Capítulo 17
—Si éste era tu plan, desde el inicio, ¿por qué tardaste tanto en llevarlo a cabo? —La curiosidad hace estragos en mi cabeza y termino haciendo esa pregunta en voz alta— ¿Por qué tuviste que matar a todos los chicos, si tu objetivo principal, siempre fui yo?
Mi respiración se vuelve errática cuando lo veo llevarse la mano al mentón, en un gesto pensativo. Sé que debo estar loca para querer tener una "charla" con él, pero todo eso tiene un propósito y es ganarme su entera confianza. Necesito que crea que no intentaré nada, para así, tener más posibilidades de escapar.
—Bueno... la verdad, necesitaba... "desviar" la atención —asegura, haciendo comillas con sus dedos—. Y con un asesino en serie rondando por ahí, nadie, nunca, sospecharía de mí. —Vuelve a centrar su mirada en mi rostro y esa malévola sonrisa que dibuja en su boca, me obliga a tragar saliva con temor— Tú, mejor que nadie, deberías saberlo, Ali, ¿no eras tú la que siempre se las daba de detective? Acaso... ¿no fue así como llegaste hasta nuestro antiguo vecindario? ¿"Investigando" y... "siguiendo las pistas"?
Mis ojos se abren con sorpresa ante la nueva revelación. Qué idiota fui, ¿cómo no me di cuenta? No sólo Danny y yo vivíamos ahí, sino también Connor y Jessie. Cómo dije, todos estudiábamos en la misma escuela y, por lógica, la mayoría vivíamos en el mismo vecindario. Confié demasiado en mi hipótesis de que Danny era el asesino y fue ese exceso de valor el que no me permitió buscar otros sospechosos. Pero claro, ¿cómo iba a imaginar que Connor acabaría siendo el culpable? Esa idea jamás hubiera pasado por mi cabeza. Ni en mis peores pesadillas me hubiera esperado tal cosa.
—Además. —Eleva la voz, retomando la palabra— Necesitaba desquitarme con todos ellos, por lo que cada uno hizo.
La curiosidad vuelve a atacarme y el deseo de preguntar a qué se refiere, me domina durante unos segundos, no obstante, él —Para mi dicha o mi desgracia— acaba interrumpiéndome.
—Estuviste mucho tiempo dormida, Alissa, ¿hace cuánto no comes?
—¿Qué?
Me quedo meditando en sus palabras durante un momento. Ahora que lo pienso, apenas desayuné algo simple el día en que salí de casa y cometí la estupidez de seguirle el juego a éste idiota. Ni siquiera puedo estar segura de cuánto ha pasado desde eso, pues, aunque yo lo sienta como unas cuantas horas, debo tener en cuenta que estuve drogada por quién sabe cuánto tiempo, lo que significa que bien podría llevar una semana aquí y yo ni siquiera lo sabría.
—Esa cosa que te di, debía dejarte inconsciente, pero no por tanto tiempo. Y si tuvo un efecto tan fuerte en tu cuerpo, quiere decir que éste mismo pasó varias horas sin nutrientes —afirma, con gran seguridad, como si él mismo hubiera fabricado la droga que me dio—. Dime, pequeña Ali, ¿hace cuánto no comes?
No respondo, pues aún me cuesta salir del asombro en el que estoy. Connor habla de forma tan detallada, que me asusta. Incluso conoce de memoria los efectos secundarios de lo que usó para sedarme, lo que me confirma que este malévolo plan no se le ocurrió ayer ni la semana pasada; algo me dice que ha estado esperando éste momento desde hace mucho tiempo.
—Parece que tenías bien planeado cada paso que ibas a dar, ¿no? —pregunto, con un aire de tristeza en mi voz— Algo me dice que también sabes a la perfección cómo acabará ésta historia.
No responde, sólo se encoge de hombros, quitándole importancia a mis palabras. O como si, en realidad, le resultaran un chiste; como algo que no tiene valor para él.
Mi vista se desvía hacia un lado y casi se me salen los ojos al ver que, a pocos metros de donde yo estoy, se encuentra el mismo tubo con el que intenté golpearlo hace... bueno, la última vez que estuve consciente. Al verlo, una nueva idea se me pasa por la cabeza, sin embargo, el miedo acaba dominándome y las nuevas preguntas que aparecen en mi mente, me impiden llevarla a cabo, ¿y si no resulta? ¿Y si vuelvo a fallar? ¿Y si hago que Connor se enfade e intente lastimarme?
No obstante, esa pequeña chispa de excesiva confianza que hay en mi interior, me incita a hacerlo. ¿Y qué tal si, ésta vez, logro mi objetivo? ¿Y si logro hacerle daño? ¿Y si gracias a eso, consigo escapar?
—Ni siquiera lo pienses, Alissa.
Me giro de golpe hacia Connor y lo encuentro mirando en la misma dirección que yo lo hacía, antes de que él hablara. Su vista se halla anclada al mismo objeto que yo observaba hasta hace unos segundos y no hace falta ser muy listo para deducir lo que estoy —O estaba— planeando, por lo tanto, me levanto de golpe e intento correr para tomarlo, pero una fuerza desconocida me sostiene de las muñecas y me jala hacia atrás con violencia, haciéndome soltar un grito de dolor, para después, caer de espaldas en el colchón.
—Te dije que ni siquiera lo intentaras, ¿por qué nunca obedeces?
Un nuevo quejido sale de mi boca cuando el ardor en mis muñecas, aumenta, pero no tiene sentido. Hasta dónde sé, Connor ni siquiera se movió de su lugar, entonces ¿quién me sujetó y me impidió lograr mi objetivo?
Me levanto, algo adolorida y mi boca se abre con sorpresa al fijarme en mis manos.
—¡¿Me encadenaste?!
Intercambio mi vista entre Connor y esos aros metálicos que rodean mis muñecas, unidos a dos anchas y oxidadas cadenas que, a su vez, se encuentran fundidas con una macabra argolla pegada a la pared. Mi instinto me obliga a actuar y empiezo a tirar de ellas tan fuerte como puedo, no obstante, el resultado que obtengo no es el que esperaba. No importa cuánto lo intente, no ocurre nada. Las cadenas permanecen en su sitio, dejándome a mí atada y a merced de éste demente.
—Si continúas con eso, te vas a lastimar —indica Connor, sin mirarme—. No me odies, pero tenía que asegurarme de que no intentarías una locura, otra vez.
Las lágrimas se acumulan de golpe en mis ojos al entender la situación en la que estoy. Mis posibilidades de escapar, son cada vez menos. Siento que, cuando logro dar un paso, Connor se encarga de hacerme retroceder cinco. Ahora, no sólo estoy encerrada y aislada del resto del mundo, sino que también me encadenaron. Y a menos que consiga arrancar las cadenas de la pared, no creo que logre encontrar otra forma de salir.
—Tranquila, prometo liberarte... si te portas bien —anuncia, llamando mi atención—, mientras tanto, solo puedo decir que te dejé suficiente movilidad para que puedas comer y dormir sin ningún problema, pero ¿escapar? ¿Fugarte? Eso lo veo difícil.
Una débil risa —Que carece de gracia— es mi única respuesta y no volvemos a dirigirnos la palabra. Mi mente es un completo caos al que no sé ni cómo controlar. Por un lado, estoy asustada, asustada por lo que pueda suceder después, pero también siento ira, rabia y mucho enojo, sobretodo contra Connor, por hacerme esto a mí y a todos los demás. ¿Por qué tuvieron que pagar ellos por la decisión que yo tomé? ¿Por qué tengo que pagar yo por seguir lo que dictaba mi corazón? ¿Por qué no pudo aceptar que nunca le correspondería?
No obstante, hay otro sentimiento que invade mi pecho de gran manera y es tristeza; tristeza por entender la condición en la que estoy; tristeza por saber que mis posibilidades de escapar son escasas —Por no decir "nulas"—; tristeza porque nunca esperé que mi vida fuera a terminar de ésta manera. Si hubiera sabido lo que me esperaba, jamás le hubiera seguido el juego. Debí ser más razonable y avisarle a la policía, ¿qué me hizo creer que podría acabar con él, yo sola, sin ayuda?
Mientras más lo pienso, más ilógico suena.
Un jadeo de susto se me escapa cuando mi vista se encuentra con Connor, en cuclillas, a escasos centímetros de mi rostro. Ni siquiera puedo respirar sin estar segura de que él lo percibirá, ¿en qué momento vino hasta aquí? ¿Por qué no vi cuando se levantó de la silla? Lo más inquietante, es que no me quita la mirada de encima. Es como si disfrutara verme en éstas deplorables condiciones y quisiera grabar esa imagen a detalle en su memoria.
No sé con qué objetivo lo hace, pero en verdad me asusta.
—Dime, ¿qué te parece?
Su mano sostiene frente a mí el cuaderno en el que escribía hasta hace unos segundos y el asombro me invade al ver el dibujo que está plasmado en él. Observo varias líneas de colores que forman un lindo arcoíris en el centro, pero éste es opacado por las oscuras e intensas nubes grises que lo rodean, sumado a uno que otro relámpago que le da un toque más realista a la obra y me hace sentir que casi estoy viendo una fotografía y no algo que él hizo con sus propias manos.
Siendo honesta, el dibujo incluso se ve tétrico, pues las nubes y relámpagos logran empañar la belleza del arcoíris. No importa cuántas veces lo mire, el miedo no deja de crecer en mi interior, sobretodo al pensar que ese dibujo encaja muy bien con Connor y su faceta de "el asesino Arcoíris". Creo que, desde que todo empezó, ésta fue la manera en la que percibimos a ese psicópata, como algo "hermoso" siendo opacado por la terrible oscuridad de una noche de tormenta. El arcoíris dejó de ser visto como algo lindo y pasó a convertirse en la marca de la maldad.
—¿Y? ¿Qué dices?
Escuchar su voz, me obliga a volver a la realidad y observo, por milésima vez, el cuaderno.
No lo vamos a negar, el dibujo está increíble e incluso parece elaborado por un profesional.
—Está... lindo... —Consigo decir, luego de algunos segundos en silencio.
—¿Verdad que sí? —Por primera vez en todo éste tiempo, lo veo sonreír de una forma más... sincera. Su gesto no luce diabólico o siniestro, por el contrario, con esa sonrisa, me recuerda al verdadero Connor, no el asesino "lo que sea". Quiero creer que el chico gentil que yo conocía, sigue por ahí, en algún lado, pero mis esperanzas se desvanecen cuando esa misma sonrisa, desaparece— ¿Sabes? En serio me hubiera gustado dedicarme a esto. Creo que dibujar era lo que más amaba hacer.
Ésta vez, su sonrisa regresa, pero viene cargada de una profunda tristeza. Se nota que aún le duele mucho no haber podido seguir sus sueños, pero supongo que de eso se trata crecer: renunciar a aquello que queremos, a cambio de algo que nos beneficiará.
—Tu padre jamás lo hubiera permitido... —comento, en voz baja. Él bufa al oírme.
—Por favor, Alissa, sabes bien que él no es mi padre.
Buen punto.
En realidad, el señor Hampton no es el padre biológico de Connor y Jess. Su padre murió cuando ellos eran niños y su madre eligió quedarse sola y cuidar a sus dos hijos con el mismo amor que le tenía a su difunto esposo. La historia de cómo llegó el señor Hampton a sus vidas, es algo compleja, pero resumiendo, podríamos decir que fue un "acuerdo", donde ambas partes salían beneficiadas.
La situación económica de la señora Jeannette, no era la mejor. De hecho, era muy similar a la de mi mamá —Excepto que ellos no tuvieron que batallar contra una monstruosa enfermedad, como nosotras—. Aún recuerdo las dificultades que tuvieron que pasar, hasta que apareció el señor Kenneth —Cuyo nombre conozco por... y sólo gracias a Jessie, pues todos los que no somos "de su clase", tenemos prohibido llamarlo de otra forma que no sea "Señor Hampton"—. Él le ofreció un trato a la señora Jeannette: comodidad económica para ella y sus hijos, a cambio de un matrimonio arreglado.
Y ella aceptó, claro que aceptó, después de todo, era el bienestar de sus hijos el que estaba en juego y si tenía que sacrificarse ella por la felicidad de ellos, lo haría sin siquiera dudarlo.
Por suerte, para ella, acabó tomándole afecto al señor Hampton y él a ella, por lo que el matrimonio dejó de ser "arreglado" y acabaron siendo una "auténtica familia feliz". O bueno, al menos, tanto como podían.
Y claro que éste giro del destino trajo complicaciones, sobretodo para los más jóvenes, pues a cambio de otorgarles estabilidad económica y un aparente "hogar", debían cumplir algunas condiciones. La primera —Y, de hecho, la más cruel de todas—: renunciar a su antigua vida y olvidarse de todo lo relacionado a ella, incluido su verdadero padre.
Fue un completo caos. Connor discutía con su madre casi todos los días y Jess pasaba noches enteras llorando por tener que cambiar sus nombres. Esa fue la orden que les dieron. Y para su desgracia, no hubo forma de contradecirla o revelarse.
Así fue como los hermanos Dannel, se convirtieron en los muy reconocidos hermanos Hampton.
Ni hablar de todo lo que aconteció después. Con el cambio de apellido, vino una nueva vida, acompañada de nuevas situaciones que, a su vez, trajeron nuevas responsabilidades para la familia, por lo que nuevas órdenes les fueron dadas. Connor y Jessie se habían convertido en los hijos de un gran empresario y, por consecuente, se habían convertido en el futuro de esa familia. La reputación era lo más importante —Según el señor Hampton— y, como pago por lo que él les otorgaba, debían mantenerla intachable.
Así fue como los sueños de ambos, se fueron por el retrete. Para el señor Hampton, no hay nada más importante que el honor y él jamás permitiría que sus "hijos" se dedicaran a algo que no pusiera en alto el nombre de la familia. Por eso, obligó a Connor a estudiar Administración, pues él sería el sucesor del negocio familiar —Aunque él no estuviera de acuerdo—. Y a Jess —Quien no era del todo aceptada, por el simple hecho de ser mujer—, le fue dada la orden de convertirse en "por lo menos", una exitosa doctora o, quizás, una abogada, aún cuando siempre soñó con poder cantar.
Otro de los defectos más detestables en el señor Hampton es ese: sus creencias tan anticuadas e idiotas. Es un machista de lo peor, homofóbico a más no poder y capaz de herir a quien sea, sólo por su color de piel. Creo que esa es la razón por la que siempre odió que fuera amiga de Jess, pues no hace falta ser un adivino para saber mi verdadera orientación sexual, sobretodo cuando siempre visto con ropa que hace alusión a la comunidad LGBT.
¿Cómo es que Connor jamás se dio cuenta y su hermana sí?
El rostro de Jess aparece de repente en mi memoria, obligándome a pensar en ella. ¿Dónde estará ahora? ¿Estará bien? ¿Tendrá alguna idea de las locuras que su hermano ha cometido? ¿Y qué hay de mí? ¿Ya se habrá dado cuenta de que desaparecí? Seguro que no, después de todo, fue ella quien se encargó de poner todo un mar de distancia entre nosotras. Ni siquiera respondía mis llamadas, entonces ¿cómo podría haber notado mi ausencia?
Un nudo se forma en mi garganta con sólo pensar en eso, por lo que decido respirar profundo y alejar el tema de mi cabeza.
—Como sea. —La inconfundible voz de Connor, me hace volver a la realidad. Lo veo levantarse del sitio en el que estaba, para después, arrojar su cuaderno a un lado y tomar asiento en la misma silla de antes.
El silencio vuelve a hacerse presente en el lugar. Ninguno decimos nada y, a decir verdad, dudo mucho que alguno de los dos tenga algo que opinar. No es como que haya muchos temas de los que podamos conversar, sin mencionar que aún sigo estando secuestrada y mi captor es, nada más ni nada menos que él. ¿Cómo podríamos hablar, estando en ésta situación?
Sin embargo, la inmensa cantidad de preguntas que atormentan mi cabeza, me obligan a buscar algo de valor en mi interior y enfrentar aquello que tanto me asusta, por lo que inhalo profundo y, por milésima vez desde que todo empezó, me lanzo al agua sin pensar.
—¿Por qué mataste a todas esas personas, Connor? —pregunto, en un susurro, pero que va cargado de mucha seguridad— ¿Qué hicieron para merecerlo?
—¿En serio, Alissa? ¿De nuevo vas a empezar con eso? —se queja, haciendo una mueca de fastidio con su boca.
—Sólo quiero entenderlo, ¿o qué? ¿Me crees tan estúpida como para no poder hacerlo?
Un suspiro pesado sale de su boca, señal de que su paciencia empieza a agotarse.
—No te creo una estúpida, pero tampoco entiendo tu terquedad, ¿por qué lo quieres saber? —Su mirada no se aparta de mí ni por un segundo, lo cual me pone muy nerviosa, pero también me inyecta más valentía para continuar.
—Simple curiosidad —afirmo, con una sonrisa fingida—. Sólo quiero saber qué hicieron y por qué los odiabas tanto. Porque, claro está que los odiabas y mucho, de otra forma, no los hubieras lastimado de esa manera.
—Ya te lo dije, todos ellos hicieron algo para merecer lo que les pasó.
Una pequeña risa, carente de gracia, se me escapa por accidente.
—No te entiendo, ¿por qué no me lo explicas? —Por un momento, permanece en silencio y llego a pensar que no me dirá nada, hasta que, de la nada, lo veo levantarse de la silla e inhalar una buena bocanada de aire.
—¿Quieres saber? Muy bien, entonces te lo diré.
No respondo, pero por dentro, hasta siento ganas de sonreír.
Ahora sí, es momento de obtener respuestas...
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