56
Hoy está lloviendo fuera.
Miro por mi ventana como las gotas de lluvia caen fuertemente al suelo. El ruido del agua es ensordecedor y se entremezcla con el tráfico de la calle. Madrid siempre fue horrible para tener coche. Todas las carreteras siempre estaban atestadas y no había ni un día que no hubiera un atasco kilométrico hacia la M-30, donde todos los coches esperaban ansiosos para salir de esta cárcel.
No me importaría estar en uno de esos atascos ahora mismo.
Sobo mi mejilla antes de apoyarla sobre mi rodilla. Estoy otra vez sentada en la repisa de mi ventana viendo hacia el exterior. Es lo único que puedo hacer mientras Marta me mantiene encerrada aquí.
Mi cuerpo todavía se siente adolorido de la golpiza que me dio nada más volver de otra de esas absurdas fiestas a las que insistía en asistir desesperadamente. Los costados me duelen horrorosamente, y aunque ya me he aplicado la crema para los moratones mi piel no me da tregua. A simple vista soy un verdadero despojo humano que ha recaído en todo lo que pensó que había dejado atrás. He dejado de mirarme en el espejo porque no me gusta lo que veo, he vuelto a recaer en el mutismo y la culpabilidad de ser quien soy.
He vuelto a la vieja yo.
Hundo mi rostro entre el hueco de mis rodillas. Mi cabeza trabaja en mi contra y lo odio a más no poder. Marta me controla todos los días a su antojo, me tiene acorralada y yo no sé que hacer para salir de aquí. Las lágrimas caen por mis mejillas haciendo que mi piel arda, aunque trato de no provocar el llanto que quiere salir desesperadamente de mí, porque mi cuerpo se resiente con cada movimiento que hago y temo romperme en pedazos si me hecho a llorar como quiero.
Las temperaturas han caído fuera y se nota en el ambiente de mi habitación. He tenido que envolverme con una de las mantas de mi cama para no morirme de frío. Mis extremidades se han vuelto huesudas otra vez, dando una imagen de mí que creía que había olvidado, y la falta de grasa en mi cuerpo estaba haciendo demasiada mella en mi temperatura corporal. Puede que por eso esté acurrucada al lado del cristal observando la lluvia de fuera, porque no puedo hacer otra cosa, porque no tengo fuerzas para otra cosa.
He dejado de contar el tiempo que ha pasado desde que estoy aquí, no le veo el caso de hacerlo porque sé que no voy a salir pronto. Sin embargo, aunque haya dejado de sumar los días que paso aquí, mi cabeza se encarga de restar cada hora a mi tiempo de vida. Parece que me he establecido un contador que se aproxima vertiginosamente al cero, y aunque no quiero que llegue a su fin, una parte de mí desea que todo termine de una maldita vez para poder descansar.
Los golpes, las amenazas, las vejaciones, el maltrato....que termine todo de una vez...solo quería eso.
Cierro los ojos con fuerza cuando un flechazo de dolor atraviesa mi cabeza. Mi cuerpo me pide que lo alimente, pero no puedo hacerlo. Estoy encerrada con llave aquí dentro, esperando a que Marta abra la puerta y me diga cual es el nuevo lugar al que tengo que ir con ella esta vez. No hace más que llevarme a reuniones de ricos para presentarme a todos los empresarios que conoce, y a sus hijos también, y odiaba eso como no creí que lo haría nunca. Lloro más al recordar por todas las asquerosas fiestas a las que ella me ha llevado, esperando que por fin uno de sus conocidos ceda ante sus pretensiones y la hiciera lograr su propósito. Me siento como un pedazo de carne en venta, un objeto sin vida que se deja llevar a todos lados como un bonito accesorio.
Desde que me encontré con Luisa no hago más que arrepentirme por no haberla pedido ayuda cuando tuve la oportunidad. Marta ha sido muy cuidadosa de las reuniones a las que me llevaba desde entonces, asegurándose de que solo gente de su interés asistiera a las mismas. Había intentado investigar el interés de Marta por tenerme aquí, porque estaba segura de que tenía que ver con la muerte de mi abuelo, y no me faltaba razón.
Al tercer día de empezar mis indagaciones, Marta me sentó en la mesa del comedor frente a unos papeles que uno de sus contactos le había preparado para que los firmase. Me negué en redondo a ello y ella volvió a amenazarme, pero conseguí mantener mi postura, porque ella estaba empeñada a que los firmara sin saber realmente lo que estaba firmando.
Hasta que a Yon se le escapó.
Mi abuelo materno había sido un buenazo toda su vida y nunca se mereció el trato que recibió por parte de su propia hija. Supongo que él le guardó rencor durante el resto de sus días, y estaba empeñado a darle una lección a su hija de alguna manera. Estaba segura que Marta me maldecía el doble por lo que el abuelo había hecho, puede que por eso su trato hacia mí había empeorado considerablemente, pero supongo que la herencia que el abuelo me ha dejado es mi única baza para poder seguir con vida en estos momentos.
El abuelo había sido listo y no me había dejado todo su dinero directamente. Había acordado con el notario, dejándolo por escrito, que solo recibiría la herencia el día en el que me casara y quedara embarazada, porque intuyo que sabía que Marta intentaría lo que fuese por acceder a su dinero, porque así era ella.
Un ser humano despreciable.
Pero a pesar de las trabas que mi abuelo había puesto para su herencia, a Marta no la paraba nadie. Encontré la explicación del por qué me llevaba a tantas reuniones de empresarios, el por qué me presentaba a tanta gente y su empeño por hacerme encajar en un mundo donde no pertenecería nunca. Me hacía lucir brillante para el resto, pero a la vez me encerraba dándome las peores palizas por arruinar su vida. Odiaba volver de esas reuniones horrorosas, porque ninguna resultaba como Marta quería y al final terminaba pagándolo yo mientras Yon solo se limitaba a mirar con una copa de vino en la mano y una sonrisa que demostraba lo bien que se lo estaba pasando con esto.
Pero estaba segura de que Marta encontraría la manera de llegar al dinero de mi abuelo, de alguna u otra forma lo lograría.
Supongo que cerrar este asunto la corría más prisa de la que me imaginaba, porque ella no dejaba en ningún momento de mover sus hilos de contactos. Había conocido a todo tipo de gente, desde los más asquerosos hasta los más excéntricos, y todo había sido una tortura. Acudir a otra de esas reuniones era una pesadilla, porque todo era un ciclo que no hacia más que repetirse. Llegar, sonreír y comenzar a aparentar. Luego de un rato Marta me obligaba a ir con ella y me metía una de sus famosas pastillas en la boca obligándome a sacar de mi sistema los pocos canapés que conseguía meterme a mi estómago para alimentarme, y después volvíamos a la fiesta como si nada hubiese pasado.
Este ciclo se ha repetido incontables veces desde que estoy aquí, aunque cada uno ha tenido un final distinto. Si tenía suerte simplemente recibiría un par de insultos con empujones antes de encerrarme de nuevo en estas cuatro paredes, pero si pasaba lo contrario, si todo no salía como Marta quería, lo que ocurría el noventa por ciento de las veces, todo terminaba con una paliza que me dejaba en cama por lo menos dos días seguidos.
Al menos dos días que no me sacaría de casa.
Lo que me lleva a recordar mi estado actual, hace dos días exactos. Habíamos llegado de otra de sus absurdas fiestas para buscarme un marido con el que acceder a todo el dinero que mi abuelo había dejado tras su muerte, y sí, como siempre, no había ido nada bien. A causa de mi desnutrición estaba débil, muy débil y apenas me podía mantener en pie sobre los tacones que me estaban provocando un vértigo increíble. Ella solo gritaba mientras yo luchaba por dejar de temblar y mantener mis ojos abiertos, lo que me estaba costando un mundo entero. Me insultó, volvió a amenazarme y me golpeó. A penas sentí sus golpes, estaba demasiado ida como para ser consciente de lo que pasaba, pero lo único que recuerdo es caer al suelo a plomo, con mucha fuerza, y después de eso no había nada. Todo era negro y oscuro, pero estando de ese otro lado me sentí tranquila por primera vez en el tiempo que llevaba aquí. Soy consciente de que Marta se vio obligada a llamar al médico, porque sé de sobra que si quiere el dinero de mi abuelo no me puede matar, porque sino todo su patrimonio sería donado a causas altruistas. Realmente a mí me daba igual el dinero de mi abuelo, no lo quería porque sé que el dinero nunca trae nada bueno, de referencia tenía a mi madre y no quería terminar como ella, pero en esta situación soy consciente de que esa herencia es mi pequeño comodín para seguir viva un poco más. Solamente por eso ella permitió que el médico me colocara una vía de suero, a la que he estado conectada hasta esta mañana, porque Marta consideraba que 7 bolsas de suero ya eran suficientes para recuperarme. Pude escuchar al doctor al otro lado de mi puerta, justo después de curar mis heridas, advirtiéndole a Marta antes de irse de mi desnutrición severa y mi mal estado, pero tenía muy claro que a ella le daba igual, completamente igual.
Ella solo quería mantenerme viva lo justo y necesario para hacerse con la herencia de mi abuelo.
Me muevo en un quejido y me bajo de la repisa de mi ventana. He adelgazado tanto en estas semanas que me da miedo mirar a algún lugar de mi cuerpo y no reconocer nada de lo que vea, pero tengo por seguro de que eso pasará, porque yo me siento más ligera, más débil y frágil.
Porque ya dejé de reconocerme a mí misma.
Camino sujetando la manta de mi cama alrededor de mi escombroso cuerpo y lucho por llegar hacia el colchón. Me mareo y siento que me desvanezco, pero consigo llegar sin trastrabillarme por la torpeza de mis pies. Me tumbo y me hago una bolita cerrando mis ojos con fuerza. Estoy llorando en silencio, sufriendo en silencio, cuando escucho un ruido fuera de mi habitación y me estremezco.
No quiero salir de aquí ahora, no tengo fuerzas para salir de aquí.
— Está aquí— el cerrojo de mi puerta suena y aprieto mis labios resecos en una fina línea— La necesito lista para esta noche.
Trago en seco como puedo y aprieto más la manta entre mis dedos mientras me encojo más sobre mí misma. La voz de Marta ha sonado como una orden, y estoy segura de que ha traído a alguien para que me adecente antes de salir a otra odiosa reunión para venderme al mejor postor y poder conseguir lo que quiere.
— Le aseguro que lo estará— es una voz masculina la que suena, pero yo trato de esconderme mejor bajo la tela de mi manta.
La puerta se cierra y siento que nos quedamos solos. Yo no salgo de las cobijas de mi manta, pero escucho los pasos del chico aproximarse a mí. Oigo ruido, deja cosas en el suelo y parece que toquetea otras.
Me estremezco cuando lo siento a mi lado, muy cerca de mi cuerpo, pero yo no tengo fuerzas para apartarme con la suficiente velocidad si hace algo.
— ¿Eres Jana?— es lo único que dice, pero yo niego para mí misma.
No quiero esto, pero debo hacerlo.
— Sí, soy yo.
Es lo único que contesto, en un tono demasiado bajo como para que me escuche, pero al menos hablo. El chico no dice nada, pero vuelvo a escuchar ruido a mi alrededor y supongo que está toqueteando alguna de las cosas que ha traído para arreglarme.
— Tú madre me ha dicho que te maquille y te peine— bajo mi manta lo justo para ver a un hombre agachado a la altura de una bolsa— ¿Te parece si empezamos por el peinado?
Vuelvo a tragar saliva, aunque tengo la boca rematadamente seca y no trago nada. Le observo sacar varias cosas de su bolsa para acercarse a mi tocador e ir poniendo sus herramientas de trabajo.
— Está bien— mi tono no se eleva demasiado cuando le contesto— Déjame darme una ducha rápida antes de empezar.
— Claro, lo que necesites— su voz es alegre, pero yo no siento nada de esa alegría.
Hace semanas que dejé de sentirla.
Sigo envuelta en la manta, sin mostrar mi cuerpo, cuando me estoy moviendo para incorporarme de la cama. Siento que el chico me mira y asiente sin decirme nada antes de girarse de nuevo hacia mi tocador. Está muy entretenido colocando sus herramientas de trabajo mientras yo lucho por levantarme de la cama, pero mis piernas parecen no querer cooperar conmigo como deberían y fallo en el intento de levantarme. Siento que el chico me mira a través del espejo y se queda muy quieto con un par de peines entre sus manos. Creo que duda si decirme algo o no, pero parece que se fuerza a bajar la mirada hacia todas las herramientas que ha desplegado en mi tocador.
Cierro los ojos envuelta y obligo a mi cabeza a mitigar ese dolor punzante que me atormenta desde hace días. Sé que es por la debilidad, pero no puedo hacer demasiado por solucionarlo más que no moverme demasiado para no abusar de las pocas fuerzas que tengo. Cada cosa que hago me supone un esfuerzo enorme, un gran esfuerzo y muchas veces me falta el aire, como ahora, por lo que no puedo sobre esforzarme demasiado para no caer en un ataque de asma.
No tengo ningún inhalador aquí.
Marta se los ha llevado todos.
— ¿Necesitas ayuda?— el chico se ha girado para mirarme y lo ha hecho de una forma muy rápida, casi forzándose así mismo.
Parece que está rompiendo algún tipo de norma que le han impuesto, pero eso no me importa ahora.
— Parece que no estoy muy ágil— trato de bromear, aunque no hay ninguna pizca de humor en mi tono.
El chico deja lo que tiene en sus manos y viene hacia mí. Veo como su mirada se dirige hacia la puerta de forma breve, pero rápidamente vuelve a recaer sobre mí como si nada más le importara. Sus manos se abalanzan hacia mí y se posan a mis costados sin cuidado, y sin pretenderlo se me escapa un jadeo de dolor. La manta se me resbala de los hombros y descubre la mitad de mi cuerpo. Trato de ignorar como los ojos del chicos se han abierto de golpe al ver mis clavículas marcadas y mis brazos huesudos, aunque en el fondo agradezco que no haya dicho nada al respecto y simplemente se haya limitado a apretar sus labios en una fina línea. Me ayuda a ponerme de pie, y tan rápido como puedo vuelvo a colocarme la manta a mi alrededor para cubrirme entera. Me da vergüenza que me vea, me da asco que me mire y me da repulsión que haya tenido que verme.
— Vamos, te ayudo a llegar al baño, ¿es por ahí?— señala la puerta que ha permanecido cerrada por más de una semana y asiento.
— Sí...— lo digo en un tono bajo, con un nudo en la garganta que lo único que quiere es deshacerme en lágrimas.
Nos movemos despacio y se lo agradezco, aunque no se lo diga porque no tengo las fuerzas suficientes. Tardamos lo que parece una eternidad en llegar, pero al final él me abre la puerta y me enciende la luz dejándome paso.
— Te espero aquí afuera, tómate tu tiempo y si necesitas ayuda solo tienes que pedírmelo, que no te de vergüenza— él me sonríe genuinamente, lo noto, pero yo solo puedo dar un cabeceo torpe del que me arrepiento nada más darlo por el dolor de mi cabeza.
— Gra...Gracias— lo digo con esfuerzo y la voz rasposa, pero él no quita la sonrisa de su rostro.
Sé que en el fondo está sintiendo lástima por mí, es muy difícil no hacerlo.
— No me las des Jana— sacude su cabeza manteniendo su sonrisa.
Parece un buen chico.
— No te he preguntado tu nombre, perdóname— lo digo en un tono muy bajo, el que mi cuerpo me permite, y espero que él me oiga.
El chico me observa, y noto que deja caer su mirada en la forma en la que agarro la manta que me cubre, como si me aferrara a ella, y aunque quiera hacer una mueca al verlo la reprime.
Lo agradezco.
— Me llamo Manuel, pero todo el mundo me dice Lolo— me guiña un ojo divertido, y aunque trato de sonreír no puedo— Llevo trabajando en el mundo de la esteticien unos cuantos añitos ya.
Fuerzo a mis labios a estirarse, aunque solo consigo una mueca mal hecha, pero parece que a él no le importa.
— Gracias por venir hasta aquí— se lo vuelvo agradecer, porque no debe ser bonito tener a una clienta como yo.
Pero él niega con la cabeza con una sonrisa.
— Ni me las des, para eso me pagan— me guiña un ojo y me anima a entrar al baño— Anda, date una ducha que ya verás que te deja como nueva antes de que haga mi magia en ti. Vas a quedar espectacular, déjalo en mis manos.
Su tono suena muy confidente para mi gusto, pero agradezco algo de esa simpatía que ya comenzaba a quedarse estancada en el fondo de mis recuerdos. Intento sonreír otra vez, pero solo me sale otra mueca, y antes de cerrar la puerta me parece ver como su mirada decae un poco cuando piensa que ya no lo estoy viendo, y sé reconocer ese brillo lleno de pesadumbre.
Es la lástima aflorando desde lo más profundo de su ser. Y no lo culpo, porque, como ya he dicho antes, es imposible no sentir lástima por mí. Era muy lamentable verme, y lo sentía demasiado por él, porque ha tenido que conocer a la peor de mis versiones, la más tediosa y escabrosa.
Puede que la más letal.
Pero no quiero detenerme mucho en mis lamentos, porque no me iban a sacar de nada. Dejo que la manta caiga a mis pies y me estremezco de frío. Tengo los pies descalzos en contacto con las baldosas del suelo y me estoy congelando, por eso trato de darme toda la prisa que puedo y sobre esforzarme demasiado. Me quito el pijama que llevo y evito mirarme en el espejo, pero no puedo pasar desapercibido todos los surcos morados y verdes de mi piel cuando me enjabono con todo el cuidado que puedo. No me doy cuenta cuando empiezo a llorar mientras paso la esponja por mi cuerpo, pero dejo que todas las lágrimas corran por el desagüe antes de que todo esto duela más.
Antes de que nada tenga marcha atrás, si es que no había llegado ya al punto de no retorno.
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Narrador omnisciente
El teléfono da varios timbrazos mientras se escucha como el agua de la ducha comienza a correr. Los nervios nacen en el fondo de su estómago y parecen carcomerle todas sus entrañas. ¿Dónde diablos se había metido por hacerle un favor a una amiga? Esto era mucho peor que una película barata de suspense. Acababa de conocer a la mismísima Cruela de Vil en persona, y sinceramente esa mujer sería la indicada para realizar ese papel sin fallas.
Aún se estremece cuando recuerda todas las normas que esa mujer inhumana le había recitado nada más había pisado esa casa. Ya le dio mala espina cuando vio a la chica asiática sentada como si fuera una verdadera emperatriz china mirándole de arriba a abajo juzgándole con toda su mala intención, y aunque él ya había aprendido a pasar por completo de esa clase de miradas la de ella había sido otra cosa.
Una mala pécora es lo que verdaderamente era esa mujer.
Y si ya le había parecido tediosa la mujer asiática la otra no fue menos. Su mirada de superioridad y su aura oscura le habían presionado para dar media vuelta nada más pisó la entrada de esa casa, pero le estaba haciendo el favor a una amiga y no le iba a fallar. Esa mujer rubia le había dejado muy en claro todo lo que no debía de hacer con la chica que estaba encerrada en la habitación, normas que por supuesto había pasado de ellas nada más vio la debilidad que ella cargaba a sus hombros.
Y cuando la manta cayó hacia su cintura verdaderamente sintió como la bilis se le subía a la garganta.
— Vamos nena...contesta— desvía su mirada hacia la puerta, esperando que Cruela no estuviese al acecho al otro lado.
Suenan unos timbrazos más que lo llevan a la desesperación absoluta, pero él no se rinde. Vuelve a marcar a su amiga y espera pacientemente obteniendo el mismo resultado. Retiene su lengua de maldecir e insultar a todos sus ancestros antes de intentarlo otra vez. Su mano está sosteniendo su teléfono muy fuerte contra su oreja mientras siente la verdadera desesperación a la vez que mira hacia la puerta de la habitación, asegurándose de que nadie esté ahí viéndole, y sigue escuchando el ruido de la ducha de fondo.
Hasta que por fin puede sentir el alivio entre tanta angustia.
— ¿Sabes que hora es aquí Lolo? Sí, casi las tres de la maldita mañana— él chico cierra sus ojos fuertemente antes de insultar a su amiga, pero consigue retenerlo en su lengua.
— Cállate y escúchame— la voz sale disparada, llena de nerviosismo y adrenalina— Hice lo que me pediste.
Nota movimiento al otro lado del teléfono y sabe que su amiga acaba de despertarse del todo. La puede imaginar incorporándose de golpe, sobando su rostro, pero con los ojos muy abiertos esperando a que continuara.
Aunque ella no era muy paciente.
— ¿Y? No me dejes así idiota y desembucha todo lo que sepas.
— Es malo, muy malo, como lo estabas pensando— Lolo sigue escuchando el sonido de la ducha, pero su tono de voz desciende un montón mientras mira a la puerta.
No le da buena espina estar aquí.
— ¿Jana está bien?— es lo único que pregunta su amiga, y se quiere odiar por lo que va a decirle.
Porque esta situación es muy jodida.
— No lo está, para nada lo está. Se ve enferma, no tiene fuerzas y he visto moratones en la piel de sus brazos, así que no me quiero imaginar como tiene el resto del cuerpo— la chica blasfema al otro lado del teléfono— Esto no me gusta, pinta muy mal.
Su amiga se está moviendo muy rápido al otro lado, lo puede notar por los sonidos que escucha al otro lado de la línea.
— ¿Has visto algo más? ¿Con quien está? ¿En qué condiciones?— su voz ha salido disparada de su garganta, hablando muy rápido, pronunciando una palabra por menos de un segundo.
Lolo solo sacude la cabeza entumecido por todo lo que ha visto hoy.
— La mujer rubia la tiene encerrada en un habitación con llave. Ella apenas se puede mover, intuyo que no la ha dado de comer en mucho tiempo por lo delgada que está la chica— habla lo más rápido que puede mientras sigue con un ojo echado en la puerta— Hay otra chica con la mujer que parece Cruela de Vil, es asiática, pelo negro y se cree una emperatriz china. Se lo tiene bastante creído.
— ¿Has escuchado su nombre?— el chico niega aunque su amiga no lo vea.
— No lo he hecho, pero trato de descubrirlo y te informo— el sonido de la ducha se apaga y su nerviosismos vuelve a crecer mientras mira a la puerta de la habitación. Siente que en cualquier momento se va a abrir descubriéndole por completo— Te tengo que dejar ya, cualquier cosa te llamo.
— Sí— su amiga suspira y nota por su tono que está frustrada— Muchas gracias por esto Lolo, eres el mejor.
— Me tendrás que compensar con una mariscada en casa de tu abuela, no se me va a olvidar— su tono bromea, pero sabe que esto es serio, y aunque se escapa a su comprensión no puede evitar querer ayudar en lo que pueda.
— Descuida, lo tienes, estamos en contacto Lolo.
La llamada finaliza y el chico trata de guardar su teléfono lo más rápido que puede. Justo en ese momento la puerta del baño se abre y la chica por la que ha venido aquí sale envuelta en la manta a la que tanto se aferraba antes con su pijama puesto de nuevo. Su pelo está desenredado y cae a cada costado de la manta empapando toda la tela.
Lolo se limita a sonreír y al ayuda a sentarse sin decirla nada. Siente mucha pena por esta chica, por lo que trata de hacerle todo lo más ameno posible mientras la prepara como su madre le ha pedido.
Aunque no evita sentir que la está preparando para su propia decapitación. Poniéndola hermosa para llevarla a un campo donde se va a marchitar sin poder hacer nada al respecto.
Termina su trabajo y no puede sentirse tan satisfecho como siempre. El trabajo está impecable y ella parece una persona muy diferente a la que vio cuando entró en la habitación, pero su corazón se aprieta al echar el último vistazo hacia ella y no le gusta lo que está presenciando. Se da cuenta en ese momento que ella no se mira en el espejo, en ningún momento desde que están ahí lo ha hecho, y se siente muy mal por ella.
"Espero que todo se solucione pronto para ti."
Es un pensamiento que no tarda en cruzar por su mente, y de verdad espera que su amiga haga algo rápido por ayudar a esta chica. Aún recuerda como hace algunos días, en una de sus videollamadas, ella le contó sobre algo que la tenía preocupada. Se desahogó con él, y como siempre él la escuchó, porque sabía lo empática que su mejor amiga podía ser, y él le aseguró que todo mejoraría, aunque no tenía la menor idea de cuan grande era esta situación.
Ahora podía hacerse una ligera idea.
Y puede que se lanzara demasiado pronto cuando su jefe recibió la llamada de esta mujer y él se ofreció para venir hacer el trabajo. Lolo no tardó en atar cabos cuando vio los datos de la mujer en la libreta de citas, y sintió que debía de hacer algo. No lo había pensado mucho, pero se recordó que lo hacía por su amiga, por la forma en la que ella le había pedido si podía descubrir algo ya que él trabajaba en Madrid.
— Estás preciosa— se lo susurra al oído, como si fuera un secreto entre los dos.
Pero ella no cambia su expresión decaída, no asiente, no niega, no hace nada.
— Gracias por tu trabajo— lo dice muy bajo, como todas sus contestaciones, pero sabe que esas palabras son vacías, pura cortesía.
La puerta de la habitación se abre y Cruela aparece bajo el umbral como si fuera la dueña y señora de todo un castillo. Aunque para Lolo es mucho peor, porque para él le parece que esta señora se adueñado de una vida que no merece sufrir de esta manera.
— ¿Está lista?— lo pregunta con impaciencia y algo de retintín que no le da buena espina a Lolo.
Pero él lo pasa por alto, es lo que tiene que hacer.
— Sí, ya hemos terminado, su hija está preciosa— lo dice esperando una reacción.
Y claro que la consigue.
La cara de Marta se contrae cuando le escucha y desvía la mirada hacia Jana. Puede sentir las dagas atravesar la habitación hasta clavarse en el pecho de la chica que tiene al lado, y lo único que quiere Lolo es saltar hacia ella para quitarle de un guantazo las horrorosas pestañas postizas que lleva.
— Si eso crees— lo dice con asco, y pasando completamente de él se dirige hacia la chica— Vístete Jana, que en 10 minutos nos vamos.
— Claro.
Lolo está recogiendo todas sus herramientas de trabajo para cuando la mujer desaparece del umbral de la puerta. Le ha molestado demasiado ver como esa mujer trataba a la que decía ser su hija, pero no podía hacer nada para ayudarla, al menos él no.
— ¿Necesitas que te ayude a vestirte?— lo pregunta con toda la buena fé del mundo, porque no puede soportar ver como la chica lucha a cada instante para no dejarse caer.
Era admirable la fuerza que ella guardaba dentro.
— No, muchas gracias, puedo sola— parece que lo dice para convencerse más a ella misma que a él, pero decide no insistir.
Cree que es lo mejor.
Por eso, tan pronto como puede, sale de la habitación con su bolsa en la mano y se dirige hacia la entrada de aquel lugar. Se siente como estar en la selva, con la incertidumbre de no saber cuando te saldrá una víbora o araña venenosa a picarte.
Cruela de Vil ya le está esperando en la entrada con un pequeño fajo de billetes para pagarle. Lolo sabe que los servicios del salón de belleza en el que trabaja son caros, pero no tanto como para cobrar un fajo de billetes que aparentemente parecen de 50 euros todos.
— Cobra de aquí el importe que sea y quédate con el resto, lo que has visto no puede salir de aquí— lo dice con una frialdad que asusta, pero Lolo debe disimular, y aunque se quiera cortar la mano por aceptar esa cantidad insana por hacer un peinado y maquillaje, le sigue la corriente.
— Claro, soy una tumba señora...— eleva sus cejas esperando a que conteste.
Obviamente lo hace.
— Llámame Marta chico— Lolo retiene una arcada cuando le llama por ese sobrenombre.
Está aguantando el tipo como un verdadero campeón.
— Claro, Marta— finge una sonrisa, y no evita desviar su mirada hacia la otra mujer, la que se cree emperatriz, quien se ha cambiado de ropa y se ha puesto un vestido demasiado sugerente para los atributos que tiene que mostrar.
Ese trapo le queda como una patada en el culo.
— Bien, puedes irte Manuel— Cruela señala hacia la puerta, pero él intenta resistir un poquito más.
— ¿No quieren que las peine también? Total, ya que estoy aquí y la paga ha sido tan buena, no me cuesta nada— su tono de voz es fingido, y espera que cuele.
Aunque no tiene esa suerte.
— Estamos bien así chico, vete ya— Marta parece querer echarlo cuanto antes de su casa, y aunque Manuel quiere evitarlo no le queda de otra.
Pero no se va sin intentarlo todo.
— ¿Al menos puedo saber el nombre de esa bella señorita?— su tono de voz imita a la seducción, aunque él prefiere tirarse por un precipicio antes que seducir a semejante espécimen.
Yon levanta una de sus cejas hacia le chico que parece no querer irse. Su mirada ha estado en ella durante el tiempo necesario como para deducir que él ha mostrado interés sobre su persona, aunque esté equivocada y no sepa las verdaderas intenciones del chico. A la mujer, que le encanta la atención, no duda en atusarse el pelo y guiñar un ojo al tipo que Marta está echando de su casa con un montón de palabrería que no entiende y unos empujones que le parecen innecesarios.
— No te interesa— la voz de Marta es dura, pero Yon no está en la misma línea que ella.
Camina con sus tacones kilométricos hasta ponerse a un lado de ella. Da un repaso al chico y determina que no está nada mal para divertirse un rato, y con un guiño y una mirada de reproche por parte de la mujer rubia, ella le da su número de teléfono dejando un beso que pretende ser sugerente en su mejilla.
Manuel solo se encarga de retener el vómito en su estómago.
— Llámame— Yon lo pretende decir en un tono sensual y lleno de promesas.
Lolo está concentrado en no hacer una mueca de asco.
— Claro— sonríe pícaro, como si ya hubiera obtenido lo que quería, y vuelve a mirar a Marta elevando el número de teléfono que ha ganado— Ya tengo lo que quería señora, me marcho.
Marta bufa y le termina por echar mientras se gira a recriminar a Yon algo que Manuel ya no quiere escuchar. El chico se monta en el ascensor y saca una foto al número de teléfono de la emperatriz china mientras lucha con el impulso de no arrancarse la mejilla. Siente como si una víbora le hubiera escupido veneno letal en su piel y resquema, pero eso no le impide sentir que haya obtenido una pequeña victoria mientras envía un mensaje a su amiga.
E😍👩🏽⚖️
*Foto*
No he conseguido su nombre, pero tengo su número
Te vale?👀
Enviado 21:30 pm
Me vale
Eres el mejor Lolo
Muchísimas gracias por esto♥️
Enviado 21:31 pm
Te has quedado despierta?
Enviado 21:31 pm
Sí, necesitaba saber si lo conseguías.
Muchas gracias por esto Lolo♥️
Enviado 21:32 pm
Sabes que no es nada☺️
Solo espero que esa chica salga de ahí cuanto antes
Si me necesitas para algo más avísame
Lo digo en serio
Enviado 21:32 pm
No te preocupes.
Ya has hecho mucho
Te tendré actualizado con lo que sea
Enviado 21:33 pm
Está bien
Vete a dormir ya charlatana
Mañana te morirás de sueño
Enviado 21:33 pm
Ya me voy papá😬
Pero en serio
Muchas gracias por lo que has hecho hoy♥️
Enviado 21:34 pm
Al otro lado del mundo, E deja el teléfono en la mesita que estaba al lado de su cama. Tenía sus puños muy apretados a cada costado, y no estaba viendo el momento en el que las puertas de la residencia se abrieran para poder salir a la calle y despejarse un poco, porque necesitaba mente fría para determinar que hacer a continuación. Se estaba conteniendo, bastante, porque no podía hacer mucho ruido por su compañera de habitación, pero sentía muchas ganas de insultar a alguien. Debía de haberlo adivinado cuando vio a Jana sentada en su coche en la fiesta de su abuela, y lo había confirmado cuando Irune la contactó desesperada. Tal vez, si ella hubiera comentado lo que vio en su casa a su hermana las cosas no estarían así, pero ya no podía hacer nada para arreglar eso.
Había veces que el mundo era una mierda, pero ella tenía claro que no era así. Eran algunas personas las que hacían del mundo una mierda, y este caso no era la excepción a ese hecho.
Tristemente no lo era.
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Holoooooo,
¿Cómo estáis? Espero que muy bien☺️
Y bueno, aquí os traigo otro capitulillo donde Jana cuenta un poco más como la está pasando, que por lo que se ve no es nada bien. Aunque, parece que tiene un ángel de la guarda por algún sitio que a simple vista la va ayudar, y, a pesar de que no se ha mencionado el nombre, creo de sobra que sabéis quien es🙃
Por otro lado, ¿qué os ha parecido lo que ha contado Jana? Hubo bastantes personas que acertaron eso de la herencia, creo que era bastante obvio cuando se mencionó el fallecimiento del abuelo de Jana, pero, viendo que Marta lleva ya tres semanas sin lograr enlazar a Jana con alguien, ¿creéis que Yon se estará quieta?
Todo empezará a desenredarse a partir de aquí, y bueno, se vienen capítulos con algo de acción, drama, y tal vez, muchas lágrimas, pero bueno, antes de todo eso, en el capítulo siguiente, hay una doble narración especial que creo que os va a gustar (es un capítulo bastante largo) y ya no os chivo más🙃
Nos leemos la semana que viene chikis;)
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