11. ¿Quién tiene la palabra?
11. ¿Quién tiene la palabra?
—¡Feliz cumpleaños a mí! —canto moviendo en círculos la nueva copa de vino que tengo en mi mano—. ¡Feliz cumpleaños a mí...! ¡Feliz cumpleaños, querido Luca! —agito mi mano libre como si dirigiera una enorme orquesta—. ¡Feliz cumpleaños a mí! —elevo considerablemente mi voz en el último «a mí».
No me quejo, aunque al principio me supieron pesados, conforme bebo más vino este se va suavizando.
Ivanna, con una mano colocada sobre su frente a manera de visera, continúa hablando con el cliente. Canto más alto en caso todavía no me escuche.
—¡Feliz cumpleaños a mí! ¡Jefa! —la llamo—. ¡Jefa...! ¡Qué tal vamos!
La miro tensar sus hombros y encogerse donde está entre más altos son mis gritos.
El señor Amato, por otro lado, no deja de reír:
—Le cayó pesado el vino a tu asistente —dice.
—Al parecer había que explicarle que solo debía olerlo y dar un sorbo..., no beberse toda la copa —explica Ivanna molesta en lo que yo, sintiendo que me mueven de lugar el piso, me pongo de pie y como puedo avanzo hasta donde se encuentra ella.
Es la última vez que le voy a permitir hablar de mí con ese tono.
Cuando estoy al lado de ella, me vuelvo a dirigir a Ciro.
—Ciro, una silla por favor.
Es el único que me respeta en esta sala.
—En seguida, señor.
Le pido que la coloque dando la cara a la de Ivanna y me siento. El señor Amato coloca un puño sobre su boca para no reír, e Ivanna, en silencio, hace girar el extremo de un lapicero entre sus dientes, sus ojos fijos al frente, no parpadea o si quiera parece respirar.
—Tú y yo vamos a hablar —empiezo.
—Tienes tres segundos para volver a tu lugar —me advierte ella sacando de su boca el lapicero, aunque sin dejar de mirar al frente o batir sus pestañas—. Uno —empieza a contar—, dos...
—¡Chist! ¡Chist! ¡Chist! —la callo harto de que me interrumpa y paciente saco de mi bolsillo el móvil, abro Google, escribo «Pato de goma», voy a «Imágenes» y selecciono la número cinco. Luego coloco el móvil sobre la mesa, en frente de mí, con la imagen del pato ocupando la mitad de la pantalla.
En ningún momento Ivanna me da su atención, lo único que me da una idea respecto a cómo se siente es que empuñó su mano. Pero ya me cansé, vamos a hablar.
—Cuando éramos niños y mi mamá quería hablar conmigo y con Clarissa, iba al baño por nuestro patito de goma y lo colocaba sobre la mesa —señalo al pato. Ivanna hace muecas con su boca—. Tiene la palabra quien tenga frente a él al pato. ¿Y quién tiene en frente al pato en este momento, Ivanna? —Llevo una mano a mi pecho—. Yo.
—Pásame ese cuchillo —truena los dedos a Ciro muy enfadada pidiendo con un gesto de su mano el cuchillo de mesa que viene con la bandeja del jamón.
Ciro mira con alarma al señor Amato.
—De acuerdo, vamos a calmarnos —dice este, todavía divertido con la situación—. Luca, creo que no es el momento, ni el lugar...
Eso preocupa a Ivanna:
—Gorka, yo te quiero pedir una disculpa... —lo interrumpe. ¡Interrumpe!
—Ivanna, el pato —le recuerdo y esta vez sí se gira hacia mí para jalarme de la corbata.
—Calma —la tranquiliza el señor Amato consiguiendo que me suelte. Dejo salir un «¡Ah!»—. ¿Y qué te digo, Ivanna? —Él mira de uno a otro—. La verdad es que me han hecho pasar un rato muy ameno. Hace mucho que no me divertía tanto —Frota una contra la otra sus manos—. Y tengo una sola condición para aceptar la propuesta que me ofreces —dice mientras yo, dignamente, acomodo de vuelta mi corbata.
Presiento que Ivanna no está de acuerdo con lo del pato.
—¿Qué condición? —pregunta Ivanna.
El señor Amato me mira a mí:
—Luca, ¿te gustó el vino? —quiere saber.
—Los primeros cuatros estaban horribles —soy franco—, pero le quiero pedir una caja del siete.
Ivanna estira su brazo sobre la mesa para alcanzar ella misma el cuchillo del jamón.
—Hecho —dice feliz el señor Amato al escuchar mi respuesta y se pone de pie extendiendo su brazo en dirección a Ivanna—. Tenemos un trato entonces, Ivanna —asegura e Ivanna, notablemente sorprendida, también se pone de pie y estrecha la mano del señor Amato—. Tengo tu tarjeta —avisa—, pediré a mi secretaria llamarte en el transcurso de la semana para agendar otra reunión. Lleva a Luca —pide antes de salir por la puerta.
—¿Sabes en dónde estarías si yo no hubiera cerrado ese trato? —me habla a mí Ivanna apoyando ambas manos sobre la mesa.
Miro mi teléfono antes de contestar para saber quién tiene la palabra, pero la pantalla luce oscura, el pato se ha ido. Ninguno tiene la palabra.
—No —contesto, dudoso.
—Exacto —afirma ella señalándome con su dedo, mirándome furiosa, para después coger con prisa su bolso y su agenda—. Y eso mismo hubiera contestado yo a la policía.
¿Todo porque yo obtuve primero la palabra?
—Tú —Ahora mira a Ciro—. Ve por un café amargo, una sopa picante o una pistola, lo que encuentres primero; y mándame ayuda para llevar a este niño a mi coche.
«Niño»
—Yo puedo caminar solo —aseguro, ofendido; pero cuando trato de avanzar un par de pasos me siento una perinola. Ivanna, molesta por volver a ser retada, me vuelve a jalar de la corbata para que no caiga.
Aunque en último segundo se arrepiente y si me deja morder el suelo.
«Ahora que lo pienso prefiero una caja del número ocho»
...
Me cargan entre dos hasta el estacionamiento, me acomodan sobre el asiento trasero del Maserati y...
—¿Seguros que es ilegal meterlo dentro del baúl? —escucho preguntar a Ivanna.
—Sí, señorita.
—Bien —Aún se oye lo que sigue a enfadada—. Entonces solo metan ahí la caja.
Hago el esfuerzo de levantar mi cara del asiento, pero es como si un imán me uniera a este y a todo lo que toque el suelo. De ese modo, cuando las voces se alejan, solo queda el sonido de una puerta de coche. Consigo girar mi cabeza para ver a Ivanna acomodarse en el asiento del piloto; y todavía dispuesto a tener «esa» conversación, me apoyo en mis brazos y consigo sentarme.
Ivanna, sin decir nada, me ve a través del espejo retrovisor y una vez más debo insistir en lo soberbia que es su belleza; lo embriagador que es su sola presencia.
Sin embargo...
—¿Me gané post-it o estrellita? —quiero saber a modo de broma. No se me ocurre preguntar nada más.
Ella entrecierra sus ojos.
—Te espera una larga semana junto a mí, Luca.
Rio por lo bajo al mismo tiempo que niego con la cabeza.
—¿Qué? —pregunta ella con «humor».
—Otra vez estaba... pensando —admito—, y no vuelvas a decir «Umm» —reclamo—. Porque yo pienso, Ivanna —su expresión no me dice nada—. ¿Y sabes qué pensaba?
—Es obvio que no tengo idea —Se cruza de brazos como si se preparara para escuchar la mayor estupidez.
«¿Lo digo o no lo digo?»
Ángel bueno sobre mi hombro derecho: No lo digas, Luca. Solo estás ebrio. Mañana te arrepentirás.
Diablo bailarín con lentes de sol y una copa de vino en la mano sobre mi hombro izquierdo: ¡Dilo, papá! ¡Dilo! ¡Ya estuvieras! ¡No ves que te llama Lucaliciuos!
Y obviamente le hago caso a...
—Que a pesar de todo me gusta que seas tú la que me hace la vida imposible —suelto y una vez más la contemplo a través del retrovisor.
Pero esta vez la observo en serio. La semana que llevo junto a ella he tenido que estar más pendiente de lo que dice que de lo atractiva que es, y es injusto. Aún recuerdo lo que pensé cuando la vi mi primer día y aunque duela mi opinión no ha cambiado. Tuve que bajar la cabeza antes, pero ahora, jugando al valiente, haciendo a un lado el miedo, la observo; realmente la observo, realmente... la contemplo, y creo que ella a mí. O puede que solo lo esté imaginando, porque no sé lo que piensa. ¿Le molesta que sea franco? ¿Le...?
—¿Para eso te contrató Lionel? —espeta estirando su boca en una sonrisa—. ¿Endulzarme el oído para sacarme información? ¿Tan seguro está de que esa estrategia le funcionará una segunda vez?
«Habla de Lobo»
—Ivanna...
—¿Apostó por el chico tímido en lugar del hombre seductor? —Continúa sonriendo, pero sin diversión—. ¿Qué hizo? ¿Vio mi horóscopo y las estrellas le dijeron que los veinteañeros son mi debilidad?
—Ivanna... —De pronto siento sueño. Mucho sueño, pero doy todo de mí para mantenerme despierto.
—¿Qué quieren? —exige y su expresión cambia de enojada a... infeliz. También su tono cambia. Pero se obliga a no llorar. Sostiene con fuerza el volante del coche, mira de un lado al otro pensando y maldice para soltar enojo.
Se ve estresada, molesta... cansada.
Coloco mi espalda contra el respaldo del asiento y otra vez la observo. El tiempo pasa lento. Ni siquiera sé qué hora es.
—No mentí, Ivanna —digo, bostezando. ¿Por qué tengo sueño? Nos volvemos a mirar a través del espejo retrovisor—. No te dije esas palabras por compromiso. Realmente... —¿Qué fue lo que dije antes?—. Realmente pienso que eres una mujer bella. Muy bella. Arrebatadoramente bella —cabeceo—. Te voy a dibujar.
Cuando levanto mi cabeza Ivanna de nuevo está mirándome a través del retrovisor. Aunque su expresión cambio una vez más.
Yo sigo hablando...
No sé qué digo pero sigo hablando.
Mi lengua baila dentro de mi boca. Me cuesta unir silabas.
Ivanna permanece en silencio. Mira con atención la ventana a su izquierda, pasa ambas manos sobre su cara y luego, vacilante, lleva una a su frente. Sacude con negativa su cabeza. Suelta una risa. No sé qué diablos le pasa.
Permanece en la misma posición varios minutos hasta que cogiendo una larga bocanada de aire alcanza su bolso y saca de este unas mentas. Mete una dentro su boca y otra vez me mira a través del retrovisor. Le sonrío.
La menta tarda menos de un minuto dentro de su boca, la coge con sus dedos y sin dejar de mirarme me la ofrece. Me inclino y abro mi boca para que la deposite ahí y le vuelvo a sonreír.
Ella, insisto, no aparta su atención de mí.
Solo cuando vuelve a sostener con fuerza el volante mira hacia otro lado; ríe, piensa, piensa y piensa... pero no tarda en volver a girarse para a continuación salir de su asiento y... pasarse al mío.
—Recostado —indica moviendo hacia mí su mano.
Hago caso y me dejo caer en el asiento.
Luego nos miramos. Nos miramos... sin decirnos nada. Aunque pronto siento su mano sobre mi estómago, la apoya por completo dejándome anonadado. ¿Anonadado es la palabra? Después la mueve en círculos, se inclina un poco más sobre mí y juega con los botones. Algunos los abre..., otros no. Todo sin dejar de mirarnos. Después baja más su mano, la coloca justo en la hebilla de mi cinturón y sin problema la abre, extendiendo el cinturón a los lados.
Cuando libera el broche de mi pantalón yo ya respiro por la boca.
—¿Qué pasa? —me pregunta ella en voz baja, acercándose más a mi boca. Huele a menta.
—¿Estoy soñando? —pregunto.
—Sí.
Termina de bajar su mano, la coloca justo... justo donde la tiene que colocar.
—Aunque a pesar de ser un sueño esto resulta fácil. Muy fácil —asegura viéndome a punto de perder la cabeza.
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Ching! D:
¿Está soñando Luca?
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Otra carita: D:
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