Capítulo 12 (Parte I)

Mis pasos resuenan con más fuerza sobre el asfalto mientras mi velocidad aumenta; si sigo corriendo de ésta manera, mis pulmones acabarán explotando en cualquier momento, pero no me importa, así que acelero un poco más y termino de cortar la distancia que me separa del lugar donde vivo, el único sitio que se ha vuelto mi refugio y al que ahora, me aterra ingresar, pero debo hacerlo, no tengo más opción.

Entro, azotando la puerta en el proceso y me dirijo hacia la sala, donde ese tétrico “obsequio” me espera, como si supiera que yo regresaría a buscarlo tarde o temprano. Apenas puedo respirar, no obstante, evito distraerme con eso tragando saliva de forma nerviosa, antes de acercarme a paso lento a las flores, para después, tomarlas y observarlas con el terror expandiéndose por mis venas.

¿Cómo es posible? ¿Cómo es que algo tan bonito como unas flores, pudo transformarse en una cosa tan horripilante? ¿O el arcoíris? ¿Por qué algo tan lindo como un arcoíris, se convirtió en el símbolo de la maldad? ¿Por qué éste psicópata se propuso arruinar todo aquello que siempre me ha encantado? ¿Por qué se empeña en arruinar nuestra existencia de ésta forma? No lo entiendo, ¿qué le hicimos? O, mejor dicho, ¿qué le hice yo? ¿Por qué quiere asustarme de ésta forma? ¿Por qué a mí?

Todas esas preguntas se desvanecen de mi mente cuando observo el sobre blanco que cuelga a un costado. Sin dudarlo, lo tomo y acabo arrojando las flores al suelo, tan lejos de mí como sea posible. No quiero verlas, ni quiero saber qué están aquí, lo único que en verdad me interesa, es acabar con ésta espantosa tortura que se vuelve peor con cada segundo que pasa.

Vuelvo a tragar saliva y, tras respirar profundo un par de veces, lo abro y me encuentro con ese tenebroso mensaje que hace que todo mi cuerpo tiemble.

«Felicidades, Ali, acabas de cobrar tu cuarta víctima :)»

Ignoro el escalofrío que me invade de repente y me concentro en observar cada detalle de la tarjeta. Está hecha de un material similar a la cartulina, pero es un poco más grueso, además de tener algunos detalles dorados en las orillas. ¡Pero claro! Éste material lo venden en las librerías y, para mi desgracia, es muy económico y fácil de conseguir.

Continúo examinándolo en busca de nuevas pistas, pero no encuentro nada. Ni siquiera está escrito a mano, sino que las letras fueron impresas de forma directa; tampoco dice quién lo envió —Era de esperarse— y mi único “indicio” sigue siendo el hecho de que, quién sea que lo haya enviado, me conoce; después de todo, el chico que trajo el arreglo sabía mi nombre y apellido, lo que significa que le dieron bastante información.

¡Eso es! Ese chico venía con su uniforme de trabajo y en él, se podía ver el logotipo de la empresa para la que trabaja. ¡Ellos deben saber quién me envió el arreglo!

Sin siquiera pensarlo, corro hasta el pequeño sofá y tomo mi celular, para después, ponerme cómoda e iniciar mi pequeña “investigación”. No recuerdo cómo era el logotipo, pero sólo hay tres empresas de envío que cubren esta zona de la ciudad, por lo tanto, no será difícil dar con la que trajo las flores hasta aquí, así que enciendo la pantalla y me meto en mi papel de “detective profesional”.

Para cuando me doy cuenta, tengo en mis manos el nombre y número telefónico de la empresa.

No lo dudo y marco. Tras algunas “desviaciones” y varios segundos en los que me dejan en espera, al fin, soy atendida por una chica joven o eso creo, su voz indica que no tiene más de veinticinco años, pero ni al caso viene. De inmediato, le cuento sobre el “regalo sorpresa” que recibí ésta mañana y solicito información sobre la persona que lo envió, no obstante, mi ceño se frunce al no recibir la respuesta que esperaba.

—No tenemos registrado el nombre de ninguna persona —informa, con cortesía—. El arreglo que le entregamos, fue enviado desde una floristería.

Tras debatir un rato más con ella y preguntarle si, en verdad, no tiene idea de quién lo envió, me resigno y la dejo brindarme la información con la que cuenta. Ella me da una dirección, junto al nombre de la floristería, así que lo anoto, de mala gana y tras agradecerle, cuelgo la llamada.

Durante un momento, dudo de continuar. ¿En serio estoy haciendo lo correcto? La parte racional de mi cerebro me dice que no, que esto es una locura y que estoy corriendo un gran riesgo al llevar a cabo éste plan, pero algo en mi interior me obliga a seguir adelante. Digo, si esa “persona” —si es que en verdad se le puede llamar así— quisiera hacerme daño, seguro lo hubiera hecho desde el principio y no se hubiera tomado la molestia de inventar todo este rompecabezas para que yo lo armara. Quiere decir que aún me necesita con vida, lo que significa que, por ahora, aún sigo estando a salvo.

Tras varios segundos en los que intento darme valor a mí misma, suspiro con desgano mientras leo una y otra vez la hoja de papel. No importa cuánto lo piense, no se me hace conocido el nombre, lo que significa que ni siquiera es una floristería conocida, ¿cómo se supone que voy a averiguar el nombre de quien envió las flores, si no tengo ni siquiera un número de teléfono al cual llamar para pedir información?

Bien, podría ir a la floristería, claro está, pero eso sería demasiado arriesgado. No puedo sólo llegar a un sitio que ni siquiera conozco, ¿y si él está ahí? ¿Y si me está vigilando? ¿Y si sólo está esperando el momento en el que llegue allá para atacarme? ¿Cómo puedo saber que esto no es una trampa?

La parte lógica de mi cerebro seguro siente ganas de golpearme. ¡Pero claro que es una trampa! ¿Con qué otro objetivo, ese psicópata, querría llevarme hacia un lugar que no conozco? No hay dudas de que es una trampa, la pregunta es, ¿qué puedo hacer para no caer en ella?

Una nueva idea se me viene a la cabeza, así que vuelvo a encender el teléfono y, tras dudarlo un poco, escribo el nombre de la floristería en el buscador, pero mi semblante decae aún más al ver la innumerable cantidad de páginas que aparecen con el mismo título, así que gruño con frustración y me golpeo el rostro algunas veces con el celular.

Parece que esto va a tardar más de lo que esperaba…

Inhalo tanto aire como puedo mientras contemplo la pantalla. Algo me dice que, por fin, di con el sitio que buscaba, no obstante, la rabia se apodera de mi ser y acabo lanzando el teléfono en la alfombra, al ver que, en la página, tampoco aparece un número de teléfono. ¡Ni siquiera hay información del lugar! Salvo la misma dirección que me dieron en la empresa de envíos.

¡Esto no me puede estar pasando a mí! ¿Quién, en esta época, no tiene registrado un número de teléfono en su página? ¡¿Acaso viven en una caverna o qué?!

Me froto el rostro una y mil veces más, con la esperanza de apagar ésta frustración que me invade. ¿Qué se supone que debo hacer ahora? Claro está que no podré llamar para obtener algo de información, ¿entonces? ¿Cómo se supone que voy a descubrir la identidad de ese monstruo, si ni siquiera tengo cómo contactarme con la floristería?

La loca idea que tuve hace unas horas, vuelve a aparecer de repente en mi cabeza, pero hacer eso sería una gran idiotez. No puedo ir hasta allá por varias razones: la primera, no conozco la zona; la segunda, ya es bastante tarde; y la tercera, ¿cómo sé que esa persona no me está esperando allí, sólo para emboscarme? No, no, no, no puedo cometer semejante estupidez, ¡es demasiado arriesgado!

Sin embargo, no puedo evitar pensar en todas las razones por las que, quizás, no sea tan mala idea ir. Como ya dije, si “él” quisiera hacerme daño, lo hubiera hecho desde el principio, si no fuera así, entonces ¿para qué molestarse en hacer todo esto? Segundo, si la floristería no existiera, la empresa de envío nunca hubiera aceptado el trabajo. Es bien sabido que sólo pueden llevar paquetes de empresas, negocios legales o bien, personas que se identifican con nombre y dirección. Por lo tanto, si aceptaron entregarme el paquete, fue porque confirmaron la existencia del puesto. Y tercera, ¿quién planearía “emboscarme” en un vecindario tan tranquilo? Porque sí, según la dirección, es una zona muy concurrida y segura, la cual —por alguna razón— me resulta familiar, aunque desconozco el porqué, pero en fin, ni al caso viene. La verdadera pregunta sería…

¿Qué tanto riesgo estaría corriendo si voy a ese lugar?

Empiezo a caminar de un lado a otro, de forma nerviosa, mientras pienso en qué otra opción tengo, sin embargo, nada se me ocurre. Me siento atrapada, como si estuviera en un callejón y la única salida, fuera seguir el camino frente a mí, pero me aterra hacerlo, pues temo que, al final, sólo encuentre oscuridad y un trágico destino que aguarda por mí; no obstante, ¿cómo voy a salir del lugar en el que estoy, si no me arriesgo “un poco”? Si no tomo ese sendero, nunca sabré si pude haber escapado de ésta intranquilidad que ahora me atormenta, entonces ¿qué hago? ¿Dejo que el miedo me venza y me quedo aquí, “segura”, en mi casa? ¿O corro el riesgo de ir y, quizás, acabar con ésta pesadilla?

Voy a volverme loca si sigo dándole tantas vueltas, así que, tras inhalar profundo un par de veces, me armo de valor y, después de recoger mi celular, lo guardo en mi bolso de un solo tirante, me lo cuelgo al hombro, cruzándolo hacia el otro lado y, aún con el miedo invadiéndome, camino hasta la puerta.

Antes de abrirla, no puedo evitar girarme y contemplar todo con cierta… ¿nostalgia? Quizás sí. No sé por qué, pero un extraño sentimiento se instala en mi interior; es como si algo me dijera que pasará mucho antes de que regrese a éste lugar, pero confío en que esa sensación sea producto de los nervios que me atormentan, así que vuelvo a armarme de valor y abandono el departamento, sin importarme, en lo más mínimo, lo que dejo ahí.

Bajo del autobús y me voy adentrando de a poco en aquel lugar. Tal como lo imaginé, el vecindario aparenta ser muy tranquilo y con personas amigables, claro que, así como amigables, también parecen ser algo chismosas, sobre todo por esas dos mujeres en la esquina que no paran de hablar con gran entusiasmo, como si secretearan sobre la vida de algún vecino, pero vamos, en todos lados hay personas así, siempre y cuando no se vuelvan detestables, supongo que está bien.

Continúo andando mientras admiro las casas y su decoración. Creo que todos se pusieron de acuerdo sobre cómo pintarían sus hogares, pues todos se ven muy similares, lo que le da un toque más acogedor al ambiente. Lo dije y lo repito, éste sitio es demasiado tranquilo y los delincuentes parecen no tener espacio aquí, ¿por qué esa persona me traería a un sitio como éste? Para ser honesta, imaginaba un barrio de mala muerte o algo así, ¿cuál podría ser la conexión entre éste bello lugar y ese psicópata?

Saco la hoja del bolsillo de mi pantalón y repaso la dirección, sin embargo, al ver a mi alrededor, caigo en la cuenta de que estoy perdida. No conozco éste lugar, entonces ¿cómo se supone que dé con la floristería?

Las figuras de ambas señoras vuelven a llamar mi atención, así que inhalo profundo y, con cuidado, me acerco hasta ellas. Tras saludar con cortesía, pregunto por el lugar y si saben dónde queda ese negocio; ambas miran la hoja, la estudian y analizan durante unos segundos, antes de que una de ellas reconozca la calle y me indique, de forma simple, hacia dónde debo ir.

Hago el esfuerzo de entenderle, sin embargo, mi despistada mente no colabora, sobretodo cuando el miedo por llegar a ese sitio, empieza a crecer en mi interior. Sólo espero haber entendido lo suficiente como para no perderme o, si eso pasa, espero encontrar a personas tan buenas como ellas a quienes no les moleste brindarme algo de ayuda.

Tras agradecerles, me alejo y continúo mi camino, siguiendo las indicaciones que me dieron. «Tres calles hacia el frente y luego, cruza a la derecha». Voy repitiendo las mismas palabras en mi mente, hasta que he llegado al que, supongo, es mi destino.

Desde aquí, logro visualizar un pequeño negocio que apenas sobresale del resto de casas, no obstante, los hermosos arreglos florales que decoran la entrada, me confirman que encontré lo que tanto buscaba, así que, tras inhalar y exhalar un par de veces, me armo de valor y termino de cortar la distancia que me separa de ese local.

Empujo la puerta de cristal con mucho cuidado, temiendo que ésta pueda romperse en mil pedazos, sin embargo, eso no sucede, ni siquiera cuando ésta choca con la diminuta campanilla sobre ella, produciendo un sonido que —debido a mis ya alterados nervios— se me hace demasiado escandaloso.

—¡Hola! ¡Pasa adelante! —Es una señora de unos cuarenta años quién me recibe, con una gran sonrisa.

No sé por qué, pero siento que su rostro se me hace algo… familiar, sobretodo por sus ojos marrones, los cuales, a pesar de no tener nada de “especial”, me transmiten algo que… no sé cómo describirlo. ¿Por qué siento que ya he visto esos ojos, antes?

No puedo evitar pensar en mí mamá al verla. Sé que no se parecen en nada, pero puedo asegurar que la señora tiene casi la misma edad de ella, cuando murió. Ese pensamiento, me provoca arcadas, pero debo resistir. Sólo tengo que concentrarme en otras cosas…

En que ella ya no está aquí…

Su energía se vuelve contagiosa y me hace sentir incapaz de rechazarla, así que le devuelvo el gesto y me acerco hasta el escritorio que la oculta casi por completo.

—Dime, ¿en qué puedo ayudarte?

—Disculpe… —Mi voz amenaza con temblar, así que vuelvo a inhalar profundo para darme valor y continúo—: ésta mañana me enviaron un ramo de rosas y… cuando pregunté, me dijeron que lo habían enviado de éste lugar, ¿podría decirme… quién lo encargó?

La señora me sonríe y, tras preguntar mi nombre, saca una enorme libreta donde va leyendo de forma rápida. Al inicio, me confunde su reacción, pero cuando miro alrededor y veo que no hay ningún aparato electrónico en ningún lado —como una computadora— entiendo por qué lo hace. Seguro que ahí tiene anotado todo lo relacionado a sus clientes. Además, eso también explicaría que su página de Facebook esté tan “vacía”, ya que, al parecer, ésta señora es enemiga de la tecnología.

Tras varios segundos en los que sólo se dedica a leer y yo, a observar el lugar, al fin, la veo levantar el rostro y sonreírme con cierta complicidad, ¿cómo se supone que debo interpretar eso?

—Aquí está —afirma, sin dejar de sonreír—. Alissa White; un bonito ramo de rosas verdes, algo no tan sencillo de encontrar en éstas fechas, ¿no crees?

Dios… entonces… esa persona… esa persona sí estuvo aquí, después de todo…

—Verás, no solemos enviar pedidos de esta manera. Casi siempre, es mi hijo quien hace las entregas —explica—, sin embargo, la persona que encargó el arreglo, dijo que quería darte “una sorpresa” y por eso tanto misterio.

Mientras más la escucho, menos entiendo, sin embargo, mi sexto sentido parece estar comprendiendo a la perfección, pues ese nudo que he tenido en el estómago todo el día, comienza a apretarse cada vez más.

—D-Disculpe, pero, yo… no… no estoy ent-tendiendo nada… —balbuceo, de forma torpe, gracias a esa intranquilidad que continúa dominándome.

La mujer me mira y sonríe, gesto que me desconcierta aún más. ¿Qué clase de “sorpresa” podría darme ese demente? Hasta la pregunta suena tonta, ¿qué otra sorpresa podría ser? Seguro planea atacarme, pero ¿por qué no lo ha hecho hasta ahora? ¿Qué es lo que está esperando?

—Vaya que él tenía razón…

Pero, ¿qué?

Supongo que mi expresión revela todo lo que estoy sintiendo en este momento, pues la señora vuelve a reír de forma leve y continúa mirándome, como si hubiera algo extraño conmigo, pero no de forma mala, es… es más como si hubiera encontrado alguna cualidad única en mí.

El hecho de que no diga nada, me desconcierta aún más, así que trago saliva con cierta dificultad y procedo a pensar en una forma de hacerle ver que no entiendo de qué habla, sin embargo, ella acaba interrumpiéndome.

—La… persona, que encargó las flores, dijo que tú intentarías averiguar su identidad. Incluso me advirtió que vendrías hasta este lugar, sólo para descubrir quién te envió el obsequio —indica, sin borrar la sonrisa—; ahora veo que estaba en lo cierto.

«Ahora veo que estaba en lo cierto». La misma frase continúa repitiéndose en mi cabeza una y otra vez, ¿es que acaso esa persona ya sabía lo que yo haría? ¿Cómo es posible? ¿Será psíquico? ¿O acaso me conoce más de lo que yo imaginaba? Si es así, eso sólo podría significar una cosa:

Que es alguien muy cercano a mí o a las personas que me rodean.

—También mencionó que, a veces, podías llegar a ser muy despistada, pero que, cuando conectaras las pistas, vendrías a buscar respuestas sin dudarlo.

Un escalofrío me golpea luego de escucharla. Si antes dudaba, ahora estoy segura. La persona que me envió las flores y, quien cometió esos crímenes, es alguien muy cercano a mí, pues sabía a la perfección la forma en la que yo reaccionaría. Incluso parece saber a la perfección mi forma de pensar, pues la señora habló de “conectar las pistas”, algo que, en definitiva, hice. Fue así como acabé en éste sitio, conectando las pistas y ahora, me aterra pensar en cómo acabará éste macabro juego.

La señora continúa sonriéndome con algo de “entusiasmo”. Y al ver que no diga nada, saca del cuaderno un pequeño trozo de papel que, de inmediato, reconozco. Es similar a la tarjeta que venía con el arreglo, sin embargo, éste es de color champagne y aunque no distingo bien, podría asegurar que tiene un símbolo impreso en la parte posterior.

—Me pidieron que no dijera nada, pero dejaron esto para ti.

Aún con el temblor de mi cuerpo, logro tomarla y, para disimular, la examino con más detalle. No me equivoqué, la tarjeta sí tiene impreso algo y es el logotipo de la floristería. Cuando le doy la vuelta, veo una nueva dirección escrita a mano y casi siento mi rostro palidecer. Tuve que venir hasta aquí sólo para encontrar más pistas y ahora, me salen con que debo ir a otro lugar, ¿a dónde querrá enviarme, ésta vez?

—¿Y esto es…? —La suave risa que suelta, me deja claro que no entiende la magnitud de la situación.

—Déjame explicarte, la persona que te envió las flores, dijo que fueras a éste sitio, porque ahí, hay una gran sorpresa esperando por ti.

Vuelvo a tragar hondo, por milésima vez, al entender sus palabras. ¿Gran sorpresa? ¿Pero qué podría haber preparado ese lunático? Digo, ya armó semejante rompecabezas y todo para, según él, obligarme a “conectar” las pistas, ¿qué más puede querer?

La respuesta que obtengo, me eriza la piel. Seguro está planeando emboscarme en ese lugar, ¿por qué otra razón querría llevarme a ese sitio? ¿Para hacerme una fiesta de bienvenida? La verdad, lo dudo.

Sin embargo, hay otras preguntas que empiezan a ocupar mayor lugar en mi cabeza. ¿Cómo es que esa persona sabe tanto de mí? ¿Qué tanto me conoce como para deducir la forma en la que yo actuaría? ¿Acaso es alguien con quien convivo casi a diario? Y si es así, entonces…

¿Quién podrá ser?

La lista es larga, pues hay muchas personas con quienes convivo seis días a la semana, entre ellas, mis colegas del trabajo, clientes y conocidos, sin mencionar a mis excompañeros de secundaria, con quienes aún mantengo contacto fluido, sobretodo después de la ausencia de…

Jessie…

No, no quiero pensar lo peor. Dije que iba a dejar de desconfiar de ella y planeo cumplirlo, sin embargo, no puedo evitar que su nombre vuelva a hacer eco en mi cabeza al pensar en la situación. Jess es quien más me conoce y seguro podría adivinar mi forma de pensar o de actuar, entonces…

¿Cómo rayos ignoro eso?

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