Tristan: Responsabilidades Que Me Sobrepasan.

Los ministros cuando se enteraron de mi plan, casi pude ver como planeaban mi muerte. Fue una semana caótica en planear la llegada de la reina Olena. Los permisos que tenía que sacar para hacer creer, al menos en papel, que la mercancía que Olena nos traería, la habríamos producido en el planeta. El señor Barnes consiguió los terrenos que utilizaríamos, resulta que, como ministro de alimentos, eso les proporcionaba unas tierras que podría usar a su beneficio; le había dejado una parcela de tierra a sus hijos, el resto es para nuestra operación.

 Todo se encuentra listo, todos estamos en nuestros lugares. Como los espectros no pueden estar bajo la luz del día, la reunión pasó a la noche. Solo estamos el ministro Hunt, el ministro Barnes; el ministro de la marina, el señor Dominik Abbott. El ministro de justicia y fiscal del planeta Marco Astor, también se encuentra Bernadette; la única mujer de todos los ministros y la primera en ocupar un alto cargo en este planeta. Cedric se encarga de la vigilancia del capitolio, los guardias están alertas a cualquier posible invasión.

 La tensión se siente en el aire, Bernadette está conversando con el señor Barnes en una esquina. Todos estamos nerviosos y nuestro pánico se incrementa cuando abren las puertas, y un guardia anuncia de la llegada de la reina Olena con su corte. Todos nos acomodamos delante de nuestros asientos, a la espera de la reina. Todas las luces están apagadas, yo veo perfectamente, pero el ministro Astor es un ser de la luz. Él se ha acostumbrado a la oscuridad, pero no lo suficiente como para estar de este modo.

 Un aire frío inunda la habitación, los pasos cada vez son más cercanos y la puerta se abre por completo. La reina de los espectros la tengo de frente, ella sonríe maliciosa y entra en la habitación escoltada por cuatro hombres, supongo que son sus consejeros porque sus guardias son bastantes distintivos.

—Señor Godness, que placer volverlo a ver —ella se me acerca feliz y estrecha mi mano—. ¿Espero que haya conseguido lo que le0 pedí?

—En parte, pero recuerde que hay que planificar la parte logística de sus cosechas —yo le devuelvo el apretón—. Y el comprador de las mismas.

—Por supuesto, por eso traje a mis consejeros y al señor Benjamin Black —un hombre con apariencia intimidadora se acerca a nosotros y estira su mano, la cual estrecho. El hombre en cuestión tiene una excesiva fuerza, acompañado de sus fuertes rasgos; como su mentón, su rostro cuadrado y una gruesa barba castaña con alguna que otra cana, igual tiene el cabello así—. Él es el duque del planeta de Astapor, compartimos fronteras. Pero como sabrás, no puedo comercializar con él directamente.

—Exactamente ¿qué planean comercializar? —les cuestiono a ambos—. Su majestad, no quiero tener problemas con el gobierno del rey Robert.

—Ya hablamos de eso, que serían mis cosechas —ella exclama con desprecio.

—Vamos a sentarnos y conversar —propone el señor Black.

 Todos nos sentamos en nuestros lugares. La conversación comienza un poco tensa, surgen dudas por ambos bandos; por el nuestro es que, si es buena idea saltarnos una ley imperial a cambio de dinero. Y supongo que por su lado sería que, nosotros los delatáramos con el rey.

 La noche avanza, y vamos acordando puntos importantes en las negociaciones. Nosotros les planteamos que las cosechas de la reina Olena, las recibiríamos en un terreno fuera de la ciudad, procesaríamos las cosechas y el señor Black vendría tres días después con sus barcos y se llevaría la mercancía como si se la estuviera vendiendo el planeta. Lo que sucede sería que, tendría que llevarse como tres barcos bien cargados como para justificar el precio tan barato de comprarle a un planeta tan lejano al suyo. Los concejales de la reina estipulan el precio de la mercancía, nosotros nos quedaríamos con un veinte por ciento que deje cada transacción. No nos parece mal si cada barco equivaldría a cinco mil coronas, tres barcos serían quince mil coronas, y nosotros nos quedaría un veinte por ciento, que serían tres mil coronas por los tres barcos. Sería un gran ingreso para el planeta.

 Terminamos de acordar todo, de firmar los papeles correspondientes. Dentro de un mes el señor Black traerá sus barcos para que sean llenados con las cosechas de la reina Olena. La reina Olena tiene que juntar todas las cosechas de su reino y traerlas dentro de tres semanas para prepararlas en las tierras del señor Barnes. El reloj de la sala marca las doce de la noche y ya los presentes empiezan a desalojar la habitación. Los concejales de la reina Olena dejan la habitación como también lo hacen mis ministros. Olena se queda y yo con ella, Bernadette me mira confundida, pero le hago una seña indicándole que todo irá bien.

—Supongo que has pensado lo que conversamos sobre mi hijo —ella cuestiona maliciosa.

—Más o menos —respondo irritado, si le he dado vueltas al asunto, pero no lo suficiente como para levantar sospechas.

—Él es un niño que llama mucho la atención —ella menciona preocupada—. ¿Cómo controlar un niño que tiene el poder de controlarte?

—No comprendo a qué quiere llegar —contesto cansado.

—Quiero que te encargues de criar a mi hijo —ella suelta esas palabras como si nada—. Sus poderes se están convirtiendo en un problema para mí y mis consejeros. No es bueno tener a la vista el hijo bastardo del rey, eso se puede prestar para muchas cosas.

—Con todo el respeto, pero si usted no puede protegerlo en su castillo —me enderezo en mi silla—, en su reino, que prácticamente es uno de los más difíciles de entrar ¿qué le hace pensar que aquí estará a salvo?

—Porque nadie sabrá que está aquí, es un planeta que pocos conocen —ella replica un poco más seria—. Ni siquiera el señor Black sabía de este planeta y eso que ha recorrido la mayoría de ellos. Mi hijo vendrá aquí a vivir con usted, usted le enseñará a controlar sus poderes, y por supuesto no tendrá a lunáticos que lo único que quieren es el trono sombrío.

—Pero yo no sé nada de criar a un niño —confieso paranoico.

—No es la gran cosa, solo es darle de comer y cubrir sus necesidades básicas como un cuarto, educación. No es la gran cosa —ella le resta importancia—. Le pasaré una manutención para que no diga que lo dejé solo con la responsabilidad.

 Ella se levanta y llama a un guardia. El guardia entra y le da la orden que traigan al niño. Me levanto asustado porque no me imaginaba que todo iba a ser tan rápido.

—Se llama Atlas, tiene cuatro años —ella se lleva un dedo a su mejilla pensando que otra información puede decir acerca de su hijo—. Es un niño bastante molesto, pero creo que usted podrá controlarlo.

 El guardia entra con niño pequeño tomado de la mano, el niño se encuentra aterrado sujetando fuerte una manta.

—Atlas, él es el señor Tristan Godness —su madre se dirige hacia al niño—. Te quedarás a vivir con él durante un tiempo, no quiero quejas y mucho menos desobediencia de tu parte.

—Pero yo no quiero —él niño protesta, pero su madre le da una bofetada. Es notorio su parecido con su madre por los pequeños cuernos que tiene en la frente.

—Harás lo que te ordene —ella lo reprende de una forma bastante brusca—. Serás un buen niño y no darás problemas ¿entendiste? —el niño asiente asustado.

—¿Trajo sus cosas y sus documentos? —le pregunto a la madre, nunca me ha gustado que a los niños se les maltrate, intento distraerla para que deje en paz a Atlas.

—Sí —ella responde desorientada. El guardia me entrega una bolsa hechizada con todas las pertenencias del niño—. Allí está todo lo que necesita, papeles, autorización, esas cosas que ustedes los Godness les encantan.

 La reina se retira de la sala con el guardia y el niño me mira asustado.

—Me llamo Tristan —me acerco a él, pero se aparta de mí. No lo culpo—. ¿Estás bien, tienes hambre? —él asiente—. Ya terminé de trabajar, ahora me voy para mi casa a cenar y a descansar ¿quieres venir conmigo?

—¿Tengo opción? —cuestiona cabizbajo.

—Tal vez no tuviste opción en venir, pero espero de todo corazón darte la oportunidad de que escojas tu futuro —le digo respetuoso, él alza la mirada y asiente.

 Ambos salimos de la sala de reuniones, él tiene sus reservas conmigo; no lo culpo, yo también estaría aterrado si mi única figura protectora me dejara con un completo extraño. Sostiene su manta fuerte, supongo que es lo único que le queda con que sostenerse. Salimos del capitolio y Cedric se encuentra con Bernadette conversando, ellos miran al niño consternados.

—¿Y ese niño? —demanda Bernadette.

—En la casa hablamos —replico abrumado.

 Cedric trae mi caballo, le digo al niño que tenemos que irnos, asique le pido permiso para tomarlo y subirlo al caballo; él asiente deprimido. Él se sujeta fuerte a la correa mientras que me subo, Atlas me entrega la correa y nos vamos de allí. Se recuesta en mí, yo intento no ir tan brusco porque no es lo mismo tener el control único de tu cuerpo a que, tener el control de otro y uno tan pequeño.

 Cabalgamos por media hora hasta llegar a la casa. Me bajo primero y luego a Atlas, él camina a mi lado al interior de la casa. Se sorprende por las luces que están encendidas.

—No te van a hacer daño —me arrodillo a su lado—. Todo estará bien ¿sí?

 Él asiente y lo guío hacia el comedor, camina con los ojos cerrados hasta que llegamos a las sillas. Aparto una y lo siento, él sigue con los ojos cerrados y apretando su manta.

—Atlas, las luces no te harán daño. Puedes abrir tus ojos —lo animo mientras que tomo asiento. Cedric y Bernadette observan al niño asustados.

—Mi madre dice que las luces queman tu alma —el niño habla temeroso.

—No la queman, si lo hicieran de verdad, tú estarías muerto ya —le hablo delicado, pero él se lleva las manos al rostro—. Ya van a traer la comida y necesitas ver para comer.

 Atlas a un ritmo lento va abriendo un ojo, luego otro, los arruga, pero los tiene abiertos. Una de las sirvientas sirve la cena, Atlas observa toda la sala asombrado.

—El castillo de mi madre es más grande —el niño comenta sin tapujos—. Pero al menos este lugar tiene color.

 El niño come su sopa tranquilo, le cuesta sostener la cuchara, pero al menos no hace un desastre. Cedric y Bernadette no le quitan el ojo al niño, este también los observa.

—¿Ustedes quiénes son? —cuestiona el niño en su idioma espectral mientras que se limpia con una servilleta.

—Lo mismo nos preguntamos eso sobre ti —le responde Cedric perplejo, él también habla en el idioma espectral.

—Yo soy Atlas, hijo de Olena Dumont ¿y ustedes? —responde con naturalidad, vuelve a comer su sopa.

—Yo soy Cedric Blackwood, soy el capitán de la guardia de Tristan Godness —responde también comiendo su sopa.

—Y yo soy Bernadette Hoffman, soy la ministra de defensa de este planeta —Bernadette toma el pan y lo muerde. Ella también habla el idioma espectral. Que curioso.

—¿Y por qué están aquí? —el niño intenta tomar el pan, se lo acerco y él asiente agradecido.

—Vivimos aquí —responden al unísono.

—Yo también —los tres me miran confundidos.

—Sí, Atlas vivirá con nosotros —digo sin emoción. Atlas levanta la mano—. ¿Qué sucede Atlas?

—¿Mi madre sabe de esto? —cuestiona mordiendo su rebanada de pan.

—Tu madre a duras penas sabe como te llamas —replico cansado.

—No encuentro fallas en su lógica, señor Godness —el niño vuelve a comer su sopa.

 Atlas termina de cenar y solicita irse. Llamo a una sirvienta, ella aparece y le solicito que lleve al niño a la habitación más cercana a la mía, que lo cambie y bañe, también que arregle las cosas del niño.

 Atlas se despide de nosotros y se va con la sirvienta. Bernadette y Cedric me observan molestos.

—En mi defensa, me acabo de enterar de que me haría cargo de Atlas —declaro veloz—. Por cierto, no sabía que hablaban el idioma de los espectros.

—¿Qué pretende Olena con esto? —demanda Cedric molesto.

—Quiere proteger a su hijo de la corte espectral —confieso una parte de la verdad.

—No estás diciendo toda la verdad Tristan —Bernadette comenta molesta.

 Me levanto y cierro todas las puertas. Me aseguro que no haya nadie escuchando. Me pongo por detrás de ellos

—Esto lo dijo Olena, no tengo la certeza por completo, pero si poseo cierta seguridad de que Atlas es el hijo bastardo de Robert Stonewell —confieso en voz baja.

 Ellos me miran asustados.

—No pueden decir ni una sola palabra de esto a nadie, ni siquiera pensarlo ¿me entendieron? —los amenazo, ellos asienten.

 Los tres terminamos de cenar en silencio. Cada uno sumergido en sus propios pensamientos. Termino de cenar y dejo el comedor abatido, y lo peor es que solo voy a dormir por unas pocas horas antes de que llegue el amanecer y vuelva a trabajar. Esta vida de adulto no me está gustando, aunque tampoco mi niñez fue un paraíso. Paso por la habitación de Atlas, abro un poco la puerta y él se encuentra acostado escuchando un cuento de la criada que también habla el idioma espectral. Ella será su nueva nana, creo que le tendré que aumentar el sueldo por cuidar a ese niño.

 Yo no sé que voy a hacer, no puedo cuidar niños, no soy el más apropiado para ser padre. No quiero replicar los mismos patrones paternales que me dejó el mío. No estoy listo para ser padre.

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