, entra al coche y guarda en su bolso una tarjeta.

—La invitación para la cena del viernes —dice y esta vez si arranca el Maserati.



No tenemos la siguiente reunión hasta mediodía. De modo que, para «matar el tiempo», Ivanna adelanta la cita en Victoria's Salon para que le retoquen las uñas y agenda otra para que la peinen y maquillen el viernes.

—¿De qué color será tu vestido? —Le pregunta la manicurista.

—Negro.

—El confiable negro.

Ivanna sonríe.

En cuanto a mí, convenientemente distraído, en apariencia entretenido con una revista, la miro por encima de las hojas que contienen ofertas y actividades de ocio. Ahí mismo encuentro un crucigrama a medio terminar y, pensando en nuestra plática, saco un lápiz de mi bandolera y se lo llevo para su disfrute. Lo toma con humor y se entretiene con este en lo que terminan de arreglar sus uñas. Desde donde estoy la veo: A ratos tentada a abrir Google para comprobar alguna respuesta. A ratos decidida a resolverlo sin ayuda.



Lo siguiente es una comida con el señor Ricordel, padre de los gemelos del infierno cuya hazaña me hará jamás olvidar mi primer día de trabajo; hoy revisará el borrador del contrato y, de no haber muchos «pero», ambos acordarán una reunión con Rodwell para firmarlo.

Eligieron un restaurante japonés como punto de reunión, y no me quejo, suena delicioso; sin embargo, como es ya mi costumbre, avergonzado, me preparo para emprender la retirada. Este lugar tampoco lo puedo pagar.

—Un vaso de agua está bien —digo al mesero e Ivanna se mueve con incomodidad, como cada vez que desaparezco luego de no pedir nada; pero no es mi culpa y hace un rato aseguró comprenderlo. Iré por ahí a comer lo que me preparó mamá en lo que Ricordel llega.

—Doble R paga —dice, cuando estoy por levantarme. No despega sus ojos de la carta—. Da... una tarjeta a cada ejecutivo para costear las reuniones que tengan que ver con trabajo —Esta vez sí me mira—. La cuenta queda a cargo de la empresa... Por esa razón siempre pido lo más costoso.

—¿En serio? —De nuevo acomodo mi culo en el asiento. Ella asiente. ¿Y hasta hoy me lo dijo? Aunque lo importante es que me lo dijo.

No deja de verme.

—Bueno —Miro de reojo lo que pidieron en otras mesas—, en ese caso no hay que desaprovecharlo, ¿o sí?

—Pues no.

Los dos sonreímos. Insisto en que todo esto es nuevo.

—Tráigame sushi —digo al mesero.

—Atún con ajonjolí —pide Ivanna.

—¿Alguna entrada? —pregunta el chico.

Ivanna curiosea la carta.

—Camarones con espárragos.

—Y papas fritas —agrego yo a la lista—. Me gustan las papas fritas —Le digo a Ivanna.

El mesero esboza una mueca.

—¿Para beber? —pregunta.

—Té verde —pide Ivanna levantando un poco más su nariz respingada.

Coca-Cola sin hielo —pido yo y el mesero, con la misma actitud petulante, levanta una ceja con desaprobación. Ivanna pasa su lengua por encima de sus labios y ríe.

—¿Qué? —pregunto a ambos.

—Nada —afirma ella—. Tráigale lo que pida —indica al mesero con autoridad y este asiente. «Ya oíste a la jefa, amigo»

Una vez él se marcha no hablamos un par de minutos. Hasta hoy mi costumbre fue dejarla sola en lo que terminaba de comer; sin embargo, rompe el hielo rápido. Ivanna Rojo no es una mujer tímida. Por mi parte, trato de no permitir que mis ojos aterricen en el pliegue de sus senos. ¿Servirá de algo decir que, en cualquier caso, hoy he descubierto cosas que me interesan aún más que su escote?

—Por la tarde iremos a Chevalier para que Anette te regale otro traje de la bodega —indica—. La cena del viernes en Becker Steak House es una gala.

—Vale —sonrío—. Esperas mucho de esa reunión, ¿cierto?

—Sí... Mucho —contesta Ivanna, de nuevo sin dejar de verme a la cara. 


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4,300 palabras tiene este capítulo D: ¿Conclusiones? ¿Lo disfrutaron? Yo solo les digo que esa gala se pondrá interesante 7u7

¿Extrañaban mucho a los «cari» xD? Para quienes no conozcan a Oliver y Karin, aclaro y recomiendo leer la bilogía La reputación. Esas historias también son comedias románticas ♥

Los espero en el grupo de Facebook «Tatiana M. Alonzo - Libros» para fangirlear c: 

Ah! Y miren qué linda se ve de negro :3 ↓ Aunque ése no es el vestido que usará.

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