Epílogo
Es tan curioso…
Sí, tan curioso cómo la vida puede sorprendernos de maneras que nunca, jamás, hubiéramos imaginado.
Esas sorpresas, pueden ser gratas y llenarnos la vida de grandes alegrías, alegrías que quedarán guardadas para siempre en lo más profundo de nuestra memoria, dónde nada, ni el tiempo o la distancia, las podrá borrar.
Sin embargo, muchos de esos momentos también pueden ser malos. Y tan traumáticos que, de la misma manera, quedarán grabados por siempre en nuestros recuerdos.
Esos malos momentos, pueden llegar en forma de horribles tragedias que cambiarán para siempre nuestro rumbo; tragedias que, asimismo, cambiarán nuestra esencia y quiénes somos en realidad, porque sin importar lo que hagamos, esos recuerdos nunca se irán, sino que se quedarán con nosotros hasta el último día de nuestras vidas, siguiéndonos muy de cerca, como si de nuestra sombra se tratara y convirtiéndonos en alguien que, a lo mejor, no debíamos ser.
¿Cómo saber cuál de esas sorpresas, tocará a nuestra puerta?
Ni idea. Creo que no hay forma de saberlo, pero como diría una vieja amiga… Dios obra de maneras misteriosas y nunca sabemos qué tan misteriosas pueden llegar a ser, por lo que sólo nos queda estar preparados y enfrentar lo que nos venga.
Bajo la vista por segunda vez, distinguiendo de reojo como el aire mueve con lentitud mi cabello, mientras el sol se encarga de hacerlo lucir resplandeciente, sobre todo por el color dorado que siempre lo ha caracterizado y al cual, amo con mi alma. Es una dicha para mí ver que, luego de tanto tiempo, al fin, ha vuelto a crecer y una vez más, éste cae hasta debajo de mis caderas, como una suave cascada hecha de oro.
O bueno, eso era lo que mi amiga solía decir cuando lo veía. ¿Qué tendría en la cabeza para pensar así? ¿Soy una clase de diosa, acaso? No, no lo soy. Soy sólo una mujer común y corriente que también se equivoca y comete errores, como todos los demás; una mujer que hoy, ha decidido visitar ese lugar que tanto le desagrada, sólo porque es una fecha especial.
«Aquí estoy, otra vez, justo como lo prometí. ¿Me extrañaste?»
—No esperaba verte aquí hoy.
La mente humana es compleja. Y la mía, se niega a obedecerme, pues no puedo evitar alzar la vista ante el sonido. Y un inquietante peso se adueña de mi estómago al reconocer de quién es la voz.
Me giro con lentitud, dejando que transcurran algunos segundos, antes de encontrarme con ese rostro que tanto había extrañado y al cual, no miraba desde hace mucho, mucho tiempo.
Es ella… no me cabe la menor duda. Reconocería esa mirada azul en cualquier parte del mundo.
Supongo que el paso del tiempo ha tenido su “efecto” en ella. Los rasgos de aquella chica a la que conocí en secundaria, se han desvanecido casi por completo, llevándose con ellos ese tono azul que solía decorar su cabello hace apenas unos años, dejándolo justo como el primer día que nos vimos, de color negro. No obstante, sus facciones no se parecen en nada a las de aquel entonces y aquella mirada que solía llevar la tristeza impresa en ella, hoy no demuestra nada. Es tan fría… que podría helarte la sangre sólo con mirarte.
Esa chica es muy diferente a la Alissa que yo conocía. Luce más seria, más madura. Y el brillo en sus ojos se ha ido apagando poco a poco, hasta convertirse en una simple sombra de lo que alguna vez fue.
Ha cambiado. Ambas lo hemos hecho y no es para menos, sobre todo con lo que pasó… ese día.
No me doy cuenta de que nos hemos quedado en silencio por demasiado tiempo, hasta que la veo dar un paso hacia atrás, con cautela, como si se debatiera entre quedarse o sólo dar la vuelta e irse, como lo ha hecho tantas veces desde que todo empezó. Claro está que no quiero que se vuelva a alejar, así que, al no saber qué responder, sólo hago lo único que siempre supe hacer: dedicarle una sonrisa que, de alguna forma, logra relajarla lo suficiente como para que me devuelva el gesto y comience a acercarse, en silencio y con lentitud, como si esperara el momento en que le diga que se largue y que no la quiero volver a ver.
Algo que no pasará, eso es obvio. Al menos, no en ésta vida.
—Pensé que sería a ti a quién no volvería a ver por aquí, menos el día de hoy —confieso, con voz tenue, recobrando la capacidad de hablar con normalidad.
Mi comentario logra producir en ella una diminuta y apenas visible sonrisa, la cual muere casi al instante. Creo que mis palabras no le sorprenden para nada, ya que sólo estoy diciendo la verdad. No esperaba encontrar a Alissa aquí, en éste sitio. Y menos cuando hoy se cumplen tres años… sí, tres años, desde que todo nuestro mundo se derrumbó, en apenas un segundo.
Tres años han pasado, luego de todo lo que aconteció en aquel lugar.
Ella no dice nada, sólo continúa acercándose con cuidado, terminando de cortar la distancia que nos separaba una de la otra, hasta que al fin, se coloca a mi lado, con la mirada en el horizonte.
—Supongo que vienes a lo mismo que yo, ¿no? —No dice nada, pero su leve asentimiento, lo confirma.
Ambas cruzamos una rápida mirada que, en mi opinión, dura varios segundos, antes de que bajemos nuestros rostros en perfecta sincronía y nos quedemos observando con fijeza lo que se halla a nuestros pies, mientras mil sentimientos diferentes se empiezan a mezclar en mi corazón. Y supongo que a ella le pasa igual, pues la veo tragar saliva con cierta dificultad.
Imito su acción al contemplar ese trozo de mármol y leer lo que hay escrito en él.
Connor Dannel
Hijo y hermano por devoción, no por obligación
24 de enero de 1995 / 02 de agosto de 2023
Tres años han pasado desde que él se fue. Y yo aún me siento como si hubiera sido ayer.
Una ráfaga de viento nos golpea de repente, erizándonos la piel y sacándonos de nuestra “ensoñación” al recordar la energía del lugar en el que estamos: el cementerio, ese sitio de aparente “paz”, donde las almas de los difuntos descansan hasta que, en otra vida, nos volvamos a encontrar. Mientras tanto, ellos duermen aquí, a la espera de un momento que quizás ni siquiera llegue.
Lo importante es confiar, dicen por ahí, aunque yo ya perdí las ganas de hacerlo.
Nos quedamos así por un momento, sin hacer ningún ruido, salvo el de nuestras pesadas respiraciones que se escuchan con más fuerza con cada segundo que pasa, hasta que, de un momento a otro, Alissa elige romper el silencio y retomar nuestra “conversación” de antes.
O bueno, al menos hace el intento.
—Tú… veo que trajiste una rosa roja —comenta, fingiendo cierto desinterés.
Sonrío con tristeza al fijarme en la flor que traigo conmigo, ya que no puedo evitar que mi memoria actúe y me lleve a recordar diferentes imágenes de mi vida que, ahora, valen oro para mí, aunque en aquel tiempo, sólo hayan sido momentos insignificantes, a los que no les di la atención que merecían.
¿Cómo iba a saber lo que el destino tenía preparado para nosotros? De haberlo sabido, hubiera grabado cada segundo de ellos en mi corazón, para no olvidarlos jamás y conservar hasta el más mínimo detalle en mi interior.
—A mi hermano le encantaba ese color.
—Es verdad. Recuerdo cuánto adoraba el color rojo —susurra, mientras toca la pulsera en su mano con discreción.
Nunca entenderé cómo es que Alissa pudo conservar la pulsera roja que le regaló Connor, junto con el collar azul que le obsequió el día de su declaración. Decía que eran “recuerdos” de él, pero ¿cómo guardarlos, luego de lo que pasó?
No lo sé, no lo entiendo. Y quizás, nunca lo haga. Después de todo, así es ella y así ha sido siempre, única… y a la vez, complicada a su manera.
—Es un bonito color —indica, retomando el tema de hace un momento—. Es un color cálido y suele asociarse con el calor, pero también representa la energía, el deseo, el placer, el poder celestial y a las divinidades. Es sinónimo de fuerza y fortaleza.
»Por eso, las rosas rojas simbolizan amor y respeto. Y suelen darse entre parejas o enamorados, no obstante, ese no siempre es el caso. Las rosas rojas también transmiten un profundo cariño y admiración hacia un amigo, conocido o incluso, un hermano. Son muestra del aprecio que se siente por la otra persona.
Sonrío un poco al escucharla, pero no respondo. En su lugar, sólo me quedo con la vista fija en el horizonte, mientras mil cosas diferentes pasan por mi cabeza a gran velocidad. Sus palabras llevan algo de verdad, pues a pesar del tiempo y las circunstancias, sigo sintiendo un gran cariño por Connor y aún con todo lo que pasó, él sigue siendo mi hermano y sin importar lo que venga por delante, sé que así será hasta el fin de mi vida.
Desde aquel terrible día, no ha habido un solo minuto donde no piense que, quizás, pude hacer algo para evitar que todo eso pasara. No ha habido un segundo donde no me pregunte si, acaso, pude hacer algo para que las cosas no resultaran así. Quizás debí luchar más… quizás debí denunciarlo… o quizás, debí presentirlo. Por favor, era mi hermano, ¿cómo no me di cuenta? Debí notar algo, debí darme cuenta, pero no lo hice y a lo mejor, fue eso mismo lo que hizo que toda la historia acabara en tragedia.
No, eso no. Ya hace mucho entendí que nada podría haber impedido que mi hermano, pusiera en práctica su plan. No importa lo mucho que Alissa y yo nos hayamos esforzado para detenerlo, al final, sin importar qué, todo hubiera terminado de la misma manera. Nada ni nadie, podría haber evitado el desastre que acontecería ahí, en esa vieja bodega abandonada, donde hasta el día de hoy, el tiempo se ha encargado de conservar cada mínimo recuerdo, hasta el más pequeño detalle.
Es inútil buscar culpables, porque nada de lo que yo o el resto del mundo hubiéramos hecho, habría impedido que todo eso pasara. La moneda ya había sido lanzada y sólo era cuestión de tiempo para que algunos ganaran y alguien más… perdiera la batalla. Para bien o para mal, ese alguien fue mi hermano y de alguna forma, fuimos nosotras quienes lograron salir con vida de esa situación, algo que —por desgracia— no puedo decir de los demás. Anna, Britanny, Marlenne, Danny… Tonny… todos ellos, tuvieron que pagar con su vida, como un castigo que ninguno merecía. Sus vidas fueron sacrificadas de forma injusta, antes de que el destino, decidiera acabar con el problema de raíz y cobrara la última víctima del juego, aquel que lo inició todo.
Al ver de reojo la figura de Alissa, no puedo evitar notar el objeto que lleva en sus manos. Y al girarme por completo y prestarle más atención, confirmo que se trata de una rosa igual a la mía, excepto en el color, ya que la suya es blanca.
—Veo que traes una rosa blanca, ¿por qué ese color? —pregunto, a lo cual, ella baja su rostro hacia el suelo y se dedica a mirarla por un segundo.
—Dicen que, el color blanco, es un color absoluto; evoca todo o nada e inspira pureza, limpieza, inocencia y reflexión. También es símbolo de crecimiento, imparcialidad, creatividad y, sobre todo, paz —recita las palabras con tanta fluidez, que por un instante, llego a creer que las tiene escritas en algún lado y sólo las está leyendo, no obstante, descarto esa idea al recordar lo mucho que amaba las flores y por lo cual, no me sorprende que conozca de memoria su significado—. Las rosas blancas simbolizan la perpetuidad, el amor en su forma más pura y a veces, también representan protección y tranquilidad.
—¿Sabes qué? Creo que es un significado muy bonito y…
—Sin duda lo es, pero… no fue esa la razón real por la que escogí ese color… —confiesa. No sé si sea divague mío, pero a mi parecer, su semblante luce algo… apagado— ¿Alguna vez oíste eso de que “la mezcla de todos los colores, sirve para formar el blanco”?
Me tomo mi tiempo para meditar en ello, ya que tengo el presentimiento de haber oído eso antes.
—Estoy segura de haber oído algo así de mi hermano. Creo que él lo mencionó alguna vez.
—El color blanco, entendido de forma errónea como “ausencia de color”, en realidad, es la presencia de todos ellos, ya que sin importar qué tan oscuro, claro u opaco sea, al combinarlos, siempre obtendrás el color blanco. O al menos, casi siempre —afirma, sin siquiera titubear— Por eso, cada vez que veo algo de ese color, no puedo evitar pensar en Connor y en su extraña faceta de “el asesino Arcoíris”.
«Oh, ya veo» Ahora, ya entiendo el punto al quiere llegar.
—Creo que Connor no era un mal chico. Y aunque quizás suene algo “raro” por venir de mí, en todo éste tiempo que ha pasado, he aprendido a perdonarlo, a pesar de todo lo que hizo y de que haya querido matarme ese día.
En algo tiene razón y es que me ha sorprendido con sus palabras, porque aunque aún le guardo cariño a mi hermano, no significa que apruebe lo que hizo y fui la primera en entender que Alissa lo odiara por eso, no obstante, parece que esa etapa de odio, ha comenzado a quedar atrás.
—Cuando elegimos querer a una persona, debemos apreciar todo de ella, sus virtudes y defectos, sus tristezas y alegrías, sus victorias… y también sus errores, porque todos ellos hacen parte de esa persona y de quién es en realidad.
»Luego de ese día, mi vida cambió por completo. Mi mente era un caos al que no le veía una salida. Me sentí… Dios… me sentí horrible conmigo misma. Sentí que estaba sumergida en un profundo pozo del que jamás saldría, que había caído al infierno, sin siquiera abandonar la tierra; me sentí perdida… y la vida y el mundo, dejaron de tener sentido para mí, todo gracias a un “psicópata” que había logrado destruir las pocas ganas que me quedaban de vivir. Y quien se encargó de hacerme odiar cada uno de los días que siguieron después de eso.
»Sin embargo, luego de mucho correr, ir de un lado a otro, de allá para acá y de escuchar mil veces el mismo consejo, entendí que lo mejor que podía hacer, era perdonar a Connor, porque mi vida no volvería a ser la misma si no lo hacía. Además, él siempre fue como el hermano mayor que nunca tuve, fue un increíble amigo y, a excepción de ese día, nunca me hizo ningún daño. Fue un gran hombre y por eso, sentí que debía perdonarlo, si en verdad quería recuperar la paz y la tranquilidad que había perdido.
»Todos nos hemos equivocado alguna vez. El ser humano comete errores por naturaleza y Connor, no fue la excepción, pero no significa que deba recordarlo sólo por sus tropiezos. ¿Qué hay de su lado bueno? ¿Lo dejamos en el olvido y ya? Suena injusto, por lo tanto, si en verdad quería perdonarlo, debía aceptar que todo lo que pasó, fue parte de él y es una faceta que permanecerá ahí por siempre, pero que no define lo que era y tampoco su verdadera esencia. Todos guardamos un lado bueno y un lado malo en nuestro interior, pero aunque hay momentos donde nos dejamos dominar por “la maldad”, no significa que estemos llenos sólo de eso. Después de cada tormenta, siempre viene un momento de calma y detrás de un túnel sumergido en penumbras, habrá una salida por donde se colará la luz del sol.
»Por eso escogí la rosa blanca, para mostrarle a Connor que estoy tranquila, que no le guardo ningún rencor y que aún con todo lo que pasó, seguiré diciendo que era una buena persona… que sólo se equivocó y dejó que su “lado malo”, lo dominara por demasiado tiempo.
Sin decir nada más, se agacha y al estar en cuclillas frente a la lápida, deposita la rosa en el pequeño macetero que se encuentra al lado izquierdo, junto a un corto pasaje de la biblia que acompaña su nombre, para después, sólo levantarse y seguir mirando en esa dirección algunos segundos más.
—Sólo espero… que donde quiera que esté, él también me pueda perdonar…
Sus palabras llegan a mí en un tenue murmullo que apenas logro escuchar. Supongo que hablaba consigo misma y no se percató de que yo también lo oí.
Alissa siempre vivió con la idea de que todo había sido su culpa; que ella había sido la principal responsable de la drástica elección de vida que tomó Connor y que todo lo que vino después —incluyendo los asesinatos y su posterior muerte—, también sucedieron gracias a ella. Creo que, aún con el paso de los años, no ha logrado sacarse ese peso de encima, esa carga que durante tanto tiempo ha llevado sobre sus hombros y la cual, ha decidido quedarse pegada a ella, en lo más profundo de su alma.
Suspiro con un mal disimulado desgano, mientras elevo mi vista hacia el cielo tan claro que se aprecia el día de hoy. Las ramas de los árboles se sacuden con suavidad cuando el viento sopla y algunas hojas danzan en el aire al desprenderse, dando una vista que invoca paz y, al mismo tiempo, mucha nostalgia.
—¿Sabes algo, Alissa? —le hablo, sin dejar de mirar hacia la nada— Nunca conocí a mi hermano por completo. Incluso hay muchas cosas que nunca supe sobre él, pero si estuviera vivo, estoy segura de que hoy, tres años después, apoyaría lo que yo te voy a decir.
»Todos somos libres de escoger nuestro propio camino, aquel que nosotros queramos seguir y sin importar qué, nadie puede obligarnos a hacer lo contrario o a ir en contra de nuestra propia voluntad.
»Connor se equivocó e hizo cosas espantosas. Como todos, él también cometió muchos errores, pero fue su decisión hacerlo. Nadie lo obligó y aún cuando tuvo la oportunidad de parar y arrepentirse, él eligió llevar las cosas hasta el final. Fue su elección hacerlo y todo lo que pasó después, fue sólo el precio que tuvo que pagar, por todas y cada una de las decisiones que él mismo tomó. Significa que nada de eso fue tu responsabilidad, porque tú hiciste de todo para detenerlo. Luchaste hasta el cansancio para frenarlo y aún cuando estabas a punto de morir, utilizaste tus últimas fuerzas para intentar que entrara en razón, pero él no se dio cuenta y al final, nunca entendió que lo único que queríamos, era ayudarlo. Lo entiendes, ¿verdad?
Ella no dice nada, como siempre.
—Mírame, Alissa —le pido, aunque con mi tono, suena más a una orden que ella acata de inmediato, pues sin dudar, gira su rostro en mi dirección, hasta posar su vista sobre mí—, Connor tomó su decisión. Él eligió su camino y al final, sus actos terminaron pasándole factura. Era de esperarse que las cosas resultaran así, pero eso no significa que deba haber un culpable. Nadie tuvo la culpa de lo que pasó, ni siquiera tú.
Ella asiente con lentitud, como si intentara convencerse a sí misma de que lo que yo digo, es verdad; pero en el fondo, sé que es inútil, pues ni siquiera el tiempo ha logrado sacarle ese pensamiento de la cabeza.
—Aún así, siento que quizás pude hacer más. Quizás pude hacer algo para impedir que las cosas terminaran de esa forma.
Bueno, en esa parte, creo que la entiendo un poco, ya que ese es el mismo pensamiento que me ha acompañado en todo momento, desde aquel horrible día en que la tragedia, invadió nuestras vidas. «¿Pude hacer algo más? ¿Pude evitar que todo acabara así? ¿Pude hacer algo para cambiar el final de la historia?». Muchas veces tuve las mismas dudas, pero al final, siempre llegaba a la misma conclusión.
—Era tu vida. Y tenías derecho a decidir sobre ella. Tú, eras libre de escoger a quién amar y a quién rechazar. Y nada… ni nadie, podía decirte o hacerte creer lo contrario —afirmo, muy segura de lo que digo—. Además, no hubiera servido de nada aceptar la propuesta de mi hermano sólo por “compromiso”. De cualquier manera, él se hubiera enterado de la verdad tarde o temprano y eso, podría haber sido un golpe aún más doloroso y nefasto que sólo “rechazarlo con amabilidad”. Te imaginas que hubiera… bueno, ya sabes, ¿hecho más cosas malas? Pudo haber lastimado a más personas, personas que, al igual que los chicos, no merecían ese final, ¿te imaginas que todo hubiera sido peor?
Su silencio me reconforta —hasta cierto punto—, porque quiere decir que mi hipótesis no le ha parecido tan descabellada.
—Quizás tengas razón. Pudo haber sido peor, ¿no? —Asiento, con firmeza, mirando como una nueva ráfaga de viento hace volar un centenar de hojas secas que se encontraban en el suelo, hasta que éstas se pierden de mi vista— Y bien, ¿qué hay de ti?
Supongo que mi cara demuestra la confusión que invade mi ser, pues de inmediato, formula una nueva pregunta.
—¿Qué me dices tú? Lograste… ¿perdonar a Connor?
Suspiro con melancolía al entender a qué se refiere, pero a pesar de haberme tomado por sorpresa, no demuestro asombro ni ninguna clase de nerviosismo.
—Creo que lo hice desde el momento en que me di cuenta de que, sin importar qué, él seguía siendo mi hermano —declaro, en tono serio—. Él siempre estuvo ahí cuando más lo necesitaba y aunque sí, reconozco que, en sus últimos momentos, intentó lastimarme, no significa que no haya sido un buen hermano mayor. De hecho, me atrevería a decir que quizás, fue el mejor de todos. Gracias a él, mi infancia fue más alegre y divertida; gracias a él, pude sobrellevar de mejor manera la muerte de papá y todo lo que vino después; gracias a él, la llegada del señor Kenneth fue más fácil de soportar y sin él, estoy segura de que mi vida jamás hubiera tenido ningún sentido y yo, no habría tenido un buen motivo para vivirla. ¿Dónde estaría hoy, si no hubiera sido por Connor? No lo sé y tampoco me interesa, porque soy lo que soy gracias a él; porque gracias a él, sigo con vida. Como tú dices, Connor no era un mal chico, sólo… cometió errores, como nos puede suceder a cualquiera de nosotros y aunque sí, los de él fueron más… atroces, no significa que no haya tenido un lado bueno que, por desgracia, se ocultó en los últimos momentos de su vida.
Y sin decir nada más, me agacho para colocar mi rosa en el macetero que está al lado derecho de su lápida, junto a la frase que nos recuerda que él siempre veló por mi bienestar y el de mamá, al punto de dejar de lado sus propios sueños y anhelos, todo por vernos felices a nosotras.
«Gracias, hermano, por haber sido parte importante de mi vida»
Cierro los ojos cuando una corriente de viento helado, me golpea de repente, revolviendo mi cabello de forma sutil —justo como él lo hacía cuando apenas éramos dos adolescentes—, no obstante, éste no eriza mi piel, como sucedería en circunstancias normales. Por el contrario, podría jurar que esa ligera corriente de aire, me invade de un calor tan acogedor que me brinda paz, una paz que hace mucho había dejado de sentir.
Es… como si fuera Connor, diciéndome que ahora, ya todo estará bien.
Me quedo mirando al cielo por un momento más, sin decir ni hacer nada, salvo observar las nubes y cómo éstas se mueven con tanta tranquilidad, sin rumbo ni destino, sólo siguiendo el camino que tienen por delante. Un ave pasa volando frente a ellas. No alcanzo a ver qué raza es, pero a mi parecer, diría que es una paloma y al verla, no puedo evitar sonreírle.
Regreso a éste mundo apenas un segundo después. Y al bajar la vista, noto que Alissa imita todas mis acciones, incluso la de sonreírle al ave, antes de que su mirada se encuentre con la mía. Ambas sonreímos por la sincronía, pero en el fondo, sé que ella sintió lo mismo que yo. Estoy segura de que también sintió que Connor estaba con nosotras y que esa sensación tan atípica, fue su forma de decirnos que ya no hay nada qué temer; que ahora, ya los tres podemos estar en paz.
Podrán decir lo que quieran, pero eso es lo que yo elijo creer.
Como ya es mi costumbre, miro el reloj sin siquiera saber por qué. Es entonces cuando me doy cuenta de qué hora es en realidad.
—Ya tengo que irme —anuncio. Y al no obtener una respuesta inmediata, elijo girarme un poco para emprender mi marcha, no obstante, me arrepiento cuando una nueva idea se me ocurre—, ¿vienes conmigo?
Alissa parece considerarlo durante un momento, pero por suerte, no se niega y camina hasta mí, acabando con los pocos centímetros que nos separaban hace un instante.
Cuando estamos por iniciar, elijo tomarme un minuto para regresar mi vista a la lápida y despedirme de mi hermano, otra vez.
«Volveré muy pronto, te lo prometo»
Y así, sin decir nada más, ambas empezamos a caminar, una al lado de la otra, dejando muy atrás la tumba donde Connor descansa, al menos, hasta el día en que nos volvamos a encontrar.
—¿Resolviste tu situación con la policía? —pregunta, quizás para hacer más ligero el camino o para enterarse de cómo fue aquel desenlace que nunca escuchó.
Aún recuerdo todo con mucha claridad.
Los problemas no acabaron con la revelación de la identidad del asesino y la posterior muerte de éste. Por el contrario, parecía que todo eso, sólo era la punta del iceberg; el momento de calma que siempre precede a la tempestad.
En resumen, incluso fui enviada a juicio por todo lo que pasó, sobre todo con la forma tan “inusual” en la que Connor falleció. No fue sólo el fin de las muertes, sino quién estuvo detrás de ellas y aún peor, ¿quién era en realidad Connor Hampton?
Aún recuerdo todo el caos y cómo la noticia apareció en cada periódico del país, revelando la identidad del tan mencionado “asesino Arcoíris”. Y también de la chica que —por accidente o no— lo había asesinado, quien resultó ser nada más ni nada menos, que su propia hermana.
Fue tan horrible… que aún me cuesta trabajo recordarlo. La culpa me atormentó durante semanas enteras. «Dios mío… maté a mi hermano… yo lo maté, yo disparé el arma, él murió por mi culpa, él murió por mi culpa… fui la responsable de su muerte, sólo yo… yo lo maté, ¿cómo pude hacer algo así? Soy un monstruo… yo debería estar muerta y no él, yo lo maté, fui yo…». Esos y otros pensamientos más, fueron los responsables de que casi enloqueciera, pues en mi interior, me negaba a creer y, sobre todo, aceptar la idea de que yo le había disparado a mi propio hermano y que fui yo quien acabó con su vida.
A eso, se le sumaba el hecho de que querían enviarme a prisión, pues según la fiscalía, habían “pruebas” que me vinculaban con todos los asesinatos, pruebas que me acusaban de haber sido cómplice en todos los delitos, incluyendo el secuestro e intento de femicidio contra Alissa. Ni hablar de esas detestables personas que aparecieron en el camino, quienes aseguraban que, en realidad, la verdadera culpable había sido yo y que Connor sólo intentó “detenerme”, por eso acabé matándolo, para que no me “delatara”.
Fue un proceso largo y muy, muy difícil, no lo voy a negar, pero al final, la justicia ganó.
Cuando la investigación dio inicio, lo primero que encontraron, fue la tarjeta que la mamá de Danny le dio a Alissa, en la floristería; tarjeta donde estaba anotada la dirección de su antigua casa; tarjeta que Connor pasó por alto y de la cual, se olvidó por completo. Cuando fue llevada de emergencia al hospital, la encontraron en el bolsillo de su pantalón. Ésta seguía casi intacta y gracias a que el logotipo de la floristería, estaba impreso en la parte posterior, pudieron dar con el lugar y la persona que envió el arreglo de rosas verdes, junto con la nota inicial —que nunca fue encontrada— y de la cual, Alissa habló en su declaración. Sin que lo supiéramos, fue esa nota la que inició todo y fue gracias a ella que la cuenta regresiva para el desastre, se activó.
Con la declaración de la señora Williams, obtuvieron la orden para allanar su casa y, por consecuente, la habitación de Danny, donde encontraron el diario en el que relataba todo lo que había visto u oído y sus sospechas hacia Connor. También incluía algunas anotaciones sobre sus comentarios fuera de lugar y de cómo mi hermano, fue el primero en darle al homicida el nombre de asesino Arcoíris, como si en realidad, supiera cuáles eran sus intenciones, aún cuando apenas habían aparecido dos víctimas. Fue así como nos dimos cuenta de que, en realidad, Danny ya sospechaba de él desde hacía mucho tiempo, incluso antes de que el cuerpo de Britanny, fuera encontrado.
El diario fue uno de los muchos misterios que salieron a relucir con éste caso. Nunca supimos con exactitud por qué lo escribió o qué intenciones tuvo al usarlo sólo para hablar de lo que temía y sospechaba. Quizás, ya presentía cómo terminaría su vida y por eso, comenzó a escribirlo, para que tarde o temprano, la verdad fuera revelada, incluso si algo malo le pasaba.
«Y pensar que yo no quería creerle, al principio…»
A ésta prueba tan “contundente”, se sumó la declaración de Alissa, quien —a pesar de haber sido drogada en más de una ocasión— recordaba con lujo de detalles todo lo que pasó y lo que Connor dijo —e intentó hacerle— durante ese tiempo que la mantuvo cautiva. Porque sí, claro está que tuvo que hablar sobre cada cosa que pasó en esos días. Y no podía dejar de lado la monstruosidad que mi hermano quiso hacerle. A veces, aún me parece imposible de creer que hubiera llegado a tanto. Y de no haber sido por mí, que aparecí en el momento justo para impedirlo, pudo causarle un daño aún mayor.
Al final, fueron todas esas pruebas las que lograron probar mi inocencia y salir “casi limpia”, de todo el desastre.
Casi…
Miro de reojo a Alissa y sólo así, regreso a la realidad, cuando caigo en cuenta de que nunca respondí a su pregunta.
—Bueno… respecto a eso… —Lo dudo por un segundo más, pero al final, termino soltándolo sin pensar— el caso aún no se ha cerrado, pero en lo que respecta a mi situación, pues… soy una persona libre.
Al oírme, me dedica una sonrisa que refleja la gran tranquilidad que le ha producido mi respuesta. Es entendible que estuviera preocupada, después de todo, ya pasó mucho tiempo desde que ese asunto dio inicio y ella jamás supo en qué terminó.
Luego de todo lo que pasó, Alissa eligió tomar distancia y se alejó, no sólo de mí, sino también del resto de sus conocidos. Para muchos, había muerto y para otros más, desapareció de la faz de la tierra, pues su ausencia fue notada hasta por sus vecinos, con quienes nunca tuvo una amistosa convivencia. Su desaparición fue tan radical, que hubiera sido imposible no notarla. Un día estaba ahí, en su casa y al otro día, sólo desapareció.
Muchas personas dijeron que, quizás, esa era su forma de “sanar” del trauma, que quizás sólo era una clase de ritual para dejar el pasado atrás y no sé qué cosas más; otros dijeron que quería empezar desde cero, en algún lugar donde nadie la conociera ni a ella, ni la terrible historia con la que cargaba en su vida; y algunos otros, aseguraron que quizás, guardaba alguna clase de resentimiento contra mí, por lo que mi hermano le había hecho. Y claro que tenía sentido, pero yo no creí en ninguna de esas hipótesis, porque, en el fondo, yo sabía la verdadera razón.
Nunca obtuve una confirmación real de estar en lo correcto, pero siempre supe que Alissa se había distanciado, gracias a esa “culpa” que sentía. Y lo hizo porque se sentía mal de seguir conviviendo conmigo, luego de —según ella— haber causado la muerte de mi hermano. Supongo que, al final, no lo soportó; el peso fue demasiado para ella y por eso, eligió tomar distancia, para no tener que verme a la cara y no tener que recordar todo lo que nos sucedió ese triste día.
No obstante, de una forma u otra, la vida siempre nos vuelve a reunir, pues tres años después, ambas estamos aquí, en el nuevo hogar del ser que lo inició todo. Es como si el destino nos hubiera convertido en hermanas del alma; hermanas que, sin importar cuánto peleen o cuánto se alejen, al final, siempre se volverán a encontrar.
—Me alegra que todo haya resultado bien —opina, respondiendo a mi anterior comentario—. Dime, el señor Hampton, ¿en serio no les ayudó con nada?
Me río ante su pregunta, pero mi gesto carece de humor.
—Ese hombre jamás sintió nada por nosotros y tú lo sabes bien —respondo, algo a la defensiva—. Fue mejor que saliera de nuestras vidas.
Ese fue otro de los “disgustos” que tuvimos que atravesar, pues aún recuerdo con claridad la reacción que tuvo el señor Kenneth cuando toda la historia, salió a la luz. Nuestros rostros estuvieron en las noticias durante dos semanas enteras, sobre todo cuando se supo que “el asesino Arcoíris” era, en realidad, Connor Hampton, “hijo” del gran empresario, Kenneth Hampton. Y que su “hija”, Jessie Hampton, fue la responsable de matarlo, sin importar que fuera su propio hermano. Ni hablar de los reporteros, pues todos estos se empecinaban en conseguir hasta el más mínimo detalle y obtener una entrevista con él, alegando que querían saber qué opinaba sobre la situación actual y qué se sentía ser el padre de los dos asesinos más famosos de la ciudad —al menos, en ese momento—. No los culpo, después de todo, ellos sólo hacían su trabajo.
Claro está que el señor Kenneth no soportó la idea de que su reputación se viera empañada con tanto escándalo, sobre todo tratándose de un tema tan delicado. Por eso, intentó “corregir” la situación —a su manera, claro está—, pero mi mamá no estuvo de acuerdo y eligió, por fin, defender el poco honor que le quedaba a sus hijos y terminó abandonándolo, con la firme certeza de que era mejor eso, a permitir que nos siguiera lastimando, como lo hizo por tantos años. Incluso, le aseguró que no permitiría que siguiera haciendo sufrir a su hijo aún después de la muerte, a causa de todas las órdenes y obligaciones que siempre le quiso imponer.
Fue así como el “feliz matrimonio” de los Hampton, acabó; no sin que el señor Kenneth iniciara una demanda para retirarnos su apellido, condición que ambas aceptamos casi al instante y sin siquiera dudar.
Y esa, es la historia de cómo los tan reconocidos “hermanos Hampton”, volvimos a ser los muy humildes y, asimismo, felices “hermanos Dannel”, apellido que nunca debió salir de nuestro certificado de nacimiento.
—Tú misma lo dijiste, fue mejor así.
La voz de Alissa vuelve a sacarme de mi ensoñación, por lo cual, le dedico una nimia sonrisa que ella devuelve.
No sé cómo es que el tiempo pasó tan rápido, pero a lo lejos, visualizamos la entrada/salida del cementerio y ambas alcanzamos a notar un auto azul, aparcado justo enfrente, como si su conductor esperara a que alguien saliera de aquí.
—¿Ese es el auto de tu mamá?
No es la pregunta lo que capta mi atención, sino el tono de su voz, pues es casi imposible no percibir el miedo que la domina ante la idea de volver a ver a mi mamá. Como dije, Alissa siempre llevó el peso de la culpa sobre sus hombros y esa es la razón por que se ha rehusado a verla.
Hasta el día de hoy.
Supongo que adivina cuáles son mis intenciones, pues intenta retroceder unos pasos y alejarse de mí, no obstante, yo actúo antes y me apresuro a tomarla del brazo con delicadeza, mientras le digo que puede estar tranquila, porque nada saldrá mal.
—Mi mamá se pondrá muy feliz de volverte a ver —le digo, en mi intento por convencerla.
Insisto por un minuto más, en el que Alissa duda de si hacerme caso o no, pero al final, logro que acceda y tras tomarla del brazo, una vez más, ambas continuamos con nuestro camino, en dirección a las puertas del cementerio.
Cuando estamos a pocos segundos de abandonar el lugar, mi mamá por fin logra verme y al darse cuenta de quién me acompaña, no puede evitar que una sonrisa entusiasta le ilumine el rostro, demostrando el gusto que le da volver a ver a Alissa. Tanta es su emoción que, sin siquiera dudar, sale a nuestro encuentro, para después, envolvernos en un abrazo que nos cubre a ambas.
Tras unos segundos del emotivo momento, nos separamos y así, podemos ver con claridad las facciones de cada una, pues el sol aquí parece resplandecer mucho más que allá adentro, lo cual permite vislumbrar más detalles de nuestros rostros.
Debo admitir que, aunque el tiempo y las “circunstancias”, lograron dejar su marca en el semblante de mi mamá, no pudieron apagar por completo aquella chispa de bondad y amabilidad que siempre la ha caracterizado, sobre todo cuando de Alissa se trataba. Las líneas de la edad se han vuelto más visibles en áreas específicas, como en sus párpados o debajo de sus ojos; las canas han hecho su aparición en buena parte de lo que antes, solía ser su largo cabello rubio, que era igual al mío. Y ni hablar de su fuerza, pues con el paso del tiempo, ha perdido buena parte de aquella vitalidad que siempre la hacía lucir radiante y llena de energía. Hoy, sólo se mueve con más calma, como quien vive su vida un momento a la vez, sin prisas ni tropiezos, sólo un día a la vez.
Ha cambiado y mucho, pero me alegra que su afecto hacia Alissa siga intacto, aún después de lo que pasó.
—Te ves hermosa, Ali. No sabes cuánto me alegra verte otra vez —la elogia, sin dejar de sonreírle.
Alissa no lo duda y le devuelve el cumplido, diciendo que se ve muy bien y que está feliz de verla, no obstante, yo la conozco y aunque ha pasado un tiempo, no significa que haya olvidado su forma de actuar en diferentes “circunstancias”. Por ejemplo, ahora, me es fácil notar su leve incomodidad con la situación y el repentino e inesperado encuentro.
No es para menos. Después de todo, tienen mucho tiempo de no verse, sin contar que han pasado muchas cosas que bien podrían haber creado un tipo de “enemistad” entre ellas. Mi mamá estaba en todo su derecho de guardarle rencor a Alissa por lo que pasó con Connor y viceversa, pues Alissa sólo fue otra víctima más de las locuras de mi hermano. Al final, ninguna terminó odiando a la otra, lo cual me alegra e inunda mi alma de una inmensa calma, por saber que, aún después de lo que pasó, su relación no se ha “enfriado”, al menos, no del todo.
Nos quedamos unos cortos minutos hablando de varios temas, momento que mi mamá aprovecha para “ponerse al corriente” sobre la vida de Alissa y lo que ha hecho en este tiempo, dudas que ella se apresura a contestar, aligerando el ambiente y permitiéndome ver cómo su cuerpo se va relajando poco a poco, deshaciéndose de esa tensión que la caracterizaba cuando nos encontramos allá adentro.
Como ya es mi costumbre, volteo a ver el reloj en mi muñeca, acción que no pasa desapercibida por Alissa, quién sólo me dedica una rápida mirada como de vergüenza.
—¿Tienen que ir a alguna parte? Disculpen si les quito tiempo.
—Ya es su costumbre ver el reloj de esa manera, aunque ni siquiera mira la hora, sólo el reloj, ¿no sabías?
Si supiera la razón detrás de eso. Quizás, algún día se la cuente.
—No, no sabía. No lo hacía hace… —Se queda en silencio de golpe. Sé lo que quiere decir, se refiere al momento en que éramos muy unidas, antes de… lo que pasó. Por eso, elige no mencionarlo— bueno, en la secundaria.
—En la secundaria ni siquiera tenía reloj —me excuso, ocultando la verdadera razón de mi obsesión con los relojes.
—Bueno, no tenemos prisa, pero si quieres, podemos darte un aventón —ofrece mi mamá, con entusiasmo—, si tú estás de acuerdo, claro. Y si ella no se opone.
—Por mí está bien, sabes que no tengo problemas con eso —respondo, ante el señalamiento— ¿Qué dices? ¿Vas a algún lugar?
—Sólo a mi casa. Es mi día libre, así que quiero descansar —comenta, de forma despreocupada—, aunque no quisiera ser una molestia. Entenderé si tienen otras cosas qué hacer y…
—No se diga más —vuelve a interrumpir mi mamá—, yo también tengo el día libre y ella… —me mira por una fracción de segundo— bueno, a ella le descontarán el día, pero dijo que no le interesaba, así que todo está bien. No eres una molestia, Alissa, nunca lo has sido —asegura, con la convicción marcada en cada una de sus palabras.
—¿Ya ves? —le digo, en tono suave— Te dije que todo estaría bien.
La cálida sonrisa que me brinda, fortalece mi esperanza de que quizás, todo puede volver a ser como antes.
—Gracias, Jessie.
Ya sea por gusto propio o sólo para no ser descortés, pero de alguna forma, Alissa acepta la propuesta, por lo que sin decir nada más, las tres abordamos el auto; mi mamá y yo en los asientos delanteros, mientras que Alissa, elige quedarse atrás.
—¿Aún vives en los departamentos, Ali? —pregunta, abrochándose el cinturón.
—Ya no, me mudé hace… poco más de dos años.
Sí, lo sabía. Fue lo que sus vecinos me dijeron, pero como era de esperarse, ninguno tenía su nueva dirección. Nadie supo decirme hacia dónde se fue.
—No se preocupe, no está lejos. Y yo las puedo guiar.
—Perfecto. Entonces, vámonos ya.
Tras encender el motor, mi mamá comienza a manejar en completo silencio, mientras que, por el espejo retrovisor, visualiza la entrada al cementerio y como ésta empieza a quedarse muy atrás.
No es que no le guste visitar a Connor. Al contrario, ella fue la primera en venir luego de todo el caos. Lo cierto es que, el cementerio, es un lugar al que aún teme entrar, pues a lo largo de su vida, éste sólo le ha traído dolor, desesperanza y desconsuelo —como seguro le pasa a todo el mundo—. Primero, con la muerte de mis abuelos y uno de mis tíos; luego, el fallecimiento de mi padre y ahora, la pérdida de su hijo, mi hermano. La vida le fue enseñando a las malas lo que era estar solo. Y lo hizo de la peor manera, usando a la muerte, una entidad poderosa que, tarde o temprano, se encarga de enviarnos a todos al mismo lugar: el cementerio. No es para menos que deteste tanto este sitio y para venir, tiene que pasar varios días preparando su mente y, sobre todo, su corazón, antes de poder entrar.
Lástima que hoy no fue ese día. Mi hermano se hubiera puesto feliz de volverla a ver.
Apenas noto el momento en que dejamos aquel sitio tan deprimente, para salir directo a las radiantes calles de la ciudad, abarrotadas de autos, motocicletas y altos edificios que parecen imposibles de escalar. Sin duda, es una imagen para memorizar, por lo que sólo me dedico a mirarla a través de la ventanilla, mientras me sumerjo en lo más profundo de mis pensamientos.
Éste momento… con nosotras tres aquí, reunidas otra vez, paseando por las calles de la ciudad, me trae muy buenos recuerdos. Y no puedo evitar pensar en los viejos tiempos, cuando mi mamá o la mamá de Alissa nos llevaban de la mano el primer año de secundaria, antes de dejarnos en la puerta del colegio, como a dos niñas pequeñas a las que sus padres cuidan y sobreprotegen, pero lo hacen porque las aman.
Recuerdo bien el momento en que dejamos el colegio. Sentíamos que ya éramos adultas y que nadie, nunca, lograría pararnos; que juntas, éramos capaces de comernos al mundo entero, si así lo queríamos y que sin importar qué pasará, nada lograría derrotarnos. Asimismo, mi mente me lleva a pensar en cómo, a pesar de las adversidades y de que nuestras vidas fueran tomando rumbos diferentes, nuestra amistad permaneció intacta. No importó que nuestros caminos fueran tan distintos entre sí o que nuestros mundos estuvieran tan alejados uno del otro; aún así, como amigas, siempre pudimos derribar cualquier muralla que se nos atravesara en el camino.
Suspiro con discreción —y también, mucha decepción— al entender que nada, ninguna discusión o pelea, había logrado alejarnos. Siempre fuimos muy unidas, casi como hermanas, hasta que llegó… ese día.
Miro otra vez por la ventana y un nuevo pensamiento logra colarse en mi cabeza, calando en lo más profundo de mi ser. Un pensamiento que ya conozco a la perfección, porque es el mismo que me ha atacado de forma cruel y constante, durante estos tres largos años.
«Acaso, ¿pudimos haber evitado la tragedia que ocurrió aquel día?»
Quizás sí, quizás no. Lo cierto es que nunca sabremos con exactitud si la cosas pudieron haber terminado de manera diferente. Y nunca sabremos si la historia pudo tener otro final o si éste, ya había sido designado y estaba destinado a suceder, aún contra la voluntad y los deseos de cada uno de nosotros. A veces, mi mente quisiera creer que no fue así, que no estábamos obligados a seguir una “línea” que la vida nos trazó y que, quizás, sí hubiéramos podido hacer algo para evitar todo lo que vino después —aunque no lo hayamos hecho—. No obstante, de algo sí estoy segura y es que, sin importar cuánto nos hubiéramos esforzado, al final, lo más probable es que nunca hubiéramos logrado convencer a mi hermano de cambiar de parecer.
Así era él. Noble, amigable y muy sensato, cuando la situación lo ameritaba, pero asimismo, solía ser bastante terco. Y cuando su mente se cerraba en una sola idea o creencia, no había poder humano sobre la tierra que lo hiciera cambiar de opinión. Él ya había tomado su decisión y estaba dispuesto a llevarla hasta el final, sin importar las consecuencias que ésta pudiera traer, tanto para él, como para el resto de nosotros, incluyéndome.
Centro mi visión en la cicatriz de mi mano derecha, el constante recordatorio del peligro que Alissa y yo, corrimos ese día. Cada vez que cierro los ojos, aún puedo ver con claridad el momento exacto en que Connor se lanzó sobre mí, antes de que intentara lastimarme el rostro con el cuchillo, no obstante, creo que mi instinto actuó primero, pues intenté cubrirme con la mano y así, fue como terminé con esa horrible marca que me hará compañía por el resto de mi vida, obligándome a recordar el tormento que ambas vivimos ahí, en el interior de aquella bodega a la que nunca me atreví a regresar.
De vez en cuando, aún tengo pesadillas que me hacen despertar sobresaltada por las noches, sobre todo al recordar la crueldad con la que Alissa fue apuñalada, no sólo una, sino tres veces, como si estuviera siendo castigada por hacer algo incorrecto, pagando las consecuencias de algo que, según mi hermano, fue su culpa.
Niego para mis adentros ante ese pensamiento. No, nosotras no tuvimos la culpa de lo que pasó, ni Alissa ni yo. Nosotras fuimos dos víctimas más que se sumaron a la larga lista. En realidad, nosotras sólo fuimos arrastradas por la corriente cuando la tormenta se desató; una corriente que intentó sumergirnos en un profundo abismo, del que apenas logramos salir con vida.
Connor pagó el precio de sus actos con su propia vida, pero nosotras dos seguimos aquí, respirando —por desgracia, no puedo decir lo mismo de Danny, Anna y de todos los demás—; nosotras seguimos vivas y sin importar lo que pase, tenemos derecho a llevar una vida tranquila, si así lo queremos, porque nadie puede obligarnos a sentir, decir o hacer algo, si nosotros no queremos.
Miro por el espejo del auto con discreción y de inmediato, noto la figura de Alissa sentada junto a la ventana, con la vista fija en el exterior y su mente, perdida en algún planeta desconocido. Quizás ella no vea las cosas como las veo yo, porque aún se culpa a sí misma por todo lo que pasó, no obstante, sé que lo que digo es verdad y que así como Connor tomó su decisión, ella tenía derecho a hacer lo mismo; igual que mi mamá, igual que yo. Sin importar lo que dijeran los demás, teníamos —y tenemos— el derecho de tomar nuestras propias decisiones.
Yo, mejor que nadie, entiendo la reacción de Alissa y el porqué se ha distanciado tanto, después de todo, un trauma de esa magnitud no es fácil de olvidar, pero confío en que sólo nos hace falta tiempo… tiempo para volver a ser aquellas amigas inseparables a las que, el destino, convirtió en hermanas. Mientras tanto, yo sólo puedo esperar. Y esperaré el tiempo que sea necesario, no importa si son días, meses o incluso, otros tres años. Esperaré el tiempo que haga falta, hasta que Alissa se sienta lista, lista para volver a empezar.
Miro por última vez hacia la ventana y no puedo evitar tragar saliva con incomodidad al ver como los tonos del cielo han comenzado a cambiar, formando un débil y casi invisible arco de hermosos colores que, en éste momento, me obliga a recordar eventos del pasado; eventos que quizás, preferiría olvidar.
Y un nudo me cierra la garganta cuando esos mismos recuerdos, me hacen pensar en mi hermano y esa etapa de él que tanto nos marcó a todos; una etapa que, sin importar qué, jamás podremos olvidar.
Hay muchas cosas que nunca supimos en ese entonces, muchos misterios que jamás fueron revelados; ¿por qué le amputaba partes del cuerpo a sus víctimas? ¿Por qué le amputaba una parte diferente a cada uno? ¿Esa “acción” significaba algo para él? ¿O que hay de los colores de las mantas? ¿Las escogía al azar —algo que dudo— o todo formaba parte de una misma “estrategia”?
Nadie lo supo. Ni siquiera Alissa, quién tuvo la oportunidad de convivir más tiempo con él durante su cautiverio. En su declaración, aseguró que Connor no reveló el porqué hacía eso y que ella también desconocía el motivo, no obstante, muchos opinaron que quizás, sí lo sabía, pero que la respuesta era tan macabra y retorcida que eligió no compartirla con el mundo. Otros más, supusieron que también estaba relacionado con ella y que para no causarnos más dolor, prefirió guardar silencio. Aún así, con o sin motivo, mi hermano seguirá siendo eso y como dijo Alissa, no podemos dejar de lado esa “etapa” de él, porque ya hace parte de su vida y de su historia.
Connor no era malo… sólo era un hombre a quien la vida golpeó desde muy joven, haciéndole creer que tenía que sacrificarse él, para complacer al resto del mundo. Le hicieron creer que otras personas, eran más importantes que él mismo, sin embargo, yo sé que no es así. No debemos sacrificar nuestros sueños y deseos, para mantener felices a los demás. El poder de elegir, está en nuestras manos y así como tenemos obligaciones con el mundo y las personas, asimismo, tenemos derecho a escoger la vida que queremos llevar.
Por desgracia, ni Connor ni yo sabíamos eso, porque a nosotros, siempre nos enseñaron que los deseos de otros iban por encima de los nuestros y fue ese mismo pensamiento el que, al final, terminó enloqueciendo a mi hermano. Esa misma locura, fue la que lo encegueció, al punto en que no fue capaz de darse cuenta de que estaba en un error. Su mente estaba tan cerrada que nunca aceptó que se había equivocado, ni siquiera en los últimos momentos de su vida.
En lo personal, creo que la experiencia con mi hermano, me ha servido para trazar un nuevo rumbo en mi vida. Si no hubiera sido por él y por su historia, jamás hubiera visto la realidad y hasta el día de hoy, seguiría siendo esa mujer que siempre ponía la felicidad de otros por encima de la suya. Nunca habría entendido lo errados que estábamos al pensar de esa manera y quién sabe a dónde habríamos ido a parar. De cierta forma, todo lo que soy ahora, se lo debo a él.
Cierro los ojos por un momento, dejando que mi memoria me lleve a recordar su rostro, su radiante sonrisa, mostrando ese hoyuelo que solía aparecer en su mejilla. Y sus ojos… esos hermosos ojos verdes… tan radiantes como una piedra de jade brillando en pleno día, opacando toda la belleza que el sol pudiera tener. Cuando miraba los ojos de mi hermano, no podía evitar pensar que nada en el mundo, podría irradiar más luz y claridad. Y que nadie en el planeta, podría igualar esos sentimientos.
La imagen de la última vez que vi esos ojos, logra colarse en mi mente. Recuerdo bien la mirada tan triste que tenía ese día, apagada… y cargada de mucho rencor, rencor contra Alissa, contra mí, contra el mundo entero, porque él aseguraba que nosotros éramos los responsables. Él aseguraba que fue el mundo quien lo transformó en ese ser que tanto detestaba ser. Ni hablar de sus últimos segundos, cuando presencié el momento exacto en que la vida se desvaneció de él…
Aún me duele pensar que no pude hacer nada para salvar a mi hermano. Y me duele aún más saber que, sin importar lo que haga, nada lo traerá de vuelta. No obstante, en el fondo, siento que no todo está perdido y espero que su caso le sirva de ejemplo a las personas, para que se den cuenta de que no todas las lecciones que aprendemos de niños, son acertadas. Son nuestros padres quienes nos las enseñan y aunque están ahí para guiarnos y orientarnos, también se pueden equivocar, inculcándonos reglas que, a veces, pueden frustrar nuestra existencia, al punto en que nos dejamos de lado a nosotros mismos, a nuestra felicidad. Y terminamos olvidando quiénes somos en realidad.
Hoy, tres años después de los eventos que marcaron de forma drástica la vida de muchos de nosotros, entiendo que estaba bien pensar en mí y hacer lo que quería. Por desgracia, Connor no pudo hacerlo, pero su historia me ha enseñado que no está mal querer ser un poco “egoísta”. Y que nuestros sueños y deseos, deben ir en primer lugar, sin importar lo que digan los demás. Después de todo, es nuestra vida y tenemos derecho a elegir sobre ella.
Por lo tanto, ahora sólo me queda esperar y luchar para que las personas aprendan algo de lo que pasó y que una tragedia como ésta, no vuelva a ocurrir. Ahora, pienso hacer todo lo que esté a mi alcance para que el caso de mi hermano no se repita y que así, nadie más se tenga que convertir en algo similar a… el asesino Arcoíris.
—Oigan… ¿alguien quiere un café?
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