El ascensor
María se despertó sobresaltada.
Miró hacia la pequeña cuna. Su recién nacido lloraba. En realidad, no había parado de llorar, desde la tarde, y ella no sabía más que hacer, o como apaciguarlo.
El teléfono comenzó a sonar, eran las once de la noche. Estaba segura que era su suegra, que estaba al tanto.
—Puede que tenga hambre...
—No quiere tomar leche...
— ¿Intentaste hacerle masajes? Puede que le duela la panza...
María le dijo que se lo haría, pero en realidad ya había tratado todo cuánto se le pudo ocurrir, había dicho que lo haría, sólo para complacerla y termine la llamada.
Se sentó pesadamente y el bebé que, al fin parecía que dormitaba, comenzó a llorar.
Lo mecía entre sus brazos, tiernamente, al ver que no se calmaba, lo recostó en su hombro, le daba suaves palmaditas en la espalda, por si tenía gases, pero el pequeño rechazaba todo y lloraba hasta ponerse colorado.
A la una de madrugada, marcó al pediatra, aunque le había dicho que podía llamar a cualquier hora, el tono daba ocupado. No contestaba. María estaba desesperada.
Su suegra le había dicho que lo llevara al hospital, pero eso era lo último que quería hacer.
—Los hospitales son inseguros... prefiero esperar al pediatra. —se excusó. El día en que la internaron para el parto, curiosamente, había conocido en la misma sala, a una chica, con el mismo nombre, y que curiosamente tenía su edad, y que estaba, al igual que ella, a punto de parir. Horas más tarde, cuando tenía a su recién nacido en los brazos, la escuchó gritar por ayuda.
— ¡Me robaron a mi hijo! ¡Me robaron a mi hijo!
Su suegra, para no preocuparla, se negó a contarle sobre el incidente, María lo sabía, pero había escuchado los rumores.
"Una tipa se hizo pasar por enfermera... le dijo que llevaría a su bebé a pasear, para que la deje dormir y no volvió nunca"
"Aprovechó que estaba sola, que no tenía marido... ni familia"
María no podía dejar de sentir que, podría haber sido ella, a quien que le sacaran el niño.
Al recordar todo aquello, María apretó a su bebé contra su pecho.
"Yo también estaba sola"
No, María no pensaba regresar a ese hospital, prefería llevar a su pequeño a un consultorio privado.
Más tarde le controló la temperatura, tenía algo de fiebre.
Cuando su cansancio pudo más, y se quedó dormida, soñó que se miraba en el espejo; que salían gusanos de su boca, despertó sintiéndose más agotada que nunca, con la sensación de tener algo atragantado en la garganta. Era como, si de alguna forma, pudiera presentir que algo iba a ocurrirle ese mismo día.
A las siete de la mañana, comenzó a preparar el almuerzo. Bañó a su pequeño, limpió el suelo, y entre que daba de lactar, y contestaba la llamada de su suegra, comenzó a quemarse la comida.
A las ocho, la secretaria del pediatra, le dio turno para las once. María se apresuró con sus otros deberes; si llegaba a tardar, tendría que esperar a que atendiera al resto de pacientes, y ella no contaba con tiempo.
"Biberón en el bolso, pañales, listos..."
María terminó de vestir a su pequeño, que se había dormido en el proceso y lo puso en el carrito, estaba listo para llevarlo al pediatra.
Antes de cruzar la puerta, escuchó el teléfono, decidió contestar.
Era su hermana, para recordarle que tenía una entrevista de trabajo en la tarde. María le agradeció y colgó.
Tenía la cabeza en otras cosas y con el apuro, no estaba segura, si había apagado o no la hornalla. Decidió dejar el carrito con su niño, en el ascensor. No tardaría nada en volver, y bloqueó, con su bolsón, la puerta para que no se cerrara.
Cuando confirmó que todo estaba en orden, y regresó al ascensor, las puertas se le cerraron en la cara.
Soltó un alarido de desesperación.
Apretaba el botón, nerviosamente, pero era inútil.
Miró hacia todos lados, buscaba ayuda, pero a esa hora el edificio estaba desolado.
El ascensor se iba al noveno piso, y ella estaba en el quinto. Se apresuró hacia las escaleras.
Mientras subía, pensaba en lo peor. No hace mucho, habían pasado en los noticieros, cientos de casos de niños extraviados, por un tonto descuido de sus padres, y que ella, había criticado duramente. No podía creer, que había cometido un descuido como ese.
"¡Dios santo!" "¿Y si no llego?"
Estaba aterrada.
Completamente sofocada, llegó al noveno piso, y para el peor de sus males, descubrió que el ascensor iba a la planta baja.
María volvió a las escaleras, y mientras bajaba precipitadamente, sentía que se le iba a salir el corazón por la boca, estaba al borde del llanto.
Sacó el teléfono, pensó en marcar al 911, pero se contuvo. Temía que la consideraran una mala madre, y quisieran quitarle a su bebé.
"¡¿Qué hago?! ¡¿Qué hago?!"
Cuando al fin llegó al primer piso, vio que una pareja subía al ascensor, María chilló:
¡Alto, alto! ¡¡Mi bebé!!
La pareja la miró con desconfianza, y comprobó con todo el horror, que el carrito de su bebé no estaba.
Estaba a punto de desvanecerse, no podía creerlo, seguro era otra pesadilla.
"Mi hijo, mi hijo"
En ese momento, una mano se posó en su hombro.
—Mira, acá está tu mami.
Era su suegra, que tenía a su bebé, entre las manos.
María lloró de alivio.
Fin
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