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Salamanca, 12 de septiembre, 10 de la mañana
Defensa de tesis doctorales
Mis ojos parecían incrédulos mirando el cartel de la puerta como si fuera una niña perdida. No me creía que el día ya había llegado, que el momento por el que tanto había estado trabajando ya estaba aquí, a tan solo media hora de hacerse realidad.
Los nervios que decía no sentir eran una completa mentira. Mi estómago no dejaba de dar vueltas de campana en mi abdomen, razón por la que había rechazado ese apetitoso café que mi padre me había ofrecido según terminé el repaso con mi tutor de tesis.
Mi dedo pulgar rascaba mi dedo índice repetidamente. Trataba de dar respiraciones profundas, sintiendo como el aire no quería colaborar conmigo en estos momentos, pero, haciéndome de toda la fuerza de la que fui capaz, conseguí no tocar el inhalador que mantenía guardado en mi bolso de cuero sintético negro.
Mis ojos se desviaban hacia la puerta de color marrón claro cada dos minutos exactos. Ahora mismo, una chica estaba defendiendo su tesis, supongo que finiquitando la presentación, y veía de manera inminente como el reloj avanzaba sin precedentes anunciado como mi hora se acercaba de manera catastrófica. Mi mayor miedo en estos momentos era quedarme muda, congelarme en mi sitio y ser exhibida ante el jurado con un buen ataque de asma.
No quería eso, al menos no hoy.
Me había puesto ropa bonita, creo que la más bonita que nunca me había puesto. Anne me había ayudado a lavarla y dejarla lista antes de venir hacia aquí con mi padre. Así que, me había enfundado en unos pantalones de tiro alto entallados, color burdeos, y una blusa sin mangas, la cual enseñaba mis clavículas y hombros al completo, color marfil. Mi abuela me había pedido encarecidamente que hoy usara tacones, cosa que no me gustaba demasiado, pero que había aceptado con tal de sacarla una sonrisa. Mi padre me había dicho que hoy parecía una de esas abogadas de bufetes importantes, y creo que eso me había dado algo de fuerza para afrontar este gran reto que supondría un cambio en mi vida.
Mi mano viajó hacia mi pelo otra vez, metiendo varios mechones rebeldes tras mi oreja. Las hondas de mi pelo parecían simular las olas del mar. Lo había dejado suelto, casi al natural, solo habiendo aplicado un poco de espuma para acentuar más mis rizos.
El pelo liso había quedado muy atrás.
— Tranquilízate Jana— di un pequeño brinco en mi sitio, y dándome la vuelta vi acercarse a mi padre hacia mí con un par de vasos de cartón. Su brazo me tendió uno, el cual acepté aunque no tenía muy claro que me fuera a tomar su contenido— Da un sorbo y cuenta hasta a tres muy despacio.
Hice lo que me dijo. Di un sorbo al pequeño vaso de cartón, dándome cuenta de que me había traído algo de chocolate caliente. Una sonrisa apareció en mis labios en cuanto el líquido se deslizó por mi garganta. Mi padre sabía que mi abuela siempre me hacía chocolate caliente cuando me sentía muy nerviosa o simplemente me encontraba mal.
Era algo que había hecho desde pequeña.
Conté hasta tres mentalmente, y cuando llegué al último número no me resistí a dar otro pequeño trago. Mi padre sonrió complacido y pasó uno de sus brazos por mis hombros acercándome hacia él. Noté como su corazón latía muy rápido, y mis labios no tardaron en elevarse soltando una pequeña carcajada.
— La que va a presentar soy yo papá, no tú— los labios de mi padre se elevaron, y su mano acarició mi mejilla con lentitud.
Sentí todo su calor y el cariño que me trasmitió con ese toque. Fue algo a lo que todavía no me había acostumbrado, es más, había veces que esa sensación me agobiaba porque no sabía como debía gestionarla, pero en este momento y en este instante, no se sintió tan raro como solía.
Creo que fue algo correcto, algo que sí logró tranquilizarme.
— Mi trabajo es ponerme nervioso por ti cariño— sus labios se pegaron en mi frente, haciendo que mis ojos se abrieran sorprendidos en el momento que sentí el contacto, pero, dejándome llevar, los cerré sintiendo un calor, que se había hecho familiar, recorrer mi pecho— Lo vas a bordar, estoy seguro de ello.
Me separé unos centímetros de mi padre mirándole al rostro. El orgullo desbordaba de su expresión y no pude evitar sentirme bien con ello. Era algo muy nuevo, una sensación que nunca había sentido hasta hace apenas un par de meses atrás, y que todavía se me hacía extraña, pero, a pesar de ello no la evitaba. Ya no más.
Había dejado de ser la Jana perdida que había escapado de Madrid en junio.
— Gracias papá, lo haré lo mejor que pueda— la mano de mi padre subió a mi cabeza, dándome una caricia llena de ternura y afecto.
— Sé que así será— sus labios se curvaron hacia arriba, y ambos nos sorprendimos en ese momento al escuchar aplausos de dentro de la sala.
Vaya, la chica ya debía de haber terminado, y estaba segura que al tribunal le había gustado su presentación. Los aplausos sonaban como un estruendo, como si ella fuera una famosa siendo vitoreada por sus fans.
Ojalá me fuera igual de bien que a ella.
Y eso pareció ser mi golpe de realidad. Ella ya había terminado, lo que significaba que mi turno era el siguiente. Ahora sería yo quien entrara en ese tribunal, frente a toda esa gente respetada en el campo, para defender el trabajo en el que había estado investigando por casi un año completo.
Los nervios me atacaron de golpe otra vez. La calma que mi padre había conseguido instaurar en mí se había ido de un plumazo con los aplausos y vítores que parecían salir de la sala.
Mi rostro debió reflejar el pánico que se había extendido en mí en menos de un segundo. Mi padre, con toda la paciencia del mundo e ignorando todo el ruido que procedía de la sala, cogió mi pequeño vaso con chocolate e hizo que le mirara a los ojos. Su rostro se había serenado, y sus labios estaban curvados hacia arriba, intentando trasmitirme toda la calma de la que él era capaz.
— Lo vas a hacer bien, confía en ti Jana, estás preparada para esto— asentí mirando a los ojos de mi padre, tratando de convencerme de que así iba a ser, y, sin previo aviso, mis hombros se cuadraron sin querer en cuanto la puerta de la sala se abrió.
Mi tutor de tesis salió primero que nadie. Pude ver tras sus hombros que todo el mundo en la sala se había levantado, seguramente para estirar un poco las piernas antes de la siguiente ponencia.
Y esa era yo.
— ¿Nerviosa?— mi tutor llegó hasta donde estábamos mi padre y yo, a tan solo un par de metros separados de la puerta. Mi boca se entreabrió un poco buscando un poco de aire antes de contestar, pero supongo que mi cara era un completo reflejo de lo que estaba sintiendo por dentro— No te preocupes Jana, se que lo harás bien, tú trabajo es brillante.
Asentí intentando aparentar estar más tranquila, aunque eso fuera demasiado complicado en estos momentos. Mis manos corrieron a sujetar el asa de mi bolso que colgaba de mi hombro. No sabía por qué, pero sentía que si no lo sostenía se caería al suelo desparramando todas las pequeñas notas que me había hecho con los puntos más importantes de mi presentación.
Mi estómago solo daba vueltas y vueltas.
— Puedo con ello— mi voz sonaba más para convencerme a mí misma que hacia los dos hombres que me miraban.
Mi padre sonrió achicando sus ojos. En estos días me había dado cuenta de que mi sonrisa era exactamente igual que la de él, y estaba aliviada por ello.
Su sonrisa era bonita.
Mi tutor de tesis, un hombre bajito de mediana edad, con gafas de media luna y un traje que desentonaba demasiado con su personalidad. No estaba acostumbrada a verle de esta manera. Supongo que había sido más fácil verle en las tutorías, con sus vaqueros desgastados y sus camisetas llenas de mensajes ecologistas.
Era un hombre bueno que me había ayudado mucho con mi tesis.
Sobre todo cuando de la nada decidí modificar mi tema, haciendo que él tuviera que trabajar de más con cada capítulo que le mandaba para la corrección correspondiente. Finalmente, ambos satisfechos con el trabajo, lo presenté ante el tribunal, y hoy lo defendería frente a toda esa gente importante.
— Se que puedes— mi tutor sonrió, mostrando como su pequeña boca podía albergar una sonrisa muy grande— Es mejor que entres y te prepares, son solo 10 minutos de receso antes de empezar.
Asentí cogiendo una bocanada de aire. Mis ojos se desviaron hacia la puerta abierta, y juré, que cuanto más la miraba, más pequeña se hacía, como si fuera imposible para mí pasar por ella. Desvié la mirada hacia mi padre, dejando que mis labios tensos se estiraran en un intento de sonrisa temblorosa. La mano de mi padre se posó en mi hombro dando un suave apretón. Mis ojos se quedaron estáticos un momento en su rostro, y, hasta que en una sonrisa no me instó a irme, no ordené a mis pies avanzar.
— Mucha suerte cariño— sus labios, en una sonrisa, habían gesticulado eso, y dejando que mi boca soltara un pequeño suspiro, le di una última mirada antes de entrar por la puerta.
Me congelé nada más entrar a la sala. Mi tutor me dio una sonrisa antes de dirigirse hacia el sitio en el que, supongo, había estado sentado todo el tiempo. Mis ojos pasaron por toda la sala dando un vistazo rápido. Era una sala magna, algo que ya sabía, pero no tenía muy en claro que aquellos asientos superpuestos me fueran a imponer tanto. Había más gente de la que había pensado, todos de pie hablando entre sí, como si fueran colegas de toda la vida.
Tomé una bocana de aire otra vez antes de avanzar hasta el estrado.
La chica que había terminado su ponencia todavía seguía ahí. La vi recoger sus cosas mientras hablaba animadamente con un hombre alto de traje. Parecía importante por su porte. Me fijé en los gemelos dorados que decoraban las muñecas de su traje. Por la pinta debían de ser muy caros, algo que había aprendido a fijarme de mi madre, por lo que supuse que de verdad era a alguien a quien debía de impresionar.
La chica de pelo negro sonrió hacia el hombre mientras terminaba de meter todo en su bolso antes de colgárselo al hombro. El hombre le tendió su mano, y ella la aceptó con gusto, algo impresionada por lo que pude ver en su rostro, y tan pronto como el hombre abandonó la tarima, pensé que la chica desfallecería ahí mismo.
Sus ojos marrones dieron conmigo. Sus labios se entreabrieron sorprendidos, como si la hubiera pillado en un momento íntimo que quisiera guardar solo para ella, pero no tardó mucho en sonreír con una evidente alegría.
— Mucha suerte, impresiónalos— sus dientes se asomaron por su sonrisa, y en su traje pantalón azul eléctrico y sus tacones beige, abandonó la tarima con los hombros bien rectos.
Suspiré nerviosa, muy nerviosa, e intentando esconder el temblor de mis manos, dejé el bolso sobre el escritorio. Como buenamente pude, saqué el pendrive donde había guardado mi presentación.
Rezaba porque todo fuera bien.
Me cercioré en preparar todo, y comprobé que todo estuviera correcto. La gente todavía no se había sentado en sus posiciones, y noté, que el hombre de apariencia importante no estaba en la sala. No le di mucha importancia tampoco, solo saqué las notas que había estado preparando, y que ya me sabía de memoria, para releerlas en un intento de mermar mis nervios.
Algo que me estaba resultando imposible de hacer.
Miré el reloj de mi muñeca, las 10:30 ya habían culminado, y me extrañé. Elevé mi mirada buscando a mi tutor, quien estaba mirando su reloj de muñeca con el ceño fruncido. Sus ojos chocaron con los míos cuando elevó su mirada, y su expresión cambió de golpe mostrándose más tranquilo, como si no pasara nada.
Eso me alertó, dejado que una sensación amarga recorriera mi estómago.
Cinco minutos más pasaron. Ya eran las once menos veinte y ya llevábamos diez minutos de retraso. Mis nervios volvieron de nuevo, pero esta vez no eran por la presentación que parecía que no se iba a realizar, sino por saber que era aquello que estaba retrasando esto.
La gente seguía hablando entre ella, totalmente ajena a mí, la chica del estrado que se supone que debía de defender su tesis.
Un nudo se formó en mi garganta. Esto no me estaba dando buena espina, y cuando otros cinco minutos más pasaron lo pude corroborar.
Una chica enfundada en unos pantalones de tiro alto negros con botones dorados y una blusa blanca entro a la habitación con un bolso negro con el logo de Channel en el centro del material. Su moño rubio alto me recordó a mi madre, y no sabía por qué la estaba tal siquiera recordando ahora.
Subió decidida al estrado y dejó su bolso sobre la mesa haciendo que el mío cayera al suelo.
Me tensé de inmediato, y mi garganta comenzó a picar en un sentimiento que desconocí.
— Perdona...— mi voz casi no salía y mucho menos al ver como el hombre con pintas importantes subía al estrado también.
Su mirada afilada me resultó familiar, escalofriantemente familiar. Sus ojos azules delineados en un eyeliner perfecto encrisparon los pelos de mi nuca, y sin pretenderlo me vi tragando saliva bajo la mirada gélida de aquella mujer.
El hombre trajeado se posicionó al lado de ella, mirándome de arriba a abajo y con un desdeje que me molestó. Conocía esa mirada mejor que nadie, y no había cosa que más detestase en este mundo.
Que alguien intentara hacerte sentir inferior.
— Perdone, pero...— mi voz trató de salir de nuevo, pero el hombre se encargó de cortarme rápidamente.
— Jana Ortiz García...¿esa eres tú?— mi ceño se frunció ante su tono helado.
Asentí lentamente dejando los papeles de mi presentación sobre la mesa.
— Si, soy yo, y ahora me toca hacer la defensa de mi...— el hombre volvió a cortarme.
— ¿De tú tesis?— mi ceño se volvió a fruncir al notar el énfasis que había puesto en ese "tú". La chica de al lado solo sonrió, como si le encantara esta situación— No seas desvergonzada muchacha, ¿sabes como es esta universidad acerca de los plagios?
Mis cejas se elevaron incrédulas por lo que estaba escuchando. ¿Plagio? No, yo no había plagiado nada ni a nadie.
— ¿Plagio?— mi tono sonaba ofendido, demasiado— Mire señor, yo...
La sonrisa de la chica me congeló por completo cuando de su bolso sacó una tesis doctoral aparentemente ya corregida. Mi ceño se frunció en profundidad al fijarme en el título de la portada.
Era totalmente imposible.
— ¿Esto no le dice nada?— el hombre me mostró el trabajo, mi trabajo, tendiéndomelo de mala forma en mis manos— Será mejor que salga de aquí y no vuelva, me encargaré de informar a las autoridades de esto.
— Mire, aquí debe de haber un error— mi tono desesperado llamó la atención de todos en la sala, en especial de mi tutor— Yo no he plagiado nada, además, mi trabajo contiene material que he recolectado yo misma, es imposible que alguien más lo tenga.
Eso era cierto. Mi tesis se había basado sustancialmente de toda mi experiencia vivida a lo largo del interrail. En ese trabajo estaba reflejado todo mi aprendizaje sobre el mundo en los casi diez días que había estado fuera de España. Era imposible que alguien más hubiera hecho lo mismo que yo.
— Hemos revisado "su trabajo", y debo decirle que es un plagio completo de este— el hombre dejó caer el cuaderno sobre la mesa. Un golpe seco resonó en toda la estancia haciendo que todo el murmullo se callara.
Ya llevaban un rato prestándonos atención.
— Me parece una completa falta de respeto, y poca originalidad debo decir— la chica atusó su blusa a la vez que sus ojos felinos se entrecerraban dejado que una sonrisa sarcástica saliera de sus labios— Eres una farsante y delincuente.
Sentí como mi rostro perdía color. Me habían llamado muchas cosas en mi vida, pero nunca delincuente. El nudo en mi garganta se hizo más grande, y temí echarme a llorar ahí mismo de la impotencia.
Mi tutor bajó corriendo desde la sexta fila de asientos. Todo el tribunal me estaba mirando, y la humillación no tardó en abordarme como si me hubiera estado esperando durante mucho tiempo.
Quería vomitar en estos momentos.
— ¿Qué es lo que está pasando aquí?— mi tutor llegó a mi lado, casi parecía haber corrido una maratón— Llevamos ya más de veinte minutos de retraso y...
El hombre levantó una de sus manos cortando a mi tutor de tesis. El hombre cerró la boca medio anonado por el gesto de aquel ser tan pintoresco, casi parecía sacado de una película mafiosa, siendo un capo importante.
Siendo un hilo importante en la trama.
— Esta chica no va a hacer la "defensa" de su supuesta tesis— intenté tragar hondo, pero el nudo de mi garganta impidió que lo hiciera— No me puedo creer que haya tenido la poca decencia de presentar una tesis plagiada.
Su mirada me traspasó. El frío me envolvió por completo y sentí como si el suelo abandonara mis pies dejándome caer al más oscuro vacío.
Todo se me estaba echando encima y no sabía como gestionarlo.
Mi tutor de tesis abrió la boca para replicar. Tanto él como yo sabíamos que eso era una mentira. Él había sido mi profesor durante la carrera, me conocía y sabía de sobra cuales eran mis métodos de trabajo. El plagio nunca fue uno de ellos.
— Será mejor que te vayas, creo que debo ser yo la que defienda MI trabajo— mi lengua remojó con lentitud mis labios al sentir como su mirada afilada como una cuchilla raspaba por todas las superficies de mi piel— Tú no estás a la altura para algo como esto.
Mis ojos picaron demasiado, el nudo de mi garganta dolía y solo quería hacerme pequeña, tan pequeña hasta desaparecer. Sensaciones que hacia mucho que no sentía volvieron a mí, tan fuertes que me tumbaron al suelo. Sentí como si en mis brazos se volvieran a incrustar los hilos que había estado manejando mi madre por todos estos años. Los ojos de mi tutor se agrandaron ante las palabras soberbias de la chica rubia, que a pesar de que no sabía quien era, no me hacía falta adivinar de parte de quien estaba viniendo.
¿Cómo había podido hacerme esto?
— Se lo pido, retírese de aquí cuanto antes, pronto recibirá noticias de la universidad— el señor importante dio un asentimiento ante la chica de pelo rubio, quien sonrió encantada antes de dar una patada a mi bolso, el cual tiró del estrado.
Cerré mis ojos, rascando con más fuerza mi pulgar sobre mi dedo índice. El nudo de mi garganta se hizo más grande y casi de inmediato me vi rogando por aire.
Sabía lo que se venía ahora, así que, con todo el acoplo que me quedaba y todas las miradas confusas sobre mí, recogí con toda la escasa dignidad que tenía mis pertenencias del suelo. Apreté mi bolso contra mi pecho, y salí de esa habitación tan rápido como mis pies me lo permitieron.
Dejé que mi bolso se cayera en los asientos de madera pegados a la pared. Yo fui detrás de él, dejando que mi cabeza cayera entre mis piernas subiendo mis manos a revolver mi pelo. Mi tutor me estaba mirando, todavía procesando lo que había pasado ahí dentro.
— Jana...— negué con la cabeza, indicando que ese no era el momento.
Estaba más centrada en buscar aire el cual respirar. Sentí la necesidad de encontrar algo en mi memoria a lo que aferrarme para no sucumbir al horror y desesperación que asomaban acechantes, esperando que cediera un poco para tomarme por completo.
Estaba a punto de ceder, de dejarme ir.
Y en medio de mi locura, el repiqueteo de unos tacones demasiado reconocido para mi me hizo levantar la cabeza. Casi no lo quise creer, de verdad que no lo quería, pero ahí estaba.
Los meses no habían hecho mella en ella, el tiempo nunca parecía afectarle. Su coleta de pelo liso se balanceaba con su caminar. El balanceo de sus caderas acentuado por la falda de tubo color carmesí a juego con su chaqueta de traje. La blusa blanca adornada con cadenas finas de oro, y sus muñecas decoradas con las pulseras que hacían juego con sus pendientes. Su rostro era el mismo de siempre, piel perfecta, ojos delineados y labios perfectamente pintados. Nada estaba fuera de lugar, nunca los estaba.
Se paró enfrente de mí. Su sonrisa horripilante creció a medida que sus ojos registraban la expresión pálida de mi rostro. Había dejado de respirar, se me había olvidado hacerlo, solo me había centrado en el rostro de la persona que me había desgraciado la vida por años.
Mi madre.
— Vaya Jana...te veo....gorda— mi tutor frunció el ceño ante esta mujer que no conocía. Yo no me sorprendí nada por su saludo— Así que...¿plagio?
Su tono desprendía sarcasmo, uno grande y regodeante. Le estaba encantando hundirme, lo estaba disfrutando.
— T...t...tú...— ella solo sonrió encantada, como si con mi tartamudeo la hubiera dado el mejor de los alagos.
— Eres una inútil, sin mí no eres nada niña— sus dedos tocaron mi barbilla elevando mi rostro hacia ella. Sus ojos parecieron estudiarme, y una mueca de asco decoró toda su expresión. De un movimiento, su mano atrapó mi brazo poniéndome en pie. Luché para no tropezar con mis propios pies, y mientras trataba de recuperar el equilibrio en un jadeo, sentí como ella me zarandeaba el brazo— Te dije que lo ibas a lamentar niña...y solo acabo de empezar puta desagradecida.
Otro zarandeo más de su parte me tiró al suelo. El nudo de mi garganta ya era demasiado grande como para permitir tal si quiera que un hilillo de aire pasara hasta mis pulmones. Pasos rápidos resonaron a mi espalda, pero no pude identificar ni de lejos quien era.
Solo estaba ocupada intentando mantener la calma. Calma que ya no tenía, calma que se escapaba entre las yemas de mis dedos.
Mis manos tantearon el suelo, intentando buscar mi bolso para coger mi inhalador. Mis ojos estaban llenos de lágrimas, sino es que no las había soltado ya, pero no llegué muy lejos. El zapato brillante de mi madre se interpuso en mi camino, haciendo que la estabilidad de mi mano se perdiera y mi rostro diera con el suelo.
Mi boca se abría y se cerraba buscando aire. Me estaba ahogando y el agobio crecía a cada instante que pasaba.
— Mírate...ahí tirada, das tanta pena— mis ojos solo podían ver de forma borrosa los zapatos negros de mi madre— Me tendrías que estar besando los pies por todo lo que he hecho por ti, pero eres una desagradecida. Me esforcé porque fueras alguien y mírate, arrastrándote por el suelo como lo que eres...nada.
Su voz resonó en mis oídos y solo notaba mis mejillas mojadas mientras seguía tanteando el suelo con completo dolor en mi pecho. Más pasos rápidos sonaron a mi espalda, y noté como mi madre daba un paso atrás.
No me hizo falta verla para saber que estaba sonriendo ante la escena.
— ¡Jana!— un bramido masculino se aproximaba a gran velocidad hacia mi. Mis manos seguían tanteando el suelo en busca de mi inhalador, y antes de que me diera cuenta alguien me tenía entre sus brazos poniéndome el aparato entre mis labios.
Tres suflaciones profundas me hicieron falta para volver a recuperar la cordura. Mi pecho dolía y mis ojos ardían. Mi barbilla también dolía, aunque no sabía muy bien la causa. Los brazos que me sostenían se mantenían rígidos alrededor de mí. Mi cerebro se esforzó en recordar alguna sensación similar, pero nada llegó, no había nada que se pareciera a esto.
Aunque ya tenía la sensación de haberlo vivido.
— ¡¿Estás loca Marta?!— la voz de mi padre era fría y cortante, muy distante a la voz cálida que solía utilizar para hablarme— ¡Es tú hija joder! ¡¿Cómo puedes hacerla esto?!
Sentí la mirada envenenada de mi madre sobre mí. Esa presión tan familiar no duró mucho, fue casi efímera, pero suficiente como para terminar de hundir el cuchillo que se había empeñado en atravesarme.
— ¿Mi hija?— casi parecía un chiste por como lo dijo. Mis ojos se clavaron en un punto fijo, las baldosas del suelo parecían ser un buen lugar— Esa no es mi hija, ella no es nada, tenía que haberla abortado cuando pude.
Mis labios se entreabrieron. No era sorpresa lo que sentía, ni tal siquiera me pilló desprevenida.
Solo sentí toda la oscuridad sobre mí.
— Eres una hija de puta, no pude creer como alguna vez decidí casarme contigo— la sonrisa de mi madre se ensanchó.
— No lo sé David, dímelo tú— mi madre me volvió a mirar, con su mirada de reproche de siempre, haciéndome sentir menos, dejándome en claro el lugar al que debía pertenecer— La razón está ahí, siendo una inservible plagiadora, ¿o no Jana?
Comencé a temblar en los brazos de mi padre. Sentía como mis músculos palpitaban constantemente infringiéndome dolor, y mi garganta parecía querer cerrar cualquier acceso de aire de nuevo.
Solo quería desaparecer.
— Lárgate Marta, desaparece de mi vista o te juro que pierdo los papeles— mi madre sonrió encantada.
— Claro David, lo que tú quieras— la expresión de mi madre se endureció de nuevo cuando clavó sus ojos sobre mí de nuevo— Cuídate...Jana.
Un escalofrío recorrió mi columna vertebral al sentir mi nombre saliendo de sus labios, y el sonido de los tacones se alejó por completo. Mi padre me acurrucó más en sus brazos, dejando que mis lágrimas cayeran en silencio.
No había emitido sonido desde que mi madre había aparecido, no me había atrevido.
— Jana...princesa...— mis ojos se cerraron fuertemente, y un suspiro lleno de temblor camuflado salió de mi labios.
— Vá...vámonos....— me costaba hablar, mi garganta dolía demasiado, el nudo no se había ido— Sólo vámonos de aquí— había forzado eso, y aunque había sonado muy bajo, mi padre me había escuchado asintiendo en respuesta.
Quería desaparecer...verdaderamente quería convertirme en lo que mi madre me había dicho...en nada, porque eso era.
Yo no era nada.
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Holoooooooooo,
¿Cómo estáis? Espero que muy bien y muy sanos.
Pues aquí os traigo otro capítulo con un regreso para nada esperado, pero bueno, aquí está. ¿Qué os ha parecido la aparición de la querida Marta?
Y ahora, bueno, debo decir que se vienen un par de capítulillos duros, peeeeeeeeeero, debo de hacer un anuncio importante primero;
Bueno, como ya dije en Inferno la semana pasada, la semana que viene entro de lleno en exámenes, y básicamente este año no tengo tiempo ni para respirar entre examen y examen, por lo que no habrá más capítulos hasta dentro de un par de semanas más o menos (puede alargarse o no, todo dependerá de como vayan las cosas) Aún así, voy a colgar un aviso en mi tablón de anuncios especificando más cosas y mis ideas para cuando vuelva por aquí.
Espero que me podáis comprender💜
Nos vemos chikis;)
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