Capítulo 9

El número que usted marcó, no está disponible en éste momento. Por favor, deje un mensaje después del tono…

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El número que usted marcó, no está disponible en éste momen…

Antes de que la frase se repita por milésima vez, lanzo el teléfono con todas mis fuerzas, haciendo que éste acabe sobre el pequeño sofá, al otro lado de la sala. Estoy harta de oír esa ridícula vocecita que sólo me recuerda lo frustrante que es estar incomunicada, pero aún peor es recordar que, si estoy en ésta situación, es gracias a que Jessie prefirió que así fuera.

Hace mucho perdí la cuenta de cuántas veces intenté llamarla, hablarle, pero la respuesta siempre ha sido la misma: silencio total. Desde aquel día en que salió del hospital, se ha esforzado por «desaparecer» del planeta. Nadie ha logrado contactarse con ella. Es como si estuviera empeñada en mantenernos alejados, como si con eso, hubiera alguna garantía de que estaremos a salvo.

Ni hablar de todas las veces en las que fui a su casa, con la esperanza de verla, pues la respuesta que obtuve siempre fue la misma. Jess se niega a recibirme o a cualquiera que intente acercarse. Incluso sus padres la han apoyado, pues siempre que alguien pregunta por ella, afirman que no está, que tiene prohibidas las visitas o, en el peor de los casos, que se mudó con su tía que vive al otro lado del país.

¿Cómo lo sé? Simple, porque tuve varios aliados que me ayudaron a intentar acercarme —Entre ellos, mis ex compañeros de secundaria—, sin embargo, ninguno tuvo éxito. Ni siquiera Connor ha podido intervenir, pues siempre que lo intenta, Jess se lo prohíbe, aunque no le ha dicho el porqué. Sólo afirma que es lo mejor y ante eso, no hay nada que él o yo podamos hacer. Como si fuera poco, su trabajo ha dificultado mucho las cosas, pues él y su hermana apenas se ven, lo cual me deja a mí en una situación bastante compleja; dicho de otra forma, en un callejón sin salida.

Aunque suene exagerado, de repente, me siento traicionada. Es como si mi mejor amiga me hubiera abandonado y, por primera vez en muchos años, vuelvo a sentirme sola, acabada, como hace mucho no me sentía. Vuelvo a ser yo contra el mundo y, al igual que en aquel entonces, siento que el mundo logrará destruirme en cualquier momento.

Mi mano se desliza hasta mi muñeca y con melancolía, palpo el lugar donde se encuentra esa pulsera roja que Connor me regaló cuando aún éramos cercanos. Fue hace mucho, en mi cumpleaños. Y en aquel entonces, recuerdo que fue uno de los mejores regalos que cualquier persona hubiera podido darme, junto a los lindos pendientes con piedras doradas que me obsequió su hermana, los cuales aún utilizo en ocasiones especiales.

El recuerdo de Jess, parece quemarme por dentro, pero no tanto como el desconsuelo que siento al pensar en la increíble relación que tuvimos Connor y yo. Hoy, en estos momentos, de verdad me gustaría que las cosas volvieran a ser como antes, que aquella «distancia» nunca se hubiera creado entre nosotros. Quizás, así, no me sentiría tan sola como me siento ahora mismo.

Suspiro con desgano y me dispongo a salir, con la intención de dar un paseo que me ayude a despejar mi mente. Quizás, el aire fresco me ayude a sentirme un poco mejor conmigo misma y así, podré pensar bien las cosas, sin los obstáculos emocionales que ahora se atraviesan en mi camino.

Apenas salgo a la calle y el viento me golpea el rostro con fuerza, erizándome la piel al instante. Es una sensación un tanto… escalofriante, pero no por eso deja de resultar agradable, así que me tomo un momento para inhalar profundo y llenar mis pulmones de ese aire tan puro que refresca mis pulmones.

Mi vista es atraída hacia la figura de un niño que brinca en la acera, con una sonrisa plasmada en el rostro. Tararea una canción infantil mientras es seguido por una señora no mayor a los treinta —Que, supongo, es su madre—, quién lo vigila desde atrás para asegurarse de que no se tropiece y se lastime, no obstante, el niño está tan emocionado que ni un golpe lograría borrar esa alegría de su semblante.

Ni siquiera soy consciente de mi sonrisa, hasta que el niño me mira por unos segundos y me la devuelve, causándome una inmensa ternura que me remueve el alma, no obstante, ésta se desvanece cuando noto como la felicidad desaparece de su rostro, antes de que corra y se aferre al torso de su madre.

—Mamá, la camisa de esa mujer es del color de la manta que usó el asesino de colores —susurra, demasiado alto como para no oírlo.

Casi siento que los ojos se me salen. Miro mi torso y confirmo que mi blusa es de color rojo, el mismo color de la manta que envolvía a la primera víctima. No hace falta ser un experto para darse cuenta de que incluso ese niño, que no parece tener más de siete años, está consciente de la situación actual. Y aunque quizás no la entienda a la perfección, al menos logra reconocer esas «señales» cuando están frente a él.

La mirada de la señora se descompone al oírlo y me dedica una mirada llena de pena, antes de susurrarme un suave «perdón» y llevarse al niño casi arrastrado hacia otro lado. Ni siquiera me preocupo por ver hacia dónde se dirigen, pues sólo me quedo quieta en mi sitio, apretando los puños tan fuerte que noto como mis uñas empiezan a clavarse en la piel de mis manos.

Siento como el enojo sigue aumentando en mi interior con cada segundo que pasa. Toda nuestra vida se puso de cabeza en cuanto ese desgraciado apareció. Todo nuestro mundo se vino abajo desde su llegada y la rutina que teníamos, se fue al carajo, todo gracias a ese infeliz que no ha sabido hacer nada más que matar personas y aterrorizar a quienes deja con vida.

Desde el día en que encontraron el cuerpo de Britanny, no se ha sabido sobre más crímenes ligados a ese psicópata, sin embargo, la gente sigue igual de asustada que al inicio. Ya ni siquiera se ve a las personas paseando por el lugar, ya no se siente aquella paz que había antes, tan sólo se percibe la intranquilidad y un gran temor por terminar convirtiéndose en la siguiente víctima del asesino arcoíris.

Siento como el estómago se me revuelve ante ese pensamiento. Me da mucho coraje saber que tenemos que vivir atemorizados por él, un ser monstruoso a quien le resulta placentero matar y hacer sufrir a las personas. ¿A qué clase de mente retorcida le provoca tal gusto ver el dolor de alguien más?

Mis ganas de salir y relajarme, desaparecen de golpe, así que regreso adentro enfurruñada y con la amarga sensación de estar encarcelada en mi propia casa.

Apenas llego a mi habitación, me lanzo sobre la cama y prendo la televisión. Como ya es costumbre, está en el canal de noticias, así que lo dejo como está y me dedico a observar la imagen. Hablan de un accidente automovilístico que ocurrió hace apenas unos minutos y como no estoy enterada de todos los detalles, decido prestarle toda mi atención al reportero.

El timbre de la casa suena, haciéndome fruncir el ceño. La única que siempre ha venido a visitarme es Jessie y ella nunca ha tenido necesidad de tocar, pues tiene una llave de la puerta. No consigo pensar en alguien más que quisiera venir, sobretodo porque nadie conoce el lugar donde vivo, lo que vuelve aún más extraña ésta visita.

Decidida a averiguar de quién se trata, me dirijo hasta la puerta y la abro sin dudar.

Afuera, me topo con un chico vestido con un uniforme naranja, quién me sonríe con amabilidad. Lleva una gorra del mismo color, en la que se ve con claridad el logotipo de alguna empresa que no conozco, sin embargo, se me hace fácil notar que ese logotipo también está impreso en el lado derecho de su camisa. Como si fuera poco, en su mano izquierda sostiene un arreglo de flores, mientras que, con la otra, sujeta lo que parece ser una tabla de apoyo.

—Buenos días —saluda con cortesía, sacándome una sonrisa tímida—, tengo una entrega para la señorita… Alissa White.

—¿Para mí? —pregunto, con la confusión marcada en cada centímetro de mi rostro.

Él asiente, mostrándome la hoja de detalles. Frunzo aún más el ceño al leer y confirmar que la entrega es para mí, así que firmo de inmediato y recibo con cuidado el lindo arreglo floral que el chico me tiende. Al tenerlo en mis manos, no puedo evitar que una tonta sonrisa se forme en mi boca. Está compuesto por varias rosas de color verde claro —Algo no tan común en ésta temporada— y su aroma es tan dulce como el algodón de azúcar, justo lo que a mí me gusta.

—Gracias, que tengas feliz día —se despide veloz. Y antes de que pueda responder, se da la vuelta y emprende el camino hacia la salida.

Con la confusión aún dominándome, cierro la puerta y camino hacia la sala. Creo que éstas flores se verán preciosas en el centro, pues adornaran todo el lugar y su color, sin duda, le dará un toque de vida al ambiente.

Antes de llegar, noto que hay un pequeño sobre blanco a un costado de las flores, el cual llama mi atención, pues bien podría decir el nombre de la persona que las envió, así que, luego de dejar el arreglo sobre la mesa, tomo el sobre y lo abro.

De él, saco una tarjeta con algo impreso en ella, por lo que no lo dudo y procedo a leer lo que dice.

«Felicidades, Ali, acabas de cobrar tu cuarta víctima :)»

¿Qué?

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