Tristan: Acciones Despreciables.

Espero a que los amigos de Estrella se fueran para poder ejecutar un plan de acción.

—Señor Godness yo le juro... —empieza a hablar el señor March, pero lo corto al levantar un dedo.

—Ni se le ocurra —exclamo enojado—. No lo voy a insultar por sus acciones, pero si pagará por ellas. Empezando por los nombres de los disque herreros confiables al cual usted compraba las armas.

—Señor Godness, yo hice un trato con ellos aparte de las armas —confiesa el ministro March—. Es sabido por los demás ministros que hacía tratos con estos individuos para garantizar la protección y el bienestar de este planeta. Usted es joven, pero los que hemos vivido aquí sabemos el daño que estos individuos causaron —él se rasca la cabeza—. Si usted rompe esos acuerdos, podría sucumbir el planeta de nuevo en el caos.

—¿Y entonces cómo haríamos este caso? —me cruzo las manos en la espalda—. ¿Sucumbo al planeta en una posible guerra con delincuentes o con la hermandad de la legión negra? ¿Cuál es peor señor March? ¿o usted generosamente dará el dinero para compensar los daños causados?

—Lo que digo es que hay que mantener los lazos, las personas le temen a esa gente —el señor March expresa angustiado.

—Comprendo —miro a los presentes—. Comprendo esto, solo les pido que quiero dialogar con estos individuos para llegar a un acuerdo. Solo eso, para llegar a un acuerdo beneficioso.

—Señor Godness, esa gente es peligrosa —el señor Barnes comenta acercándose a mí—. Lo mejor es recoger las armas que tengamos en el depósito y desarmar a un buen número de soldados...

—Eso es una mala idea —comenta Cedric en el fondo de la sala de reuniones.

—Concuerdo —habla Victor Hunt—. Desarmar nos dejaría expuesto —él mira preocupado su cuaderno—. Creo que es buena idea que el señor Godness hable con esos delincuentes a ver que solucionan.

 El señor March se recuesta de la silla, apretando el espaldar de madera hasta ponerse blancos los nudillos y escondiendo la cabeza.

—De acuerdo —él señor March accede de mala gana—. Les enviaré un mensaje para una reunión para mañana. No prometo nada de que asistan.

—Confío en que usted será convincente —Sonrío forzado. Los ministros después de un rato se van y me dejan a solas con Cedric.

—¿En serio crees que sea buena idea reunirte con esa gente? —Cedric aparece de su escondite y toma asiento bastante próximo a mi asiento.

—Quiero probar una cosa y necesito que tus hombres estén bien armados —es lo único que le digo. No quiero decir nada más porque no quiero arruinar el plan que se está formando en mi cabeza. Quiero poder, respeto y miedo.

 Me voy a mi oficina a finiquitar unas cosas que me toman el resto del día. Ya casi a la media noche aparece el ministro March diciéndome que la reunión se dará en la mañana, en la taberna cercana de aquí. Asiento serio y él se retira. Me acerco a la puerta y la tranco con seguro. Me regreso al centro de la habitación y me siento con las piernas dobladas, cierro mis ojos y mis manos las pongo en mis rodillas.

 Canalizo la materia oscura que habita en mí y la dejo salir, dejo que se vaya y yo también. Abro los ojos y me encuentro en medio del bosque de este planeta, a mi alrededor se encuentra una nube de sombras dando círculos alrededor de mí.

—¿Quieren obedecerme? —pregunto autoritario.

—¿Por qué lo haríamos? —responde una voz de mujer.

—Porque no tienen elección —estiro mi mano y las sombras dejan de moverse. Absorbo su energía y sus vidas. Todas las sombras entran en mi cuerpo y de nuevo tengo el poder que había perdido.

—Ahora son mis sirvientes, ahora harán todo lo que les ordene —les digo en mi mente.

"Si amo." Responden dentro de mí.

 Libero a una, es una chica.

—¿Conoces el paradero de los que extorsionan a los ministros de este planeta y que amenazan con destruirlo? —le pregunto serio.

 Ella asiente.

—Muéstrame —le ordeno. Ella me guía hasta la casa donde varios hombres conversan y se ríen. Aparece una sacerdotisa y alardea del botín que consiguieron hoy.

—Esos bastardos no han podido vencernos ni una vez —la mujer brinda y grita mientras que tira al piso un tarro de cerveza.

—Ahora solo falta lidiar con este nuevo gobernador mañana —habla un hombre abrazando por detrás a la sacerdotisa. Es imposible no distinguirla con su cabeza rapada y con runas en ella.

—Eso es lo de menos —la sacerdotisa hace un ademan con la mano—. Es un niño, con una buena dosis de intimidación y ya lo tendremos comiendo de la palma de la mano, como lo hacemos con los otros ministros.

—¿A caso no creen que tengo a la mujer más hermosa del mundo? —el hombre voltea a la mujer hacia su pecho y la besa apasionado. Los presentes abuchean el acto de amor de dos escorias. Pero se ven interrumpidos por el llanto de un bebé.

—En vez de besuquearse, vayan a callar a su mocoso —protesta un hombre fornido y borracho. La sacerdotisa entra a la cabaña y no sale por un buen tiempo.

—Habla ya Ismael, ¿de dónde sacaste ese bebé? —le pregunta confidente uno de sus amigos.

—Cállate —le da un golpe en la cabeza—. ¿O acaso quieres que Vivian te mate?

 Ellos siguen bebiendo hasta que uno a uno entra a la cabaña excepto el tal Ismael y otro allí a montar vigilancia.

—Ese niño que está ahí adentro es mi hijo y de Vivian y eso es lo único que importa —sentencia Ismael.

 La chica y yo nos regresamos hasta mi despacho.

—Quiero que cuando ellos se vayan de la casa dentro de unas horas, tú y otras sombras tomen al niño y lo traigan hasta acá ¿me entendiste? —la chica asiente temerosa, libero otra sombra, ambos asienten a mis órdenes y se retiran.

 Me acerco hasta el sofá y me acuesto un poco incómodo, pero necesito dormir un poco. Solo un poco. Necesito aclarar mis pensamientos. Lentamente voy cerrando mis ojos y la oscuridad se apodera de mi mente.

 Me encuentro en un lugar oscuro, hay agua en el suelo con una niebla que emerge por todos lados.

—Es sorprendente que hayas recuperado a tus sombras —comenta mi señora Laila.

—Supongo que habrá una tanda de insultos —expreso cansado. De inmediato un dolor invade mi cabeza.

—Ahí tienes tus insultos —ella habla con superioridad.

—¿A qué ha venido exactamente? —me sostengo mi cabeza por el dolor que va desapareciendo a un ritmo lo bastante lento para mi gusto.

—¿Tú por qué crees? —ella se acerca a mí y me sostiene el mentón—. Me han robado y casualmente tú lo posees.

—Yo no he hecho tal cosa —me zafo de su agarre—. Fueron unos delincuentes de este planeta y el ministro de defensa tenía una especie de trato de protección.

—En ese caso, quiero a ese ministro muerto —ella se pasea por el lugar con los brazos cruzados.

—No es así de sencillo —replico serio.

—Querido, cuando hay personas problemáticas, lo mejor es hacerlas a un lado —ella se detiene observándome fijo.

—Lo sé, pero lo importante es recuperar las armas, asesinar a los delincuentes y entregarlas a los hermanos de la liga —expreso firme.

—¿Quieres asesinar a unos delincuentes, pero no a un hombre que en el futuro no se tentará el corazón para poner fin a tu vida? —ella me mira sonriente—. Ay joven príncipe, aun te falta bastantes cosas por aprender.

—Quiero concentrarme en devolver las armas y hacer crecer este planeta —expreso decidido.

—Cuando madures, te darás cuenta que la política es un lugar donde los buenos deseos casi nunca prosperan —ella me pasa a un lado y se esfuma.

 Me despierto alarmado, aun no amanece y yo me encuentro en una difícil situación. Quiero hacer las cosas bien, quiero que este planeta prospere, de eso depende mi futuro como rey, aunque para ser francos; es probable que nunca llegue a serlo.

 Me levanto del mueble, me acerco a un espejo y me arreglo mi cabello y el traje. Ni siquiera he podido ir a mi casa a asearme. Observo a mi alrededor y desaparezco de mi oficina para encontrarme en mi habitación. Me voy rápido al cuarto de baño, abro la llave de la tina mientras que me deshago de mi ropa. Ya desnudo me baño con la poca agua depositada. Salgo un poco torpe de la tina, por poco me caigo. Voy a mi armario y escojo un conjunto sobrio, lo único colorido es mi abrigo azul y la camisa blanca porque de resto todo es negro, el jubón, mis pantalones y botas. Probablemente mi alma también lo sea a partir de hoy.

 Regreso a mi oficina con bastantes ideas en mente. Sé que mi padre me dijo las intenciones del ministro March, lo que dijo la señora Laila, sin embargo, no me siento preparado para dar ese paso, no sin antes aprender bien las reglas de este juego macabro de poder. La idea me persigue, pero primero tengo que tener las pruebas concretas para llevar a cabo su muerte.

 La luz entra lento a mi oficina a través de la gran ventana. Me paro al frente para observar la vista de mi pequeño reino. Lo quiero hacer grande, lo quiero poderoso y lo quiero solo para mí. Alguien entra a la oficina, me volteo y Cedric cierra la puerta para avanzar hacia mí.

—Tengo mis hombres listos en la taberna, no hay nada en especial, pero aun así tengo mis dudas sobre esto —él habla firme—. Te ves bien, por cierto.

—Gracias, pero necesito que me confieses algo —rodeo mi escritorio, estoy a un pie de Cedric—. ¿Si varias personas te dicen algo malo sobre una persona, qué harías al respecto con esa persona?

—¿A qué te refieres con algo malo? —él me mira confuso, él toma asiento en una de las sillas que están al frente de mi escritorio.

—Que te quiere muerto y destruido —respondo sin emoción.

—Matarlo antes que me mate —él responde serio—. ¿Quién te quiere muerto?

—¿Cómo lo matas si no tienes pruebas de su traición? —replico escéptico.

—Nunca tienes pruebas cuando las necesitas, por lo general aparecen cuando ya estás acabado o muerto en este caso —él se pasa la mano a su frente cansado—. Lo mejor es que parezca un accidente, los accidentes siempre ocurren.

—Lo tendré en cuenta —camino hacia la copa de vino y la traigo hacia nosotros sirvo dos copas, la cual entrego la primera a Cedric—. Ten —él me mira extrañado—. No está envenenada, no tengo problemas contigo.

—Dime un nombre —él se lleva la copa a la boca dudoso.

—Simon March —él se atraganta y escupe el vino—. Te agradezco no ensuciar.

—Sé que tienen diferencias con él y lo de ayer fue una cagada de su parte —él se limpia con la manga del jubón de color ocre—. ¿Tu padre nos leyó la mente? —asiento—. Mierda, ¿tan grave es lo de March? —asiento—. Está complicado, él tiene su poder en el ejército. Cuando le dé la gana te hace un golpe de estado y perdiste bien, todos perdemos —se señala.

—Por eso quiero ir restando su poder —comento firme—. Hasta el punto que no quede casi nada.

—Claro, así es más fácil de matar a una persona —sentencia Cedric. Voy a contestarle cuando aparecen las sombras con un bebé en brazos.

—¿Es él? —les pregunto, ellos asienten—. ¿No los descubrieron? —ellos niegan.

 Tomo al bebé y le quito con la mano derecha una pulsera de piedras con un raro diseño en negro y azul.

—Voy a llevar este bebé a un lugar seguro, dame tiempo mientras vengo —le ordeno a Cedric. Con la mano derecha vuelvo a aprisionar a las dos sombras y desaparezco de mi oficina.

 Aparezco en los jardines del palacio de mi padre. Camino un poco hasta que un grupo de guardias me detienen. Les muestro mi medallón y les ordeno que me lleven con mi padre, ellos acceden. Intento calmar al bebé, pero este no para de chillar; admito que no recuerdo haber cargado un bebé antes. Los he visto, pero no recuerdo nada de interactuar con ellos. Los guardias me llevan al despacho de mi padre, el guardia llama a la puerta y escucho la voz de mi padre indicando que puedo pasar. Entro a la sala y me encuentro con la hija de mi señora Laila y su esposa Vania.

—¿Y ese bebé? —me interroga la señora Tabitha—. Dámelo, eres pésimo con los niños.

—No pienso contradecirla —le entrego a el niño—. Necesito que lo cuiden por el día de hoy.

—¿Dónde están los padres del bebé? —demanda la señora Vania, su apariencia relajada con su cabello castaño caoba suelto y libre, contrasta a comparación el de su esposa con un moño perfecto.

—Es una larga historia, pero necesito ese favor —hablo apresurado.

—Lo secuestraste ¿verdad? —mi padre me mira serio.

—Sí, pero es por un bien mayor —me justifico, aunque el robo de infantes es algo despreciable.

—Ese es el precio de ser entrenado por mi madre —lamenta la señora Tabitha—. Si no regresas mañana por el bebé, me lo llevaré y será mío ¿entendiste?

 Asiento nervioso. Me despido de los presentes y regreso a mi oficina donde Cedric está a punto de perder la razón.

—Ya vámonos —él me arrastra fuera de mi oficina, me encuentro con los ministros March y Barnes. Todos salimos a reunirnos con esos delincuentes. Solo pido que mi plan funcione y no me maten.


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